“La metáfora del control divino total ahora se ha hecho realidad, nuestros comentarios y actividades en la red son observados por cientos de ojos parapetados en el anonimato y pueden ser rastreadas con facilidad.”
Dios por fin ha bajado a la tierra. Por lo menos, encarnado en uno de sus principales atributos: aquel que todo lo ve. Aquel que en todas partes está con el extraordinario don de la ubicuidad. Y esta materialización la ha hecho en forma de gadget tecnológico y su lógica extensión, que va desde el correo electrónico a las redes sociales, que cada vez ganan más adeptos y que favorecen desde el reencuentro de amistades y amores perdidos hasta el voyeurismo más abyecto, convertido a veces en herramienta de chantajes. Sin mencionar, en otro rubro, el impacto que han tenido las llamadas redes sociales en las revoluciones actuales que se están dando en el mundo árabe, sociedades oprimidas tanto, y creo que en ese orden, por el rampante y atávico machismo como por la religión (consecuencia uno de la otra), amén de por los tiranos que encarnan esos valores.Esta idea del dios vigilante ha sido usada por el poder a lo largo de la historia en los países que han vivido bajo el yugo del cristianismo, y reprimir a distancia a los acólitos para que nunca fueran a pensar que se escapaban de ningún modo al castigo de las malas acciones y los pecados cometidos, de hecho, no había modo de escaparse con un juez tan atento a nuestros más mínimos movimientos y, en general, a todo lo que pasaba a nuestro alrededor. Incluso se le otorgaba el poder de llegar a ver en la oscuridad de las alcobas los posibles autotocamientos, y es más, el ente estaba facultado para leer nuestra mente por si, impedidos por el miedo a actuar, teníamos algún mal pensamiento. Esa metáfora del control divino total ahora se ha hecho realidad, nuestros comentarios y actividades en la red son observados por cientos de ojos parapetados en el anonimato y pueden ser rastreadas con facilidad.
El gobierno de Estados Unidos dispone de potentes buscadores, y el permiso judicial para hacerlo, para detectar un buen número de palabras consideradas clave y así interceptar correos electrónicos que supuestos terroristas se dirigirían entre sí con el ánimo de cometer un atentado.
La policía española puede asimismo detectar, y está autorizada para ello, una serie también de palabras y códigos que permitan rastrear los caminos de correos electrónicos que carguen archivos relacionados con actos de pederastia para localizar a los emisores y receptores de éstos. Así se han desmantelado varias redes que traficaban con pornografía infantil.
El gobierno de Estados Unidos dispone de potentes buscadores, y el permiso judicial para hacerlo, para detectar un buen número de palabras consideradas clave y así interceptar correos electrónicos que supuestos terroristas se dirigirían entre sí con el ánimo de cometer un atentado.
Ésas son, en todo caso, supongamos, que actividades criminales y en principio podríamos pensar que es aceptable que la policía esté autorizada para cometer ciertas invasiones a la privacidad siempre y cuando haya indicio de comisión de delitos que atañen al bienestar de la sociedad. ¿Pero qué sucede cuando ese afán se traslada al ámbito de lo privado o de lo íntimo cuando en principio no hay presunción de que se está cometiendo una actividad ilegal? ¿Cuándo las tareas de control que deberían realizar cuerpos especializados recae en el grueso de la población?
Imagino que, como con todas las actividades relacionadas con lo humano, entramos en los terrenos de lo dual. Acabo de leer que en Egipto una organización de mujeres, y un puñado de hombres jóvenes, liderada por la escritora exiliada Nawal El Saadawi, principal feminista árabe, han puesto en marcha una cuenta de Twitter para que las mujeres que sufren algún tipo de acoso sexual, desgraciadamente 83% de las mujeres egipcias lo han sufrido en algún momento de sus vidas, puedan denunciarlo por esta vía de manera anónima e inmediata.
Esto parece una buena noticia, digo parece porque lo que sería realmente una buena noticia es que ese acoso sexual generalizado no existiera, y es alentador ver cómo las redes sociales contribuyen a canalizar un malestar y a darle visibilidad, y quizás desde ahí lograr encontrar una solución. Y toda solución ante un determinado problema pasa inevitablemente por la toma de conciencia de éste.
Vámonos al otro extremo. Hará un par de semanas saltó la noticia a los medios el caso de John Galliano, conocido y estrafalario ex modisto de Dior, que será juzgado por unas declaraciones ciertamente desafortunadas realizadas en estado de ebriedad en un bar del vecindario, un vecindario elegante, sin duda, de una de las mejores zonas de París donde el extravagante modisto tiene su casa.
Las declaraciones de Galliano fueron de carácter marcadamente antisemita y proferidas en tono amenazante a gente que estaba departiendo junto a su mesa en ese establecimiento. Parece que no era la primera vez que sucedía y la primera vez los agredidos usaron los teléfonos móviles para grabar las insultantes amenazas, y en el segundo caso, hace escasas semanas, los insultos y las amenazas se grabaron en un video (los aparatos mejoran día a día sus prestaciones) que durante unas horas circuló por la red. En ambos casos, las grabaciones de los afectados actuarán como pruebas irrefutables que probablemente condenarán en un juicio a Galliano a unas importantes sanciones, teniendo en cuenta la gravedad de las amenazas proferidas y el contenido antisemita de ellas.
Sin ánimo de exculpar a tan controvertido personaje y condenando en lo personal sus extemporáneas filiaciones íntimas de las que hizo gala, me parece que ahí se encuentra el germen de algo que nos vamos a encontrar cada vez de manera más cotidiana.
Si bien observamos un auge del llamado periodismo ciudadano, donde los lectores de determinado periódico mandan fotos y videos de desmanes que ocurren en su delegación, y eso es indicio quizá de una democracia participativa, la cosa pinta también como para que cada uno de los ciudadanos se convierta en un delator en potencia. Si en algunos casos servirá para subsanar deficiencias y atropellos, quién sabe si incluso para la prevención de algún delito, y sin ánimo de entrar en categorías morales de ningún tipo, lo que de entrada se ve amenazada por grabadoras y cámaras de quienes sean, es el derecho a la privacidad.
¿Cuántas veces no habremos escuchado conversaciones de cantina donde se dicen auténticas barbaridades? Contra los estadounidenses, contra el gobierno, contra el presidente, contra agentes del ministerio público, contra los vecinos, la pareja, los amigos… ¿Significará este nuevo mandato inquisidor que cada uno de nuestros movimientos y comentarios es susceptible de ser usado en nuestra contra? ¿Atentará esto contra la natural libertad de expresión?
¿Significará este nuevo mandato inquisidor que cada uno de nuestros movimientos y comentarios es susceptible de ser usado en nuestra contra? ¿Atentará esto contra la natural libertad de expresión?
Todo apunta a que el control panóptico del que hablaba Focault ya no necesitará de una prisión radial para ejercitarse, todo un triunfo de la predicción. El objetivo del puesto de control situado en el justo medio de esa estructura radial contribuiría a que los presos se sintieran permanentemente vigilados y en consecuencia cualquier acto en contra de las normas, automáticamente descartado. Tal pareciera que ésa va a ser la actitud del ciudadano híperconectado. La metáfora del control total divino la ejercerán los otros, de los que ya dijo Sartre que eran una pesadilla y un infierno.
¿Estamos viviendo acaso el renacer de una nueva Inquisición? ¿Nos tendremos que guarecer de los miles de Torquemadas armados con un teléfono de nueva generación dispuestos a grabar cualquier anomalía o palabra altisonante? Y en todo caso, ¿qué o quién nos garantizará la imparcialidad de los miembros de esta nueva sociedad de inquisidores? ¿Estaremos viviendo ya en una cárcel tecnologizada que ya no requiere vigilantes?
En estos tiempos la autocensura (censura, tan odiada palabra) se impone como una medida de seguridad para proteger la propia intimidad. Puede que ahora hasta la libertad de opinar abiertamente esté gravemente amenazada, habrá que cerciorarse en las cantinas de que los comensales apaguen sus teléfonos celulares o que éstos, como en las películas de mafiosos, estén a la vista sin parpadeo alguno sobre la mesa.
Mientras el ciudadano común vive con las libertades cada vez más restringidas, el crimen de todo pelaje se adueña de las calles de las ciudades de nuestro país, y a esas cofradías invisibles que viven en la impunidad ni quien les tosa. ®