Contra la Lotería Nacional

Reflexiones sobre una mala idea a partir de una pésima propuesta

Con la ocurrencia de la rifa del avión presidencial se abre una ventana para reflexionar públicamente sobre la idea de Lotería Nacional y el “Estado casino”, o la relación de un Estado con sus ciudadanos por medio de juegos de azar.

La ganadora de la rifa del avión presidencial. Meme.

El presidente López Obrador no ha podido cumplir su promesa de vender el avión presidencial y ha propuesto rifarlo por medio de “cachitos” de lotería. Con esa propuesta que se columpia entre la payasada y la idiotez, se abre, sin embargo, una ventana para reflexionar públicamente sobre un tema adyacente —la idea de Lotería Nacional— y un problema subyacente: el “Estado casino” o la relación de un Estado con sus ciudadanos por medio de juegos de azar.

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En el primer párrafo de La piel de zapa el gran Balzac escribió: “Abrían las casas de juego con arreglo a la ley que protege una pasión esencialmente imposible, es decir, sujeta a pagar impuestos y contribuciones”. Las apuestas o “el juego”, como las drogas y algunos de los muchos tipos de prostitución, deben ser no prohibidos por la ley sino legalizados y regulados con la ley. No deben ser prohibidos porque prohibiendo se crearía un 100% de mercado negro, como estúpida y terriblemente se hace con algunas drogas y prostituciones que no son la deleznable “trata”.

Decir eso no implica (ni quiere decirlo jamás quien lo escribe) que nunca deba prohibirse nada, ni que haya que legalizar todo, sea cualquier cosa de cualquier ámbito. Se dice exactamente lo que se dijo: hay que legalizar esas cosas: algunos juegos, algunas drogas hoy ilegales, algunas formas de intercambio sexual. Cosas sobre las que, por cierto, no todas las regulaciones tienen por qué ser idénticas o carecer de detalles distintos de un tema a otro. Por ejemplo, como se verá más adelante, regular no es prohibir, pero una regulación puede incluir prohibiciones secundarias, relativas y menores; tal es el caso del tabaco. Y nunca hay que dejar de lado una moneda de grandes datos: en los campos de los que hablamos todo se empeora si se prohíbe —no todo es bueno bajo la legalidad—, incluida la corrupción; por la otra cara, siempre es socialmente necesario prevenir y combatir la corrupción.

El tercer párrafo de la novela de Balzac sigue para el nuestro: “Cuando entras en una casa de juego, la ley empieza por despojarte de tu sombrero. […] ¿No es más bien un modo de concertar contigo un contrato infernal, exigiendo no sé qué prenda en garantía?” Si esa casa es el Estado, o una de su propiedad, sí sería un “contrato infernal” entre el poder político estatal y un ciudadano más. ¿Suena bien, parece correcto, que se relacionen así el Estado y la ciudadanía? Parte de la regulación sobre “los juegos de azar” debe ser limitarlos a la empresa privada. Limitarlos a y limitarlos en esa empresa. Se trata de regular público–estatalmente, tan bien como se pueda, la oferta y la demanda privadas de “juego”, no de que el Estado monopolice la oferta (como podría ser, a veces, dadas algunas condiciones, con ciertas drogas). De esta suerte habría que usar al Estado para prohibirle al Estado, no a los demás; en general, dentro del ámbito en cuestión, el Estado no debería prohibir a otros sino a sí mismo. Es mejor que el Estado controle desde fuera casinos y loterías, no que sea su dueño, socio ni administrador. Un Estado serio, de buena calidad y moderno —seguidor o aspirante a operador prosocial de la Razón y el conocimiento— no manda los mensajes que manda algo como la Lotería Nacional, organismo descentralizado de la administración pública federal cuyo director es designado por el presidente de la República.

¿Creo entonces que el Estado debe dedicarse a mandar mensajes moralizadores y lograr la purificación moral de los gobernados? No. Y mucho menos si es moral de contenidos (pro)religiosos, que es el caso de AMLO presidente. No creo que el Estado deba ser “el pastor”, así como no debería ser con su ejemplo cotidiano “el corruptor”, público y privado.

¿Cuáles son esos mensajes? Varios y en varias capas. Un ejemplo: que “está bien”, para lo público y lo privado, apostar por la “buena suerte”, para apostar (arriesgarse) en el mercado que la explota. ¿Corresponde o debe corresponder al Estado decirnos eso? Con un agravante involucrado en ese mensaje del Estado–casino: es un mercado que el Estado mexicano, además de ordenar, directamente explota y en el que puede, porque en efecto se lo autoconcede, lucrar y corromper, por lo que manipularía y explotaría de modo no tan aleatorio a millones de ciudadanos. Recuérdese que ya ha habido escándalos de corrupción en la Lotería Nacional, y que no son pocos. Una organización del Estado para hacer dinero “público” con la idea de que la gente haga dinero “fácil” es algo cuestionable, no importa que se vea sólo como dinero “extra”; esa organización explotando esa idea para que una camarilla haga para sí misma dinero totalmente privado es algo mucho peor. Otro mensaje de los Estados–casino —los que no regulan para otros sino que son al mismo tiempo juez y parte o jugador y croupier— es que perder el dinero apostando es irrelevante, o no tan importante, y que ganarlo por esa vía es una aspiración legítima frente al Estado, es decir, visto el asunto desde el Estado mismo y desde el ciudadano respecto de aquél. El Estado debe ayudar económicamente al ciudadano que lo necesite pero la ayuda estatal legítima y razonable no es ayudarlo a que gaste así dinero personal o familiar, ni decirle al ciudadano que intente multiplicar su dinero con el Estado como bookie o equivalente.

¿Creo entonces que el Estado debe dedicarse a mandar mensajes moralizadores y lograr la purificación moral de los gobernados? No. Y mucho menos si es moral de contenidos (pro)religiosos, que es el caso de AMLO presidente. No creo que el Estado deba ser “el pastor”, así como no debería ser con su ejemplo cotidiano “el corruptor”, público y privado. De todos modos, cada Estado envía mensajes varios y diarios, directos e indirectos, buenos o malos desde muchas perspectivas, peores o mejores que los otros, pues está implícito en el hecho de decidir, y un buen Estado puede y debe comunicar de hecho y en palabra unos cuantos buenos mensajes de mejor comportamiento. Comportamiento en público, de una ética pública, que puede tener filtraciones a lo privado, pero también, a veces, de comportamiento público y privado. Que el Estado nos obligue a hacer todo lo que él quiera no es lo mismo que un tipo de Estado o de agente estatal nos diga bajo ciertas condiciones qué deberíamos hacer o no. Hay muchos matices posibles dentro de esas palabras y otras relacionadas, tantos que no hay espacio para desdoblarlos aquí; sólo agreguemos: para no ser moralino estatal no se necesita creer que el Estado deba parecerse a un libertino particular. Así, para mí no hay duda: hay mensajes que el Estado no debe mandar. El del “juego” con el mismo Estado es uno de ellos, aunque haya otros más graves; no debe enviar a los individuos un mensaje duro contra los juegos privados y sí uno contra jugar “azarosamente” en los propios terrenos estatales. Ni prohibir ni promover el juego privado, y no sólo no promover sino prohibir entidades como la Lotería Nacional, formales, estatales, ordinarias, estables.

No necesariamente debe desaparecer la llamada Asistencia Pública, debe desaparecer la Asistencia Pública o supuesta Asistencia Pública hecha por vías estatales relacionadas con el arriesgamiento —tendencialmente pérdida— de dinero ciudadano por la esperanza de “buena suerte”.

Sería verdaderamente excesivo y contraproducente prohibir a todos mandar y atender mensajes de búsqueda de lucro en el azar “divertido”. No habría que hacer esa prohibición. Pero sí hay que prohibir al Estado que mande directamente ese mensaje (indirectamente, con la regulación, tampoco lo mandaría; regulando como digo, el Estado es suficientemente neutral, no absolutamente, pues prohíbe subsecuentemente a menores de edad y empresarios evaluados como no aptos). Aquí no hay que emprender toda una legalización como en el asunto drogas sino ajustar y mejorar la legalidad existente.

Por todo esto, la Lotería Nacional y similares deberían desaparecer. Desaparecer por completo o privatizarse. Privatizar entes como Lotenal es el tipo de privatización que, a diferencia de otros casos, no sólo puede hacerse sino que debe llevarse a cabo. No necesariamente debe desaparecer la llamada Asistencia Pública, debe desaparecer la Asistencia Pública o supuesta Asistencia Pública hecha por vías estatales relacionadas con el arriesgamiento —tendencialmente pérdida— de dinero ciudadano por la esperanza de “buena suerte”. Además, ¿se puede demostrar que “la Lotería” ha sido una notable financiadora de desarrollo mexicano? Lo único que aceptaría es que el Estado pueda organizar loterías especiales, no periódicas, ante eventos verdaderamente extraordinarios (no el fracaso obradorista de venta de un avión) que realmente exijan recursos extraordinarios, y de modo transparente con consejos ciudadanos de fiscalización, sin crear burocracia fija. Cerremos el círculo del argumento regresando a lo señalado primeramente por Balzac: la capitalización de un mejor Estado debe fincarse plenamente en lo fiscal, no en jugar con el azar. ®

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Publicado en: Política y sociedad

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