El fotógrafo zacatecano Pedro Valtierra recibió en la pasada Feria Internacional del libro de Guadalajara el Homenaje Nacional de Periodismo Cultural “Fernando Benítez”. En esta entrevista Valtierra nos cuenta de sus orígenes y de su carrera.
Guadalajara, 2 de septiembre 2000. El café Madoka, en el centro de la ciudad, es un bullicio cuando comienza a atardecer. Las fichas de dominó sobre las mesas, el tintineo de las tazas, el ruido de los autobuses que pasan frente a los establecimientos y las animadas conversaciones en las mesas vecinas se convierten apenas en un murmullo que en nada opaca la voz de Pedro Valtierra. El fotógrafo no tiene prisa. Tampoco su colega Marco A. Vargas que nos acompaña. La conversación fluye animada y llega la segunda ronda de cafés.
Valtierra, que nació en Fresnillo, Zacatecas, en 1955, visitaba Guadalajara donde se exhibía una exposición de sus fotografías, una de las más de 370 que ha presentado en países como México, Estados Unidos, Rusia, España, Francia, Italia, Alemania, Bélgica, Inglaterra, Canadá, Ecuador, Argentina, Cuba, Guatemala, Venezuela y Costa Rica.
Reportero gráfico de El Sol de México, Unomásuno y La Jornada, ha documentado momentos emblemáticos de la historia reciente de México. Fue corresponsal de guerra en Nicaragua, Guatemala, El Salvador y el Sahara.
Fundó la agencia de fotografía Cuartoscuro en 1986 y la revista del mismo nombre en 1993, así como la Fototeca de Zacatecas, que lleva su nombre. Ha recibido múltiples reconocimientos como el Premio Nacional de Periodismo, el Premio Rey de España, el premio de la Bienal del INBA y la Medalla de Plata de la Organización Internacional de Periodistas, entre otros. En 2022 la Feria Internacional del Libro de Guadalajara decidió distinguirlo con el Homenaje Nacional de Periodismo Cultural “Fernando Benítez”.
Pedro Valtierra se ha distinguido por su interés en compartir su experiencia con las nuevas generaciones de fotógrafos. Ha impartidos cursos y talleres en diversas ciudades del país y del extranjero. También impulsa la recuperación y conservación archivos fotográficos. En este 2022 donó su colección de libros y revistas al Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO).
Es autor de diversos libros como Nicaragua: una noche afuera, La batalla por Nicaragua y Zacatecas, entre otros.
¿Cómo te convertiste en fotoperiodista?
Es una historia muy chistosa. Yo nací en un rancho de Zacatecas, cerca de Fresnillo, y muy chavo, a los catorce años, me fui a la Ciudad de México a buscar trabajo. Como no encontré chamba, me puse a bolear zapatos y un día llegué a Los Pinos, la residencia oficial del presidente. Ahí había mucha chamba porque el presidente Luis Echeverría tenía la costumbre de trabajar desde muy temprano hasta muy tarde. A las siete de la mañana ya había secretarios de Estado con sus escoltas. Mientras ellos esperaban a sus jefes yo les boleaba los zapatos. Un día faltó el bolero del Estado mayor y lo sustituí. Luego me dijeron: “A partir de ahora vas a ser el bolero oficial”. Así entré a Los Pinos. Y en la oficina de prensa empecé a bolear a los periodistas y fotógrafos. Ahí estaba el laboratorio de fotografía y así descubrí la foto. Un día entré al cuarto oscuro para dar algún recado y me quedé impactado al ver el proceso del revelado.
¿Qué pensaste?
¡Son brujerías! Era como mágico, yo no sabía nada. Para mí fue tan impactante ese encuentro que me motivó a saber qué pasaba. No voy a decir que ese día me decidí a ser fotógrafo, pero cada vez me interesó más. Empecé a ayudar a preparar los químicos y después a tomar mis primeras fotos.
¿Cómo conseguiste tu primera cámara?
Con lo que ganaba ayudando a revelar pude comprar una cámara chiquita, practicaba con mis cuates y revelaba ahí. Y me empecé a fijar cómo trabajaban los fotógrafos. Ya para entonces me habían contratado en la oficina de prensa. Un día en que faltó el fotógrafo oficial, había una gira del presidente y me dieron la cámara. Tomé las fotos y cuando al día siguiente llegué a la oficina me dijeron: “¡Mira! A partir de ahora eres fotógrafo”, y me mostraron mis fotos publicadas en las primeras planas de algunos periódicos. No era fácil que te publicaran en portada porque eran fotos oficiales, pero ese día me publicaron cuatro.
¿Qué edad tenías?
Yo tenía unos dieciocho años cuando ya era fotógrafo de la Presidencia y estudiaba el tercer año de secundaria. No solamente cubríamos las actividades del presidente, también actividades culturales. Esa fue una muy buena escuela. Los fotógrafos más experimentados me enseñaban. Manuel Madrigal, que ya murió, me decía: “Haz fotos diferentes”. Él era un fotógrafo muy chingón, no usaba flash y sabía moverse muy bien. Siempre tomaba fotos diferentes. Un día me dijo que no debía usar flash y yo le respondí: “¿Cómo que no?” Él me dijo: “Debes de dominar la luz, perderle miedo, y cuando tú le pierdas el miedo a la luz, serás fotógrafo”. Me enseñó a hacer ejercicios para tomar fotos con la luz de un cerillo. Para mí fue muy importante el consejo de ese señor. También me enseñaron que no tienes que disparar muchas fotos, sino que tienes que saber elegir bien. Así que aprendí y en 1977 comencé a trabajar en periódicos.
Manuel Madrigal, que ya murió, me decía: “Haz fotos diferentes”. Él era un fotógrafo muy chingón, no usaba flash y sabía moverse muy bien. Siempre tomaba fotos diferentes. Un día me dijo que no debía usar flash y yo le respondí: “¿Cómo que no?” Él me dijo: “Debes de dominar la luz, perderle miedo, y cuando tú le pierdas el miedo a la luz, serás fotógrafo”. Me enseñó a hacer ejercicios para tomar fotos con la luz de un cerillo. Para mí fue muy importante el consejo de ese señor.
¿Viviste la época en que no se reconocía suficientemente el trabajo de los fotoperiodistas?
Sí. A mí me tocó la época en que los reporteros te decían: “Toma esa foto y te vas” o “Éste es mi fotógrafo”. Cuando viajabas, tú no llevabas el dinero, lo llevaba el reportero y no te quedabas en el mismo hotel que él. A mí me tocó vivirlo. En Nicaragua nos daban 500 dólares al mes, el hotel costaba 42 diarios. Lo que hacíamos era meternos cuatro a una habitación. Comíamos en el mercado, mientras otros reporteros se instalaban como reyes. Yo vendía algunas fotos y me pagaban 50 dólares.
Pero querías estar ahí.
Sí, te gana la necesidad de estar. Depende mucho de tu voluntad, de querer ir, aunque no tengas mucha lana y a pesar del riesgo que corres. Y a veces incluso sin el respaldo de un medio. Mucho de tu trabajo depende también de tu iniciativa. Varios de los viajes que hice, por ejemplo, al Sahara, fueron en mis vacaciones y pagaba con mi dinero. Vendía fotos a revistas y a amigos, y así me pagaba mi boleto. Cuando podía, llegaba a casa de mis cuates para no gastar. Creo que una de las cosas que los fotógrafos debemos tener presentes es que no debemos estar a expensas de alguien para hacer lo que nos gusta.
En esta transición no cambió solamente el reconocimiento a los fotoperiodistas, sino también la mirada, la forma en que presentaban lo que ocurría.
El periodismo mexicano vivió épocas duras y también de complicidad con el Estado. Los reporteros no crecían, no había competencia, el gobierno les daba siempre lana. Hubo generaciones de fotógrafos que no tenían la necesidad de crecer porque la foto era utilizada como relleno para los periódicos. Si vas a la hemeroteca, te das cuenta de que solamente aparecían en las fotos los políticos, el futbol y temas de policía, no existía nada más, no existía la gente. Eso era la historia. Al presidente de la república se le retrataba solamente en actos oficiales porque decir el presidente era decir Dios. Un día yo tomé una foto del presidente Miguel de la Madrid leyendo una carta y eso fue muy novedoso. Afortunadamente esto ha ido cambiando y ha sido resultado del proceso democratizador de la sociedad. Cuando surge el periódico Unomásuno hay una actitud muy diferente. El reportero y el fotógrafo trabajan juntos, pero hay cierta autonomía. Hay una valoración diferente de la imagen. Se pide a los fotógrafos que ya no se retrate de la manera en que se venía haciendo, de servilismo al poder, se nos piden fotos de la calle, de la gente. Cuando comenzamos a publicarlas, nos hacían burla, nos decían que teníamos una sección de sociales, pero de los jodidos, no de los ricos. Hay un cambio de tono, de actitud y se da crédito a los fotógrafos.
¿Cuál ha sido tu principal error como fotoperiodista?
Cuando estaba empezando, una vez cometí la tontería que a todo mundo le ha pasado: ¡No le puse el rollo a la cámara! Era una actividad de la esposa del presidente Echeverría. Cuando llegué al cuarto oscuro y abrí la cámara me di cuenta de la pendejada… ¡Me quería dar un tiro! Es como fallar un penalti, pero aprendes. Ahora tengo la costumbre, ya mecánica, de revisar que la cámara siempre esté lista.
¿El fotógrafo de prensa debe pedir permiso a una persona para tomarle fotos?
Ésta es una polémica muy complicada y depende. A los funcionarios púbicos no tenemos la obligación de pedirles permiso, pero si vas a retratar a alguien a su casa, pues sí. Yo creo que se tiene que dar un acto de complicidad y de respeto entre el fotografiado y el fotógrafo. Tú no lo estás dañando, no lo vas a ofender. Si me preguntas como fotógrafo, te digo que no hay que pedir permiso porque se rompe el encanto y la espontaneidad, pero sí tienes que ser siempre respetuoso con la gente.
Un fotógrafo puede ir a un mercado y retratar a los comensales sin mucho problema, pero no puede hacer lo mismo en un restaurante ¿Hay un asunto de clase?
Sí, es parte de la vida. El mercado es un lugar más público, el restaurante es un lugar más reducido, más íntimo, más privado. La conducta de la gente es distinta y no lo estoy diciendo en mal sentido. El fotógrafo tiene la necesidad de adecuarse a las circunstancias, ser discreto aquí y ver cómo dominas el asunto porque tú tienes que sacar la foto. Cómo le hagas, es tu problema y te tienes que adecuar.
Cuando un fotoperiodista va con un reportero para hacer una entrevista ¿conviene que esté durante todo el tiempo?
Depende de las órdenes de trabajo que tengas. El fotógrafo puede hacer la foto durante la entrevista, o antes o después.
Pero si está todo el tiempo puede ver cuando la persona se ríe, se sorprende; cuando se afloja la corbata o se echa para atrás en el sillón.
Eso es ideal, pero depende mucho del tiempo que tengas. Si no te puedes quedar, tu obligación es hacer una buena foto en uno o dos minutos y en ocasiones lo logras. Y a veces, te puedes quedar durante la entrevista y no logras un buen retrato.
Eso de agregar el balón se dio mucho. Si no había salido en la foto, se lo ponían en la impresión y en el laboratorio tenían muchos balones para que correspondieran a las circunstancias de la escena. Eran buenísimos desde el punto de vista técnico. A mí me enseñaron a hacerlo, pero no me gustaba.
¿Hasta dónde es válido manipular la fotografía? Está el típico caso de la imagen añadida del balón a una escena de futbol.
Eso de agregar el balón se dio mucho. Si no había salido en la foto, se lo ponían en la impresión y en el laboratorio tenían muchos balones para que correspondieran a las circunstancias de la escena. Eran buenísimos desde el punto de vista técnico. A mí me enseñaron a hacerlo, pero no me gustaba. En modificar una sombra o quitar una basurita, no tengo absolutamente ningún problema, pero ya cuando quieres modificar el sentido de la foto, ahí sí yo creo que no lo debes hacer.
¿Qué opinas de la disyuntiva del fotoperiodista entre ayudar a las víctimas de un hecho o tomar fotografías?
Tú tienes la responsabilidad de informar sobre el hecho, tú no lo provocas. Si vas en la calle y atropellan a alguien, tomas la foto y luego ayudas, pero primero tomas la foto. A mí me cuestan mucho trabajo estos casos. Es muy cabrón. Me pasó una historia en Chiapas cuando el alzamiento zapatista. Llegamos al mercado de Ocosingo donde hubo un enfrentamiento, el 3 de enero de 1994. Entramos, vimos los muertos y la putiza que les habían puesto, perdón por la palabra, pero se los chingaron gacho. Ves el drama horrible, y piensas: “Los fotógrafos estamos aquí para retratar la violencia, nada más, nosotros no matamos, nosotros únicamente registramos lo que pasó”. Pero en ese mismo momento vimos a un señor que tenía tres días herido en una zanja y estaba muriéndose. Llegamos todos y ahí sí me sentí como como buitre. Lo ves y dices: “¡No mames!” Y todos los fotógrafos van a hacerle fotos. Ahí yo sentí un rechazo a mi profesión, a mi vida, y yo ya había hecho muchas cosas de esas, pero de pronto sientes que a un tipo moribundo lo usas y entonces ahí vienen a la mente todas esas cosas que dicen de nosotros. Yo entré en una crisis terrible, ¡No puede ser! Me dio mucho coraje ver la escena de los fotógrafos que llegan, ven al tipo, y sobres, buscando la mejor toma. Ahí sí me sentí yo muy jodido y dije: “¡Ni madres! Yo no tomo esa foto porque siempre debe haber un respeto a la gente”.
En una tragedia que ocurre en un lugar público ¿dónde están los límites de lo público y lo privado?
Pues tienes que hacer la foto, pero no es fácil. Tú llegas, ves el drama y tratas de reflejarlo, pero con mucho respeto. No vas a causar un daño, vas a registrar el llanto de la mujer con el cadáver. Recuerda el caso de la foto del napalm y la niña de Vietnam. Esa foto podría considerarse una violación a los derechos de los niños porque salen desnudos corriendo en medio del bombardeo. Pero esa foto fue importante para mostrar los horrores de la guerra. Esa es la contradicción de la vida y está cabrón. La cámara puede ser ofensiva y hay fotógrafos mercenarios, existen realmente buitres. Atrás de la cámara hay una actitud y eso es muy importante, con qué actitud te acercas a un hecho y para qué lo tomas.
Recuerda el caso de la foto del napalm y la niña de Vietnam. Esa foto podría considerarse una violación a los derechos de los niños porque salen desnudos corriendo en medio del bombardeo. Pero esa foto fue importante para mostrar los horrores de la guerra. Esa es la contradicción de la vida y está cabrón. La cámara puede ser ofensiva y hay fotógrafos mercenarios, existen realmente buitres.
Pero incluso con una actitud de respeto el fotoperiodista llega a ser un intruso.
Ahí lo debes manejar. Tú tienes que conseguir la foto, pero también debes ser muy respetuoso con la intimidad de la gente. Eso es difícil de resolver. Me acuerdo del caso del asesinato de un exprocurador. En el velorio la familia estaba encerrada y no quería que entráramos. Ahí la actitud de respeto es la indicada, pero también tengo la necesidad de llevar la foto. Entonces tienes que tomar una decisión. Puedes tomar la foto a un personaje público entrando o puedes subirte a una azotea y tomar con el telefoto, pero tienes que ser muy respetuoso de la intimidad en esos momentos. Incluso en situaciones que no son dramáticas hay que ser cuidadoso. Por ejemplo, en un concierto debes hacer la foto con mucha discreción. Finalmente, tu llegada violenta el ambiente. Por eso tienes que buscar cómo no ser tan invasivo y respetar tanto al artista como a la gente, de manera que no interrumpas una poesía o una canción. Hay también una especie de pacto entre los fotógrafos. Por ejemplo, en la campaña presidencial de Vicente Fox, cuando venía marchando por una calle, ningún fotógrafo debía adelantarse porque salía en la foto de los demás, pero luego alguien se adelantaba y se armaba el desmadre.
Y a veces se empujan por tener la mejor foto.
A veces es guerra para sacar la foto. Tú la tienes que llevar, tienes la presión de tu jefe, tienes la necesidad de una buena foto y la presión de que no se te vaya la foto, porque no puedes llegar después de que ocurrió un hecho a reconstruir lo que pasó.
¿Qué debe hacer el fotógrafo en situaciones de violencia donde hay incluso balazos?
En esos momentos es fácil cometer muchas babosadas, por eso debes saber cómo moverte. No hay que levantar la cabeza, te tienes que pegar a la pared y ver en dónde te puedes esconder si te tiran. Lo primero que tienes que ver es el entorno y ubicarte. Cuando cubríamos la guerra en Nicaragua un colega reportero se levantó de donde nos estábamos resguardando y el pendejo se fue corriendo a una casa. Nos cayó la balacera. Disparaban guerrilleros y soldados. Y ahí va este hijo de la chingada, corre y corre. Eso no lo puedes hacer. Este cuate se salvó, pero después ya no salió del hotel a combates. Sabes que estás en la guerra y que te pueden matar, pero debes de estar tranquilo. Entras en un estado de paranoia, pero no debes dejar que el miedo te domine. No te creas que es fácil, te entra un puto miedo de la chingada y dices: “¿Qué estoy haciendo aquí?”
¿Cómo llegaste a cubrir la guerra en Nicaragua?
La primera vez tenía apenas siete meses en el periódico Unomásuno y cubría la nota roja porque al nuevo siempre lo ponen en eso. En octubre de 1978 los guerrilleros tomaron la ciudad de Estelí. El jefe de información me dijo: “Te vamos a mandar a Nicaragua”. Era una guerra de nuestros vecinos, teníamos que cubrirla nosotros y llevar a los mexicanos el ojo y la pluma a México, no queríamos depender de la nota de los gringos, los franceses o los ingleses. Teníamos que estar ahí y fuimos parte de ese cambio de actitud de la que te hablaba antes. Y yo, feliz, tenía 23 años. Y así empecé a ir varias veces. Debo reconocer que estaba medio locochón. Un día estábamos haciendo cola en el aeropuerto de Managua para entrar y los guardias somocistas nos dicen: “Ustedes no van a poder entrar, son personas no gratas” porque ya conocían el tipo de cobertura que hacíamos y no les gustaba. Nos sacaron de la fila y nos llevaron a un pinche cuartito. Pensé: “¡En la madre, nos van a desaparecer!” Pero mucha gente vio que nos llevaron y eso ayudó. Finalmente nos sacaron a Guatemala, pero luego regresamos.
¿Cuáles son los momentos más críticos que has vivido como fotoperiodista?
Una vez, en Nicaragua, dos fotógrafos y una reportera íbamos en una carretera. Pasamos con mucho trabajo un retén de soldados, pero más adelante había otro de paramilitares que son los más cabrones. Nos sacan del carro y uno de ellos le pega con la culata al fotógrafo de Newsweek y le rompe los lentes. Nos tiraron al piso y me pusieron el fusil aquí en la cabeza. Uno de ellos dijo: “Aquí te vas a morir”. Les explicamos que éramos periodistas, pero ellos decían que éramos comunistas. Yo no sé si solamente nos querían asustar o si nos iban a matar, pero cuando estás en una situación así no sientes miedo, hay una sensación de ausencia, como que te vas de ti, como que te ves de fuera y dices: “Ah cabrón me voy a morir” y te empiezas a acordar de toda tu vida. No sé si duré un minuto o dos minutos, pero como que te separas de ti. Sientes el pinche fusil, estás tirado en el suelo, ves las botas del tipo. Finalmente nos dejaron ir y vuelves a respirar, pero a la media hora entras en una crisis nerviosa, en un temor y en una paranoia de la chingada. Lloramos, nos abrazamos. Aprendí que estar cerca de la muerte es una cosa horrible. Ahí mismo en Nicaragua, la fotógrafa Susan Meiselas, me invitó a hacer fotos en un barrio de Managua que ya estaba controlado por la guerrilla. Habilitaron un gimnasio como hospital y sacamos fotos de la gente que estaba ahí: niños, viejitos, mujeres heridas. Cuando quisimos regresar al hotel, un francotirador nos comenzó a disparar. Susan alcanzó a entrar a una casa y yo me tiré detrás de un tronco, se me cayeron las cámaras. Un guerrillero que estaba detrás de un árbol, me decía: “No te muevas, compa. Ahí quédate”. Y el francotirador, como de cacería, nos volvía a disparar. Los guerrilleros contratacaron y finalmente pude entrar a la casa. Al ratito, los somocistas comenzaron a bombardear. Me parecía que estaba como las películas que había visto de la Segunda Guerra Mundial, pasaban los aviones aventando sobre la población bombas de 500 libras. Cayó una muy cerca de la casa donde estábamos con la familia que nos dejó entrar. Se oía el estruendo, caían piedras y tierra. Entré en una crisis y empecé a llorar. Llorábamos todos y Susan nos tranquilizaba. Cuando terminó el bombardeo ya no podíamos volver al hotel porque había toque de queda y nos llevaron al gimnasio que habían habilitado como hospital. Nos dieron un poco de agua con miel y me quedé profundamente dormido. Al amanecer me desperté con los llantos de los niños y de la gente herida ¡Puta madre! Me sentía cansadísimo y ya no quería estar ahí. Finalmente volvimos al hotel. Me fui a mi cuarto y me volví a dormir. Al rato tocan la puerta durísimo, era un periodista colombiano y me dice: “Mataron a Jaime Avilés”, mi compañero. ¡Puta madre! Salimos corriendo y llegamos a una combi donde estaba el cuerpo y cuando vi el cadáver ¡No era Jaime!, era el periodista gringo Bill Stewart, pero estaba vestido de manera muy similar a Jaime y por eso lo confundieron. En eso volteo y veo a Jaime. Entramos en una pinche paranoia muy gacha.
Pasamos con mucho trabajo un retén de soldados, pero más adelante había otro de paramilitares que son los más cabrones. Nos sacan del carro y uno de ellos le pega con la culata al fotógrafo de Newsweek y le rompe los lentes. Nos tiraron al piso y me pusieron el fusil aquí en la cabeza. Uno de ellos dijo: “Aquí te vas a morir”. Les explicamos que éramos periodistas, pero ellos decían que éramos comunistas.
Hay mucha confusión en situaciones como esa.
Muchísima, a veces no sabes ni qué. Una vez hicimos un recorrido con la guerrilla en Guatemala, fueron quince días en la selva. Habíamos caminado como día y medio, y en la madrugada estaba cayendo un aguacero muy grueso. Por seguridad no llevábamos lámparas. En un momento nos dijeron: “Aquí vamos a descansar, acuéstense”. Nos dormimos y en la madrugada abro los ojos y veo alrededor tumbas, yo tenía como almohada la tumba de un niño. Pensé: “¡No mames!, ¡estoy muerto, cabrón!”. Es una sensación muy rara, no entiendes y vas despertando poco a poco hasta que te das cuenta de que nos quedamos a dormir en un panteón porque era el lugar más seguro.
Cubriste el triunfo de los sandinistas ¿Cómo fue esa experiencia?
Muy emocionante, en la mañana del 19 de julio las tropas sandinistas llegaban a Managua, pero todavía había combates. En la madrugada habían tomado el bunker de Somoza. Y yo corría con los guerrilleros, unos colegas me decían que no fuera, pero no les hice caso y llegué hasta el bunker. Estaban unos guerrilleros bañándose en la tina de Somoza, otros sentados en su oficina. Y yo lloraba de la emoción. Fueron fotos muy chingonas. Y lo que son las cosas, los dirigentes sandinistas se volvieron corruptos.
¿Cómo hiciste la foto en Chiapas en la que la mujer indígena empuja al soldado?
Ésa fue de una protesta como hay muchas. Las mujeres empujaron a los soldados durante más de una hora. Ahí, tú tienes que ver lo que pasa y buscas un ángulo diferente. Yo busqué durante un buen rato un lugar al que pudiera subirme. Había un tronco y arriba estaban unos chavos. Les dije que me dieran chance y me subí yo, de ahí se veía muy bien. Disparé como cinco fotos y de esas la que mencionas es la única que salió limpia y en el momento justo.
¿Pides permiso a los soldados?
Ahí es como decía Pancho Villa: primero matas y después averiguas, pero depende mucho de la situación. Tú sabes que sea lo que sea, los soldados o cualquiera que esté en una bronca no te va a dejar tomar las fotos, entonces llegas y te los chingas. Tienes que aplicar la psicología. Tú tienes que sacar la foto. Como le hagas, ese es otro asunto, buscas ser agradable o simpático. Es bueno llevar cigarros porque muchas veces no tienen, están todos jodidos, entonces les compartes una cajetilla y se alivianan. Así le hacíamos en Nicaragua, conseguíamos en el mercado negro cigarros baratísimos y llevábamos el carro lleno de cajetillas. Pero, sobre todo, es hablar con ellos. Una vez el reportero Miguel Ángel Velasco y yo cubríamos el cierre de una carretera en Chiapas. Llegó el Ejército a desalojar a los campesinos. Avanzaban los soldados y atrás venía el jefe militar de la zona. Entonces Velázquez le grita: “Mi general, le traigo un saludo del secretario de la Defensa, ayer desayuné con él”. Nos identificamos y él le sacó plática. Le dijo muchas cosas y lo convenció. Nos dejó subir arriba de un Jeep a tomar las fotos. Nosotros no íbamos a informar a favor de los soldados, pero mi compañero fue muy hábil para convencer al general. La fotógrafa Susan Meiselas, que cubría la revolución en Nicaragua tenía contactos con los sandinistas y con el dictador Somoza. Tú no vas a venderte a ningún bando, pero tienes que tener acceso a todos, porque de esa manera tu oferta periodística es mejor. Yo estuve con el subcomandante Marcos y con el presidente Salinas en las mismas fechas, no en plan protagónico, sino para registrarlos visualmente en momentos importantes porque lo que debemos hacer nosotros es registrar la historia.
Has visto cosas que muy pocas personas han visto. Lo mismo guerras que ceremonias fastuosas. ¿Qué te ha dejado esto?
Yo creo que todo en la vida es aprendizaje. Lo importante es aprender y sentir que no lo sabes todo. El fotógrafo no es la cámara, es el producto de toda su vivencia. A mí me llegó todo muy rápido, vi cosas muy chavo y luego te entra la desesperación, pero dices, bueno, con calma, ya viví todo esto. Es sentirte emocionado con la vida, con el mismo entusiasmo hacer las cosas. Te deja la necesidad de estar haciendo diario lo que sabes hacer y también te deja un poco presionado contigo mismo porque tienes que hacer más cosas y a veces no salen como quieres. Tienes que andar en chinga, haciendo fotos y algunas no te gustan y eso te da mucha angustia. Pero también ves lo que has hecho y eso te da tranquilidad. ®
Esta entrevista se publicó en el libro Periodismo. Entrevistas con trece grandes (ITESO/UdG, 2022).