Amor, nada duele y,
no obstante, perderse
en la tersura
de la página en blanco,
que nada dice pero
todo la habita.

El pequeño paraíso,
dijo Le Goff a la isla
de los ermitaños,
mas muerto para
las cosas de Dios
el paraíso es,
como migaja,
seda y ardor
en el estómago;
más duradero
el paraíso
que no se mueve
pero da frutos
que alumbran
y se caen;
seda como lo suave,
suave
como lo imperceptible,
imperceptible
como la muerte,
y arde como lo vivo,
luego entonces
muero porque no muero.
La lentitud de lo bello,
paraíso,
pues con el tiempo
y sus pasos de loco
sorprende, de pronto,
la calma,
a la manera
en que las palomas
saben dormir
y los perros
vigilar por la madrugada.
Amor, nada duele y,
no obstante, perderse
en la tersura
de la página en blanco,
que nada dice pero
todo la habita.
Parece que Cristo
nos ha dejado solos,
por un instante huecos,
pero no perdidos;
amor, no todo lo que es,
de cierto a las entrañas,
resulta lo esperado,
más bien sentir y, sí,
dormir, que es cosa
ajena pero vívida;
más bien el amor
como el estómago
infinito,
como infinito
es el modelo
que de los sesos
dice sea
y nada guía
salvo el deseo
de ver, a ciegas,
lo que nos forma
y desvanece.
El hecho mismo
de amar a un grillo
y saber que, en efecto,
nos es nuestro,
nos canta,
y perderlo,
perderlo todo
cuando, por muertos,
nada nos es propio. ®