AMLO no hizo ninguna Revolución. Ni una con mayúscula, como la francesa iniciada en 1789, ni de otro tipo. Ninguna. Ni violenta ni pacífica. Tampoco hicieron, él y sus seguidores, una transición democrática. Lo que vivimos es un intento de restauración autoritaria.
La “cuarta transformación” nacional como Revolución es una idea con la que han jugado varios propagandistas de AMLO. La ha sobado, entre otros, ese vejestorio cultural y paradójico Goebbels sexenal de apellido Barajas, el Fisgón. Recientemente la repitió otra propagandista:
De mentes soñadoras —¿o mentirosas?
Dice la Motte que aquí ya hubo Revolución y una como la francesa, pero pacífica, y gracias a López Obrador, obviamente. Con el tonito mamón por el que se les critica para que inmediatamente después se quejen de la “soberbia” de la crítica, la propagandista agrega que no nos damos cuenta de lo revolucionarios que han sido… Él, ella, ellos, grandes revolucionarios… Pero la que no se da cuenta es ella. Creció mediáticamente en el propagandismo y baja argumentativamente con él.
Una Revolución es un proyecto de transformación total, un intento de transformar radicalmente las estructuras políticas, económicas y socioculturales de un país. Las Revoluciones —las reales, las de la historia— son muy complejas, recurren a las violencias, desean ser rápidas pero toman más de cinco años, terminan traicionando sus principios y (re)centralizando el poder, y aunque logren cambios profundos no necesariamente son buenos o los que se planearon desde aquellos principios. Nunca logran la transformación total, al 100%, que se buscaría: siempre hay más de una cosa relevante que no pueden destruir o que acaban por reciclar. Nunca han logrado cambiar todas —o todo en todas— las estructuras. Si así fue en cada una de las Revoluciones, ¿cómo sería en “la cuarta transformación” que no es Revolución? Porque no lo es: se trata de la conveniente boda entre un intento reaccionario de transición autoritaria por hambre de poder y una retórica de épica democrática centrada contradictoriamente en un hombre al que los y las Motte veneran.
La Revolución francesa que refiere la maestra obradorista tomó más o menos diez años —y comparativamente eso significa que murió joven—, provocó decenas de miles de muertes, produjo y desechó más de dos Constituciones, y aun así no transformó literalmente todo… Tiró una monarquía que había sido absolutista, fundó una república en 1792, abrió una cultura de derechos ciudadanos y hasta repartió más tierra que la Revolución mexicana, es decir, hubo cambios, muchos cambios, buenos cambios, y sin embargo… no se movió todo. ¿Absolutamente todos los cambios fueron buenos? No. Tampoco todos fueron directos o lineales, ni todos duraderos: la república vivió poco, en 1802 agonizaba y en 1804 Napoleón ya era emperador. Y Napoleón acumularía mucho poder pero no por mucho tiempo: en 1814 su poder imperial se derrumbó y el “gran hombre” abdicó (en un sentido, ese poder ya había muerto con la derrota en la “Batalla de las naciones” de Leipzig en octubre de 1813). La Segunda República francesa apareció hasta 1848, lo que significa que la Revolución creó la Primera República de la historia francesa pero también provocó o creó las condiciones para una Restauración antirrepublicana, primero con la nueva casa de Napoleón, surgido de la Revolución y tanto su aplicador ideológico como su traidor político, y luego con las casas de los Borbones y los Orleans (Luis XVIII, Carlos X, los dos últimos borbones, y Luis Felipe de Orleans, monarca muy deslavado en comparación pero aún monarca). Lo que estoy mostrando es que las Revoluciones, en general, y la francesa, en particular, son mucho más complejas de lo que dice Motte. Mucho más. Y no son la perfección de la construcción ni de la destrucción, esto último muy bien mostrado por autores diferentes como Tocqueville, Jouvenel o Furet. Pero la mente propagandista, como la de Motte, tiene que simplificar y exagerar.
Lo que vivimos, lo que sufrimos porque sigue en curso, es un intento de restauración autoritaria: un intento de cambiar el régimen político, de una democracia muy defectuosa y deteriorada a un régimen no pluralista y por tanto no democrático, similar al del PRI clásico, con un hiperpresidente obradorista, el partido Morena como partido hegemónico…
La Revolución francesa, con todo lo emocionante que puede tener y con lo racionalmente admirable que tiene, no dejó de fracasar: no cumplió cabalmente —no se podía— con todos sus ideales, acabó en un fratricidio cuyo punto más alto fue el Terror de Robespierre y, como todas las Revoluciones, dio paso y camino a un régimen similar al que se opuso. No obstante, la maestra Motte dice que su partido, el partido obradorista con su líder indiscutido, y su gobierno han hecho en cinco años lo mismo o más que la gran Revolución liberal… Eso y pacíficamente. Dos cosas deben ser obvias. Una, que Motte no conoce a fondo la Revolución francesa; otra, que el obradorismo no es ninguna Revolución.
No, AMLO no hizo ninguna Revolución. Ni una con mayúscula, como la francesa iniciada en 1789, ni de otro tipo. Ninguna. Ni violenta (físicamente) ni pacífica. Tampoco hicieron, él y sus seguidores, una transición democrática. Lo que vivimos, lo que sufrimos porque sigue en curso, es un intento de restauración autoritaria: un intento de cambiar el régimen político, de una democracia muy defectuosa y deteriorada a un régimen no pluralista y por tanto no democrático, similar al del PRI clásico, con un hiperpresidente obradorista, el partido Morena como partido hegemónico y elecciones de competitividad decreciente bajo control partidista o gubernamental (ésta es la traducción aspiracional de la obsesión contra el IFE y el INE preTaddei). Ese intento no se ha concretado, no lo han logrado, siguen intentándolo.
Así que si en algo se parece “la cuarta transformación” de AMLO a la Revolución de los franceses no es en el conjunto, no es en lo bueno, no es en la mayoría de los detalles, sino en dos hechos y una posibilidad genéricos: incumple ideales (simple retórica en el caso de AMLO), recentraliza el poder y puede terminar en un tipo de restauración político–institucional. Todo según sus proporciones. En todo lo demás no se parece: el obradorismo no tiró una monarquía “prianista” —la transición democrática que niega AMLO es la que tiró la “monarquía” presidencialista del PRI hegemónico hasta mediados de los años noventa—, no refundó la república, no ha prescindido por completo de la Constitución sino despreciado y violado la Constitución; afortunadamente no ha llevado a cabo ni uno ni más procesos nacionales constituyentes, no ha matado gente por política (quiero decir, no en la guillotina, sí en la pandemia), no formó una nueva cultura mayoritaria de derechos ciudadanos, no repartió tierra ni nada equivalente (reparte dinerito a cambio de votos, que no es igual), no reparte la riqueza como se debe repartir desde la izquierda con poder, en el que no ha cumplido seis años. No hubo Revolución obradorista. No la habrá. No me quejo… No me quejo de que no haya una Revolución obradorista. Quiero cambios pero no tengo sueño revolucionario y no puedo querer que los cambios sean obradoristas. Señalo hechos. Refuto propagandistas. Refuto a Motte.
¿Mansplaining? Oración no convencional pero necesaria: ja ja ja, no… Esta refutación me la pidió una amiga que no es machista sino que sabe que he trabajado sobre Revoluciones, además de ser crítico del obradorismo. Yo no soy antifeminista, como consta en muchos textos y propuestas, AMLO sí lo es, y a él lo defiende Motte. Y he criticado, desde hace muchos años ya, a propagandistas hombres como Jorge Zepeda, Lorenzo Meyer, Paco Ignacio Taibo II, Genaro Lozano, Hernán Gómez, hasta Jairo Calixto Albarrán. Los critico por “propagandear”, por mentir, omitir y deformar, no por ser hombres; argumento contra Motte como argumento contra ellos; ni sólo la critico a ella ni la critico por ser mujer. Independientemente de género, sexo, orientación sexual, preferencias personales, edad, religión, equipo de fútbol, apellido, título o peinado, la propagandista Motte no sabe sobre lo que tuiteó. O mintió, que sería peor. Como todos los obradoristas repitió lo que les hace quedar bien y sentirse mejor —si “la cuarta” fuera una Revolución, ellos y ellas serían revolucionarios, y evidentemente quieren parecer lo que sueñan ser pero no son.
¿Transformación cultural estructural? ¿Por AMLO y durante su gobierno? Veamos a través de preguntas. ¿Se instaló mayoritariamente una cultura de la legalidad? ¿Se destruyó toda cultura de la corrupción? ¿Ya no hay cultura política presidencialista? ¿Se volvió mínima? ¿La mayoría de los mexicanos se hicieron de una cultura de progreso social?
¿Transformación política estructural? ¿Pasamos de un sistema de gobierno presidencial a uno parlamentario? ¿A uno semipresidencial o semiparlamentario, cuando menos? ¿El sistema de partidos ya llegó a un orden nuevo y estable o hasta definitivo para caracterizar un periodo histórico? Morena quiere ser partido hegemónico —lo que no sería una buena transformación—, pero ¿ya lo es? ¿El sistema electoral es radicalmente distinto y mejor? ¿O ha desmejorado poco a poco gracias al obradorismo? ¿El INE de Taddei no es peor ni mejor sino sola y absolutamente diferente? La Constitución ha cambiado porque ha sufrido reformas, pero ¿ha cambiado tanto como quiere AMLO?
¿Transformación económica estructural? ¿Ya no hay capitalismo? ¿Qué tipo de sistema general de producción existe? ¿Ya no hay capitalismo de cuates? ¿Qué otro tipo de sistema de producción capitalista se creó en su lugar? Transformación estructural de la economía es transformar de raíz: sustituir un “modo de producción” por otro o sustituir el tipo dentro de un modo por otro tipo dentro del mismo. En México ni siquiera ha cambiado por completo el modelo de política económica federal. Con el T–MEC, proyectos como el Corredor Interoceánico y el Plan Sonora, y con la misma estructura–política fiscal, México no ha salido del neoliberalismo. ¿Cómo haber hecho una Revolución conservando la fiscalidad pro–ricos? ¿Cómo haber hecho una transformación estructural de la economía sin haber hecho una transformación de la (sub)estructura de los impuestos?
Karla Motte no puede responder todas esas preguntas con pruebas empíricas a favor de AMLO y su gobierno. Esas pruebas no existen.
¿Y cómo se pudo hacer una Revolución, en el sentido que implica Motte, si la familia Hank es aliada de López Obrador? La misma tuitera que dice que no nos damos cuenta de lo grandiosa que es la presunta transformación obradorista no se dio cuenta de que la joven que menciona críticamente en su tuit, Nirvana Hank, es parte de una familia de multimillonarios provenientes de la corrupción del autoritarismo del PRI pero aliada en el presente al autoritarismo de Morena y AMLO. La Hank es una familia ejemplar del capitalismo de cuates que forjó el antiguo régimen priista y que no destruyeron ni el régimen de la transición ni el gobierno de AMLO que aspira a ser la nueva edición de ese antiguo régimen. Uno de los hijos de Carlos Hank González, Jorge Hank Rohn, es dueño de los casinos Caliente y del partido PES en Baja California, y el PES era en 2018 y es en 2024 un aliado de AMLO; el otro hijo, Carlos Hank Rohn, es dueño del grupo empresarial Hermes, producto del poder político del padre, y su hijo Carlos Hank González (homónimo del abuelo) preside Banorte y forma parte del Consejo Asesor Empresarial del presidente López Obrador. Este nieto del símbolo priista es también hijo de Graciela González, heredera del Grupo Gruma (Maseca), con quien se casó Carlos Hank Rohn, matrimonio de línea similar al de uno de los hijos de Carlos Slim, el empresario tradicional favorito de AMLO, y la hija de Miguel Torruco Márquez, el secretario de Turismo de AMLO, cuyo hijo Miguel Torruco Garza es diputado federal de Morena. Pero Karla Motte no se da cuenta…
Conclusión
¿Ha construido AMLO en la presidencia? Relativamente poco y generalmente mal. ¿Ha destruido? Obvio: más de lo que ha construido. Pero no ha construido ni destruido al nivel de Revolución, definida la Revolución normativamente o empíricamente, como hice en el párrafo tercero de este texto. La Revolución no es lo que Motte parece creer que es e incluso si lo fuera no sería el obradorismo uno de sus casos. Tampoco ha hecho AMLO una transición democrática. Ni ha sido un gobernante inocuo. Lo que más ha hecho es hablar, mintiendo e insultando, e intentar destruir, por lo que su mayor “logro” es el deterioro institucional del Estado y del régimen democráticos ya deteriorados. Esto es lo que ha intentado y sigue intentado destruir: el sistema electoral democrático y el sistema de partidos plural. No el sistema de gobierno presidencial, al que no quiere parlamentarizar ni despresidencializar en grado sino hacerlo más presidencialista. Por eso intenta destruir la división de poderes. No ha intentado destruir las malas culturas (decir que las combate no es combatirlas), tampoco el binomio capitalismo cuatista–neoliberalismo (arriba se dijo por qué). Por eso lo que dicen los obradoristas es falso y también lo que dice la oposición más derechista.
Cortando caja, lo que AMLO hace es un intento de transición autoritaria sin Revolución. La Revolución histórica termina con un tipo de transición autoritaria, la transición autoritaria no necesariamente es Revolución. ¿Qué es el intento transicional de AMLO? Elecciones morenistas y sistema de partidos morenizado que estén al servicio no sólo de las élites del partido Morena sino de presidentes(as) que reconozcan a AMLO como líder histórico y “espiritual”. No hay construcción revolucionaria ni de transición democrática. No hay destrucción revolucionaria, más allá de los sueños o aun de las intenciones. Hay destrucción en/por el intento de transición autoritaria, disfrazada de democracia de izquierda. Esto último implica un discurso y por tanto propaganda, y en esta propaganda cumple una función Karla Motte, como muchos más. No es más. ®