El Celso Piña de la segunda etapa, el que todos conocen, convertido en celebridad, el que ahora ensalzan en los medios y en las redes, sólo fue posible porque en Monterrey el caldo ya se lo habían preparado otros.
No, a pesar de que hayan sido recientes rockeros o jip–joperos o chúntaros o lo que sea, los que hayan convertido a Celso en un referente popular ya tardío en Monterrey, su creación, su sonido, su misma medianía como instrumentista y su vallenato modernizado solamente en la textura pero no en el fondo, tenemos que reconocer que lo suyo está alejado de eso que se supone “rebeldía” sonora.
No digo que los rockeros sean auténticos rebeldes, después de todo el rock regiomontano está lleno de ejemplos a los que se puede aplicar el mismo juicio que hago aquí a Celso; esos mismos que lo ensalzan padecen de mucho de lo que planteo sobre el cumbiero, pero sí es importante recordar algunas cosas que sucedieron en Monterrey para aclarar las confusiones que se dan respecto a «la Colombia», al rock y al punk regiomontanos, porque ahí hay una clave para entender por qué terminan elevando a Celso a icono cultural, lo que más bien me parece resultado de un equívoco ¿o debería decir simplemente un héroe asumido por pereza?
Los primeros núcleos de chavos que escuchaban la cumbia en Monterrey que aparecieron a principios de los ochenta no se vestían de cholombians ni usaban peinados extravagantes, ni habían hibridado su imagen con cosas tomadas de otras “tribus contestatarias”. De hecho, no estaban específicamente en “el barrio”, se reunían en lugares del centro y parecían más bien rockers, usaban incluso camisetas negras y pantalones ajustados, a la usanza de una pandilla del centro de la ciudad que se llamaba Los Brothers, pero éstos sí se consideraban a sí mismos rockeros. Había otra pandilla llamada Los Cholos que sí adoptaba ya la imagen de jomi y que oían más bien música tropical y cumbia, pero no específicamente colombiana.
En esos mismos contextos marginales a comienzos de los ochenta se produce además el fenómeno del jarcor punk en Monterrey, que surge como una continuidad del chavo de barrio rockero, que no oye cumbia, al que no le interesan los bailes, sean éstos comunes o de colombianos, que empiezan, eso sí, a crecer como grupo de asiduos.
En esos primeros años surgieron los camioneros, chavos que se subían en las paradas tocando el acordeón y el güiro y que no estaban especialmente interesados en hacer identidad de lo suyo, lo que importaba era lo que sonaba, “la guacharaca”, le decían, y no era balada vallenata, no era sombría, no era romántica, era agresiva, speed, sudorosa; usaban mezclilla ajustada y mullets a la Ramones. Era obvio que habían escuchado a Celso Piña, que en ese entonces era una celebridad subterránea, un mito urbano. Se hablaba de que andaba en la mota, de que se traía morritas, de que sus shows eran, claro, comuniones de la raza pesada, pero la Ronda Bogotá era simplemente un conjunto de baile y los colombianos eran vistos incluso en los mismos barrios marginales como lo más bajo, como algo que debía evitarse, ni pensar en verlos como fashion under o como ejemplo de expresión cultural juvenil, lo que más bien se quería evitar.
En esos mismos contextos marginales a comienzos de los ochenta se produce además el fenómeno del jarcor punk en Monterrey, que surge como una continuidad del chavo de barrio rockero, que no oye cumbia, al que no le interesan los bailes, sean éstos comunes o de colombianos, que empiezan, eso sí, a crecer como grupo de asiduos. Los jarcoreros regios se entienden en una relación más global con la música, oyen ejemplos del género en inglés, aunque hacen su música en español por su interés en grupos vascos como Kortatu, Negu Gorriak, La Polla Records, y comienzan a reunirse en torno a proyectos de música original como Disolución Social, Abuso, Derechos Humanos, Cabezas Podridas y Madriza Salvaje, por mencionar el núcleo del jarcor local, valga la redundancia.
En un libro próximo narraré más sobre esta comparación entre colombianos y jarcoreros, pero para quienes han estado diciendo que “Celso Es Más Punk Que Los Punks” o “Más Pesado Que Los Rockers”, pero sobre todo a quienes hablan de la importancia cultural de Celso, les recuerdo algunas cosas que nos legaron los jarcoreros regios, independientemente de que lo colombiano se haya privilegiado como referente cultural de estas tierras.
Resulta que los rockers y los punks en Monterrey, desde el underground, han incidido más de lo que se piensa y han forjado una cultura que perdieron de vista los posteriores rockers que se hicieron famosos y hoy hablan de Celso y del fenómeno colombiano —que tiene, sí, su legitimidad propia pero no esencial, como se pretende—, pero es que en términos culturales esta Regiolandia no existiría si no hubiese habido jarcor punk.
Aquí algunos por qué:
—Los jarcoreros regios fueron los primeros que armaron festivales masivos de música alternativa en Monterrey (dos Días de Colectividad).
—Los primeros músicos locales que apoyaron abiertamente movimientos de izquierda, como al EZLN.
—Los primeros que hablaron de igualdad de género y organizaron en los encuentros talleres de feminismo y ecología.
—Los primeros que asumieron identidades tribales, que mostraron el pierce y los tatuajes libremente, que usaron ropa andrógina en las calles de la ciudad.
—No se quedaron en el jarcor, de ahí surgieron los primeros darkies, los primeros goths.
—Abrieron uno de los pocos e iniciales antros posmodernos de la ciudad, El Clan, a donde ibas a oír a Joy Division y Bauhaus.
—Crearon los primeros estudios de tatuajes y piercing, además, curiosamente, de ropa hip hop ¡y se convirtieron en empresarios!
—En los conciertos de jarcor se vio por vez primera a muchos de los que formaron la llamada Avanzada Regia viendo y preguntando y adoptando cosas que veían ahí. Toy Machete ofrecía grabar a los grupos en lo que Alejandro Sandoval ha denominado “el Manoseo” —que no es otra cosa que mostrar interés en proyectos que vienen del under para terminar adueñándose de ellos y colgándose el mérito.
—En los conciertos de jarcor estaba desdibujada la línea divisoria entre el punk y el ska local, que luego ya se dirigió por su lado con resultados en general decepcionantes.
—Las mujeres jarcoreras lanzaron más adelante los primeros y creo que únicos festivales musicales feministas que se han hecho en Monterrey.
—Finalmente, algunos chavos —provenientes de Sociología de la UANL— que se acercaron con fines de apoyo y estudio del jarcor también analizaron y se relacionaron en los ámbitos de lo cholombiano antes de que esto último se hiciera negocio de lo exótico.
Por estas razones, el Celso Piña de la segunda etapa, el que todos conocen, el lanzado por Toy Machete ya en el siglo XXI y convertido en celebridad, el que ahora ensalzan en los medios y en las redes, ése del que se cuelgan los rockeros regios famosos y del que hablan con orgullo dizque barrio algunos escritores locales y del país, fue posible porque en esta ciudad el caldo cultural evolucionado ya se lo habían preparado otros. ®