¿Qué ocurre si fusionas las fotografías de Rafael del Río y un poema de Ricardo Castillo? Atestígüelo usted mismo.
El campo ofrecido
El indigente lugar que la carne es
La tumba líquida donde flota la tumba misma
bulto aserrín de sueños que nadie alcanzó a tener
artilugio del agua que simula un milagro que no regresará
fecha de iniciación donde empieza el olvido
cuerpo mal zurcido en una piel que ya no sabe
de retoño
reloj de arena descompuesta mide el instante que se congela
en la tenaz divinidad que porta un ser humano en las quijadas
vísceras, sacramentos digeridos por un estómago enfermizo
espejo que reproduce nuestro horror
tosco cristal que no quiere engendrar ningún vaho
Junto a dos pies como dos cristos que descienden
de su cruz
una boca femenina que ha perdido la memoria
de ser todavía boca
órbitas ruinosas sin el poder de conservar
su mirada seguramente sutil
sexo prometido en el que ninguno busca ya
la recompensa
manos con el vacío todavía entre los dedos
flotan en la anónima paz de un aire de formol
un pedazo de cabeza al que nadie quiso cortar
la blanca barba
labios adentro abre el indolente hueco
como un cero oblicuo que casi suena a ronquido
¿Algún terco encantado queda?
aire que ya no existe, alma que desde allá me ves
—Texto de presentación de la exposición Aire que ya no existe de Rafael del Río, de 1998. El título de la exposición corresponde a una línea de un poema de José Emilio Pacheco.
Aire que ya no existe
Ante la serie de fotografías tomadas por Rafael del Río en el anfiteatro es inevitable recurrir a lo que Roland Barthes expresó con respecto a que la imagen fotográfica “sólo adquiere su valor pleno con la desaparición irreversible del referente, con la muerte del sujeto fotografiado, con el paso del tiempo”. Rafael del Río se acerca al tema de los cadáveres para capturar no la imagen que repele y asusta sino la imponente estética que los cuerpos inertes expresan en el último gesto de su existencia como materia.
Esta serie fotográfica no es, hay que reiterarlo, sensacionalista, sino una búsqueda de valores plásticos (composición, contrastes, gradaciones tonales, ritmos…) y tiene como referentes visuales algunos dibujos y murales de José Clemente Orozco, esto último seguramente ajeno al propósito del fotógrafo.
Con estas imágenes, Rafael del Río demuestra que no son los temas en sí mismos los que le dan valor al arte fotográfico —y también a otras disciplinas— sino la manera como se resuelven técnica y estéticamente los asuntos que se abordan. Sin embargo —y de ahí su valor artístico—, hay en esta serie toda una poética sobre la muerte que sugiere múltiples lecturas, diversas interpretaciones; como, por ejemplo, que en esos despojos humanos hay, paradójicamente, una vitalidad expresiva, clara y transparente que sólo fue posible captar en un sitio donde el aire ya no existe. ®