¿En que falló Babylon? Puedo intentar una apresurada conjetura: aparte de sus extraordinarios méritos cinematográficos algo no resultó… Quizá lo demasiado larga, lo demasiado agobiante; eso sí, con un trepidante ritmo visual, pero atropellado y con pocos descansos.

Ayer, por recomendación de René Jr. (gracias, máster), vimos juntos Babylon (2022) de Damien Chazelle. La primera impresión que me dejó fue lo arriesgada de esta apuesta creativa del joven realizador estadounidense de origen galo, aunque lamentablemente haya terminado como un sonoro fracaso de taquilla.
Desde los primeros minutos te impacta esta propuesta artística autorreferente. Como el Ocho y medio de Fellini es cine que trata sobre el cine, pero a diferencia de la cinta felliniana, Babylon es mucho más que crítica, es corrosiva en la más cáustica extensión de la palabra.
Babylon describe los inicios del cine en Hollywood desde la primitiva etapa muda —cuando se filmaba todo en exteriores aprovechando la luz solar— y luego, la transición del cine silente al cine parlante.
Antes de Babylon Damien Chazelle venía de ser el niño consentido de Hollywood. Su primera película, Whiplash (2014), recibió cinco nominaciones al Oscar y ganó tres cuando apenas tenía 29 años. Pero el clímax llegó con su siguiente obra, La La Land (2016), que obtuvo ¡14 nominaciones al Oscar! —empatando a Titanic y All About Eve— y que terminó llevándose seis. Además del haberse convertido a los 32 años y 39 días en el cineasta más joven en ganar el Oscar al mejor director. Rompió un récord que tenía 86 años. Como dato extra cabe señalar que La La Land fue nominada a siete categorías en los Globos de Oro y las ganó todas, superando a One Flew Over the Cuckoo’s Nest, que ostentaba el récord de seis en 1975.
Babylon describe los inicios del cine en Hollywood desde la primitiva etapa muda —cuando se filmaba todo en exteriores aprovechando la luz solar— y luego, la transición del cine silente al cine parlante.
Tiene un inicio trepidante que describe muy explícitamente ese periodo salvaje de los inicios de la cinematografía estadounidense en la soleada California; en plena época de la prohibición del alcohol y del gradual proceso de ilegalización de sustancias sicoactivas, como la cocaína, la cannabis, el opio y la heroína, que a principios del siglo XX se comercializaban libremente en las farmacias.
Después del inicial caos incontrolable del cine mudo, en la transición al cine hablado todo cambió. Para empezar, desde 1930 se empezó a aplicar el Código Hays y ya nada fue igual, y no sólo lo relacionado con las radicales transformaciones tecnológicas en esta industria. Una serie de drásticas mutaciones sociales alteraron el destino de generaciones de artistas y no artistas. El cine se dividió en precode y postcode… Después de la borrachera de los años veinte llegó la cruda de los treinta.
Chazelle, luego de la vertiginosa etapa inicial de la película, continúa con el desarrollo de las historias entrecruzadas de los protagonistas, algunas basadas en personas y hechos reales.
A Babylon le han sobrado epítetos y adjetivos de los críticos: abrumadora, absurda, agotadora, ambiciosa, caótica, cómica, decadente, desordenada, escalofriante, estrepitosa, excesiva, indecente, inflada, interminable, lasciva, provocativa, recargada, sórdida…
Como el escándalo que acabó con la carrera del gran Fatty Arbuckle por la muerte en una fiesta de Virginia Rappe, representada en la cinta como la chica que sacan aprovechando la entrada del elefante. El Jack Conrad de Brad Pitt comparte muchas anécdotas reales de John Gilbert y de la personalidad de Douglas Fairbanks. Nellie LaRoy (Margot Robbie) es una mezcla de Clara Bow, Alma Rubens y Jeanne Eagels. La directora mujer, Ruth Adler (Olivia Hamilton) está basada en Dorothy Arzner. El trompetista Sidney Palmer (Jovan Adepo) puede ser una mezcla de Curtis Mosby con Louis Amstrong. El malogrado productor Irving Thalberg (Max Minghella) sale con su propio nombre. Incluso la oriental Lady Fay Zhu (Li Jun Li) podría haberse inspirado en Anna May Wong o la periodista Elinor St. John (Jean Smart) en la británica Elinor Glyn con matices de Louella Parsons.
A Babylon le han sobrado epítetos y adjetivos de los críticos: abrumadora, absurda, agotadora, ambiciosa, caótica, cómica, decadente, desordenada, escalofriante, estrepitosa, excesiva, indecente, inflada, interminable, lasciva, provocativa, recargada, sórdida… pero, en mi humilde opinión, también es genial, pero genial en un sentido trastornado con connotaciones casi bíblicas. No en vano se llama Babylon.
Capítulo aparte merece la música. El soundtrack fue responsabilidad del multipremiado compositor Justin Hurwitz (dos Oscares, un BAFTA, cuatro Globos de Oro y dos Grammys), amigo, partner in crime y roommate de Chazelle en Harvard.
Para darse una pálida idea de la importancia de la música en Babylon el Internet Movie Database registra 111 músicos participantes en la cinta, todos con sus nombres, apellidos e instrumentos. Justin Hurwitz, en lugar de hacer un pastiche o reinterpretar clásicos de ese periodo, realizó una muy personal y compleja recreación artística del espíritu musical de la época, combinando jazz contemporáneo e incluso rock, con mixturas heteróclitas que van desde “Una noche en la árida montaña”, de Músorgski, hasta “Singin ’in the Rain”, pasando por “My Girl’s Pussy”. Pero entre las 48 pistas con 1:37:15 de duración de manera especial destacan dos tracks: “Call Me Manny” y la orgiástica “Voodoo Mama”, llenas de tambores calientes, sudorosas trompetas estridentes con síncopas sexualmente explícitas. Una maravilla… No en balde el único premio importante de esta incomprendida obra fue el Globo de Oro a la mejor banda sonora.
Volvamos a la cruel realidad. ¿Cómo un niño prodigio que el mismo tiempo era una especie de rey Midas de la taquilla pudo fracasar con esta excéntrica e inclasificable obra ¿maestra??
Los gélidos números no mienten:
Whiplash: presupuesto, 3,300,000 dólares / recaudación, 49,000,000 dólares.
La La Land: presupuesto, 30,000,000 dólares / recaudación, 445,640,000 dólares.
Babylon: presupuesto, 80,000,000 dólares / recaudación, 63,351,500 dólares.
Podemos concluir que, por más artísticamente que lo hagas, no puedes dinamitar impunemente al establishment hollywoodense sin sufrir las consecuencias. Los pundits cinematográficos le hicieron el vacío y desapareció de los premios y de la consecuente exposición mediática, y como resultado el público se ausentó de las taquillas… el espíritu de la manada es invencible.
¿En que falló Babylon? Expertos cinéfilos podrían dilucidarlo mejor que yo, pero puedo intentar una apresurada conjetura.
Los pundits cinematográficos le hicieron el vacío y desapareció de los premios y de la consecuente exposición mediática, y como resultado el público se ausentó de las taquillas… el espíritu de la manada es invencible.
Aparte, aparte de sus extraordinarios méritos cinematográficos algo no resultó… ¿qué fue?
Quizá lo demasiado larga, lo demasiado agobiante; eso sí, con un trepidante ritmo visual, pero atropellado y con pocos descansos… Pero, sin duda, lo más débil fue el final. ¿Cómo una película tan larga, cómo esta espectacular y dantesca bacanal visual la finalizas con ese desleído y anticlimático desenlace? Por más prestigiosos que fueran esos clips de grandes obras cinematográficas de todos los tiempos, mostrados en avance rápido, se notó que Chazelle ya no hallaba cómo terminarla. Y la cursilería no es una buena elección. No hay nada menos sutil (y menos en una película autorreferencial del cine–que–trata–del–cine…) que el protagonista soltando lagrimones humectando el ilustrado fast–forward del colofón. Después de haber arriesgado tanto durante más de tres horas termina con un remate que hubiera ruborizado a los hermanos Rodríguez. (Por cierto, Joselito Rodríguez pudo haber inspirado a Manny Torres, el protagonista.)
Una de las características de las obras maestras del cine son los cierres, los finales impactantes… ésos que te dejan estremecido y conmocionado por días… que te provocan esa catarsis de la verdadera obra de arte, señalada desde hace milenios por Aristóteles en su Poética. A veces resulta, otras no, pero hay que intentarlo, por lo menos. ®