Dejando de lado toda mitificación, si se mira el fenómeno político en sí desde la óptica de las clases bajas —es decir, de la mayoría de la población—, y más concretamente desde la óptica de los trabajadores: ¿cuál es el legado del régimen chavista?
Tras su deceso, multitudes de opiniones se apresuraron a escarnecer o beatificar a Hugo Chávez. Por un lado aún se leen loas a su irreverencia ante los dueños del mundo, y por el otro se condenan los aspectos despóticos de su gobierno. Abundan también las alígeras prognosis sobre el futuro político en Venezuela limitadas a la trivial disyuntiva de continuidad o interrupción.
En ningún lado, sin embargo, se leen análisis críticos e independientes del régimen chavista que no sucumban a la histeria liberal (o neoliberal) que corea la hipócrita “democracia” del Corolario Roosevelt en Venezuela. Si las masas pobres venezolanas saben algo es de décadas de gobiernos “democráticos” y de sus concomitantes terapias de choque económicas, sus devastadoras crisis petroleras y su resultante depauperación extendida.1 Fue precisamente ese contexto de crisis y descontento social con pasadas administraciones lo que catapultó a Chávez a la presidencia en 1998.
Dejando de lado toda mitificación, si se mira el fenómeno político en sí desde la óptica de las clases bajas —es decir, de la mayoría de la población—, y más concretamente desde la óptica de los trabajadores: ¿cuál es el legado del régimen chavista?
Si las masas pobres venezolanas saben algo es de décadas de gobiernos “democráticos” y de sus concomitantes terapias de choque económicas, sus devastadoras crisis petroleras y su resultante depauperación extendida. Fue precisamente ese contexto de crisis y descontento social con pasadas administraciones lo que catapultó a Chávez a la presidencia en 1998.
Una opinión somera vindicará los programas sociales de ayuda a los pobres, los bancos populares y subsidios a sectores marginados, incluso la reestructuración de la industria petrolera y otras que permitió una mayoría accionaria del Estado en esas empresas y el financiamiento de los programas mencionados arriba. Listará también medidas de política exterior como la inversión de Venezuela en Cuba en medio del aciago bloqueo económico, su comercio con Irán en el contexto de devastadoras sanciones económicas contra ese país, y el envío de aceite para calefacción al Bronx y otros barrios pobres en Estados Unidos.
Para cualquier mente crítica es posible ver con simpatía medidas que contribuyen a aliviar —aunque sea de forma limitada— la condición de sectores pobres y explotados, así como a preservar una frágil expresión de independencia nacional, sin que esto se convierta en un endoso del régimen chavista. Finalmente, la preservación de medidas de este tipo dependerá sobre todo del nivel de respuesta social que las clases pobres puedan instrumentar sin importar el tipo de gobierno que acaezca en el futuro inmediato.
El contexto internacional fue definitorio para que Chávez —un caudillo militar con inclinaciones populistas— pudiera hacer lo que hizo dado el espacio de maniobra que le ofreció la coyuntura de la “guerra contra el terrorismo” y las ocupaciones militares de Irak y Afganistán, lo que derivó en un incremento de los precios del crudo por un periodo más o menos prolongado y mantuvo ocupada la atención y capacidad bélica de Estados Unidos, desde 2003 por lo menos. Las asociaciones como Mercosur o ALBA impulsadas por Chávez perseguían el fin de posicionar mejor a su gobierno y al de sus aliados en la mesa de negociaciones con las potencias mundiales para determinar sus propios términos de subordinación a estas últimas. Una empresa que —al igual que la Unión Europea o cualquier otro proyecto pan-nacionalista— está destinada a fenecer en tanto su base sigan siendo Estados capitalistas nacionales con intereses de mercado propios.
De manera fundamental —y desfalcando la retórica de “revolución” bolivariana y “socialismo del siglo XXI”— Chávez mantuvo e hizo aún más rentable al capitalismo venezolano suscitando una mayor intervención estatal en la tutela de la economía nacional. No hubo cambio de fase alguno respecto de la estructura dominante de las clases propietarias en Venezuela. De hecho, un estudio reciente de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)2 muestra que en el periodo de 2001 a 2010 Venezuela sufrió un desplome de los salarios medios reales de más de 40% mientras que en el mismo periodo los índices de su bolsa de valores crecieron en 870% (!). Aunque los salarios aumentaron nominalmente la superinflación de precios —que en el último año promedió 31.2%3— diezmó el poder adquisitivo real de los trabajadores, mientras que el capital financiero octuplicó sus ganancias en el mismo periodo.
Incluso si se mira con cuidado los marginales intentos de “cogestión” en industrias nacionalizadas, se reconocerá pronto el espectro de la miseria y la completa inviabilidad económica de estas asociaciones de trabajadores laborando a pasos forzados para mantener a flote esas aventuras descapitalizadas con el fin de no hundirse en la miseria; tal y como sucedió en el periodo posterior a la crisis de 2001 en Argentina.
La visión central de Chávez era fortalecer al Estado-nación capitalista venezolano tanto como lo habrían de hacer otros caudillos militares nacionalistas del siglo XX en Latinoamérica, en particular Lázaro Cárdenas en México. En ese sentido la herencia del régimen chavista —al igual que en el México cardenista de los años treinta— fue la concentración y organización política de la nación oprimida mediantes métodos corporativistas y bajo la tutela del gobierno.
Es importante señalar que la visión central de Chávez era fortalecer al Estado-nación capitalista venezolano tanto como lo habrían de hacer otros caudillos militares nacionalistas del siglo XX en Latinoamérica, en particular Lázaro Cárdenas en México. En ese sentido la herencia del régimen chavista —al igual que en el México cardenista de los años treinta— fue la concentración y organización política de la nación oprimida mediantes métodos corporativistas y bajo la tutela del gobierno. Así, el principal objetivo en la creación del Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV) fue la cooptación de las direcciones de sindicatos, organizaciones campesinas, movimientos populares y grupos contestatarios de izquierda en un instrumento proselitista que apuntaló la predominancia electoral de Chávez durante su extendido periodo de gobierno. La gran similitud con las formas y los fines del Partido Revolucionario de México (PRM) —predecesor del actual PRI— creado por Lázaro Cárdenas en 1938 es notable.
Para Chávez la creación de un instrumento político como el PSUV resultaba esencial dada la ola de descontento popular que lo había llevado a la presidencia y que bien habría podido desestabilizar su propio régimen si permitía la radicalización de estos procesos. De esa manera, la política laboral y social de Hugo Chávez fue una ofensiva que combinó ciertas prebendas económicas con la cooptación orgánica y política, así como la represión estatal en varias instancias, de los sectores sociales potencialmente volátiles.
El trato gubernamental de los sindicatos muestra de manera gráfica lo mencionado anteriormente. Mediante su intervención en los sindicatos —en particular la formación de la Unión Nacional de Trabajadores (UNT) como central sindical alterna para contrarrestar y neutralizar a la Confederación de Trabajadores de Venezuela de fuertes nexos con Acción Democrática y la CIA— Hugo Chávez profundizó su esquema de “dividir y vencer”. De esa forma, con la afiliación de la UNT al PSUV en 2007 se consolidó el control corporativista de los sindicatos —justo como cuando la Confederación de Trabajadores de México (CTM) se afilió al PRM de Cárdenas desde la fundación de este partido político.
Venezuela puede aprender de la historia contemporánea de México en que décadas de corporativismo y Estados paternalistas semitotalitarios prepararon el camino para que a partir de finales del siglo pasado gobiernos “democráticos” neoliberales comenzaran el proceso de la destrucción física de las organizaciones de trabajadores y movimientos sociales contestatarios, la elevación de las tasas de explotación, pobreza y desempleo, el desmantelamiento de la industria estatal y la militarización del país en el contexto de una “guerra contra las drogas” hecha a la medida.
Es acertado afirmar que el legado principal de Chávez es un Estado nacionalista corporativista —a la vieja usanza de los albores del PRI en México. Venezuela puede mirar y aprender de la historia contemporánea de México en que décadas de corporativismo y Estados paternalistas semitotalitarios prepararon el camino para que a partir de finales del siglo pasado gobiernos “democráticos” neoliberales comenzaran el proceso de la destrucción física de las organizaciones de trabajadores y movimientos sociales contestatarios, la elevación de las tasas de explotación, pobreza y desempleo, el desmantelamiento de la industria estatal y la militarización del país en el contexto de una “guerra contra las drogas” hecha a la medida.
Dejando de lado por un momento el impacto definitorio que la lucha de clases tiene en la historia de toda formación social, si se analiza la experiencia histórica del devenir del régimen cardenista como el inicio de la “dictadura perfecta” del PRI que transcurrió preponderantemente durante los años de la Guerra Fría, a un proceso similar en Venezuela le augura un futuro mucho más sombrío tras la caída de la Unión Soviética y la consolidación de Estados Unidos como potencia hegemónica global, proponiendo entonces una sucesión más errática de virajes electorales entre regímenes populistas y aquellos abiertamente proimperialistas.
Un ciclo que no plantea opción real alguna para los trabajadores y pobres venezolanos en cuanto a la trascendencia de su condición como clases bajas en la sociedad. La posibilidad de una emancipación total de la pobreza y la marginación sólo podrá concebirse cuando ese hartazgo de millones con la política de sojuzgamiento nacional, pauperismo exacerbado, discriminación racial y étnica, y ausencia total de representación política genuina se vierta hacia una organización política clasista e independiente de todos los Chávez, Andrés Pérez o cualquier representante de las clases propietarias de Venezuela. Cuando —como proponía el viejo Marx— los trabajadores forjen alianzas internacionales y pasen de ser una clase en sí a una clase para sí. ®
Notas
1 Los gobiernos de Acción Democrática y Copei en las décadas de los años setenta a los noventa fueron responsables de políticas económicas que hundieron a 80% de la población venezolana en la pobreza.
2 Véase.
3 De acuerdo con el mismo estudio, durante el periodo de 2001 a 2010 los precios de productos de consumo se elevaron más del doble en Venezuela.
Rogelio Villarreal
Octavio, pensé que remitirías a un artículo serio y no a la trilladísima entrevista a Yoani de ese periodista tan afecto a la dictadura castrista. Saludos.
Octavio Guerra
Dado que mi artículo–desafortunadamente–aparece desplegado en este número de la revista junto a una nota sobre Yoani Sánchez. Me parece apropiado sugerir al lector el siguiente artículo para su consideración crítica: http://www.monde-diplomatique.es/?url=mostrar%2FpagLibre%2F%3Fnodo%3D39be9f06-c0cb-454e-816f-6967ec52d9ce