CONVERSACIÓN CON DANIEL HERRERA

El joven escritor lagunero habla de su reciente libro de cuentos

Daniel Herrera y Alma Rincón

A propósito de la presentación de Polvo rojo en la Ciudad de México, Jorge Flores-Oliver conversó con el autor, Daniel Herrera, lagunero, quien dice sobre la violencia de su escritura: “Yo escribo de lo que veo, de lo que vivo y a mí me está tomando por el cuello la violencia del narco. Creo que la única manera que voy a tener para sacarla es escribiendo de eso”.

—¿Conoces el bar El Ferris? ¿Has ido ahí?

—No, pero por ahí pasaba mi mujer para ir a su trabajo. Ahora está agarrando otro camino. No, nunca he ido, está muy narco. Aparte el lagunero es muy naco, muy rancherote. Los lugares con éxito en Torreón son muy rancherotes. O sea, los que les gustan a los narcos. Yo voy a lugares “alternativos”, y a esos lugares no van los narcos porque qué les va a gustar. Y eso cuando salgo. Ya no salgo tanto.

—¿Antes de esta balacera ha habido otras?

—Hace un año empezó fuerte. En diciembre del año pasado. Desde el 2008, en diciembre. Ya venía pero ahí empezó bien feo. En enero de 2009 y febrero. De repente oías que se balaceaban en las colonias más fregadas. Según esto son unos güeyes que quieren terminar con los Zetas. Yo yo digo: “Cabrones, ¿y la raza qué, no?” Fueron a balacear los antros de los Zetas para que la raza ya no vaya a ellos y correrlos. Son otros narcos. Están peleándose la plaza.

—Esa idea romántica que había del narco que ayudaba a su gente ya no existe.

—Ésos eran los de los ochenta. Yo vivo muy cerca de la Cruz Roja. Dice mi mujer que estuvieron toda la noche las ambulancias.

—Sobre tu libro, quiero que me platiques a partir de dónde salen los cuentos. ¿Todos salen de la nota roja?

—La gran mayoría sale de la nota roja, y en algunos casos no salen de ahí pero la incluyo para mantener la unidad. La gran mayoría salió de caminar por el centro de Torreón y de estar recortando las notas rojas más extrañas o más violentas. Al principio los escribía caóticamente, y luego empecé a pensar en estos discos conceptuales de los setenta. Pensé en algo que los pudiera enlazar a todos. Leía una nota y pensaba: “Esto es un cuento”, como la del tipo que agarra a golpes a su abuela porque no quiso ir por las cervezas. Cuando me di cuenta de ya tenía dos o tres cuentos que valían la pena. Tiré tres o cuatro que estaban muy malos o muy mohosos. Para el concurso, cuando ya decía yo “este libro de cuentos nunca va a salir”, terminé uno que tenía a la mitad, para poder sacar otro que no me gustaba y poder completar las páginas. Nada más para eso. Es de los que salieron un poco mejor. Es el del chavo que consigue una pistola y mata al cholo que lo roba a cada rato. Ese fue el último, lo mandé al concurso y creo que funcionó por ese último.

—Bueno, a veces pasa eso, ¿no? A mí me parece que es de los mejores. Refleja el malestar, el hartazgo, te puedes reflejar en ese personaje, en la violencia recibida.

—Yo estaba escribiendo ese cuento y me acordaba de cuando llegué acá. Yo no llegué a Torreón directamente, sino a Lerdo, Durango. Era terrible, un ranchito, un pueblito espantoso. Sigue siendo espantoso aunque a mucha gente le encanta. Llega un niño de seis años achilangado totalmente —yo venía de aquí, del D.F.—, bien cuidado por sus papás. Llega allá y se topa con el cholo, con el del barrio, el cabrón que todo lo resuelve a golpes. Yo recibí varias golpizas en la niñez. Ya estaba harto, ya no los aguantaba, era una tras otra estarme pegando porque era chilango.

—¿Sabías pelear?

—No, siempre he sido malo. Digo, me defendía. Ya hasta que me adapté y nos fuimos de Lerdo a Torreón y ya todo fue mejor. Es una ciudad que a pesar de ser un rancho es un poco más abierta, un poco menos intolerante, tiene más gente, hay un poco más de libertad. Sí es un rancho y es un rancho muy violento ahorita, pero antes era un rancho violento normal, como en cualquier lado: esta violencia pasional. Hubo un montón de crímenes pasionales: hombre contra hombre, mujer contra hombre, hombre contra mujer, mujer contra mujer. Hubo una muy famosa de dos chicas, estudiantes de una universidad, de diseño gráfico, en donde una de ellas mató a la otra con un exacto, le rebanó el cuello. Esa es la violencia que tenía Torreón, que causaba cierto escándalo y luego se olvidaba.

En ese cuento le tuve que dar voz al cholo, hacerlo sonar como norteño, que se pudiera pensar en cualquier lugar del norte del país. Todo está ubicado en Torreón pero nunca hablo de Torreón específicamente, mas que en la dedicatoria: “Para Torreón y su nota roja”.

—En los cuentos no está todavía esa nueva violencia que existe ahora en todos lados. Ya no es la violencia con una especie de “código de honor”, ya está totalmente fuera de control. ¿Sientes alguna diferencia entre Torreón y el D.F., a donde hace cuatro años que no venías, en esta cuestión de la violencia?

—Lo que yo veo en el D.F. es una violencia en el subsuelo, un tráfico espantoso, de estar pendiente de qué puede hacer el de al lado. Eso no se siente allá, pero yo le digo a mis amigos de allá que en el D.F. nada más te asaltan. Bueno, te pueden pasar cosas peores, pero no estás en un lugar en el que de repente se bajen unos tipos y se pongan a tirar balazos. También hay diferencia en cómo se mueven las clases sociales. Las clases sociales altas no tocan a las medias, las medias casi no tocan a las bajas; no hay convivencia, porque son ciudades muy grandes, y entonces cada quién con los suyos.

Cuando viví en Guadalajara sí hubo violencia: granadazos y balaceras, pero era en las peores colonias, con la gente más fregada. Y uno que es fresa no lo vive de cerca. En Torreón la gran diferencia es que las clases sí se tocan, y se tocan mucho. Yo tengo conocidos y amigos muy ricos. No tanto como los ricos del D.F., pero muy, muy ricos. Puedes andar con uno de ellos y los secuestran y tú estás ahí y también te puede tocar. Sucede porque hay menos gente. En toda la zona metropolitana, que es Torreón, Gómez Palacio, Lerdo, San Pedro, Matamoros, hay un millón de habitantes apenas. Yo tuve una alumna cuyo padre está podrido en dinero, una cantidad impresionante porque tiene casas de bolsa, y me lo llegué a encontrar en bares, antes de que se desatara la violencia; ese tipo de convivencia. Y yo soy un miserable. Además, las clases altas muchas veces, por ser una zona rodeada de ranchos y de maquilas, conviven con las clases bajas porque trabajan con ellos. Aquí en el D.F. siento que esta separación es más notoria. Hay gente que gana mucho dinero y que tiene sus zonas, que se divierte ahí; está la clase media con todas las variedades de clase media y está el ñero, el más fregado. Cada vez que vengo o leyendo las noticias no me encuentro este tipo de notas tan terribles de “llegan a un lugar y matan a diez”, en el D.F. Debe haber, pero diez entre veinte millones pues qué importa.

—Si lees la nota roja y después lees los periódicos “serios” o tradicionales, parece que vives en dos países diferentes.

—Además la nota roja ha sido minimizada por el narco. Hace poco en Saltillo y en Torreón levantaron a periodistas de nota roja porque estaban cubriendo las matanzas de los del narco. Y así, tal cual, un tipo que gana seis mil, siete mil pesos al mes, haciendo nota roja, que es la nota más terrible de todas, que tiene que estar siempre en la calle, escuchando la radio de la policía, atento, sale de su casa, lo levantan, lo matan ahí mismo y un día después aparece.

—Pienso que lo que la nota roja cubría era, por medio de la violencia, la forma de vida de la gente de la calle, incluso las costumbres. Uno puede saber cómo viven los más jodidos por medio de ella, más o menos como relatos costumbristas. Y de pronto se empieza a llenar de cosas que tienen que ver con el narco, que no tienen que ver con la gente de la calle. No es como cuando alguien se cae y se muere, o porque lo matan en uno de estos crímenes pequeños, digamos, sino esta cosa que se vuelve abrumadora, que es de alguien más, de estos grupos peleando por espacios. ¿Qué consigna la nota roja?

—Empieza a consignar esta violencia desmedida. Suena muy absurdo, pero fuera de la violencia normal.

—Ya puedes tener parámetros de lo que era lo normal. El mejor ejemplo es el de los rateros, que antes eran carteristas y ya. Y cuando comenzó a haber robos mucho más elaborados y violentos es cuando te das cuenta de que antes vivías mucho mejor.

—Ya pasó esa etapa en que atrapaban a un narquillo, a un dealercillo menor con tres grapas de coca o de los tipos que se robaban las partes de autos o de ajustes de cuentas pasionales. Esta violencia parece fuera de contexto totalmente.

Yo tengo dos Facebooks, uno es para mis alumnos. Me manda un mensaje una alumna y me dice: “¿Usted no fue el que se murió, profe?”, y es que en la lista de muertos de ese día había un Daniel Hernández. Yo soy Daniel Hernández Herrera. Fue muy linda porque la nota decía que tenía 21 años; me quitó edad.

—Rafa Saavedra ponía ayer o antier en su Twitter algo así como que era muy feo enterarte de que te habías muerto, pero que además habían escrito mal tu nombre. Seguramente fue algo así. Ha de haber leído alguna esquela con su nombre.

—Rafa sabe también. Tijuana es una ciudad igual de violenta, incluso más.

—Pero los escritores y artistas tijuanenses han batallado para que no se tenga sólo esa imagen de ciudad violenta. Muchas veces ellos mismos son los que menos hablan de la violencia. Me impresiona que sigan hablando de la vida nocturna, del reventón, sin poner esos matices de lo que todo mundo sabe que sucede y que siempre está en las noticias.

—Sí, es muy extraño. Te voy a ser sincero. Ayer en la presentación hablaban de que éste no era un libro que hablara de las balaceras, de la violencia de narcos. Yo escribo de lo que veo, de lo que vivo y a mí me está tomando por el cuello la violencia del narco. Creo que la única manera que voy a tener para sacarla es escribiendo de eso. Así que, lo siento mucho, a la mejor en un momento decepciono a muchos, pero voy a tener que escribir de eso. Es muy abrumador. Hay muchos que dicen: “Vamos a salir con armas a matarlos a todos”. Yo no voy a hacer eso. Yo no participaría en algo así.

—Como tu personaje, que toma la justicia en sus propias manos. No hay otra manera más que comprar una pistola y salir a matar. Pero bueno, en este caso, esto es mucho más grande.

—Es terrible. Yo no veo otra opción más que escribir de eso, si te soy sincero. Y no es que quiera montarme en la ola de los escritores del narco, sino simplemente porque no veo otra opción. Estos días que estuve aquí, y con la balacera allá, estuve muy paranoico, haciendo llamadas a gente que quiero y que conozco, esperando que no hubiera pasado nada.

—¿La literatura y la creación son un refugio?

—Todo depende. En algunos casos escribo lo que quiero leer, porque nadie lo hace. Suena muy ingenuo o soberbio, pero nadie había escrito sobre esas notas rojas y yo quería leerlo. La mayor parte del tiempo escribo lo que quiero leer. Pero hay un par de cuentos que los usé como refugio, como una forma de sacar unos odios muy fuertes. Incluso hay uno que fue una forma de aliviarme de una depresión. Creo que son los cuentos más violentos, en donde soy más duro con la violencia, como el de “Golpearla como si fuera un perro”, el del que mata a un bebé.

—Creo que eso es lo que tiene que hacer un escritor: reflejar lo que le es cercano y lo que le obsesiona. En el género que sea y de la manera que sea. Ir a la realidad misma o tal vez inventar algo que no existe para combatir esa realidad.

—En algunos casos es un refugio, pero no siempre, porque si no, significa que ando muy mal. No soy de esos escritores depresivos que se emborrachan y tienen relaciones dificilísimas con los demás. Yo admiro mucho a personas como Bef, que hacen literatura de ciencia ficción, porque yo realmente no puedo. Intenté hacer una novela con una idea totalmente fantasiosa y no pude. Seguía y decía: “Esto va cada vez peor”. No tenía los recursos para manejarlo. Tal vez estoy limitado ahí. Entonces empecé a escribir sobre la realidad y ahí sí me puedo explayar. Me siento mucho más cómodo con elrealismo. No tiene que ser “realismo sucio”. John Fante para mí no es realismo sucio. Él quería escribir la novela estadounidense por excelencia. Llenos de vida es una gran novela sobre un tipo que está emocionado porque va a ser papá. Eso no es realismo sucio. Digo, le va muy mal, se le cae la casa justo cuando está embarazada la mujer y le pasan muchas cosas en lo que tiene que reconstruir ciertas partes de la casa. Tiene una escena maravillosa, donde la mujer embarazada, con una panza enorme, se cae, se abre un agujero en el piso de la cocina y se queda detenida por la panza. Él la ve manoteando y ella le dice “¡Sácame de aquí!” Pero no hay ese realismo sucio. No es Bukowski.

—No, creo que ha sido un exceso.

—Ha sido un exceso cómo los han relacionado. Cuando era joven y tenía dieciocho años Bukowski me impresionó y leí todo lo que pude leer de él, pero cada vez estoy menos en Bukowski y más en Fante. Creo que Fante es más cercano a la realidad, menos escandaloso y creo que es más escritor en el sentido de crear belleza por medio de la palabra. Y en inglés es maravilloso. Me he especializado más en Fante porque encuentro más cercanía a lo que me gusta. A pesar de que me dicen: “Ven a dar una conferencia de Bukowski”. No quiero dar una conferencia de Bukowski, no quiero hablar de Bukowski. Es un caballito de batalla. Yo me lo quiero quitar y me lo endilgan.

—Es un gran personaje. Se vuelve benéfico y una maldición al mismo tiempo para los escritores que se atreven a escribir realismo. Se vuelve un punto de referencia y es injusto porque no es la única manera de realismo.

—Además cuando estaba haciendo el ensayo que publiqué en Replicante (no. 21) me encontré todos los datos de Bukowski como un hombre común y corriente. De hecho, a veces un borracho triste. Era un borracho bastante patético. Desde las fotos de la boda de su hija, en una revista de sociales alemana, con Bukowski con su hija bailando hasta lo de Apóstrofes todo mundo dice que salió mentando madres y todo mundo lo quería golpear. Se ve en el video un viejo alcoholizado, triste, patético, donde en ningún momento sale violento y en todo momento lo tratan muy bien y le dicen: “Está bien, ¿ya se quiere ir?, adelante”. Es más el show y el culto que lo que era realmente. Por eso prefiero a Fante. Era más honesto con lo que escribía. De hecho, Llenos de vida es una novela de ficción pero los editores le dijeron que pusiera su nombre y el de su esposa para que pegara. Lo hace y luego lo confiesa, porque él lo que quiere es ganar dinero. Como buen estadounidense lo que quiere es vender, y eso no tiene nada de malo.

—¿Qué otros autores lees?

—Me encantan estos duros, pero que no sean relacionados con el realismo sucio. Me gusta mucho Hemingway, me gustan mucho los rusos y los gringos: Dostoievsky, que es maravilloso. Me encanta Chejov. Raymond Carver, que también lo encasillan en el realismo sucio. Hubert Selby Jr., a quien sí podríamos poner ahí. Faulkner en sus cuentos, porque sus novelas son demasiado…

—Creo que para los críticos literarios es también una muletilla. Es muy fácil salirse por ahí. Cuando un escritor refleja una realidad muy inmediata, generalmente violenta y dura le llaman así. Realismo sucio.

—Todos iguales.

—Porque también es una realidad que existen muchos escritores adornados. Ni siquiera me refiero al realismo mágico, sino esa realidad muy snob, muy elegante, inflada en las palabras, en las imagenes que manejan, las historias que cuentan.

—Truman Capote me encanta. Tiene algo que yo le aprendí y que decidí empezar a usar desde entonces, que es ser parco en el lenguaje. Yo estoy muy cercano al periodismo y a Truman Capote le aprendí esa parquedad. Si tú adornas y afeitas por arriba probablemente por debajo no hay nada. Y le pasa a muchos escritores mexicanos. Pienso en Villoro, continuando por los del crack, aunque siempre me dicen que soy un ignorante porque pienso que Volpi hace eso. O peor, el otro, el de Amphytrion, Ignacio Padilla. Es terrible, ni siquiera pude terminar su libro. Y todos los que se sienten herederos de Carlos Fuentes o de Monsiváis, que es todavía peor. No, no, no. Aprendiéndole a los grandes, no tienen que ser los gringos, me puedo ir a literatura latinoamericana de los importantes y que no sean del boom y son autores que son parcos. Para mí eso es importante.

—Si no, tienes que optar por lo más abstracto. Me parece que si en todo caso quieres jugar con las palabras, lo mejor que puedes hacer es volverte abstracto, más que adornado. Lo abstracto por lo menos tiene una cuestión más elaborada, más pensada. No estaba muy convencido de esto, pero con los ejemplos que pone Heriberto Yépez, tiene mucho sentido que de pronto los autores que realmente están a la vanguardia se vayan al otro extremo. Por un lado está el realismo, en otro la vanguardia, y en medio estos escritores adornados que están jugando a la gran literatura.

—Y yo me siento muy cómodo en el realismo. Hay que aceptar ser uno mismo, saber sus limitaciones. Hay algo más: yo no vivo de esto. Yo no vivo de escribir. Esto lo hago porque me gusta, porque siento la necesidad de hacerlo. Así que yo no voy a estar desempeñando el papel de ver cómo le hago para que le guste esto a la industria editorial para que me paguen y poderme emborrachar todos los días. No me interesa hacer eso. Y por eso estoy en provincia también, y por eso no voy a fiestas para andar detrás de editores. Si sale, bien, si no sale, pues lástima, si empiezo a ganar dinero de esto, qué maravilla, si no…

—Lo ideal es lo que le pasó a Salinger: tener un hitazo que te permita mandar todo a la chingada y entonces decir: “Realmente lo que me gusta es escribir y no necesito estar publicando”. También esa urgencia de los jóvenes por publicar no tiene sentido. El punto en sí es crear. Es una necesidad. Creo que no existe la necesidad de publicar. Eso es secundario. Porque si en un momento determinado hay una crisis mucho mayor que haga que ya no salgan libros, ¿entonces la gente va a dejar de escribir?

—Yo hablo de los que escriben cuentos y ensayos en revistas literarias, no hablo de los periodistas, eso es tema aparte. Los periodistas viven de eso. Me refiero a estar publicando cuentos acá y cuentos allá, un ensayo literario acá y otro allá. Yo lo hago, desde luego que escribo un ensayo literario, pero porque creo que hay un tema y me interesa explorarlo y aprender más. A final de cuentas todos los ensayos que he hecho son porque quiero aprender más. El periodismo es otra cosa. Vas, entrevistas a alguien, escribes una crónica, el reportaje o el artículo periodístico, pero no contar cómo fuiste el otro día con tu novia… eso no es periodismo, eso es literatura y no debes andarla publicando como la gran sensación periodística.

—Para eso sirven las redes sociales. Hay gente que está escribiendo lo que podría escribir en su blog o en su red social, ocupando un espacio y ganando un dinero que podría ser para alguien que realmente podría estar haciendo periodismo de veras.

—La literatura, para eso están los libros. Yo lo hago porque tengo la necesidad de escribir y porque me gusta hacerlo. No lo hago porque quiera entrar al mundo editorial. Me siento muy bien de que me lean, finalmente un escritor publica para que lo lean, pero mis motivaciones no son volverme un escritor famoso y vivir la vida bohemia. No tengo esa intención. ®

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Publicado en: Abril 2010, Libros y autores

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