José Manuel Aguilera, extraordinario músico mexicano, ha lanzado su más reciente álbum inspirado en libros de autores mexicanos. Tinta negra y roja, instrumental, evoca pasajes de poesía prehispánica y de la realidad contemporánea.

Leí el siguiente texto en la presentación del álbum instrumental Tinta negra y roja el sábado 29 de noviembre de 2025, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, que compartí junto a su autor, José Manuel Aguilera, y nuestro mutuo carnal Gerardo Enciso. Antes de hacerlo recordé que había entrevistado un sinfín de veces al líder de La Barranca y que siempre que lo hacía un montón de preguntas se quedaban en el tintero, preguntas más personales que otra cosa, y que esa noche aproveché para hacerlas, sin realmente querer que Aguilera las respondiera todas, aunque sí lo hizo con algunas. Además, relaté que la noche anterior Enciso me había telefoneado para “presumirme” que él tenía ya un escrito para la presentación, lo que me impulsó a hacer lo propio, con la finalidad de estar a la altura de las circunstancias. Me levanté temprano aquel día y le pegué con ganas hasta que quedó algo que me gustara. Espontáneamente, Aguilera dijo tras mi comentario: “Enciso te picó la cresta”. Yo respondí afirmativamente, entre risas, y enseguida procedí a leer en voz alta.
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¿Cómo le hace para inspirarse José Manuel Aguilera? ¿Bebe café, acaso, whiskey o vino tinto? ¿A quién escucha cuándo se le atora la carreta? ¿Cómo reconoce que será mejor dejar instrumental una melodía o, por el contrario, ponerle una letra? ¿Por qué la poesía de Octavio Paz o la narrativa de José Agustín le sugieren riffs y requintos? ¿Cómo sucede ese proceso en su cabeza?
Una y mil preguntas que dejo sobre la mesa ahora que lo tengo a mi lado en la jubilosa presentación de Tinta negra y roja, su nuevo álbum que, como él suele hacerlo para el bien del rock mexicano y de la humanidad en general, ha lanzado de manera independiente, como siempre lo ha hecho, Es decir, sin pedirle permiso a nadie, cosa que le admiro.
Recuerdo que conocí a José Manuel en los días en que junto a Humberto Álvarez daba vida a Sangre Asteka, ese proyecto fantástico que ya nos hacía patente no sólo su indiscutible talento en la guitarra, su cómplice incondicional, sino también su forma muy particular de darle al rock un aire muy mexicano, sin tener que forzarlo o hacerlo de forma tan evidente como tantos otros.
Él mismo ha dicho que siempre que nos visita le gusta sorprendernos con algo nuevo y hoy, como aquí puede constatarse, no es la excepción: presentamos un disco como si fuese un libro, en el marco de la FIL.
Años más tarde creó La Barranca junto a Alfonso André y Federico Fong, luego del parto de El fuego de la noche, disco que por cierto grabó en esta Guadalajara y del que hace poco celebró treinta años de existencia en un concierto renovador, contundente y memorable en el C4 de la ciudad. De entonces a la fecha, debo decirlo, he seguido su paso de cerca, pendiente de cada cosa nueva que saca de su chistera como si fuese un mago rebosante de trucos increíbles. Él mismo ha dicho que siempre que nos visita le gusta sorprendernos con algo nuevo y hoy, como aquí puede constatarse, no es la excepción: presentamos un disco como si fuese un libro, en el marco de la FIL. Un disco que además tiene la peculiaridad de ser un compendio de temas instrumentales inspirados, precisamente, en libros.
¿Cuántos libros tendrá Aguilera? ¿De qué manera los ordena? ¿Cuántos discos tendrá José Manuel? ¿Qué tan a menudo los pone a girar en la tornamesa? ¿A cuáles recurre con más constancia? ¿Lo hace mientras bebe té acaso, mezcal o vino blanco?

Más adelante volví a sucumbir ante la imaginación musical de Aguilera, luego de la aparición de Odio Fonky. Tomas de buró, ese maravilloso álbum que hizo junto a Jaime López. Y, claro, cada disco posterior de La Barranca, de Rueda de los tiempos a Antimateria, sin olvidar Denzura ni Providencia, dos de mis predilectos. Y qué decir del proyecto Noche profunda, realizado exprofeso para otra FIL, bajo su dirección, y que, además de los tres aquí sentados, involucró a apasionados de la noche, el bolero y el rocanrol como Cecilia Toussaint, Saúl Hernández, Luis Humberto Navejas y algunos más. Llama la atención, haciendo eco de lo que he dicho líneas atrás, que a Aguilera no le gusta repetirse. Y eso me hace entender este nuevo álbum, Tinta negra y roja, en el cual, al igual que su Yendo al cine solo, de 2001, un disco inspirado en películas, de nueva cuenta opta por la experimentación instrumental. En ese renglón también puede inscribirse Construcción, hecho junto a La Barranca.
¿Cuánto tiempo pasa Aguilera al día con la guitarra? ¿Elige una en particular o se turna con varias ese romance incurable con el instrumento? ¿Hay alguna hora determinada del día en que le guste más tocarla? ¿Cómo compone estas piezas sin su voz?
Tinta negra y roja, este nuevo material que sigue sumando logros a su producción desbordante de composiciones, con letra o sin ella, nos dice algunas cosas sobre él. Una, que es un lector aplicado para quien los libros, además de un placer, de un regocijo, de una revelación, son un punto de partida hacia otras aventuras.
Y es que, sin importar el proyecto en el que esté participando —recordemos que también colaboró con Steven Brown y fue parte de Jaguares—, todo lo que genera Aguilera está ligado a la guitarra. Sin duda él es uno de esos músicos que nos hacen seguir creyendo que —aun ante la existencia de Hendrix, a quien por cierto le dedicó el título de una canción en su álbum El fluir—,las seis cuerdas aún tienen posibilidades para generar nuevas texturas sonoras; asunto que deja muy claro este álbum, en el que se mueve hacia otros territorios en los que, me parece, no incursiona tan a menudo. Así, tanto en “Viaje a Ixtlán”, inspirada en el texto de Carlos Castaneda del mismo nombre, como en “Tinta negra y roja”, basada en la poesía náhuatl traducida por Miguel León Portilla, Aguilera recurre a tecnologías electrónicas, situándolas en primer plano. “Paradáis”, por su parte, detonada a partir de la novela de Fernanda Melchor, parece más un ejercicio de post–rock, y “Bajo el mármol lunar”, creada a partir de la poesía de Claudia Berrueto, directamente se tira hacia lo abstracto.
¿A qué horas lee José Manuel Aguilera? ¿Lo hace con la guitarra por un lado? ¿Subraya frases o párrafos que le inquietan, que le inspirarán algo después? ¿Lo hace con música de fondo? ¿Cuál es su novela de cabecera, su poemario recurrente? ¿Y qué más lee José Manuel Aguilera? ¿Cuáles son sus libros predilectos más allá de los que ha elegido para elaborar este álbum?
Sea como sea, a mi entender, Tinta negra y roja, este nuevo material que sigue sumando logros a su producción desbordante de composiciones, con letra o sin ella, nos dice algunas cosas sobre él. Una, que es un lector aplicado para quien los libros, además de un placer, de un regocijo, de una revelación, son un punto de partida hacia otras aventuras. Y otra, que obedeciendo a ese impulso muy suyo por no ser siempre el mismo, su imaginación musical y su espíritu lúdico siguen buscando pretextos para continuar destilando música que llegue a nuestros oídos, nos seduzca y nos invite a entender de mejor manera el fuego, la noche, la madrugada, el tiempo, la tempestad, el amor, la ciudad, los sueños, la memoria, Estambul, el relámpago, la eternidad, o sea, la vida misma. ®
