Chef,
con tus caderas
de arrogante blancura
ajustas tus prisas
para hallar,
del concurrido café,
su silla solitaria

Mi duquesita, la que me adora,
no tiene humos de gran señora:
es la griseta de Paul de Kock.
No baila boston, y desconoce
de las carreras el alto goce,
y los placeres del five o’clock.
—Manuel Gutiérrez Nájera
Chef,
con tus caderas
de arrogante blancura
ajustas tus prisas
para hallar,
del concurrido café,
su silla solitaria,
horas limpias,
horas de reposo,
charla que a gritos
resuelve sus placeres
y se agita para ser,
menos que nada,
ruido entre la chusma;
dispersas tus amigas,
tus iguales, hablan de todo,
de lo que hoy se fue,
de lo que hace reír,
menos de ti,
de tus caderas,
llanura tersa
en que se acaba
la respiración
y mustia observa,
a ti misma fiel,
chef que,
con la melena larga
de nueces sueltas,
ansiosa aguarda
lo que, sin importar la hora,
pasará mañana,
y conviven lo próspero
y lo gracioso
—desenfadadas pláticas—
con las malas palabras,
por un instante,
un muy pequeño,
vamos viviendo
sin el secreto
que, a voces necias,
pero sensatas,
delatan es mi camino,
lo sé de cierto,
chef que no piensas,
hermosa ingenua,
mas tu simpleza
de cejas densas
y tibia risa
—casi una mueca—,
me habla de amor,
del que se cuenta
en sobremesa
como el recuerdo
que va y que viene
y poco pesa,
pasto que pisa el pie
y piensa que vuela,
y voy consciente
como un lobezno
de garras sueltas,
todo lo puedo,
se esfuma el mundo,
solo la silla
en que el perfume
de negro encanto,
pants deslavado
que te hace sombra,
es evidencia,
carnada ciega,
cerrada reja,
de arrojo torvo
y razón certera,
palabras ligeras,
de vieja treta,
truenan silencio
e hipócritas vergüenzas,
un mucho gusto,
tu nombre es…,
y dices seria
soy esta, la que miraste,
y yo soy chef,
y con la fe entusiasta
con que se admite
que todo impide,
dije mañana habla,
mañana ríe,
hablamos nipón,
zulú o francés,
mas fue la misma
extraña alma,
de seco temple,
saludo simple,
así que vino,
así se fue,
y yo,
que fui pasando
bien advertido,
siempre dolido,
siempre cortés,
me vi sentado
en la misma mesa,
en igual café,
y con la taza hirviendo
en los tensos dedos,
pasados días,
semanas viejas,
sin resignarme,
mas pesimista,
me dije luego:
bueno,
ya sé que es chef. ®