Cantan las hermosas mujeres

Nepantla

© Kusakabe Kimdei

I

Nepantla se embellece con la tarde. Es un pueblo abierto hacia el ocaso.

Casi es de noche y de todas partes parece que van a salir flores; cuando hace tan poco (el sol estaba alto) sólo sequedad, estática y cansancio podían ofrecer estas calles sucias, abiertas entre montes de gatos salvajes y serpientes; cuando hace tan poco (la iglesia cerrada y gemidos de gallos y urracas), hostilidad, languidez y odio era todo lo que estos hombres llevaban por dentro, entre amargos ojos negros y musculosas espaldas ahítas, a punto de ceder por siempre ante la carga de un sufrimiento milenario.

Nepantla, de día, no tiene historias; está vacía, y las piedras reciben impasibles la muerte por medio de las bocas del viento mientras los corazones se han desvanecido en ayer, y de ellos nada queda; acaso una hoja quemada o el reflejo de un candil en una barda.

Con la luna surge la vida; vida abstracta, una sensación de oscuridad, no certeza física.

Un amor terrible está escondido en alguna parte: es algo que sientes.

La noche es inmensa, sensual, tenebrosa, interminable; y entonces comienza a llover.

II

En Nepantla llovió una noche muy antigua y desde entonces ha llovido siempre. Sobre nosotros, arriba del cielo, hay una mujer hermosa que fue abandonada y nunca va a dejar de llorar.

III

Es mediodía y llueve. El cielo se ha roto cuando el sol debería estar alto y brillando. Lánguidas gotas que caen espaciadas pero con insistencia, como una tristeza aún increada. La mañana y la tarde dentro de mí ya no se defienden; sirven a la mujer triste para que antes de quedarse dormida en la noche me haya asegurado el naufragio.

Pájaros nocturnos

Pájaros negros llenan el horizonte; abren sus alas y tapan la luna. Producen un ruido metálico, insidioso, sostenido, de cuerpo oscuro, que al final se abre inesperadamente en una ligera, dulce y efímera melodía.

Su música es la mujer hermosa que siempre me mintió y mi corazón un sol que se desplomó en pedazos sobre el océano porque nunca encontró su lugar para brillar en el cielo.

No supe ser amor, ¿sabré ser tormenta, sabré ser horror?

Me hundo, y cantan los pájaros nocturnos.

Entonces, amor, nos convertiríamos en luna

“Elena, ¿y si ya no saliera la luna?

Los últimos barcos con luces se han perdido en aguas imposibles y estamos aquí, sentados en un sueño de arena, bajo un cielo vacío, como si estuviera demasiado triste, a un instante de nunca dejar de llover.

¿Qué haríamos, amor, si ya no saliera la luna?”

“Podríamos bailar un rato, Myan, que llevo puesto mi vestido verde, y suspender con magia un instante esta oscuridad.

Luego, seguir bailando, retrocediendo el negro con las luces de nuestras caderas; seguir bailando, remontando con el juego las tinieblas; seguir bailando, hasta que los huesos terminen tan cansados y nuestras almas tan brillantes que ya no queramos hacer otra cosa más que morir.

Entonces, amor, nos convertiríamos en luna.

Y estaríamos ahí, en el centro del cielo, derramando esperanza sobre los amantes nuevos”.

Cantan las hermosas mujeres

Durante el día las hermosas mujeres nunca están cansadas para el vuelo y la melodía; son alegres y ligeras siempre. Pero mienten. Saben de una existencia donde el alma pertenece a la muerte como el canto a los pájaros, y su verdadera canción es estática y nadie puede escucharla.

Amo a hermosas mujeres que después de vivir, muy cerca de la hora del sueño, acuden pálidas y dulces al final de la caída y permanecen ahí indefinidamente, recostadas, con los ojos entrecerrados, los pies y las manos doblados con suavidad, y la respiración tranquila; se diría que están dormidas, pero la ilusión está tan lejos de sus corazones y no hay descanso para sus cuerpos inertes.

Durante el día las hermosas mujeres nunca están cansadas para el vuelo y la melodía; son alegres y ligeras siempre. Pero mienten. Saben de una existencia donde el alma pertenece a la muerte como el canto a los pájaros, y su verdadera canción es estática y nadie puede escucharla. Son pájaros nocturnos, y antes de la noche se acuestan y cantan, pero han cerrado los labios y la voz cae por la garganta convertida en agua.

Amor, sólo éramos fantasmas

Nunca fuiste mía, nunca fui tuyo. Sólo éramos fantasmas.

El amor es algo que soñamos, como si nos hubiésemos quedados dormidos y compartido un maravilloso sueño muy antiguo.

He quedado solo, has quedado sola. Perdimos el presente.

Siempre había demasiado tiempo, de pronto era demasiado tarde; y todo estaba abandonado, y entre nosotros ni bondad ni ternura, sólo frustración y odio.

Buscábamos placer con nuestros cuerpos, amándonos en todas las galaxias; para ser felices, para estar unidos eternamente.

Pero no sentimos nada.

Mi pene ya no era el árbol, sino una nube, y se desvanecía buscando frenéticamente tu útero, que había desaparecido. Dejó de ser tierra húmeda para enraizarme y se convirtió en humo.

Amor, sólo éramos fantasmas.

Es ayer, Inés

I

Espero que ayer vuelva, pero lo ha desvanecido la muerte. Enterrado en las sombras de lo que ya no existe hice crecer mis flores rojas y blancas que resistirán a todos los inviernos.

Hace tanto tiempo que no pensaba en ti con amor. Hoy lo hice, lo hago, y estoy llorando. La tristeza me trae dulcemente una sensación luminosa tras siglos de oscuridad, y el cielo entero tira nieve sobre océanos de sangre.

Es ayer, Inés; estás aquí, conmigo, tu cabeza apoyada sobre mi pecho, y sonreímos.

II

Hoy es un amor sin suelo, hoy es un amor en que no enraízas, hoy es un interminable espacio azul donde siempre cambias, hoy es nubes que se desvanecen, hoy es una lágrima que cae hasta desaparecer.

Ayer es el tiempo hermoso, ayer es un corazón palpitante; ayer es nosotros en la cama —yo faunil y tú oceánica— leyendo poesía; ayer es un Dios real y fuerte, ayer es la vida de fuego y pasión de una supernova; ayer es el árbol gigante que hiciste crecer afuera de tu casa.

III

Es ayer, Inés, y te amaré siempre, tan vivo, en ayer, hasta el final de la caída. ®

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Publicado en: Marzo 2012, Narrativa

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