La furibunda crítica de arte Avelina Lésper vuelve a la polémica pública, pero esta vez no es por destruir objetos ajenos o acosar estudiantes en exposiciones, sino por pretender denunciar a la “ciencia” y terminar tan sólo diciendo basura conspiranoica.
Tengo la esperanza de que esto sirva para que toda la fanaticada que por alguna razón aprecia a esta mujer tenga por lo menos que reconocer que en esto dice una cantidad de barbaridades inaceptable. Sus declaraciones, al nivel del conspiranoico más patético, refrendan la crítica que en su momento le hizo Cuauhtémoc Medina, director del Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC), al definirla como una persona corta de miras. La lista de sus afirmaciones en apenas tres minutos y medio de video es enorme, empieza por lanzar una acusación a la comunidad científica y a la industria farmacéutica carente de toda prueba:
La enfermedad es el negocio de la industria farmacéutica, no la salud, los científicos han abandonado en primer lugar a los médicos y a los sanitarios, los han dejado sin armas para pelear contra el covid–19.
Podemos empezar por decir que ésta es la misma acusación que usan los grupos antivacunas para defender sus delirios. Y es cierto que hay un afán de lucro en la industria farmacéutica privada, pero saltar de ese hecho, que es la forma de operar de cualquier empresa capitalista, a decir que el negocio es enfermar a la gente, es no sólo absurdo, es una acusación criminal. Una que puede despertar pasiones y engatusar ignorantes; no por nada es similar a la irracional comparación que hizo el inquilino de palacio entre la comunidad científica mexicana del siglo XXI y el grupo político de los “científicos” de la era porfirista. Y sobre el dicho de que son los científicos quienes han dejado a los médicos sin herramientas para enfrentar la pandemia no pasa de ser una fantasía sin sustento, pues la comunidad científica global ha trabajado sin descanso desde el inicio de la crisis para probar medicamentos, equipos, posibles vacunas y un largo etcétera. Pero al desconocer el proceso científico se es incapaz de entender los plazos en que puede rendir fruto una investigación. Estamos ante un caso del efecto Dunning–Kruger, el sesgo cognitivo por el cual personas con escaso conocimiento sobre un tema sufren de un sentimiento de superioridad ilusorio que los lleva a hacer declaraciones disparatadas sobre el mismo. Continúa Lésper:
Y nos han dejado [los científicos] a las sociedades y ciudadanos en la incertidumbre y el miedo, se suponía que esta cuarentena feroz era para dar tiempo a que la ciencia encontrara una solución y para no saturar la salud pública. Y mientras los hospitales no se dan abasto, las farmacéuticas se han dedicado a especular y ganar fortunas con esta enfermedad.
La ignorancia de Lésper es inaudita, la cuarentena es en sí la solución al contagio, es la respuesta científica a una enfermedad que se transmite por el contacto cercano entre personas y para la cual carecemos de una vacuna o de un tratamiento efectivo. Eso lo puede explicar hoy un niño que siga con atención las noticias del caso. Pero no lo entiende la arrogante crítica del universo que deja las artes y se lanza contra la ciencia. Si esta persona esperaba que en las pocas semanas de aislamiento se obtendría una vacuna es probablemente porque sus referencias de ciencias sean las películas del universo cinematográfico de Marvel y jamás haya leído siquiera divulgación científica.
Las vacunas pueden tomar décadas en obtenerse y hasta hoy el récord para una vacuna es de 18 meses. Muy probablemente obtendremos una vacuna contra el virus Sars–Cov-2 mas rápido, pero aun así hablamos de un estimado de un año, a pesar de estar usando supercómputo y metodologías de vanguardia, hay un proceso complejo que no se puede evadir o acelerar más allá de límites técnicos.
Los balbuceos de Lésper son equivalentes a las declaraciones ridículas de Gutiérrez Mueller, quien el pasado 5 de mayo pidió a la ONU y a la OMS un “esfuerzo inaudito” para obtener una cura. Lo dice, claro, sin reparar en que el mundo donde no gobierna su marido está enfrascado desde el inicio de la pandemia en este esfuerzo. De los pocos que tienen restricciones en esta cruzada son los científicos mexicanos que padecen un gobierno que desprecia la ciencia y secuestra el presupuesto de este rubro para pagar caprichos presidenciales. Siguiendo con su discurso contra el Big Pharma, Lésper da por vigentes noticias de hace días en un universo que se actualiza en segundos:
La crisis económica se ensaña con los más pobres, y basta que un laboratorio declare que ya casi tiene la cura, y sus acciones en Wall Street se disparan a la alza. Por mencionar uno, Moderna Farmacéutica subió 30% en la bolsa ganando millones de dólares, sin tener la medicina, sin tener una sola dosis, con sólo las pruebas y declaraciones. Sus propios científicos y ejecutivos especularon con las acciones.
Es un misterio de dónde saca esta persona que los científicos especularon con las acciones; evidentemente desconoce qué hacen los investigadores y las investigadoras en un laboratorio farmacéutico, de otro modo sabría que no tienen tiempo para andar haciendo movimientos en la bolsa. Pero el escándalo de Moderna Farmacéutica se dio desde hace catorce días y duró menos de 24 horas; el 19 de mayo hubo un anuncio de avances en una vacuna y sus acciones efectivamente subieron, pero al día siguiente un reporte científico desmintió el grado de avance y las acciones de la empresa volvieron a caer. O Lésper solamente se enteró de lo primero, o miente al omitir lo segundo. Pero el grado de estulticia que demuestra Lésper no se se queda ahí: equiparándose en nivel cultural con Paty Navidad, sugiere que los científicos están más interesados en ser figurines de un concurso de belleza que en trabajar en ciencias:
… el desfile de científicos compitiendo por aparecer en los titulares internacionales, con información cada vez más confusa, persiguiendo el premio Nobel, versión ideologizada e intelectual de Miss Universo. ¿En dónde quedo la ética científica? La falta de rigor en la información científica, declarando sin ningún cuidado que tenemos que vivir para siempre con un cubrebocas y que al día de hoy desconocen el origen del virus. Dilatan la invención de la medicina y la vacuna para incrementar la necesidad y aumentar las ganancias de las farmacéuticas y los especuladores financieros. Que son los grandes beneficiados de este caos. Gojo Industries, fabricantes de sanitizadores, ha ganado billones de dólares ante la histeria de la pandemia según la revista Forbes.
Claramente Lésper desconoce el procedimiento para elegir a los candidatos a un premio Nobel, de lo contrario sabría que la exposición en medios es un factor irrelevante para obtenerlos. En las categorías de Física, Química y Medicina un comité científico evalúa contribuciones notables con criterios científicos. Pero, además de ello, queda el tema de que no hay tal desfile, sólo unos poco científicos han cobrado alguna notoriedad pública y sus intenciones nunca han sido ganar premios.
Sobre la locas afirmaciones de que al día de hoy se desconoce el origen del virus o que algún científico haya dicho que tendremos que vivir para siempre con cubrebocas, son eso: locuras de una ignorante. El virus, sabemos con mucha claridad, evolucionó desde animales silvestres y pasó a seres humanos, casi seguramente en un mercado de Wuhan. Los cubrebocas y el aislamiento social son una medida temporal que podrá superarse una vez que se contenga la transmisión y se cuente con una vacuna o un tratamiento. Sobre su enojo porque una empresa que fabrica artículos de limpieza gane dinero en medio de una crisis sanitaria es tanto como enojarse con un vendedor de paraguas por vender más cuando llueve. Continuando con la incultura de Lésper, se pone antropológica y curiosamente cercana al inquilino de palacio cuando dice:
La pandemia no sólo ha dejado contagios y muertes, ha dejado pobreza, precariedad laboral, depresiones, violencia. Y las farmacéuticas y los especuladores, jugando a la ruleta. La nueva normalidad es un deterioro general de la cotidianidad que nos tomó millones de años construir, han instituido el miedo y el aislamiento como forma de control y prevención. Es un proceso invulitivo (sic) y represivo, que no convivamos, que no nos toquemos. Las consecuencias psicológicas y físicas son impredecibles. ¿Ya no vamos a volver a ir al teatro, a las universidades, a los conciertos masivos, museos, restaurantes? Vivir aislados o con un cubrebocas es aceptar el gran fracaso de la ciencia.
Las consecuencias económicas de la pandemia son una realidad y desde un inicio se han tratado de afrontar por todas las instituciones específicas del planeta. Hay toda clase de planes y alternativas, y en este país, por lo menos en el discurso, el gobierno afirma tener algún plan, la propia iniciativa privada y los gobiernos locales tienen sus propios planes de vuelta a la actividad. Pero a Lésper le gusta el drama a secas. La llamada “nueva normalidad” es una continuación de las medidas de prevención durante el tiempo que sea necesario. Es una decisión impulsada por el bien común y no un intento artero de robarle derechos a nadie, el creer, como lo hace Lésper, que se trata de un acto autoritario inadmisible; pone al individuo al nivel de los rednecks estadounidenses que se manifestaron con armas automáticas para exigir el fin de las medidas sanitarias. Pero quizás lo más disparatado sea su afirmación de que la normalidad previa a la pandemia se construyó a lo largo de millones de años. Si bien somos producto de la evolución y ésta tiene millones de años, nuestras formas de convivencia actuales tienen apenas miles, cientos, decenas o menos años de haber sido construidas. Los ejemplos de su pregunta así lo confirman: el teatro surgió en Atenas hace unos 2,600 años, las universidades surgieron hace unos 800 años, los conciertos masivos como los conocemos hoy en México surgieron en Avándaro en 1971, los museos surgieron en Alejandría hace 2,300 años y los restaurantes surgieron en la antigua Roma hace unos dos milenios. Pero así como el ridículo inquilino de palacio que ubicó el poblamiento de México antes de la propia formación del universo, Lésper se estrella con la realidad por defender una fantasía pseudohistórica. Su remate en el discurso podría tener lágrimas, pero supongo que su rostro paralizado no le permite esa expresión:
Los investigadores o laboratorios no tienen derecho a jugar con nuestra salud física y mental. Las farmacéuticas son un monopolio ultramillonario global. Todos los medicamentos los realizan las mismas firmas en todos los países, en China se fabrican las materias primas y las sales que son necesarias para las medicinas. Es evidente la especulación económica y la oportunidad única de enriquecerse. Si ese es el objetivo, perfecto, que sean más ricos, que más da. Pero ya solucionen esto, trabajen en una cura, no en hacer negocio. Es escalofriante pensar el dinero que están ganando con nuestro sufrimiento y que van a seguir ganando.
Quizás lo único cierto de todo su discurso sea que los investigadores no tienen derecho a jugar con nuestra salud, menos mal que pese a la ignorancia de Lésper la comunidad científica tenga fuertes códigos de ética y no haga tal cosa. Pero la ignorancia no acaba ahí, Lésper describe como un monopolio a las empresas farmacéuticas… sería conveniente que se regrese a las clases básicas de economía de nivel prepa para que pueda distinguir un monopolio de un mercado abierto con diferentes actores de diferente tamaño. Un mercado donde participan y caben empresas públicas, empresas que fabrican genéricos sin pago de patentes o pequeños laboratorios con trabajo propio. Pero creo que es mucho pedir que alguien como ella asuma su ignorancia y se regrese a estudiar.
Sobre los activos químicos que se usan para fabricar medicamentos, no todos se fabrican en China, aunque este país ha logrado concentrar una buena parte de las capacidades de producción global gracias a sus bajos costos de manufactura. Es simplemente falso que todo se fabrique ahí. Sobre la especulación económica sólo puede decirse lo obvio: existe y puede causar estragos. Pero no hay evidencia de que sea un factor que impida el desarrollo de una vacuna o un tratamiento. Por el contrario, el interés en ganar dinero tiene a los laboratorios privados trabajando a todo vapor para ser los primeros en ofrecer un producto útil al mercado. Pero, nuevamente, pensar que Lésper pueda entender esto es como suponer que Paty Navidad tiene razón respecto a los extraterrestres.
Eventualmente tendremos una vacuna, un tratamiento, y esta enfermedad será superada. Algunas personas y empresas ganarán algo con ello en el plano monetario, pero, fundamentalmente, la humanidad tendrá nuevamente la tranquilidad que hoy no tenemos. Eso se va a lograr gracias a la ciencia y no gracias a personajes lamentables, como esta pobre mujer. ®