Ad Nauseam

La barbarie de Carlos Martínez Rentería o cien madrugadas en vómito

Rentería va del verso maravilloso a la pésima línea, del verso fulgurante al asonantado descalabro, de la agudeza pasa a la sandez en un segundo.

Martínez Rentería. Foto tomada de Facebook.

Barbarie es un libro de 38 poemas escritos en su totalidad durante las madrugadas dipsómanas de Carlos Martínez Rentería (1962–2022) y publicado por la editorial Moho, fundada por Guillermo Fadanelli y Yolanda M. Guadarrama. Es un libro que, en el sarcasmo de sus cómplices, debió ser un compendio de prefacios. Goza de una solemne presentación del mismo Fadanelli, un prólogo de Heriberto Yépez y un epílogo de Leonardo da Jandra. Esto, para un estilista como Rentería, contrapesa y confiere estampa ante el mundo editorial.

Fama no precisa, pues de Rentería se ha departido hasta el cansancio y se ha escrito ad nauseam. Una serie de mitos envuelve su efigie, es afamado porque nadie lo ha visto sobrio; es el animal ponzoñoso de la contracultura mexicana. Se le recuerda por deambular en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara con un vaso de whisky en la mano, por bailar salsa con una tropa de ficheras en la pista de baile del cabaret Run–Run o por arremeter en contra del jurado que le otorgó la beca para financiar la revista Generación, publicación que edita desde hace más de veinte años.

Barbarie es uno de esos libros exóticos, amado por unos y odiado por otros tantos. Es una glorificación del alcohol, pero no generalicemos: no es un canto bobalicón, ramplón y efebo, es una lírica escrita desde la praxis —con esa pragmática que sólo puede otorgar el alba—, porque “En las madrugadas nace y muere la ilusión”; escrito con una fuerza estridente de palabra, voces que desembocarían a una manada de caballos de anís, un lenguaje que despunta en lo agreste y lo pulcro, lo cotidiano y lo insólito.

De materia alcohólica y materia espiritual está hecha su amalgama. Intempestivo, su estro se mantiene en pie de lucha ante la bellaquería paciana. Rentería va del verso maravilloso a la pésima línea, del verso fulgurante al asonantado descalabro, de la agudeza pasa a la sandez en un segundo.

En la poesía de Carlos Martínez Rentería la imperfección conquista de inmediato su prestigio. De materia alcohólica y materia espiritual está hecha su amalgama. Intempestivo, su estro se mantiene en pie de lucha ante la bellaquería paciana. Rentería va del verso maravilloso a la pésima línea, del verso fulgurante al asonantado descalabro, de la agudeza pasa a la sandez en un segundo. Su desprecio por la poesía recipiendaria de la más perecedera norma estilista le está rindiendo, sin duda, apetecibles frutos agridulces.

Hay tres aspectos fundamentales en la poesía de Carlos Martínez Rentería: la obstinación de la noche como metáfora de la psique que sale del cuerpo para regresar en forma de aventura humana: “Cómo medir la madrugada / cómo saber cuando es tarde o temprano / tiempo de irse o de quedarse / de llegar o de morir en ese instante”. Los árboles: “Si viviera en un bosque pensaría en los edificios / Vivo en la ciudad y me emocionan los árboles / Podría ser tan simple pero hay otras distancias / Los Árboles ya estaban desde antes —las banquetas son su tumba—”. La lluvia: “Sigue lloviendo y yo, bebiendo / la analogía es forzada / Beber y llover no son lo mismo, pero son igual”.

Una poesía que toca puntos dolorosos como las arboledas en la ciudad lánguida del Distrito Federal, el aguacero sobre Álvaro Obregón y el alba en la peor ciudad del universo; alegorías del tormento y el apocamiento psicológico. La de Rentería es una bucólica única y valiosa para su círculo afectivo, para su redondel social y, para la humanidad, es el José José del realismo sucio, el prócer de la poesía indeseada, sus poemas marchan en fila india hacia la posteridad, rasgando el mito. ®

Esta reseña se publicó originalmente el 23 de abril de 2013 en la revista Letras Explícitas.

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Publicado en: Libros y autores

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