¡Aquí va mi editor!

Letra bastarda, de Felipe Ponce

Felipe se ha ganado a pulso el título de editor, pues se ha dedicado a publicar a los escritores —hombres y mujeres— que cumplen sus expectativas literarias y estéticas. Así, Arlequín puede presumir ya de un extenso catálogo de autores no únicamente mexicanos, sino de otras latitudes del mundo.

Quien se mete a periodista
¡Dios le valga, Dios le asista!
Él ha de ser director,
Redactor y corrector,
Regente, editor, cajista,
Corresponsal y maquinista;
Ha de suplir al prensista
Y a veces… hasta al lector.
El Monitor Republicano, 1886.

Éste es el prólogo que escribí para Letra bastarda. Edición independiente y mundo del libro en Guadalajara, 2015–2019, de Felipe Ponce, publicado por Arlequín en este 2022. Al final se incluyen tres textos del libro.

* * *

Cuando conocí a Felipe Ponce en una ya lejana Feria Internacional del Libro de Guadalajara no sabía que muchos años después sería uno de mis editores, uno muy cuidadoso y conocedor del oficio. Arlequín, editorial independiente —del Estado, de las grandes corporaciones nacionales y extranjeras—, empezó a distinguirse por el cuidado de sus ediciones, un cuidado que les prodigaban Felipe y Elizabeth Alvarado por igual.

Felipe se ha ganado a pulso el título de editor, pues, a diferencia de los publishers —que publican lo que se les ordena, les guste o no—, se ha dedicado a publicar a los escritores —hombres y mujeres— que cumplen sus expectativas literarias y estéticas. Así, Arlequín puede presumir ya de un extenso catálogo de autores no únicamente mexicanos, sino de otras latitudes del mundo. Y no sólo eso, también se ha dedicado a pensar y escribir generosamente sobre su trabajo y las muchas peripecias que lo rodean. Al de editor se suma el oficio de periodista —de ahí el epígrafe que abre este homenaje.

Cuando mi padre llegó a la Ciudad de México desde Torreón, con mi madre y dos hijos pequeños —yo, el mayor— consiguió trabajo en el diario El Universal, como linotipista, primero, y después como corrector. “El linotipo”, escribí en un artículo en 2008, “es una enorme máquina de escribir con un caldero lleno de plomo fundido que servía para componer las líneas tipográficas que formarían las planas de libros, revistas y diarios. Hoy es una pieza de museo, como el que se encuentra en el edificio del Fondo de Cultura Económica en la Ciudad de México, a las faldas del Ajusco. Actualmente los talleres de imprenta tienen máquinas de offset silenciosas, del tamaño de un tráiler, operadas por computadora. Para diseñar una publicación es suficiente con una laptop y un par de programas de edición. Muy lejos en el pasado quedaron los restiradores, el cutter, el laborioso paste–up y las aparatosas máquinas de fotocomposición, que recuerdan a esos armatostes plagados de foquitos de los científicos deschavetados en las candorosas películas del Santo, el Enmascarado de Plata. En estos días ya no es necesario llevar los originales mecánicos a la imprenta, pues éstos pueden enviarse rápidamente por correo electrónico, aun si la casa editora se encuentra en Honk Kong o en Shanghai” (“El siglo digital”, zonezero.com, agosto de 2008).

Al igual que mi padre, Felipe también transitó de aquellas enormes máquinas a la tecnología digital, que ha hecho muy accesible el oficio de impresor a quien quiera ensayarse como tal —lo que no quiere decir que todos lo hagan con dedicación, cuidado y pasión: más bien sucede casi todo lo contrario: el oficio se ha plagado de improvisados que no conocen de sintaxis ni, mucho menos, de cómo se arma un libro.

Todo esto para hablar de Felipe Ponce, de quien admiro su entrega y pasión por el oficio. Sabe de cursivas y versalitas de elegancia al componer una página; de márgenes y medianiles, de cajas y, desde luego, de diseño. No conforme con eso ha tomado cursos y diplomados aquí y al otro lado del océano, a veces en compañía de su esposa y socia Elizabeth.

Es una pena ver cómo han ido desapareciendo los correctores y los editores de las casas que publican libros y revistas, por ahorrarse unos pesos. Y también es muy penoso encontrar libros “corregidos” por personajes que creen conocer el oficio y se quedan en las orillas. Maxmordón es un término en desuso que significa “Hombre de poca estima, tardo, pasmado y sin discurso” y también “Hombre taimado y solapado”. La palabra fue rescatada por el poeta Gerardo Deniz para aplicarla inmediatamente a uno de sus colegas, “un sabihondo típico de editorial”, uno de ésos que se solazan exhibiendo sus conocimientos del diccionario o la enciclopedia y explicando con petulancia la grafía o el uso correcto de tal o cual frase o palabra. Verdaderas ratas de escritorio que no tienen otra cosa que hacer en su tiempo libre más que esperar a que den las ocho de la mañana para empezar a fastidiar al resto de la oficina con su falsa sapiencia. Mi padre, que era un viejo sabio, me enseñó los principios de la corrección y de la edición y me encaminó en el oficio, en el que sigo y por el que he conocido a otras eminencias a quienes he tenido el placer de publicar o de colaborar con ellos (escribí un poco más sobre esto en “Gerardo Deniz vs. Max Mordon (y la poética de la historia)”, Periodismo cultural en tiempos de globalifobia, México: Conaculta, 2006).

Todo esto para hablar de Felipe Ponce, de quien admiro su entrega y pasión por el oficio. Sabe de cursivas y versalitas de elegancia al componer una página; de márgenes y medianiles, de cajas y, desde luego, de diseño. No conforme con eso ha tomado cursos y diplomados aquí y al otro lado del océano, a veces en compañía de su esposa y socia Elizabeth. Los libros de Arlequín son de los pocos que carecen de erratas —aunque al mejor cazador se le va la liebre.

Aunque este libro que tienes en las manos no es propiamente un manual de edición, es fruto de un experto en tan noble profesión que se ha tomado el tiempo para reflexionar en torno a ella y las experiencias y anécdotas que tienen que ver con un largo recorrido ya por el mundo de los libros. Sus amarguras y sinsabores pero también las muchas satisfacciones y aprendizajes que le ha dejado, que le sigue dejando.

El universo de los libros es uno que también está lleno de obstáculos. No se trata solamente de materializar en un objeto un legajo escrito por una mujer o un hombre talentosos, sino de imaginarlo, sortear los trámites burocráticos, encontrar el tamaño adecuado y buscar la tipografía ideal… editarlo, corregirlo, formarlo y diseñar la portada. Darle vida: distribuirlo, promoverlo, presentarlo en ferias y en los medios. Y esperar que los lectores lo encuentren, lo compren, lo lean y hablen de él como una buena experiencia.

“No debe decirse todo lo que se piensa. No debe escribirse todo lo que se dice. No debe publicarse todo lo que se escribe. No debe leerse todo lo que se publica”, reza un viejo y sabio proverbio judío que Felipe Ponce sabe llevar a la práctica. Como buen editor, es selectivo —aunque no es posible publicar todo lo que uno quisiera…— y escoge muy bien sus proyectos, y en Letra bastarda nos cuenta de ellos y de muchas cosas más que tienen que ver con la vida de un lector, de un corrector, de un hombre apasionado de la edición y de la cultura.

Este libro debe leerse con una doble mirada atenta: qué nos dice Felipe, y cómo lo dice: la tipografía y sus características —vean esas pequeñas letras mayúsculas, las versalitas, y las cursivas… Tienen funciones muy específicas y aquí lo van a descubrir—. Es un volumen elegante y sobrio, ameno y sí, muy entretenido. Un libro sobre hacer libros y para qué.

Nos vemos en la última página.

Las cursivas son mías

Felipe Ponce

El palabro bastardo me ha fascinado por todos aquellos significados positivos que se infieren de quien ha remontado, con todo el ánimo, tal condición tan injusta; y la letra bastarda o bastardilla fue el nombre español y antiguo para referirse a la tipografía cursiva. Cuando a principios de 2015, la periodista Dalia Zúñiga me invitó a colaborar en El Diario NTR con una columna semanal, asentí rápido y casi le espeté el título para esa publicación, pues la idea ya rondaba por mi cabeza. En esa cita textual a la que me invitaba haría mis subrayados, es decir, pondría mis cursivas para llamar la atención sobre aquellos aspectos que me subyugaban del mundo editorial y cultureta, por supuesto, a través del cedazo de mis piensos degenerados, en el sentido de mi condición de bastardía cultural y social. Y así fue.

En los casi cuatro años en que estuve dando las colaboraciones, puse mis mejores empeños para hacer una columna con información asimilada y vivaz, no solo para lograr visos de certidumbre, sino para contrastar con la retorcida realidad de esta esquina del mundo, muy dada a las apariencias. En congruencia con su degeneración, la columna fue, a veces, un diario, otras, una simple introspección, las notas de un viaje, la narración de una o varias anécdotas y, muy ocasionalmente, una repisa para delirios poéticos. Espero que estas incongruencias no empañen la constante busca de veracidad en el propio quehacer editorial y en la relación con los otros.

Solo diré que muchos de los problemas expuestos en las columnas se agudizaron sin remedio, casi a la par del tiempo pastoso y gris que se derramó con la pandemia de 2020 y 2021… Y después, como corolario a la pesadilla de pánico y muerte por los virus, amanecimos un día con la broma de que Guadalajara iba a ser la capital mundial de libro.

Ponce, Felipe Ponce.

Dejé de publicarla a finales de 2019, después de un habitual recorte de nómina en el periódico, que afectó a mi anfitriona. Me he quedado con las ganas de comentar lo sucedido a partir de aquellas fechas, porque estos tres años han sido ricos en altibajos, disparates y tragedias, pero será en otra ocasión. Solo diré que muchos de los problemas expuestos en las columnas se agudizaron sin remedio, casi a la par del tiempo pastoso y gris que se derramó con la pandemia de 2020 y 2021… Y después, como corolario a la pesadilla de pánico y muerte por los virus, amanecimos un día con la broma de que Guadalajara iba a ser la capital mundial de libro. ¡No se puede con tanto!

En parte, por esta noticia —que en una realidad alterna también me regocijaría a la inversa— quise animarme a poner en un volumen estos artículos de opinión, pues dan cuenta de la situación áspera que solo se vuelve idílica cada nueve días al año —con espejismos maravillosos—, pues no hay otra razón que la magnífica Feria Internacional del Libro de Guadalajara para que nuestra desmadrada urbe tenga tal distinción mundial. Por eso, por las dificultades de los 356 días del año sin fil, quise dejar estas estampas como una muestra del mundo del libro en la Guadalajara… ¿¡capital mundial de qué!?

Resistencia al cambio

Felipe Ponce

Los sorprendentes avances tecnológicos en la edición e impresión de libros permiten a cualquiera que se lo proponga crear una obra impresa en pocos días y a precios bajos, y una electrónica en minutos y prácticamente sin costo. Un aspecto positivo de este cambio ha sido el surgimiento de editores que han aprovechado las ventajas y se han incorporado al habitual modo de producción, venta y comercialización. Muchas pequeñas editoriales, de las llamadas independientes, han podido surgir gracias a estas facilidades y poco a poco han incrementado la oferta editorial desde una visión no tan comercial como la de los consorcios.

El aspecto negativo de esta masificación es la autoedición, sobre todo aquella que se plantea eliminar al editor para crear de un simple entusiasta un autor publicado (y muy leído y exitoso), como si lo segundo fuera inherente. Un tantito peor son las editoriales que se rentan para tales fines y no trabajan los textos —con el cuidado de los monjes del medievo— para publicar una edición por lo menos legible.

Roger Chartier va más allá, pues señala que aún «no alcanzamos a ver todas las posibilidades del mundo digital, es decir, una cultura escrita de textos abiertos, maleables, móviles, hipertextuales», y manifiesta la postura actual de muchos de los actores del libro que se resisten al cambio: «Hay algo paradójico en imponer al mundo digital las categorías del mundo precedente».

El mayor reto para los editores nuevos será dejar de pensar en los términos al uso todavía vigentes, es decir, ni la venta en librerías físicas ni la venta de libros de papel serán los parámetros para los próximos años, y si esto es difícil de entender para los propios editores, lo es más para el público lector, para bibliotecarios, libreros y los propios autores: la era de Gutenberg está en agonía, pero me parece que nadie quiere verla morir.

Del total de los 29 000 libros publicados en México durante 2015, 72 por ciento fueron publicados en papel y el resto, ¡cerca de un tercio!, en electrónico, y este porcentaje no dejará de crecer hasta igualar y superar después a las ediciones en papel. Pero no lo queremos ver. Creemos, con fe guadalupana, que el libro de papel no desaparecerá… Y así será, pero su consumo no será masivo e imperante como hasta ahora.

El historiador francés Roger Chartier va más allá, pues señala que aún «no alcanzamos a ver todas las posibilidades del mundo digital, es decir, una cultura escrita de textos abiertos, maleables, móviles, hipertextuales», y manifiesta la postura actual de muchos de los actores del libro que se resisten al cambio: «Hay algo paradójico en imponer al mundo digital las categorías del mundo precedente».

Rezagos (actualización)

Felipe Ponce

Hace un año y medio escribí aquí sobre seis entidades relacionadas con el libro y la lectura que son parte del patrimonio cultural de otras ciudades mexicanas, pero que en nuestra orgullosa y bragada capital de Jalisco ni siquiera son una ilusión.

—    Casa Universitaria del Libro. Si la Universidad de Guadalajara ha reconciliado su pasado y remonta sus orígenes hasta 1792 —aunque «la real y literaria» haya sido opuesta a los postulados de la fundación de 1925—, no se ha interesado por el legado que dio la imprenta, que llegó el mismo año y por gestiones de fray Antonio Alcalde, promotor de ambas causas. Acaban de develar una estatua del Fraile de la Calavera, pero no se vislumbra, ni tantito, que haya una casa para honrar el libro y su devenir.

—    Librería Universitaria. Se inauguró en la pasada fil el cascarón de lo que será la librería de la Universidad de Guadalajara en la planta baja de la Biblioteca Juan José Arreola. Digo cascarón porque en el acto inaugural, durante la fil, no había libros a la venta y el salón solo sirvió para el coctel. Hoy sigue vacía y se espera que empiece a funcionar pronto. Llevará el nombre de Carlos Fuentes.1

—    Mes de la Lectura. No existe tal actividad, que podría reunir a bibliotecarios, promotores, editores, fundaciones, universidades y entidades públicas y privadas de todos los niveles, en pos del libro y la lectura.

—    Museo del Libro. En tablillas cuneiformes, de cera, en piedras, en quipus, pintada en vitelas, impresa en papel, codificada en bits y en otros variados soportes… el libro podría ser apreciado en todas sus dimensiones. La era de Gutenberg pasó de largo por este rincón del mundo, y parece no interesarle a nadie.

—    Ley Estatal del Libro. Sin cambios a lo escrito hace año y medio: no existe una ley que priorice la lectura como un derecho fundamental de los jaliscienses y, sobre todo, que dicte las normas para fomentar y garantizar la operación del delicado sistema editorial y evitar que quede al capricho de los funcionarios.

—    Comisión de Fomento al Libro y la Lectura. Dije en 2016 que no existía la comisión y que nunca había sesionado, pero estaba equivocado. Por lo menos se reúne desde 2013, aunque sus logros han sido poco visibles o mal comunicados; la mayor tarea, hasta el momento, ha sido la designación del galardón Granito de Arena —¡vaya nombre!—, el último a Alejandro Casarrubias. ®

Nota

1 Nota del autor actualizada a diciembre de 2022. La Librería Carlos Fuentes de la Universidad de Guadalajara es, sin duda, la mejor de la ciudad, pues está en un espacio excepcional y capitaliza todas las ventajas que deja cada año la FIL de Guadalajara. En la FIL de 2022 promovió un encuentro entre editores independientes nacionales y libreros colombianos, con miras a la distinción de México como invitado de honor en la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBo) de 2023.

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Publicado en: Libros y autores

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