Reciclar el propio material anterior, hacerlo con un par de buenos momentos en las actuaciones y la ambientación no es nada desdeñable en esta primera entrega de una serie amenazada desde el inicio por el carácter previsible y la monotonía. Habrá que esperar y a ver cómo continúa y termina.
Carrera contrastante, siempre correcta en el aspecto visual, que ha explorado desde temas históricos hasta futurísticos pasando por los paisajes de las grandes urbes industriales, cercanas a la Teesside de sus mocedades en el noreste de Inglaterra que recuerda los escenarios de Blade Runner (1982), avalada con estudios de diseño gráfico y de cine en el Royal College of Art, la factura de los filmes de Ridley Scott (South Shields, 1937) es claramente reconocible y, desde los estándares del cine comercial, en verdad impecable. Precisamente su primer éxito de taquilla, Alien (1979), con Sigourney Weaver como la legendaria doctora Ripley, la cual tenía como antecedente dos cintas, Star Wars (George Lucas, 1977) y The Thing from Another World (Howard Hawks-Christian Nyby, 1951), ha encontrado ecos e incluso una continuación o más bien una explicación acerca del origen en su más reciente trabajo, Prometheus (2012), reivindicación de la historia y nueva toma de la franquicia del personaje, explotado en varias cintas de directores como James Cameron, David Fincher, Jean-Pierre Jeunet, Paul W.S. Anderson y los hermanos Strause, desprendido de la imaginación del artista gráfico de origen suizo H.R. Giger, propenso al surrealismo. El año 2008 el American Film Institute clasificó a Alien entre las siete mejores películas de ciencia ficción y la revista Empire como la tercera más importante en la historia del cine. Ya desde el 2003 la reina había nombrado caballero a sir Ridley.
Con cintas en su haber como Thelma & Louise (1991), Gladiator (2000), Black Hawk Down (2001), Matchstick Men (2003), Kingdom of Heaven (2005) y American Gangster (2007), Ridley Scott, hermano mayor de Tony y padre de Jake, Luke y Jordan, directora de comerciales, toda una estirpe de cineastas, puede permitirse un autohomenaje e incluso poner en circulación de nueva cuenta la franquicia del personaje, en esta ocasión en una versión remasterizada en 3D, algunos opinan que con un resultado más bien modesto, no comparable a Avatar (2009), ni siquiera Titanic (1997), con el apoyo de los guionistas Jon Spaihts y Damon Lindelof, el director logró urdir una trama donde las descabelladas tesis del suizo Erich von Däniken, en particular de su libro Recuerdos del futuro (1968), que preconizan el origen extraterrestre de las antiguas civilizaciones que construyeron la pirámide de Guiza o los megalitos de Stonehenge y Osterinsel, exponente principal de la teoría de la presencia de extraterrestres en la antigüedad, en combinación con personajes previos de su propia invención como la criatura y la doctora que la estudia, la enfrenta en su propio cuerpo y parece vencerla, esta vez caracterizada por la sueca Noomi Rapace (Elisabeth Shaw), protagonista de la trilogía Millennium (2009) de Stieg Larsson, llevada a la pantalla por Niels Arden Oplev, a quien acompaña un nuevo carácter, el robot David, hecho por el actor germano-norirlandés Michael Fassbender, que ha aparecido en películas como Inglorius Basterds (Quentin Tarantino, 2009) y Shame (Steve McQueen, 2011), verdadero dechado de histrionismo e ironía. La estadounidense Charlize Theron, la malvada Ravenna, madrastra de Blancanieves, en Snow White and the Huntsman (Rupert Sanders, 2012), hace de Meredith Vickers, a cargo de la expedición interestelar, y el actor afro-británico Idris Elba, que hace del capitán Janek, quien ya había colaborado con el director, precisamente en American Gangster como Tango, son otros tantos intérpretes, así como el inglés Guy Peirce quien, tras un pesado maquillaje para semejar un viejo en completa decrepitud, hace de Peter Weyland, el propietario de la corporación que financia el proyecto.
Al principio se ve una figura humana, de rasgos escultóricos, de tez pálida y completamente desprovista de pelo, quien abre una ampolleta, se bebe el contenido y comienza a desintegrarse, al pie de una fuente de agua. Los fragmentos del ser van cayendo en el agua y van formando proteínas, aminoácidos, células, protozoarios. Es el comienzo de la vida en el planeta. La vida de unos comienza con la muerte de otros, ése parece ser el lema del filme. Más tarde, en un futuro avizorable, es el año 2089, una pareja de exploradores, integrada por la doctora Shaw y el doctor Charlie Holloway (Logan Marshall-Green) revisan las pinturas rupestres de una caverna, hecho que recuerda el magnífico mediometraje de carácter documental, Cave of Forgotten Dreams (2010) de Werner Herzog, narrado por el mismo director en lengua inglesa, y descubren un conjunto de puntos que señalan hacia el cielo, hacia el origen. Después de hacer cálculos y comparaciones por medio de la computadora llegan a la conclusión de que se trata de una galaxia, situada a millones de años luz de la Tierra. De ahí proceden los Ingenieros, aquellos que urdieron y diseñaron la vida y la raza humana. La escena siguiente tiene lugar a bordo de la nave espacial Prometheus, propiedad de la Corporación Weyland, cuyo fundador ha accedido a financiar una misión de búsqueda y exploración a fin de poner a prueba las hipótesis de los expertos (en Alien la nave se llamaba Nostromo, otro personaje literario, y no iba sino ya venía de regreso de Thedus). El único tripulante es el androide, quien revisa los controles y cuida o más bien espía los sueños, por medio de unos anteojos que pueden leer el inconsciente, de los varios miembros de tripulación mantenidos en animación suspendida con técnicas criogénicas. Al arribar a su destino final, la luna LV-223, se activa una alarma y se despierta a la responsable de la misión, la señorita Vickers, quien trata a David como a un sirviente. El robot es casi humano, se pone cremas de noche, estudia lenguas muertas a fin de entenderse con los alienígenas, disfruta de la actuación de Peter O’Toole en Lawrence of Arabia (David Lean, 1962). El ama dispone que se despierte al resto del equipage.
En un hangar se lleva a cabo una sesión de planeamiento de la expedición. Se realiza una proyección en el aire, sin necesidad de pantalla alguna, donde se expone los fines de lucro de Weyland: descubrir y colonizar nuevos mundos. El equipo no podría ser más heterogéneo. Comprende un geólogo británico, con tatuajes y medio rapado, un biólogo, diversos auxiliares paramédicos, gente de seguridad, el capitán, el piloto y otros. Un holograma del viejo Weyland, semejante a la inesperada aparición de un fantasma, logra verse y anuncia que para ese tiempo que ellos vean el video habrán transcurrido varios años y él ya estará muerto y enterrado. La grabación les da la bienvenida, en apariencia ninguno se había conocido antes (si abordaron la nave en estado ya de congelamiento no se aclara). Es obvio que es el interés de la paga el que los lleva hasta ahí, así lo deja claro el excéntrico geólogo Fifield (Sean Harris). Al poco tiempo avistan un lugar para descender, es un paisaje desolado y frío, que ostenta unos montículos circulares de forma bastante regular, difícil saber si naturales o construidos. Justo delante de uno de ellos aterriza la nave, la cual se ve como un ratón al lado de un elefante. La construcción es de dimensiones ciclópeas. Proceden a explorar el interior, por medio de vehículos todoterreno, parecidos a los de las expediciones lunares aunque más potentes. La atmósfera afuera es irrespirable. Dentro se dan cuenta de que hay algo que escurre, si es agua, es imposible precisarlo sin efectuar antes un análisis, pero están a una veintena de grados bajo cero, así que agua normal no puede ser. En el interior, sin embargo, el aire es tan puro o más que en la Tierra. El arqueólogo se quita el casco, desobedeciendo las órdenes desde la sala de controles de la nave, con la que están en comunicación continua. El geólogo deja sueltas a sus mascotas, unas bolas voladoras que por medio de láser escanean todos los espacios tridimensionales donde pueden penetrar, procediendo a realizar un exhaustivo mapping. En la sala de controles se va dibujando la disposición y forma peculiar de los túneles y galerías. David, el robot, da con unos signos escritos en los muros y comienza a tocarlos. Algo sucede, se abre una compuerta y se internan en un ámbito más secreto dentro de la construcción. Una serie de ampolletas, parecidas a cascos de torpedos, están en el suelo. El intercambio de gases produce un cambio en la atmósfera y al instante comienzan a surgir signos que hablan de actividad orgánica, se ven lombrices que se deslizan en la suave superficie del suelo, que más tarde acabarán convirtiéndose en serpientes devoradoras de hombres.
El robot activa un control que permite ver una grabación holográfica de lo que les aconteció a los tripulantes. Algo los perseguía. Se los ve huir, aterrados. Incluso encuentran el cuerpo sin cabeza de uno de ellos. Parecen estar cubiertos por un exoesqueleto. David manipula de nueva cuenta otros jeroglíficos y se vuelve a abrir una nueva compuerta. Esta vez aparece del otro lado la cabeza faltante. Un desafortunado accidente se la cercenó. Recogen la cabeza en una bolsa, donde se produce un vacío aislante, y se la llevan ante la inminente llegada de una tormenta con partículas de sílice. David no se marcha sin llevarse, congelándola antes, una de las cápsulas de las que sale un fluido negro y viscoso, que él reconoce al momento como un compuesto orgánico. Después de esto, al regreso a la nave, comienza el caos, primero descubren que lo que recogieron es un casco, parte de una armadura, dentro hay una cabeza humana, igual a la que ya vieron representada dentro de la construcción, que recuerda al ser que se desintegró al principio del filme. Intentan reanimar el tejido por medio de impulsos eléctricos, una escena que recuerda a Frankenstein. Hay movimiento y tejido exógeno invadiendo la piel del cráneo, luego se produce una explosión y del interior de la cabeza brota una forma semejante a un insecto. Por fortuna logran encapsularla, aislarla, descontaminarla y acabar con el peligro.
El extraño y envidioso David es quien realizará un experimento inhumano con el arqueólogo. En una copa de champaña vierte una gota del contenido de la cápsula que trajo de la nave. El doctor esa noche tiene coito con la doctora, infértil, por otro lado. A la mañana siguiente vuelven a la nave y se produce más confusión. Encuentran los cadáveres de dos miembros de la tripulación, el geólogo y el biólogo, que no pudieron salir antes de la tormenta. El doctor comienza a ponerse mal. Es evidente que está gravemente enfermo, infectado por un agente desconocido. Al notarlo la señorita Vickers los recibe a la entrada de la nave y con un lanzallamas debe ultimar al doctor. No puede permitir el riesgo de contaminación en la nave. Aquí comienzan las semejanzas con Alien. David ayuda a la doctora a practicarse un escaneo. Tiene un feto dentro. A ella le parece imposible. Porque tiene la apariencia de tener tres meses cuando ella apenas ayer tuvo relaciones íntimas y además es estéril. Pide extraérselo al androide pero él se niega, pretextando falta de habilidad para realizar la intervención quirúrgica. Cuando David se quedó solo en la caverna abrió otra escotilla, pudo penetrar en el sancta sanctorum, la cabina de controles de lo que ahora se sabe es una nave estelar, descubrir cómo se operaba el mapa intergaláctico de navegación e incluso ver que uno de los tripulantes estaba aún con vida en estado de animación suspendida.
A duras penas la mujer camina y va hacia otra parte de la nave donde descubre que el señor Weyland está aún con vida. Al igual que ellos se hallaba dormido. Ahora le están cortando las asquerosas uñas de los pies y colocándole luego unos arneses mecánicos para que las rodillas puedan funcionar.
La doctora, en una escena espeluznante, recuerda haber visto en la exclusiva suite de la señorita Vickers un aparato automático, capaz de realizar operaciones quirúrgicas. Como puede se inyecta anestésicos y entra en la cápsula, la programa para la extracción en el abdomen de un cuerpo extraño. Primero intenta elegir una cesárea pero la máquina sólo está programa para pacientes machos. Los brazos mecánicos, provistos de desinfectantes, bisturíes láser y engrapadoras para cerrar la incisión, le sacan un huevo que al poco tiempo eclosiona, de donde emerge una de las familiares criaturas del filme Alien que, en su estado larvario, semejan calamares o pulpos. La doctora sale y elige descontaminar. La criatura es aniquilada por medio de gases. A duras penas la mujer camina y va hacia otra parte de la nave donde descubre que el señor Weyland está aún con vida. Al igual que ellos se hallaba dormido. Ahora le están cortando las asquerosas uñas de los pies y colocándole luego unos arneses mecánicos para que las rodillas puedan funcionar. David ya le contó que uno de los seres está vivo. Él quiere entrevistarse con él y ver si puede obtener lo que tanto ha anhelado: la renovación de su cuerpo o, en otras palabras, la concesión de la vida eterna.
La doctora, haciendo acopio de valentía, se mete en el ceñido traje espacial y los acompaña. La escena que tiene lugar, por la ironía del androide, había sido hasta cierto punto prevista por él. Despiertan al ser. Es como un hombre aunque de talla mayor y de fuerzas descomunales. Lo primero que hace es oír los chapurreos del robot que intenta hablarle. Le saca la cabeza de un golpe y va contra el viejo a quien propina una contusión mortal en la cabeza. Los dioses no son sólo dadores de la vida. La doctora es la única que logra escapar. Cuando llega a la nave, el personaje del capitán revela su misión e identidad secreta, es una especie de militar que tiene el cometido de no dejar que ningún tipo de material biológico contamine la Tierra. El ser en la nave es capaz de encenderla, de liberarla de la capa de piedras que la cubre y está a punto de despegar. Su meta es la Tierra. Su misión es entregar el letal cargamento de armas biológicas que lleva la nave. El capitán lo sabe. Echa fuera a la señorita Vickers y a la doctora, junto con el piloto y otro miembro más hace colisionar su nave, pequeñísima en comparación con la otra, produciéndose una gran explosión. La nave alienígena se desploma, encima de las mujeres, y mata a una, Vickers, quien en realidad resulta ser la hija no deseada ni querida del señor Weyland (con una marcada debilidad afectiva por el robot), heredera de su fortuna; la doctora logra salvarse por un pelo. Se refugia en la chatarra de la nave, que aún puede operarse, precisamente a la suite de la señorita Vickers. Ahí se encuentra con que la criatura que ella creyó aniquilar vive y ha pasado a una etapa de desarrollo más avanzado. Logra salir de este resto del casco de la nave y hacerlo volar en mil pedazos.
Luego por radio le llega la voz de David. Su cabeza sigue activada entre la chatarra de la nave alienígena. ¿De qué metal desconocido estaban hechas ambas naves para resistir la explosión y el impacto en la superficie del planeta, aun en la ausencia de gravedad? Decididamente debe ser parte de la ciencia ficción. David le dice a la doctora que él sabe cómo operar las naves y que hay más, si lo rescata, puede asociarse con ella y asistirla. La doctora no tiene opción. Acude en su auxilio, toma la cabeza con cuidado y baja el resto del cuerpo por medio de una soga y una polea. La doctora no quiere subirse en la nave para ir a casa sino emprender una travesía aún más larga y ver si es posible llegar al punto de partida de los Ingenieros, desea preguntarles en persona por qué primero crear para después destruir. Buen cuidado tuvieron, como decía el capitán, de no efectuar sus letales experimentos biológicos en su propio planeta sino dirigirse a un sitio lejano y desierto. La continuación de la saga se proyecta, la franquicia debe rendir fruto, pero ahora en el justo nombre de su autor intelectual, sir Ridley Scott. La hipótesis de los extraterrestres buenos y de los malos la sostienen prácticamente todos los llamados ufólogos. Reciclar el propio material anterior, hacerlo con un par de buenos momentos en las actuaciones y la ambientación no es nada desdeñable en esta primera entrega de una serie amenazada desde el inicio por el carácter previsible y la monotonía. Habrá que esperar y a ver cómo continúa y termina. Fuera del mediocre uso de la tridimensionalidad, el filme logra mantener la tensión y el suspenso, alguna vez tan característicos del director, planteando asimismo una serie de cabos sueltos y explicaciones no suficientemente creíbles que forman parte del folclor de la sci-fi. ®