En estos relatos podemos encontrar mujeres que guardan dentaduras, mujeres que sueñan con cortar lenguas, mujeres que se odian entre ellas y mujeres que se aman.
En su libro Fantasy: The Literature of Subversion, Rosemary Jackson plantea que a partir de la obra de Mary Shelley comenzó una tradición de lo “gótico femenino”. Al ser la fantasía un género subversivo por naturaleza, mujeres como Karen Blixen, las hermanas Brontë, o hasta Sylvia Plath, encontraron en ella y en la estética gótica una forma de desestabilizar el orden patriarcal que las oprimía.
No es de sorprender, pues, que en una sociedad en la que prevalece tanto la violencia contra las mujeres como en América Latina se haya establecido también una tradición de mujeres góticas, cuyos textos tienen el mismo efecto. Reconocemos, entre ellas, a Amparo Dávila, Elena Garro o Inés Arredondo, pero más recientemente encontramos cómo esta corriente ha sido renovada en los textos de Mariana Enríquez, María Fernanda Ampuero y Samantha Schweblin, entre otras.
Una de las más jóvenes de esta nueva ola es Mónica Ojeda, quien ha plasmado el horror humano en sus textos Nefando (Candaya, 2016; Almadía, 2019) y Mandíbula (Candaya, 2018), y de quien ahora podemos leer Las voladoras (Páginas de espuma, 2020). Este último libro, compuesto por ocho relatos, mezcla la tradición gótica con la andina, embarrando a los lectores de sangre, sudor, saliva y mierda. En ellos podemos encontrar mujeres que guardan dentaduras, mujeres que sueñan con cortar lenguas, mujeres que se odian entre ellas y mujeres que se aman. Brujas y mujeres renegadas. Pero, sobre todo, me parece que encontramos un espejo. ¿Qué nos lleva a la necesidad de ver el dolor ajeno, a la sed de sangre? ¿Qué nos causa el deseo de cortarle la lengua a alguien o a ver un video que no deberíamos haber visto? ¿Qué nos provoca a seguir dándole vueltas a las cosas que sólo nos provocan sufrir?
En Ecuador las “voladoras” son brujas de la tradición que traen malas noticias. Este libro puede ser también una mala noticia: pregona la violencia y el horror que las mujeres vivimos en una región donde conocemos a la perfección el color de la sangre. Es una señal más de que vivimos en un mundo de mierda. Me parece que, de esa forma, la autora es también un poco bruja, un poco voladora ella misma. ®