Al buen entendedor pocas palabras

The Counselor, de Ridley Scott

The Counselor es un filme recibido con duras críticas en el exterior por supuestamente callar demasiado, no ser bastante explícito respecto de los verdaderos causantes de esa atrocidad de mundo en el que debemos vivir.

Los personajes de El consejero.

Los personajes de El consejero.

Autor de un cine comercial que exhibe cierto cuidado y elegancia, Ridley Scott (South Shields, 1937) aborda un tema particularmente actual y candente en México y en el mundo entero, especialmente en países desarrollados: el de la codicia que despierta hacer dinero fácil, amasar una fortuna de la noche a la mañana sin parar mientes en la procedencia del capital. El alto riesgo implicado es manifiesto y, a pesar de ello, tantos se aventuran, en particular en el terreno de las finanzas, la abogacía y negocios de fachada legítima que en realidad sirven para lavar dinero, como exclusivos clubes nocturnos y restaurantes gourmet. Sin ir más lejos, el caso Monterrey que, en un lapso menor a diez años, de ser una ciudad tranquila y decente pasó a ser casi lo contrario, al tolerar que la crema y nata de los facinerosos se instalasen en exclusivas áreas residenciales, pusiesen a sus vástagos en costosos colegios privados, entrasen en tratos y negocios diversos con gente de bien a quienes ofrecían un irresistible margen de ganancia. Los resultados están a la vista de todos: la inseguridad, la sangre que corre por las calles, las amenazas telefónicas casi cotidianas, los levantones preponderantemente de menores para posibles reclutas o bien tráfico de órganos, la corrupción de una buena parte de las llamadas fuerzas del orden y, para colmo de males, el toque de queda tácito e informal pero innegable y efectivo.

El escritor estadounidense Cormac McCarthy (Providence, Rhode Island, 1933) quiso ensayarse por vez primera como guionista. Ganador del Pulitzer por su novela No Country for Old Men (aparecida en 2005 y filmada por los hermanos Ethan y Joel Coen en 2009), pudo haber tenido a su servicio a un sinnúmero de directores…

The Counselor (2013) es un filme recibido con duras críticas en el exterior por supuestamente callar demasiado, no ser bastante explícito respecto de los verdaderos causantes de esa atrocidad de mundo en el que debemos vivir. El escritor estadounidense Cormac McCarthy (Providence, Rhode Island, 1933) quiso ensayarse por vez primera como guionista. Ganador del Pulitzer por su novela No Country for Old Men (aparecida en 2005 y filmada por los hermanos Ethan y Joel Coen en 2009), pudo haber tenido a su servicio a un sinnúmero de directores pero eligió precisamente al aclamado Ridley Scott. Plagada de frases que quieren ser altamente reflexivas y brillantes, la cinta presenta retazos de la amplia, infinita panorámica que es posible ofrecer en torno del mundo de las drogas y de cómo opera a fin de guardar las apariencias y acumular mayúsculas concentraciones de dinero electrónico y de riqueza material para unos cuantos privilegiados, no sólo aquellos directamente implicados sino incluso una serie de adláteres, vicarios, agentes o mediadores. Algunos aseveran que Traffic (2000), del sobrevalorado Steven Soderbergh, cala más hondo y señala con más claridad a los culpables. En realidad, ningún filme comercial puede ni debe pretender ir a fondo en terreno tan espinoso y espeluznante. Las consecuencias son de cuidado y no se harían esperar. Es verdad que la trama de la película presenta ciertas lagunas. Jamás se aclara, por ejemplo, cómo es que el brillante abogado de origen europeo entra en tratos con ese inframundo, cuyas reglas operan bajo un mecanismo distinto y ciego, que no hace excepciones.

El enlace entre el abogado y el ámbito de los cárteles es el propietario de un centro nocturno y elegante restaurante, un español que responde al inusual y germánico nombre de Rainer (Javier Bardem), casado con Malkina (Cameron Diaz), una extranjera totalmente absorbida por el American way of life, si bien que se permite burlas de los yanquis con motivo de su carácter timorato y gregario. La exótica mujer, rubia y tatuada, es de probable procedencia sudamericana, acaso argentina, uruguaya o brasileña. Esto a juzgar por la alusión a sus padres, a quienes arrojaron de un avión en mitad del Atlántico. Sobre Malkina y el abogado (Michael Fassbender), cuyo nombre de pila jamás se pronuncia (tan escasa importancia tiene), reposa el trabajo actoral de más peso en el filme. La infausta esposa del leguleyo, Laura (Penélope Cruz), el joyero holandés (Bruno Ganz), el vaquero elegante y conquistador Westray (Brad Pitt), el gato con botas, quien funge como middleman o mediador, y otros personajes de origen hispánico, como el letrado español (Fernando Cayo), uno de los capos de menor influencia (Rubén Blades), metido a bizarro y tortuoso filósofo moral, la madre de todas las madres, la narco matrona ahora tras las rejas Ruth (Rosie Perez, la aguerrida Perdita Durango) y el sacerdote (el venezolano Édgar Ramírez, intérprete todo terreno de pronunciación impecable en varias lenguas, recuérdese Carlos, cinta del 2010,de la autoría de Olivier Assayas), componen la parte medular del apabullante reparto.

La dinastía Scott, cercana siempre a la publicidad suntuosa de exclusivos comerciales, se ha caracterizado siempre por la fina factura de sus trabajos gráficos.

Se ha esgrimido que la mayoría de los grandes nombres, entre los intérpretes, repiten hasta el cansancio caracteres que ya habían hecho antes con gajes bastante conocidos para buena parte del público. Bardem, por ejemplo, actuaba en No Country for Old Men, una novela de Cormac McCarthy que filmarían los hermanos Coen, haciendo un papel despiadado, convincente, sin erigirse como una caricatura de sí mismo. Rainer, en cambio, es un estrafalario con gustos demasiado suntuosos (too lavish) y predecibles, como su afición por los animales salvajes, un par de guepardos que cazan liebres en el ocre desierto de Arizona, sus elegantes vehículos, la flamante casa y el gusto por las camisas de estampados tan payos y tan vivos, característicos de todas las cintas sobre narcos, sin olvidar las botas de cuero de caimán. Cosa similar puede decirse de Fassbender, Diaz y Pitt. De hecho, la dirección de arte, la fotografía móvil, el manejo actoral son bastantes buenos y aceptables, desde luego, aquí no se trata de cine de autor y no habría por qué aplicarle tales raseros. La dinastía Scott, cercana siempre a la publicidad suntuosa de exclusivos comerciales, se ha caracterizado siempre por la fina factura de sus trabajos gráficos.

La historia es clara y arranca cuando una remesa de droga es interceptada en el camino. De una manera algo truculenta, desde el punto de vista del guión, se hace responsable al abogado, por el simple hecho de haber sacado éste de la cárcel al hampón cuya cabeza cercenan cuando va a toda velocidad en su motocicleta, valiéndose de un afilado y tenso alambre, con el fin de robar una pieza de encendido del camión, para despistar cargado de desechos sépticos, la cual portaba bien custodiada y oculta en el casco el siniestrado conductor. En realidad, son otros quienes se hallan detrás del madruguete. El abogado y varios desventurados (el cuerpo de la flamante esposa lo arrojan a un cerro de basura en México) serán meros chivos expiatorios. Desde luego, no es lo mismo chivos expiatorios que inocentes corderos. Westray es claro con el abogado: hay que estar siempre alertas para hacer la graciosa huida, desaparecer, llevarse todo el dinero consigo, cambiar de estilo de vida adaptándose a cualquier circunstancia y sumir tanto la cabeza que uno no se note, por ejemplo, perdiéndose en un convento de clausura. Único impedimento, en el caso del estilizado cowboy, el irreprimible gusto por mujeres de caché.

Filme que desde otros países puede juzgarse lene, si bien desde México adquiere una dimensión inquietante. Las tomas de zonas marginadas en Ciudad Juárez y barrios bravos en la Ciudad de México (posiblemente el rumbo de la Merced) confieren a este último trabajo de Ridley Scott un interés local notable.

El gran amor del consejero (the counselor), un cuasi consigliere italiano, lo que era Robert Duval para Marlon Brando en The Godfather (Francis Ford Coppola, 1972), es su mujer, para la cual adquiere en Ámsterdam un exquisito brillante. “No eres tanto tú sino lo que arrastras contigo en la caída”, una advertencia de Westray que ha de hallar trágico cumplimiento en la vida del hombre de leyes. Huyendo por varios países, incluido México, el abogado busca refugio y recomendaciones que resultan por completo inútiles. Rainer debe pagar con su vida lo lista que le salió Malkina, despiadada y despampanante archivillana (en una ocasión tiene sexo con el Ferrari amarillo de su marido, en un alarde fetichista, ofreciendo una demostración casi ginecológica a través del parabrisas del auto). Todos son daños colaterales para ella, que se ve a sí misma como una cazadora nata quien con nobleza cobra presas. Como el infortunado Westray quien, al intentar desaparecer y transferir sus fondos a algún paraíso fiscal, hallándose precisamente en Londres, un sicario disfrazado de deportista le coloca un bolito. Un diminuto artefacto provisto de un mecanismo mortífero que, por medio de un resistente cable metálico, acaba por cercenar la cabeza del victimado. Antes, haciéndole estallar la arteria aorta, con horripilante chisguete de sangre, hecho ante el cual todos los presentes se alejan despavoridos.

Filme que no pierde tiempo en nombrar culpables (CIA, DEA, los cuerpos militares o paramilitares, Estados Unidos, los banqueros, la judería internacional, los traficantes de armas, los productores colombianos o sus socios mexicanos) sino que plantea con llaneza el dilema moral que deben enfrentar aquellos cuya sed de lujo y superioridad los lleva a pasar por casi todo, exponiéndose a terminar en un territorio ignoto donde rigen otras leyes y todo es posible, aun lo más inverosímil y sanguinario. La lección es cristalina: amasar fortunas exprés es un cáncer, más que un sueño, del que debe deshacerse la sociedad actual. Filme que desde otros países puede juzgarse lene, si bien desde México adquiere una dimensión inquietante. Las tomas de zonas marginadas en Ciudad Juárez y barrios bravos en la Ciudad de México (posiblemente el rumbo de la Merced) confieren a este último trabajo de Ridley Scott un interés local notable. ¿Es posible decir más? Obviamente sí. ¿Conviene hacerlo? Es inútil, pues parecería exageración, petulancia o pura fantasía. Para el buen entendedor pocas palabras. Especie de tributo póstumo, por parte del director, a causa de lo cuidado de ciertos elementos amén de otros indicios de naturaleza anecdótica, en recuerdo de su hermano menor Tony (1944-2012), muerto suicida en Los Ángeles, durante el rodaje de la cinta en Londres. ®

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Publicado en: Cine, Marzo 2014

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