Son tiempos difíciles, delicados y muy confusos para las artes y en la realidad. Cae uno en la cuenta de lo anterior cuando ya resulta igual de esnob quejarse, como un acto reflejo, de la Feria de Arte Contemporáneo, que entusiasmarse ciegamente o por pura inercia del mismo evento.
Algunos apasionados por la feria están tan seguros en su impostura que hasta traen la convicción en su facha. Los quejosos cargan un escepticismo sin argumentos, que los arrastra a un desencanto predecible o, cuando menos, a cierto desánimo sin convicción.
Así como otros que argumentan la preponderancia de La Idea, más bien defienden al concepto por sobre todas las cosas. Alegan la supuesta inteligencia de “la pieza”, la frialdad de la concepción o la consabida “indiferencia del gusto” en el objeto industrial convertido, por obra de su gracia, en artístico.
Así es como unos que dicen abogar por la pintura, no defienden tanto el arte de la pintura, defienden más bien el oficio, la técnica, la habilidad; la figuración y la narración pictórica; lo diestro de la manualidad y cierta exageración o teatralidad en los temas. Pero no necesariamente valoran un talento creativo para pintar, o un genio pictórico. Así como otros que argumentan la preponderancia de La Idea, más bien defienden al concepto por sobre todas las cosas. Alegan la supuesta inteligencia de “la pieza”, la frialdad de la concepción o la consabida “indiferencia del gusto” en el objeto industrial convertido, por obra de su gracia, en artístico. Eso lo justifican con argumentos prestados que suponen novedosos para el público, la crítica y el mercado. Así como arguyen, también con argumentos robados, en la futilidad de lo manual y cuestionan hasta la autoría personal de la obra artística, todo mientras imponen el choro interminable por delante de lo visual. Y ni unos ni otros —sean rudos o técnicos, artezánganos o intele¿cuáles?—, reconocen qué se fusilan, qué fuentes citan o a qué artista pertenece eso que argumentan, pintan, o eso estético que dicen enarbolar. Por eso todo les parece nuevo, tanto si es algo referido al ya centenario ready-made, como si es la mística de siempre, de la manuhabilidad (sic), de lo técnico o lo melodramático que pintan.
Aun así fui a La Feria con resignación, aunque ya luego me encantó una parte de ésta. Sí, como los organizadores decidieron “incluir también a la modernidad”, “algo vital e inexistente” en ediciones anteriores. Resulta que fue esa modernidad lo que primero me encaminó y luego más me entusiasmó de Zona Maco. Al igual que el arte de finales del siglo pasado, al que todavía se le denomina, creo, contemporáneo, más otras gratas sorpresas jóvenes y otras no tanto. Por eso lo de las llamadas “Nuevas Propuestas” no logro distinguirlas de las “viejas”, pues algunos veteranos me parecieron más vitales que muchos adolescentes “provocadores” o “rompedores”. Y entre lo que uno alcanza a percibir, dentro de tanta confusión estacional, espacial, estética, rebelde y mercantil, es que en La Feria todo es simultáneo. Aunque es el precio el que termina por “aclarar” cualquier confusión temporal, además de limitar cualquier argumento y delimitar cualquier incertidumbre. Aunque, como es sabido, hay obras que se crean con fecha de caducidad, sin importar su precio. Y otras, añejas, adquieren relevancia con el tiempo, como los buenos vinos, se vuelven caras. Picasso afirmó que el arte verdadero siempre vive en el presente. ¿Pero lo dijo sin saber a qué precio, o sin importar el precio del arte de hoy? Pregunta pertinente para este presente confuso.
Bien, pues parte de esos entusiasmos modernos, nuevos o veteranos, se perciben en las fotos que acompañan a este texto. A veces no son necesariamente las obras exhibidas las que pueden despertar, por sí mismas, la admiración o la indiferencia. Son los diversos contrastes que se dan entre las galerías; entre “lo nuevo”, “lo último” y “lo anterior”, contemporáneo, moderno o vanguardista. Contrastes que casi no se logran percibir ni valorar como arte, lo que quiere decir que no tienen precio. Sí, toda esa multiplicidad de contrastes gratuitos. Ya sean entre los tiempos simultáneos de la feria por las diferentes estéticas presentes, o entre lo expuesto y el público asistente. Entre el personal de las galerías y las obras nombradas maestras, o entre los modestos empleados del centro de exposiciones y las llamadas piezas artísticas. Y, por último, los otros marcados contrastes entre la gran diversidad de seres congregados en ese espacio bullicioso. Sí, es el ambiente general que se respira dentro de Zona MACO y que rodea a las obras, lo que también puede mover a la emoción o al fastidio, según se sea rudo o técnico o, como en mi caso, que ni me gustan las luchas.
Sí, son tiempos difíciles, delicados y muy confusos en realidad. ®
Rosario Guillermo
Cuando salí de MACO, salí con una sonrisa que yo, en su momento no me pude explicar. ¿Porque me gustó? No tanto. Sin embargo no me disgustó del todo, algo la hacía mejor que las otras. Había algo mas en mi ánimo que el haber cumplido con la tarea de constatar qué tan malito seguía el enfermito, o que no estaba enfermito, que se había convertido en un mutante al haber sobrevivido tanta maldita enfermedad y que ya así se iba ( ¡ni modo, entiéndelo!) a quedar para siempre.
Después con mis amigos externé mis pensamientos y concluí que mi sonrisa estaba totalmente ligada a lo que expone Flores Richaud, y que ahora leo, en su artículo. Felicidades amigo.
Y ustedes señores de MUTANTE sépanse que extraño terriblemente la revista impresa.
gracias