Cuando LEA asumió la presidencia era claro que el “desarrollo estabilizador” (1952–1970) se había agotado. Los problemas principales eran el desempleo, la pobreza de vastas regiones campesinas y urbanas, el bajo nivel de ingreso de los trabajadores, la concentración de la riqueza y la insuficiencia fiscal del Estado.
El centenario del nacimiento del expresidente Luis Echeverría Álvarez (LEA) ha reavivado el rencor de un segmento de la opinión pública contra su persona y su administración (diciembre 1970–noviembre 1976), emparentándolo ahora con el presidente López Obrador, sin considerar sus diferentes visiones del país y del contexto internacional. LEA tuvo una visión del mundo de su tiempo y actuó para incidir en él, lo que no puede decirse del presidente López Obrador. Por otro lado, sus políticas públicas no fueron arbitrarias, sino pensadas para enfrentar situaciones nacionales e internacionales adversas, de acuerdo con criterios técnicos estrictos.
La animadversión a su persona y gobierno ha sido alimentada por imputaciones a su presunta responsabilidad en las matanzas de estudiantes del 2 de octubre de 1968 y el 10 de junio de 1971, sin reparar en el hecho de que el expresidente Gustavo Díaz Ordaz asumió plena responsabilidad por la primera, mientras que la segunda parece ilógico que LEA la haya ordenado.
No me detendré en este punto porque el objetivo de este artículo es otro. Sólo recordaré que la manifestación del 10 de junio —la primera después del 2 de octubre— fue encabezada por líderes universitarios recién llegados de Chile, a donde LEA los había enviado con la recomendación de que vieran la construcción del socialismo dentro del orden constitucional. Sería ilógico que los hubiera mandado traer de vuelta sólo para masacrarlos a la primera oportunidad.
Además, está claro que LEA buscó la reconciliación con los estudiantes a costa de su relación con el Ejército y la vieja guardia del PRI. Sus gestos e iniciativas políticas ‒la “apertura democrática”‒ fueron elocuentes. Más importante fue su apoyo a la educación y las universidades públicas. Multiplicó el presupuesto de la UNAM por casi siete y el del IPN por cuatro. Duplicó el presupuesto de las universidades públicas del resto del país, creó la Universidad Autónoma Metropolitana, muchos institutos tecnológicos y casas de cultura en el país y empleos públicos para egresados y estudiantes universitarios a tal punto que la burocracia federal creció casi cuatro veces. Sus detractores dirán: “He ahí el problema”, pero esto nos introduce a nuestro tema.
Agotamiento del desarrollo estabilizador
Cuando LEA asumió la presidencia era claro que el “desarrollo estabilizador” (1952–1970) se había agotado. Los problemas principales eran el desempleo, la pobreza de vastas regiones campesinas y urbanas, el bajo nivel de ingreso de los trabajadores, la concentración de la riqueza y la insuficiencia fiscal del Estado, todo ello en un contexto de explosión demográfica y alta inestabilidad económica y montería mundial. La inconformidad con este estado de cosas se había empezado a manifestar antes del desarrollo estabilizador, durante la presidencia de Miguel Alemán (1946–1952) y continuó en las décadas subsiguientes con protestas de ferrocarrileros, militares, petroleros, mineros, telegrafistas, maestros, campesinos, médicos, estudiantes… El movimiento estudiantil de 1968 fue la culminación de esta saga.
Estos fenómenos fueron provocados por el rápido aumento de las exportaciones de los países de Europa y Japón a Estados Unidos, el gasto por la guerra de Vietnam, el inicio de la disminución de este gasto (que desempleó de un golpe a dos millones de trabajadores y repercutió en muchas otras industrias) y, last but not least, la especulación monetaria desatada por el abandono del patrón oro.
LEA intentó revertir esta situación con una reforma fiscal que gravara las ganancias de una industria sobreprotegida y el ingreso de las personas más afortunadas. Como consecuencia de esto, el ingreso del gobierno aumentó pero la inversión privada se retrajo, en parte por los intereses creados a lo largo de más de veinte años, en parte por desconfianza en un presidente que coqueteaba demasiado con los estudiantes y líderes radicales populares y sobre todo por la inestabilidad financiera y monetaria mundial, que afectó a todos los países. Ésta fue la época de inflación con recesión, el peor de los mundos económicos posibles.
Esta posición internacional adversa se sumó a los problemas acumulados en los últimos años del “desarrollo estabilizador”: déficit comercial creciente, despunte de la inflación, concentración de la riqueza e ingreso insuficiente de la fuerza de trabajo.
El evento que desató esta dinámica fue la decisión del gobierno de Estados Unidos de desvincular el precio del dólar del precio del oro, la imposición de una sobretasa de 10 por ciento a las importaciones y el congelamiento de precios y salarios. Las razones expuestas por el presidente Nixon para estas decisiones fueron el aumento del déficit comercial y del déficit público, la inflación y el desempleo en su país. Estos fenómenos fueron provocados por el rápido aumento de las exportaciones de los países de Europa y Japón a Estados Unidos, el gasto por la guerra de Vietnam, el inicio de la disminución de este gasto (que desempleó de un golpe a dos millones de trabajadores y repercutió en muchas otras industrias) y, last but not least, la especulación monetaria desatada por el abandono del patrón oro. Esto último desembocó en un régimen de flotación de las monedas de los países industrializados, lo que a su vez aumentó la especulación monetaria por las cambiantes diferencias de su valor respecto del dólar.
México, igual que todos los países en vías de desarrollo, no estaba en condiciones de poner a flotar su moneda por su debilidad frente al dólar y por temor al desbocamiento de la inflación. Esta posición internacional adversa se sumó a los problemas acumulados en los últimos años del “desarrollo estabilizador”: déficit comercial creciente, despunte de la inflación, concentración de la riqueza e ingreso insuficiente de la fuerza de trabajo, entre muchos otros problemas.
El primer año del gobierno de LEA la economía no creció pero las medidas tomadas reanudaron el crecimiento en 1972. La estrategia original del gobierno era financiar el crecimiento con ahorro interno, racionalizar el gasto público y disminuir el crecimiento del endeudamiento externo, que hacia el fin del gobierno precedente había aumentado casi cuatro veces. Debe recordarse que México había sido proscrito del mercado de la deuda externa a raíz de que el presidente Abelardo L. Rodríguez declaró en 1933 que su gobierno no tenía intenciones de reanudar su pago. México reingresó a este circuito con cautela en 1963. Su principal fuente de financiamiento era el ahorro interno, complementado con crédito de la banca de desarrollo (Banco Mundial, Banco Interamericano de Desarrollo y Eximbank).
El crecimiento económico en el gobierno de LEA fue sostenido, con tasas altas (entre 5.4 y 7 por ciento) a partir de 1972, pero insuficientes para encarar las necesidades acumuladas. La palabra “retracción” de la inversión privada debe ser cualificada, pues se mantuvo en alrededor del 4 por ciento, siempre debajo de la inversión pública y de su potencial. La palabra favorita de los empresarios era “desconfianza”, que se traducía en demanda de “garantías de estabilidad” a la inversión, algo que ningún gobierno podía garantizar en el inestable ambiente monetario internacional de entonces.
El giro hacia el endeudamiento externo
Esta situación se mantuvo hasta fines de 1973 y principios de 1974, cuando la estrategia de crecimiento del gobierno giró hacia el endeudamiento externo. El evento que creó esta situación inesperada e indeseada fue el primer embargo de la venta de petróleo de los países de la OPEP a Estados Unidos en octubre de 1973. No entraremos a los intríngulis de esta crisis, sólo diremos que el precio del barril de petróleo se cuadruplicó. La elevación del precio no afectó directamente a México ya que entonces era autosuficiente en petróleo, pero la inflación así desatada lo afectó como a todos los países.
La crisis de los precios del petróleo creó una situación de alarma en Estados Unidos. Una comisión del Senado presionaba por confiscar los dólares acumulados por los países de la OPEP. Éstos retiraron sus depósitos de los bancos de Estados Unidos y los depositaron en bancos europeos del circuito del eurodólar y amenazaron con incendiar los pozos petroleros. Los líderes de los países industrializados tuvieron reuniones de emergencia hasta que llegaron a una solución: había que prestar esos “petrodólares” a los países que los necesitaban. Los países de la OPEP aceptaron y así fue como se disparó el mercado de la deuda externa en los países del Tercer Mundo. Esta idea es atribuida a Henry Kissinger.
El eurodólar
La historia del mercado del eurodólar es poco conocida porque no pertenecía a ningún país, sólo los banqueros protagonistas la conocen y han ido soltando la información a cuentagotas. Basta saber que “eurodólar” es una palabra informal que designa a los dólares fuera de la jurisdicción de Estados Unidos. De hecho, es el primer mercado financiero no regulado, el cual se fue formando en los flujos de caja de las empresas a cargo de la reconstrucción de Europa hacia 1947. Estos dólares no eran declarados al Tesoro de Estados Unidos sino que eran prestados a gobiernos de países europeos y del bloque socialista, que los cambiaban a sus propias monedas y luego a dólares en una suerte de “lavado de dinero”.
Las autoridades de Estados Unidos estaban informados de esta situación pero la toleraron porque las sumas eran pequeñas y los países afectados por la guerra las necesitaban. Tomó lugar una política de “negligencia benigna” a cuya sombra se empezaron a diseñar complejos instrumentos financieros, como los “créditos sindicados”, los “swaps” y otros que se volverían muy conocidos en la década de los setenta.
El gobierno de México fue tomado por sorpresa por la avalancha de oferta de crédito hacia fines de 1973. El objetivo de los prestamistas era que los gobiernos tomaran ese dinero a como diera lugar. Los estudios de riesgo y preinversión eran pura formalidad. Los gobiernos deudores tenían muchas necesidades, el dinero estaba ahí y lo tomaron. Fue así que el gobierno de México, como muchos otros, ingresó a la órbita del eurodólar y a una nueva etapa de su historia.
Las crisis financieras recurrentes que se empezaron a vivir entonces fueron causadas por el Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos. Cuando éste juzgaba que el flujo de dinero se pasaba de la raya, aumentaba la tasa de interés y los países deudores se quedaban colgados de la brocha. De modo que se creó una dinámica de gran crecimiento económico, seguido por crisis financieras de los “deudores soberanos”, dinámica que se prolongó hasta 1982–1984, periodo en el cual cuarenta países deudores cayeron en incumplimiento de sus obligaciones financieras.
Tal fue, a grandes rasgos, el contexto financiero internacional de los gobiernos de Echeverría y López Portillo, quienes aparecen como los villanos de la historia moderna de México, pero son autores de una gran obra material duradera, como no lo han sido ninguno de los gobiernos que los sucedieron. En cuanto al eurodólar, la palabra dejó de tener sentido porque todas las finanzas internacionales fueron desreguladas hacia fines de la década de los ochenta, es decir, todo el crédito internacional se volvió eurodólar. El entramado de relaciones financieras así creado colapsó en la crisis financiera internacional de 2007–2008.
Es bueno recordar estos hechos para mitigar el estigma de los gobiernos “gastalones” de la década de los setenta y principios de los ochenta. No se endeudaron por gusto ni por irresponsabilidad, sino que la evolución económica mundial los puso en esa situación. ®