Este autorretrato del artista argentino Federico Taboada se aventura, precisamente, en los terrenos sutiles de los gestos y las actitudes. Con ellos, y a través de ellos, los demás podemos ser un poco —y sólo un poco— testigos de la búsqueda.
Es difícil hablar del “autorretrato” como género artístico sin caer en la tentación de transitar por los caminos del psicoanálisis y la sociología. Parece imposible decir algo sobre los artistas que se autorretratan sin pensar en el común denominador que los atravesó —y los atraviesa— a todos ellos: búsqueda de identidad, definición del rol del artista en un lugar y época determinados, deseos de posteridad, autorreflexión, relación —confusa, esperada, temida— con los futuros espectadores de su/s obra/s.
En cualquier caso, como bien ha dicho Carlos Cid Priego, no nos interesa la fidelidad del retrato. “Si se limita a la captación perfecta de la visualidad en el espejo la obra será floja, incluso pésima; debe intensificar la autoconciencia, transmitir el psiquismo, sintetizar en una pose el momento presente, pero también los pasados y presentir el futuro”.
Este autorretrato del artista argentino Federico Taboada se aventura, precisamente, en los terrenos sutiles de los gestos y las actitudes. Con ellos, y a través de ellos, los demás podemos ser un poco —y sólo un poco— testigos de la búsqueda.
Este autorretrato del artista argentino Federico Taboada se aventura, precisamente, en los terrenos sutiles de los gestos y las actitudes. Con ellos, y a través de ellos, los demás podemos ser un poco —y sólo un poco— testigos de la búsqueda.
La autorreferencialidad es aquí intensa y militante. Incluso me arriesgo a decir que está presente en cuatro modos y momentos distintos. Se anuncia con la intervención del artista sobre su propio rostro, devenido en lienzo de sus trazos. Se afirma en las múltiples reacciones gestuales, que ensayan respuestas genuinas y paródicas sobre el mapa de colores en que se ha convertido su cara.
Pero hay dos momentos más. Uno ha ocurrido antes y nos remite a las condiciones técnicas bajo las cuales el artista decidió registrarse (una determinada ubicación de la cámara y de las luces).
El último, tan importante como los demás, es la edición posterior del material, realizada por el mismo artista. Más que considerarla como el simple paso final y formal de un proceso técnico, la edición es aquí la etapa culminante de ese proceso de autorreflexión. Le asigna una velocidad y una secuenciación específicas y éstas dicen mucho no sólo del modo en que el artista se mira. Sino del modo en que desea ser contemplado. ®