En 2005 y 2011 se estrenaron dos comedias estadounidenses de argumento casi idéntico, que hacían referencia a su contexto socioeconómico inmediato. Aunque al hacer un uso diametralmente opuesto del humor culminan en sentidos ideológicos muy distintos.
El argumento es una adaptación a nuestros días de la leyenda de Robin Hood: a través de una estafa un hombre poderoso deja en dificultades económicas a un grupo de personas. De estos últimos, unos pocos roban al hombre poderoso para ayudar a todos los demás. Ambos filmes se presentaron como comedias de acción a través de sus tráilers y principalmente de sus estrellas: Las locuras de Dick y Jane (2005, Dean Parison, Fun with Dick and Jane, también conocido como Dick y Jane: ladrones de risa) está protagonizada por Jim Carrey y Téa Leony, mientras que Robo en las alturas (2011, Brett Ratner, Tower Heist, también conocido como Un golpe de altura) incluye en su elenco a los grandes nombres de la comedia Ben Stiller, Eddie Murphy, Matthew Broderick y también Téa Leoni. Pero veamos cómo funciona en cada filme esta combinación entre humor y acción.
De qué nos reímos
Los guionistas y el director de Robo en las alturas participaron en filmes como Rush Hour 3 y Ocean’s Eleven (también conocida como Gran estafa), por lo que es previsible que se den sólo toques de humor en un argumento que apunta a la acción: lo que importa es el gran plan para recuperar el dinero de los empleados de La Torre, un gran edificio de Nueva York. A diferencia de lo ocurrido en Ocean’s Eleven tras el gran golpe no hay ladrones profesionales sino tres hombres sin trabajo, un ladrón de poca monta y una experta cerrajera (que sin embargo trabaja de mucama). Por eso, lo cómico surge de la ineptitud de estos personajes para enfrentar la tarea. Uno de los slogans en inglés reza “Hombres comunes, un robo extraordinario”, lo que acerca a los protagonistas al espectador que, se supone, se considera también un “hombre común”. Desde lo visual y lo argumental el filme prepara la identificación del espectador con Josh, el protagonista que está a punto de perder su trabajo: sabemos todo lo que él sabe, y es el primer plano que vemos luego del malvado señor Shaw. Mientras Shaw pertenece a un mundo por completo ajeno al espectador (nada en su piscina privada en lo alto de La Torre), Josh es un hombre trabajador de clase media, agradable, ingenioso y amable con sus subordinados. A pesar de estar encarnado por Ben Stiller este personaje no está condenado al ridículo más que en lo que se refiere a la mencionada ineptitud para el crimen. Pero los personajes que pertenecen a minorías (aunque son personajes positivos y adorables) son una supuesta fuente de humor a través de cansinos estereotipos: la mucama gorda se toma un tiempo para comer pastel durante el robo; el ladrón negro es cobarde, traicionero e irresponsable; el ascensorista latino es mentiroso y estúpido. De lo que nadie se ríe es de la desgracia de haber perdido el dinero: el personaje entrañable (el estereotipo del hombre negro amable y risueño que está a punto de jubilarse) intentó suicidarse ante su terrible futuro. Los momentos de tristeza, con música apropiada y primeros planos de rostros compungidos, nos señalan que éste es un problema muy serio.
Pero en el mundo de Las locuras de Dick y Jane nada es serio. El inicio del filme apunta de una forma mucho más evidente a la identificación con los protagonistas: la imagen se congela y frases escritas en las pantalla nos los presentan por su nombre y describen brevemente su vida, son burgueses en ascenso, no sólo se parecen a la audiencia sino que son todo lo que la audiencia quisiera ser. La película comienza por burlarse de sí misma, de la ficción como cuento de hadas, con las primeras palabras que se leen: “Hace mucho mucho tiempo… en el año 2000” (recordemos que es un filme de 2005). Aunque Dick y Jane serán muy graciosos como ladrones, antes que nada el filme pone en ridículo su idiosincrasia burguesa, por ejemplo cuando los jardineros llegan para llevarse el césped de su jardín que no pudo pagar, a Jane sólo le preocupa la mirada de sus vecinas, simula estar enojada con los jardineros y que fue ella quien les ordenó que se llevaran todo. Mientras que en Robo… el protagonista y su clase social salen con toda dignidad del conflicto, Las locuras… inmediatamente después de provocar la identificación, obliga a la audiencia a reírse de sí misma y de sus absurdas aspiraciones.
También por la televisión los protagonistas se enteran de que mientras miles de personas se ven obligadas a tomar medidas desesperadas para sobrevivir, los verdaderos responsables de la quiebra son intocables. La America de Las locuras de Dick y Jane es un país de hipocresía, miseria y corrupción, donde el único camino posible es burlar las reglas que sostienen la injusticia.
Jack, jefe de Dick y villano de Las locuras…, también será ridiculizado en las mismas características que lo hacen socialmente exitoso: la constante obediencia de sus subordinados, su derroche, su autocomplacencia y su hipocresía son justamente las características lo que lo convierten en un personaje burdo. El señor Shaw, el villano de Robo… es por el contrario un genio maligno digno no sólo de reproche sino principalmente de envidia: la cámara sobrevuela su impactante piscina en la primera imagen que tenemos de él y su figura permanece impávida, indestructible, a lo largo de todo el filme (de hecho, sólo será derrotado por una casualidad). No sólo él es retratado desde la admiración sino que todo su mundo de lujo se presenta como un mundo deseable. La Torre, principal escenario de Robo… es vista en primer lugar, como dijimos, desde el aire, y luego en planos cortos del señor Shaw en su departamento, por lo que no tenemos una clara visión del edificio y la primera entrada formal a La Torre la hacemos cuando Josh guía a Enrique. El acceso de la zona de servicio a la zona residencial sintetiza la mirada que el filme promueve sobre el poder económico. La zona de servicio tiene colores fríos y poco saturados, los encuadres, con mínimas excepciones, se limitan a mostrar a los personajes, porque allí no hay nada para ver. Por el contrario, la zona residencial es dorada, no se trata sólo de un cambio de escenografía, la piel de los personajes tiene más color, como si allí estuviera la verdadera vida, donde hay niños, flores y mujeres hermosas. Pero además hay cambios imperceptibles, la cámara se eleva apenas y hace encuadres más amplios, un suave tintineo acompaña el momento justo en que los personajes cruzan el umbral entre las dos zonas, como si se hubiera abierto la puerta a un mundo mágico. Esa mirada ávida y cautivada está incluida en Las locuras… pero no es forzada en el espectador sino que es mostrada en el protagonista: Dick no puede evitar su risa nerviosa ante cada muestra del dinero, el gusto y los placeres de Jack. Pero en esa actitud maravillada no sólo queda en ridículo ante los ojos del espectador (gracias a la actuación exagerada de Jim Carrey) sino que además es por su admiración como sus jefes logran engañarlo y manipularlo.
Dónde roban
Aunque Las locuras… es una segunda versión de un filme de 1977 del mismo título, no sólo se indica el año de los hechos al comienzo sino que además se muestra un contexto social muy claro: miles de personas han quedado sin trabajo y el mercado inmobiliario se ha derrumbado por lo que los protagonistas son sólo dos ejemplos de una situación generalizada. Las referencias a Estados Unidos son a través de los nombres de los bancos (la gran amenaza para los protagonistas) que llevan en su nombre parte de la palabra America y también por la sorprendente inclusión de la imagen del entonces presidente Bush: así como Dick aparece en televisión mintiendo (sin saberlo) con una optimista imagen de su empresa que en realidad está a punto de quebrar, pocos minutos antes vemos a Bush en un noticiero hablando de una era de “prosperidad sin medida”. También por la televisión los protagonistas se enteran de que mientras miles de personas se ven obligadas a tomar medidas desesperadas para sobrevivir, los verdaderos responsables de la quiebra son intocables. La America de Las locuras de Dick y Jane es un país de hipocresía, miseria y corrupción, donde el único camino posible es burlar las reglas que sostienen la injusticia.
Por el contrario, aunque los protagonistas de Robo en las alturas están claramente insertos en un grupo (los empleados del edificio) este grupo parece ser una excepción en un país y una ciudad rica. El golpe es dado justamente el Día de Acción de Gracias, uno de los festejos patrios más importantes de la cultura estadounidense, y allí no vemos más que alegría y prosperidad rodeando una multitud de banderas. El FBI es una organización confiable que hace todo lo posible por atrapar al malvado y su castigo llega al fin a través de medios legales. La America de Robo en las alturas es un país donde las desgracias son individuales y la justicia institucional funciona. Lo que nos lleva a la siguiente pregunta.
Por qué roban
Inmediatamente después de ser despedidos, los protagonistas de Robo… consiguen trabajo, aunque no sea el trabajo de sus sueños. El dinero que perdieron era la seguridad para su futuro, pero su presente está en calma. El desafío del guión era lograr que los personajes robaran sin convertirlos en antihéroes: la razón es no sólo que ese dinero les pertenece sino que el pobre y querido Lester (el hombre que estaba a punto de jubilarse) había confiado todos sus ahorros al malvado señor Shaw. Y así es como el guión legitima que un grupo de personas que no están a punto de morirse de hambre cometan un delito.
Pero Dick y Jane están en serios problemas, el banco está a punto de quitarles su casa, la cual hubieran vendido en un primer momento de no ser porque su hipoteca es mayor que el dinero que obtendrían por la casa. Han buscado todo tipo de trabajos pero el mercado laboral está saturado. Esta familia no tiene en verdad ninguna otra posibilidad. De hecho, los antiguos compañeros de trabajo de Dick se dedican también a actividades ilegales y (a diferencia de los jefes) son arrestados. Las locuras… no tienen nada de lacrimógeno, por el contrario, es un filme que entretiene esquivando estereotipos y buscando el humor en los detalles de la vida diaria de la inestable clase media. Pero mientras reímos vemos con toda crudeza una sociedad que se desintegra.
Cómo termina
Aunque los finales de ambos filmes son previsibles, no daré detalles sobre ellos. Sólo diré que en Las locuras… no existe el castigo a los poderosos, y aunque hay un final feliz para los personajes, termina con una nube negra sobre sus cabezas: cuando Dick se encuentra con un antiguo colega él le comenta que ha entrado en una nueva empresa llamada Enron (culpable de uno de los más famosos fraudes empresariales de Estados Unidos). La historia de Las locuras de Dick y Jane es la historia real que arrastró en una cadena de quiebras a Enron, WorldCom, Arthur Andersen, Adelphia, que tuvo antecedentes en Cendant y que se repetiría en Healthsouth. No sé esto porque sea una experta en el tema, sino porque inmediatamente después de ese último diálogo vemos en la pantalla un agradecimiento a la participación de antiguos empleados de todas esas empresas (y también de otras que aún existen como Tyco y ImClone Systems). Cualquier sensación de justicia o satisfacción que pudiera haber obtenido el espectador por el tibio final feliz se ve destruido por el recuerdo de que esta historia se repitió demasiadas veces y que seguimos viviendo con las mismas reglas del juego que permitieron que esto ocurriera.
Cualquier sensación de justicia o satisfacción que pudiera haber obtenido el espectador por el tibio final feliz se ve destruido por el recuerdo de que esta historia se repitió demasiadas veces y que seguimos viviendo con las mismas reglas del juego que permitieron que esto ocurriera.
En el otro extremo, Robo en las alturas no sólo da un final feliz con imágenes absolutamente inverosímiles (un Ferrari pasará por el ojo de una aguja antes que un rico vaya a una cárcel común), sino que además nos entrega a un héroe individual. Nunca entendí por qué Calle 13 hizo una canción que dice “Calma pueblo que aquí estoy yo, lo que piensas tú lo digo yo”, pero Hollywood pareció entender a la perfección la utilidad de ese pensamiento: mientras las economías de todo el mundo colapsan y sólo se salvan los bancos y los grandes capitales, mientras las calles de Nueva York (y luego de muchas otras ciudades) se llenaban de grupos que clamaban por la redistribución de la riqueza, Hollywood inventó un cuento de hadas para calmar los ánimos, decir lo que la gente deseaba creer y al mismo tiempo desalentar el trabajo en grupo al recuperar la figura del héroe que nos salvará a todos, dejar al público a la espera de la llegada de ese héroe y con una falsa sensación de justicia. No digo que sea un filme revolucionario, pero Las locuras de Dick y Jane, al hacernos reír de nosotros mismos, de nuestras absurdas aspiraciones y de nuestra impotencia, nos ayuda a vernos en la trampa en que estamos metidos, sin ofrecernos la promesa de un hombre noble que se sacrificará por nosotros.
Por último, me gustaría dedicar estas palabras a las personas que en Esquel y Trevelin resisten la embestida de empresas mineras y de nuestro propio gobierno. Aunque los líderes políticos argentinos le dieron la espalda, “la montaña sigue en pie gracias a su gente”. ®