Personajes con su propia complejidad. Justo lo necesario para conseguir una buena novela. La novela se divide en un antes y un después de la lluvia de cenizas. Una vez que ésta llega provoca el cambio brutal no sólo del entorno geográfico sino de los personajes y de sus circunstancias primarias.
Ese es uno de los tantos defectos que tienen los jóvenes narradores hoy en día. Miren ustedes: saben de estructuras temporales del relato. De los distintos desenlaces que se pueden plantear en una narración. Incluso van más allá de la clásica estructura lineal y se atreven a jugar con estructuras narrativas cada vez más cercanas al lenguaje cinematográfico o virtual. Hasta aquí vamos bien. Pero vuelvo a lo mismo: uno de los tantos defectos está en el uso que hacen del lenguaje escrito. No se trata de ir a las prisas en un mundo que de por sí nos obliga a vivir acelerados. Por eso, a la pregunta de cómo se aprende a escribir, Rubén Bonifaz Nuño contestó: Cuando se consigue pasar lo que se piensa al papel. Supongamos que una vía para hacerlo es la respiración. De entrada nos parece sencillo. No lo es.
Respirar.
Es una parte fundamental. Una vez que aprendes a respirar a través del cuerpo de tu cuento o de tu novela compruebas que la respiración te exige el uso de frases cortas o de frases largas según la intensidad de lo que estás creando. No se trata de sacar todo el oxígeno como se nos venga en gana y escribir como la secretaria que toma un dictado. Eso es muy sencillo; de hecho, hasta publican quienes lo hacen (y no son secretarias). Así que si no tienes de entrada las nociones de tu oración simple estás perdido. A ver: sujeto más verbo más predicado. No es tan complicado, ¿verdad? Porque antes de presumir que se es narrador, novelista o poeta, el autor debe ser un maestro de español. No para imponer sus correcciones a los demás —que eso ya lo hacen los viejitos de la academia— sino para corregir sus propios textos con la disciplina y el rigor necesarios. Muchos van por las oraciones complejas y no dan ningún respiro a sus párrafos, los ahogan. Con la lengua de fuera. Así termina el lector. Y una vez que llega el cansancio en la lectura se esfuma la comprensión. Cierran el libro. Está bien que así sea.
La prosa. Un ritmo cargado de intensidad desde el primer momento: Tom oye el ruido desde el otro lado del vestíbulo, que logra llevarnos de la mano por quieren donde los personajes y la autora. Son certeros y breves latigazos.
Sirva lo anterior de introducción para admirar uno de los aspectos más destacables de En el bosque [México: Sexto Piso, 2013], novela de Katie Kitamura. La prosa. Un ritmo cargado de intensidad desde el primer momento: Tom oye el ruido desde el otro lado del vestíbulo, que logra llevarnos de la mano por quieren donde los personajes y la autora. Son certeros y breves latigazos. Como de enseñanzas del inglés. ¿Recuerdan ustedes algunos de los parlamentos del teatro de Ionesco?
Al recurrir al empleo de frases cortas, Kitamura (1979), quien pasó su infancia entre Japón y California y colabora para distintos medios, entre los que destaca el periódico inglés The Guardian, así como The New York Times, construye detalladas —no descriptivas— imágenes que van de la belleza al horror. Porque si algo mantiene el suspenso en la novela es que das vuelta a la página y temes que ocurra algo, lo presientes; las atmósferas están dispuestas para que así suceda: un misterio cercano a las mejores novelas del género policiaco. No es ocioso señalar que en algún momento la autora coquetea con distintos géneros que el lector bien podrá apreciar.
Un pusilánime Tom que termina por ver cómo el mundo se desmorona bañado en macabras cenizas. Su tiránico padre y su astucia para hacerse de una amante sin remordimientos, que provoca, junto con varios hombres, una de las más bellas escenas eróticas de la novela.
En la cuarta de forros de este libro Salman Rushdie advierte que al leer a Katie Kitamura piensa tanto en Coetzee como en Gordimer. Durante la lectura yo tuve momentos más cercanos al Joseph Conrad de Lord Jim o de Nostromo. Aunque también al Coetzee de Desgracia y La infancia de Jesús. Tal vez por la degradación sistemática que hay de los personajes. Un pusilánime Tom que termina por ver cómo el mundo se desmorona bañado en macabras cenizas. Su tiránico padre y su astucia para hacerse de una amante sin remordimientos, que provoca, junto con varios hombres, una de las más bellas escenas eróticas de la novela. Una zona geográfica cerrada. Personajes con su propia complejidad. Justo lo necesario para conseguir una buena novela.
La novela se divide en un antes y un después de la lluvia de cenizas. Una vez que ésta llega provoca el cambio brutal no sólo del entorno geográfico sino de los personajes y de sus circunstancias primarias —de aquí la degradación. Viene entonces un proceso de revelación. Y el derrumbe de dos geografías paralelas: la colonial y la familiar. La destrucción del presente inmediato. Katie Kitamura, destacada joven autora, sin duda. ®