Madre de todas las especies periodísticas, la crónica en su pureza prístina está a punto de extinguirse de los diarios y revistas. Las razones son múltiples, desde la exigencia de concentración intelectiva en una cadena causal de eventos hasta los espacios cada vez más reducidos para el texto ante el omnipotente peso de la imagen.
Recuento de acontecimientos en una sucesión temporal, la crónica fue el vehículo para la memoria escrita a partir de la maestra de la vida, la Historia, hasta llegar a sus pupilas más inquietas y originales, las ciencias y las artes.
Una tentativa por recuperar la crónica urbana es el concurso Salvador Novo que se viene celebrando en el Distrito Federal. La edición de 2005 tocó en suerte ganarla al periodista y guionista José Lara (Ciudad de México, 1973), quien con su libro Del Zócalo a La Castañeda (México: FCE, 2008) no sólo hace un recorrido en el espacio desde el centro histórico hasta Mixcoac y Lomas de Plateros, sino en el tiempo desde principios del siglo XX en pleno Porfiriato hasta la actualidad, pasando por los antecedentes prehispánicos y virreinales de rigor.
La tradición de la crónica en México es nutrida y comprende nombres de escritores y periodistas de la talla de Francisco Zarco, Ignacio Manuel Altamirano, Manuel Gutiérrez Nájera, José Juan Tablada, Artemio de Valle Arizpe, Renato Leduc, José Alvarado, Ricardo Garibay, Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska, Juan Villoro, Héctor de Mauleón, Fabrizio Mejía Madrid y algunos otros más. Una línea que, como se ve, llega hasta nuestros días si bien reducida a una forma de menor aliento, más compacta, más esbelta y que aun así reta los límites de la tolerancia con el espacio. El periodismo de hoy se ha vuelto de cápsula o estampita, siguiendo la vertiginosa línea impuesta por la televisión y los multimedia. Es claro que el periodismo en papel está condenado si no a desaparecer a corto plazo, por lo menos a reducirse considerablemente. Internet parece quitarle día con día más posibles y anhelados lectores.
Es avizorable la hipótesis de que algún día el periodismo escrito pase a ser uno de los géneros amenazados, protegidos bajo la denominación de literatura o bellas letras, confinado únicamente a libros codiciados por unos cuantos. Edición, por cierto, bastante cuidada la del Fondo de Cultura Económica, que en su colección Cenzontle con un formato de 17 x 11 cm y tiraje de mil ejemplares, saca a la luz una serie de trabajos de extensión variable y desigual calibre, en cuanto a lo cuajado de cada pieza (todas comienzan bien pero pocas terminan así). A diferencia de la noticia o nota, que obedece a una estructura piramidal a la inversa, primero lo más relevante y al último el puro relleno, la crónica, como cualquier relato literario, debe empezar con punch y terminar igual. El remate es por tanto decisivo. Pero ¿quién puede responsabilizar a los jóvenes de hoy si se han hecho pergeñando notas, mini entrevistas y reportajes bon size?
La primera crónica se titula “¡Aquí, mi buen, aquí puro payaso!”, mientras que la última es “Los hijos del mais”, en medio quedan tres de los trabajos más destacables, uno sobre un artesano que trabaja los judas, otro sobre un mujer taxista y el tercero, que aclara el título del libro, sobre un manicomio de beneficencia llamado La Castañeda. Una de las reclusas (más bien pacientes) aún viva, Chuchita, ingresada a la edad de doce años (ahora tiene noventa) con sus palabras cierra el trabajo: “Tengo sentimiento porque nadie me viene a ver”. El tiempo parece haber borrado el recuerdo de los malos tratos recibidos de sus familiares y de lo asustada que llegó al psiquiátrico. Un día así ha de pasar con el género de la crónica, de tan inusitado y poco socorrido entre los autores, hasta va a añorarse.
La crónica fue la primera forma que asumió el periodismo y acaso una de las más antiguas especies de registro escrito de que se tenga noticia en la historia. Podría afirmarse que la crónica es el género más puro, tanto de la historia como del periodismo, un género que debería de seguirse cultivando y alentar su frecuentación entre los jóvenes. No hay nada más sabroso que el testimonio en primera persona de alguien que presenció un acontecimiento, narrado desde su particular visión del mundo, acervo cultural, conjunción feliz o desgraciada de sus fobias y sus filias. ®