Desde hace tiempo llevo formulando y cosechando en mi cabeza una forma sintáctica que me permita abordar mis sentimientos y sensaciones para poder redactar este SMS de manera que la admiración y el orgullo que asocio con su persona sean transmitidos claramente. Después de todo son pocas las ocasiones en las que uno cuenta con la oportunidad de escribirle a un héroe nacional de semejantes dimensiones. Debo de confesar que he seguido con mucha atención cada uno de los pasos que usted ha tomado a lo largo de su impecable carrera empresarial, desde el momento en que salió de las humildes aulas de la carrera de Ingeniería de la UNAM hasta cuando se encontraba a bordo de su jet privado, sentado sobre asientos confeccionados a base de vísceras de tigres albinos huérfanos a la vez que inhalaba gruesas líneas de caviar de beluga por la nariz mientras sobrevolaba Haití en la que fue su primera gira de beneficencia.
Le aseguro que yo no comparto el resentimiento y las consignas de la vox populi y que no me inquieta en lo más mínimo la impunidad de la cual goza su emporio, así como tampoco me hace transpirar el hecho de que Telcel maneje las tarifas de telefonía celular más caras del mundo —en mi opinión, si lo que queremos es vivir como primermundistas pues entonces tenemos que estar dispuestos a rompernos el culo—, porque reconozco la enorme importancia, en lo que se refiere a la imagen que queremos mostrar de México, que un connacional ande por el mundo frotando sus codos con los ricos y famosos en las fiestas de gala para difundir nuestra cultura y para desmentir a aquellos escépticos que ponen en cuestión la enorme riqueza que existe en nuestro país. Carlos —¿te importa si te llamo Carlos?—, sé que uno debe de hacer lo necesario para poder sobrevivir y que para llegar a la cima hay que pisar algunos cráneos. En el fondo, tu monopolio no es más que el producto directo de una férrea convicción en el orden natural. Tú recuéstate tranquilo sobre lo alto y ancho de tu pirámide que todos tus usuarios te apoyamos desde abajo, sosteniéndola de la punta sin albur y sin importar que nos perfore las palmas de las manos y que se nos quiebren las rodillas con tal de mantener el equilibrio de tu capital. Y no quiero que pierdas una sola hora de sueño por ese tal Warren Buffet y su insulsa fortuna anglosajona. Te aseguro que nuestra miseria es tan vasta que si todos tus amigos Telcel hacemos una vaca, conseguiremos darte ese empujón que necesitas para sacarle una ventaja considerable a ese pinche güero imperialista para que quedes solo en lo alto de la lista de Forbes, porque después de todo, el orgullo nacional está por encima de la economía personal, camarada. Puedes contar con nuestra solidaridad incondicional ya que los pocos afortunados —menos de la mitad de la población adulta— que tenemos el poder adquisitivo para poder pagar un celular y hacer un par de llamadas sin la necesidad de pasar hambre como consecuencia directa, estamos contigo y en tu territorio Telcel. ¿Por qué?, porque de los quince millones de fumadores de esta su república de usted, poco más de un tercio de nosotros estamos muy agradecidos de poder ser parte de tu exclusivo Mundo Marlboro. Eso sí, somos pocos los que podemos darnos el lujo de comer enchiladas suizas en Sanborns al son de una exquisita melodía Casio de los Beatles; los que tenemos para comprar un par de jeans en Sears y los que podemos costearnos pasajes en Volaris. Pero esas nimiedades se olvidan fácilmente cuando uno sale a pasear en las calles del nuevo y reluciente Centro Histórico, cuya majestuosidad se la debemos a tu irrefutable compromiso con el proyecto urbano capitalino, queridísimo Carlangas. ¡Ah! Mi buen Charly… te juro que cuando me pongo a pensar en todo lo que has hecho por tu país y en los incontables gestos altruistas que han marcado tu trayectoria profesional y acentuado la silueta de tu gran condición humana, me asalta un sentimiento de empatía tan estremecedor que hasta se me salen las lágrimas.
Todo suyo,
Ari Volovich
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