Entrevista al artista plástico cubano Juan Blanco Lozano a propósito de la exposición colectiva en la galería El Bunker, de Miami, con graduados de la academia habanera San Alejandro.
La academia San Alejandro, de La Habana, fundada en 1818 y en la cual se cultivaron notables figuras de la plástica cubana, desde pintores como Servando Cabrera, Fidelio Ponce de León, Víctor Manuel o Tomás Sánchez, hasta figuras menos asociadas con este arte como el prócer José Martí, el guerrillero Camilo Cienfuegos o el trovador Silvio Rodríguez, es considerada la primera institución de este tipo que ejerce la enseñanza desde su establecimiento, en toda Hispanoamérica. Con varias sedes desde la original en el Convento de San Agustín, en La Habana vieja, hoy día sobrevive como una de las cuatro construcciones anexas al Obelisco de Marianao, en calle 100 y avenida 31, y de allí siguen emergiendo figuras notables, de las cuales, como suele ocurrir en Cuba en cualquier esfera artística o profesional, muchas se han marchado buscando mejores horizontes en donde desarrollar o comercializar sus habilidades. Otros han permanecido en la isla, encabezados por una élite consentida del gobierno que goza de privilegios en su creación y publicidad. Algunos, como Juan José Blanco Lozano, prefirieron no comprometerse con la línea oficialista y, sin marcharse de su país se las arreglan para seguir colocando sus obras en el mercado internacional.
Blanco Lozano ha respondido al llamado que desde Miami hiciera el pintor Raúl Proenza para armar una compleja exposición colectiva con egresados de San Alejandro, y conformar la pequeña “delegación” cubana (no oficial por obvias razones), entre otros correligionarios que llegan desde residencias tan disímiles como México, Francia, Brasil, Argentina o los propios Estados Unidos, a la galería El Bunker. Éste parece ser también un buen momento —en su breve paso por La Florida— para entrevistar al valioso pintor desde la comodidad del internet con banda ancha, algo que sería engorroso de concretar desde su residencia en La Habana actual.
La lista de pintores que participan en el evento resulta compleja y variada en cuanto a técnicas y tonos creativos, y de entre los que pudieron acceder desde la isla, Blanco Lozano sigue aportando su imprescindible enfoque directo, su inmediata inspiración en los asuntos que rodean a cualquier cubano que, como él, decidió —o no les quedó más remedio— seguir residiendo en esa maldita circunstancia del agua caribeña por todas partes.
Vale destacar que este pintor habanero, perteneciente a una generación de no pocos destacados como Arturo Cuenca o José Bedia, optó en algún momento por no seguir los pasos de antecesores empecinados en abastecer a la pintura cubana con códigos folkloristas y se replanteó el problema de la luz como algo más íntimo, más sensorial, mucho menos exótico. Desde las propuestas interculturales de Wifredo Lam la plástica cubana seguía esforzándose por “reflejar” la mezcla de códigos afrocubanos —Choco—, cuando no asiáticos —Flora Fong—, o bien desde figuraciones, ensoñaciones clásicas o surreales —Fabelo y Zayda del Río—, otros creadores posteriores en la isla, desde mediados de los noventa, han estado hurgando en diferentes posibilidades para un concepto tan elusivo como la “nacionalidad”, la “cubanidad” del arte. Entre ellos Juan Blanco Lozano aparece mostrando un microcosmos propio, un espacio de emocionalidad sin ataduras con el esquema exótico–folklorista, deslindado de clichés formales, inmerso en su propio mundo de temperatura, color y trazo. No es raro que sus paisajes o estampas se mantengan distantes de la tradicional luz enceguecedora del cielo cubano, y sus personajes anden por una ciudad fría, que no es la ciudad real sino la que siente la mayoría de sus habitantes en las vísceras, la ciudad triste, la ciudad melancólica, la ciudad que nunca verá el turista extranjero.
Con este material que, en centenares de lienzos, esculturas y collages, reúne años de seres con paraguas en encuadres taciturnos o bien personitas minúsculas en descomunales trozos de malecón y quimeras domésticas alusivas a la propia insularidad, al ansia por evadir el cerco espiritual con crudas fronteras reales, llega Blanco Lozano a Miami, integrándose a un proyecto donde otros como él también llevan mucho tiempo experimentando con sus pinceles y recreando la realidad cubana, desde múltiples puntos del globo terráqueo.
—¿De dónde parte la idea de juntar a tantos artistas egresados de San Alejandro en una sola exposición?
—Es un sueño de varios de los participantes. Uno de los principales promotores de esta idea es Raúl Proenza, residente en los Estados Unidos desde hace varias décadas y que, además de ser egresado de San Alejandro es también un gran amigo de todos, lo cual lo califica para esta dura tarea de reunir a varias generaciones en un mismo lugar.
—Es de suponer que exista alguna razón para reunirse en Miami en lugar de La Habana, la sede de la academia.
—Yo lo veo como algo lógico, debido a que se hará precisamente en el estudio de Raúl Proenza en Miami, un espacio que él, amable y desinteresadamente ofreció para que pudiésemos reunirnos.
—¿Cómo ves el panorama actual de las artes plásticas en la isla?
—Es un panorama muy saludable. En estos momentos abundan artistas plásticos que se expresan en infinidad de estilos, creando una riqueza inagotable de obras de alto valor artístico. La interacción que han tenido estos artistas desde la década de los ochenta con la plástica mundial, en concursos, ferias y exposiciones, ha influido en este buen momento que goza la creación dentro del país. Es notable la cantidad de premios, becas y compras de obra cubana de alto valor monetario a partir de esa época.
—Háblame de tus razones para seguir siendo uno de esos pocos participantes de la exposición que aún viven en Cuba.
—Son razones muy sencillas. Cuba es mi país de origen, me nutro de esa realidad que conozco bien y es lo que hasta hoy ha dado motivos para que mi producción creativa siga siendo alta. No obstante, siempre he sido de la opinión de que el artista no tiene necesariamente que estar obligado a vivir en un lugar u otro, más bien debe conocer el mundo en el que vive y así enriquecer su obra.
—¿Cómo ha evolucionado tu obra —temas recurrentes, estilo— en los últimos tiempos? Y esos posibles cambios ¿han sido motivados por aspectos o acontecimientos de la realidad en la que vives?
—Mi trabajo y mi obra han estado siempre en evolución, y por etapas bien definidas, sin estar detrás de modas o estilos, haciendo lo que realmente quiero hacer. Hubo momentos en los que he tenido que realizar obras por encargo o sin mucha profundidad de concepto… Vender una obra conceptualmente seria es difícil, aunque sea lo más honesto.
”Lo que nunca he descuidado es la realización, soy impecable con mis obras, me gusta respetar de esa forma al espectador que la vea. Las motivaciones en mis temas siempre han sido y serán, según mi punto de vista, la sociedad donde vivo, la gente que me rodea, el color, la luz… En obras más recientes he sustituido el uso del color por monocromías, para forzar la mirada en los temas. Ahora estoy comenzando nuevas obras donde pretendo retornar el color, con intenciones también muy definidas.
Y mientras Juan José Blanco Lozano evita hablar de sí mismo, recordándome que la muestra de Miami es colectiva y que reúne a muchos con similar formación y trayectoria que él, despedimos el videochat entre México y La Florida con los mejores deseos de que tanto la próxima exposición como su obra personal se sigan proyectando exitosas en esa palestra tan compleja y heterogénea que es la cultura nacional cubana, esa cultura que nace en el archipiélago, en una academia de Marianao, y sigue siendo la misma que, con similar ímpetu, se propaga por el mundo. A veces, como ahora en El Bunker de la ciudad de Miami, se hace posible la reunificación. ®