Una conversación con el periodista uruguayo en la que habla de sus libros: de los supervivientes de Los Andes a la verdadera historia de los tupamaros y la dictadura, y de sus comienzos en el periodismo gracias a una extraordinaria entrevista con un jugador del Peñarol.
El periodista y escritor Leonardo Haberkorn (Montevideo, 1963) ha trabajado en la radio y en la prensa; creó en el año 2000 el suplemento ¿Que Pasa?, el cual dirigió desde entonces y hasta el 2006. Dicta clases de periodismo en la Universidad ORT Uruguay y sus crónicas se han publicado en suplementos y revistas como Viva, del diario Clarín, y Radar, del diario Página 12 —ambos de Argentina—, en la peruana Etiqueta Negra y la colombiana–mexicana Gatopardo. Su crónica “El último Hitler uruguayo” apareció en España en la Antología de la crónica latinoamericana actual, editada por Darío Jaramillo Agudelo. Su producción bibliográfica comprende El dulce de leche, una historia uruguaya, de 2011, una historia del equipo de futbol Peñarol; Preguntas y respuestas sobre animales en Uruguay, un libro infantil de 2008; Nueve historias uruguayas (2004); Historias tupamaras (2008); Crónicas de sangre, sudor y lágrimas (2009) y Milicos y tupas, de 2011, entre varios más. En 2012 publicó, con el periodista e historiador Luciano Álvarez, Relato oculto. Las desmemorias de Víctor Hugo Morales, sobre los años uruguayos del más conocido cronista deportivo de la radio en el cono sur en los últimos cuatro décadas; su libro más reciente es Liberaij: la verdadera historia del caso Plata Quemada (2013). Recibió el Premio Morosoli de Periodismo (2002) y el Premio Bartolomé Hidalgo 2011 en la categoría Ensayo Político–Periodístico. Ésta es una conversación con él.
—Leonardo, sé que su equipo de futbol Peñarol ganó el domingo pasado, con una ventaja de cuatro puntos en la liga antes del clásico con el Nacional la semana que viene, así que supongo que te encuentro de buen humor… Hablar de futbol no es algo menor, en la introducción de Crónicas de sangre, sudor y lágrimas habla de haber descubierto, durante su juventud, el poder del periodismo al leer una entrevista del periodista Ramón Mérica con una de las estrellas del Peñarol de ese momento, Fernando “el Nando” Moreno. ¿Podría comentarnos un poco de esa introducción?
—No recuerdo con exactitud qué edad tenía, el libro se publicó en el año 1976 pero quizás lo leí dos o tres años después, siendo un adolescente, una tarde en la casa de la Calle Ferrari —se lo había regalado mi madre a mi padre—. En la tapa no aparece el título de la obra, sólo exhibía una gran foto en blanco y negro, algo azulada, de un viejo aparato grabador, un modelo gigante propio de los años sesenta con un casete Philips dentro. El título se indicaba en el lomo, y no decía mucho: Antagonistas y protagonistas. Era una recopilación de doce entrevistas realizadas por el periodista Ramón Mérica, todas publicadas en la revista del domingo del periódico El País (de Uruguay). En este entonces yo no conocía a Mérica. Un día, hojeando el libro, descubrí que entre los entrevistados estaba la persona que más admiraba en el mundo: Fernando “el Nando” Morena, -“el Potrillo”-, el goleador del Peñarol.
”Empecé por la página 95, el impacto que me provocó aquella entrevista fue enorme. A pesar de estar acostumbrado a leer el periódico, en especial las páginas de deportes, nunca había visto nada igual. Lo que estaba leyendo iba más allá que todas mis anteriores lecturas periodísticas. No se parecía en nada a otra entrevista que hubiera leído. Mérica se introdujo en la casa de Morena, en su dormitorio, describió los pósters colgados en las paredes, hablaba con su madre, charlaba con su padre, con los vecinos, lo despertaba, lo subía a un Fitito, lo llevaba a la playa, lo hacía hablar del Peñarol, del Nacional, de política, de mujeres, de cine, de sexo, de dinero. Había toneladas de información y todo eso se leía como si fuera un cuento. Era periodismo y literatura juntos, al mismo tiempo.
”Había otra cosa muy impactante. Mérica lo explicaba al comienzo del artículo: “De haber salido de mi casa apenas un minuto antes, la mañana en que iba encontrarme con Fernando Morena, esta nota hubiera sido completamente diferente. Porque fue justo en el momento de salir, y con la mano ya puesta sobre el botón para apagar la radio, que un informativista lamentó: El deporte uruguayo, y particularmente el fútbol, está de duelo: acaba de fallecer el otrora ídolo nacionalófilo Atilio García”.
A pesar de estar acostumbrado a leer el periódico, en especial las páginas de deportes, nunca había visto nada igual. Lo que estaba leyendo iba más allá que todas mis anteriores lecturas periodísticas. No se parecía en nada a otra entrevista que hubiera leído.
”Mérica había tomado aquella coincidencia como una clave a seguir en su trabajo. Por eso, además de entrevistar a Morena, también entrevistó a la viuda de Atilio García. Y luego intercaló en el mismo artículo el resultado de las dos conversaciones. Había una proeza técnica: uno pasaba de un relato al otro sin perder nunca el hilo de la historia. Pero no era sólo un alarde de virtuosismo; había allí un logro informativo de primer orden: al combinar las entrevistas Mérica lograba explicarnos cómo había ido cambiando el mundo del fútbol desde los tiempos de Atilio García a los de Morena, el primer futbolista uruguayo que fue tasado en un millón de dólares. Y no sólo eso, la combinación de las historias del recién fallecido Atilio García y el esplendor de un jovencísimo Nando Morena era también una reflexión sobre el paso del tiempo —“el tiempo”, según Mérica lo nombra en el prólogo del libro—, sobre lo efímero de la juventud, el inevitable ciclo de la vida y el ocaso de toda gloria. Todo eso gratis junto con la mayor cantidad de información que yo hubiera leído u oído jamás sobre aquel goleador que alegraba cada uno de mis fines de semana.
”No sé si todo eso lo racionalicé la primera vez que leí aquella maravillosa entrevista, o luego, con los años, las decenas de veces que volví a leer esas páginas memorables y a usarlas para intentar despertar la imaginación y la pasión de los estudiantes de periodismo. Pero sí sé que aquella lectura me marcó para siempre. De un modo supongo que al principio inconsciente, comprendí que el periodismo podía volar alto, mucho más alto que lo habitual.
”Por supuesto, leí muchos otros reportajes, crónicas, entrevistas que me maravillaron, empezando por la recopilación del genial cronista estadounidense Tom Wolfe en El nuevo periodismo. Pero la entrevista de Mérica a Morena fue la primera y el descubrimiento de un mundo. En todos estos años he hecho el esfuerzo por tratar de estar a la altura de esas grandes páginas.
—Anoche lo escuché hablar en una mesa redonda acerca de los hechos de 1972, año crítico en la historia política de su país, y de la dictadura militar que gobernó durante más de una década. Mencionó su primer encuentro —si esa es la palabra— con los militares, cuando usted y unos amigos fueron sorprendidos pegando volantes. Me llamó la atención porque éste es el factor ausente del relato que acaba de contar: que no fue solamente un joven que descubría el verdadero potencial del periodismo sino uno que vivía bajo una dictadura militar —acaso la más feroz de toda la región en ese entonces—, y que descubría la palabra. ¿Puede contarnos un poco de su experiencia de vivir bajo ese régimen?
—Cuando fue el golpe de Estado en Uruguay yo tenía nueve años, y cuando terminó la dictadura ya tenía veintiuno… Quiere decir que pasé prácticamente casi toda mi infancia y adolescencia en la dictadura. Vengo de una familia poco politizada. Mi familia cercana no sufrió los efectos de la dictadura —es decir, no hubo nadie preso— pero todos los uruguayos sufrimos los efectos de la dictadura, sobre todo cuando uno era niño, pienso que uno… no sé si uno se da mucha cuenta, pero sobre todo en la secundaria, durante la dictadura, fue un momento triste en el sentido de que los profesores tenían prohibido enseñar o habían tenido que dedicarse a otra cosa. El nivel de los profesores era muy bajo, las instituciones cuidaban aspectos formales increíbles como que el pelo de los estudiantes no estuviera tan largo para que no tocara el cuello de la camisa, y la idea que se transmitía en la enseñanza que uno recibía era que en Uruguay no pasaba nada, es decir, estaba prohibida la política, estaba prohibida cualquier militancia social; no había música de rock —no entraba, salvo alguna música en inglés muy comercial—, la música de esos años, que hoy sé que en esos años sonaban the Clash o los Pistols, eso no existía. La música folclórica uruguaya también estaba prohibida, la gran mayoría de sus cantantes más tradicionales estaban censurados. Los noticieros eran un aburrimiento porque sólo había noticias oficiales. Era una vida realmente muy chata, muy empobrecedora, y para nosotros la apertura fue como una especie de… cuando volvió le democracia fue una cosa de apasionarnos por una cantidad de cosas que venían del mundo que no sabíamos: música, literatura, cine, todo lo que estaba prohibido.
—¿Fue como haber perdido una década de su juventud?
El nivel de los profesores era muy bajo, las instituciones cuidaban aspectos formales increíbles como que el pelo de los estudiantes no estuviera tan largo para que no tocara el cuello de la camisa, y la idea que se transmitía en la enseñanza que uno recibía era que en Uruguay no pasaba nada, es decir, estaba prohibida la política, estaba prohibida cualquier militancia social; no había música de rock —no entraba, salvo alguna música en inglés muy comercial—, la música de esos años, que hoy sé que en esos años sonaban the Clash o los Pistols, eso no existía. La música folclórica uruguaya también estaba prohibida, la gran mayoría de sus cantantes más tradicionales estaban censurados.
—En cierta manera sí. También en esa época, para nuestra generación el sexo era un tabú. Quedaba el fútbol nomás. La diversión era el fútbol. El deporte era prácticamente la única manifestación popular permitida. Fueron años aburridos y, bueno, luego uno empieza a descubrir los horrores que habían pasado en esos tiempos: los presos políticos, la tortura, los muertos… Las primeras manifestaciones políticas que empezó a haber en los años 80 u 82, en las que yo participé siendo un adolescente, eran reprimidas, éramos perseguidos.
—En una ocasión comentó que “la curiosidad es la base del periodismo”, pero es muy claro que su trabajo va mucho más allá que una simple curiosidad. ¿Fue la experiencia de una juventud bajo la dictadura la que fundó el compromiso con la verdad que me parece tan central en su obra actualmente?
—Sí, puede ser. Creo que la experiencia de la dictadura es central en mi vida y en la vida de los de mi edad. Si uno pasó desde los nueve hasta los veintiún años bajo la dictadura, eso te marca en una manera, y una cosa que me gusta es que cuando escribo o cuando doy clases, un mensaje que me gusta transmitir, o por lo menos aportar en este sentido, es que no podemos volver a tener una dictadura. Tenemos que ser muy sinceros con las causas que llevaron a la dictadura, cosa que en Uruguay no ocurrió por intereses políticos, muchas de las razones que terminaron desembocando en la dictadura en Uruguay son soslayadas, minimizadas. Tenemos que ser muy sinceros porque no debemos volver a perder la democracia.
—En varias ocasiones ha sido muy cuidadoso al decir que considera sus libros obras de periodismo y no de historia. Claramente tratan, si no de temas más o menos contemporáneos, de asuntos de un pasado reciente y que siguen teniendo influencia y relevancia en el presente. Aunque todos sus libros tienen, donde es necesario, notas rigurosas sobre sus fuentes y los documentos citados. ¿Cuáles son las diferencias clave entre estos géneros para usted?
—Yo me considero un periodista, no me considero historiador y no me considero escritor, aunque he publicado libros, escribo y bueno… soy escritor, pero si estoy en el aeropuerto y tengo que llenar el afiche del avión pongo periodista. El rigor que yo le pongo a la investigación no es menor que el rigor que le pone un historiador, le pongo el mismo rigor. Lo que a veces yo veo es que los historiadores —o algunos historiadores— no toman en cuenta la parte testimonial de la historia, la minimizan, y los periodistas sabemos el valor que tienen los testimonios. No es que no use los documentos, los uso, los busco, los cito, pero no menosprecio el aporte testimonial. Me parece importante, sobre todo en los años de la dictadura, cuando muchas veces esos testimonios no quedaron registrados en documentos.
—En la introducción de Los días que vivimos (1973), de Carlos Martínez Moreno, escribió: “Una vieja precaución muy conocida en las redacciones de los diarios aconseja no confiar en la forma del libro la materia de los que originariamente han sido ensayos periodísticos”. Claramente sus crónicas son mucho más elaboradas y trabajadas que una nota de prensa; la mayoría son verdaderas obras de investigación. ¿Tuvo un propósito particular al recopilarlas, el deseo de presentar al país, el país de hoy, a sus conciudadanos?
—¿En el caso de Crónicas de sangre, sudor y lágrimas?
—Por ejemplo.
—No. Surgió después. Las hice cada una de manera individual, todas pensando en que iban a salir en una revista. Luego vi que se podían reunir en un libro, como hicieron otros periodistas. Pero no fueron pensadas como un libro. En cierta manera, ¿explican Uruguay?
—Bueno, desde mi perspectiva de extranjero, inglés, conozco muy poco Uruguay. Para mí las Crónicas de sangre, sudor y lágrimas sí hablan mucho de Uruguay como país y como una sociedad hoy, con diferentes aspectos que hablan de su pasado reciente, aunque esto no sea su propósito.
—En la presentación había un periodista, Elvio Gandolfo, que dijo algo como esto, que era un retrato del Uruguay, cosa que me alegró mucho, porque de principio no fue pensado en esa manera. Cuando los elegí, porque podría haber elegido otras, elegí esas, como que tenía un criterio uniforme…
—Con antecedentes en la obra de escritores como Carlos Monsiváis, y más recientemente en escritores como el argentino Martín Caparrós, la mexicana Alma Guillermoprieto o el colombiano Alberto Salcedo, se ha desarrollado el género de la “nueva crónica”, incluso con sus propios medios de publicación, como puercoespín.com y otras revistas. ¿Cómo entiende este fenómeno, es una respuesta a la falta en muchos países de la región de periodismo independiente y de calidad? ¿Se siente vinculado o con preocupaciones en común con el impulso de este fenómeno?
—Sí, me siento vinculado. Con algunos de ellos tengo un trato —por ejemplo con Salcedo Ramos—, con otros no, pero siento que todos los que de alguna manera practicamos este género echamos en falta un periodismo de calidad en la mayor parte de los medios del continente, y hacemos el esfuerzo por cultivarlo, a pesar de eso. Creo que es especialmente complicado en Uruguay, porque acá no tenemos hoy ningún medio para publicar este tipo de trabajos. Tuvimos algunas revistas en épocas remotas —estamos hablando de veinte años para atrás—. De hecho, de todos los trabajos que publiqué en este libro sólo dos fueron publicados originalmente en Uruguay, los otros nueve en el extranjero. Esto desestimuló un poco a los más jóvenes, pero la dificultad no es razón para no hacerlas. Creo que sí, nos une eso y nos une una pasión que evidentemente es común aunque no nos hablemos. A algunos de los que me has nombrado no los conozco pero sé que tienen pasión por el periodismo, pero por un periodismo que sea a la vez profundo, de calidad y que provoque la imaginación y el disfrute de los que lo lean, y no sólo la acumulación de datos con o sin sentido.
—Otra diferencia entre la producción histórica tradicional y la crónica…
—Exactamente. Yo conozco algunos libros sobre el pasado reciente uruguayo que están muy bien documentados pero son aburridos de leer, o que parecen la suma de unos capítulos inconexos entre sí, sin ilación… Bueno, eso no es lo que me gusta, evidentemente.
—Además es un mal servicio al lector, si esa información es importante vale la pena presentarla de una manera en que la gente quiera leer.
—¡Exacto! Hace poco estuvo acá en una conferencia en la facultad Julio Villanueva Chang —que es otro gran periodista— y dijo eso mismo: Si esta información es tan buena y es tan importante que la gente lo sepa, por qué no hacer el esfuerzo de presentarla de una manera en que la gente la lea. Siempre hice el esfuerzo por tratar de hacerlo, aun trabajando en diarios donde nadie lo entendía, siempre traté de que por lo menos mis trabajos trataban de reflejar eso.
—En una de las crónicas incluidas en Crónicas de sangre, sudor y lágrimas retoma una de las historias más famosas de Uruguay, la del vuelo 571 desplomado en Los Andes en 1972, que se ha llevado al cine en varias ocasiones. En “Los otros sobrevivientes de Los Andes” usted da otra vuelta a la tuerca e investiga la historia —para utilizar la frase de Walter Benjamin— contándola “a contrapelo” de los familiares y los amigos de los que murieron, quienes tenían que vivir con el conocimiento de que los suyos pagaron un precio más allá de la muerte para que otros pudieran regresar. ¿Cómo se le ocurrió escribir desde esa perspectiva?
—Son cosas que se te ocurren. Pienso en dos cosas: por un lado, existía en Uruguay el rumor de que había una pelea silenciada, sorda, que no emergía en los medios, entre los sobrevivientes de la tragedia de Los Andes y los familiares de los que habían fallecido; durante, no sé, décadas, existía esta idea, yo lo había oído. Por otro lado, no es fácil para alguien de Uruguay interesar a gente de fuera en historias uruguayas; somos un país chico, tres millones de habitantes, poca influencia en los asuntos mundiales salvo algún fogonazo en el futbol. Lo nuestro es en casa, totalmente, y en el futbol cada vez más también. En ese momento yo había dejado un trabajo en un diario uruguayo, no tenía dónde escribir y me estaba volcando justamente a las revistas internacionales, de este género que más me gusta, pero les proponía muchas ideas y en general pocas caminaban, me aceptaban pocas. Así que tenía que estremecer la imaginación y cuando le propuse hacer esta nota a la editora de Gatopardo, Leila Guerriero, que es una excelente periodista, cuando le dije cuál era mi perspectiva le pareció maravillosa: Voy a averiguar si este rumor que he escuchado tantas veces es cierto, y de la investigación surgió que en parte sí, en parte no. Hay algunas familias de los que murieron que no quieren a los que sobrevivieron, pero me encontré con familiares de los que murieron que realmente quieren mucho, los aman verdaderamente, a los que volvieron de la montaña. Es una historia trágica y maravillosa a la vez y que el Uruguay, por motivos complejos, no aprovecha, en el sentido de que tiene acá a los muchachos que han vuelto de Los Andes, que son admirados en todo el mundo, y en Uruguay pasan desapercibidos, prácticamente, o no se les da toda la importancia que pueden tener.
—¿Fue un poco extraño en el sentido de que esto es algo que recordaba de su propia juventud, algo que ocurrió y que lo retomó después de tantos años?
—Fue muy emocionante. El otro día recordaba que en una de las entrevistas tuve en mis manos la carta que escribió uno de los muchachos. En el accidente muchos murieron cuando el avión chocó, pero entre los sobrevivientes un grupo importante murió diez días después en un alud en la montaña. Uno de esos muchachos que sobrevivió al accidente pero que murió en el alud, en esos días que estuvo en la montaña escribió una carta en el reverso de las hojas del manual de navegación del avión, unas hojas rosadas como de cartulina, y el padre de este muchacho me la dio; el momento en que la tuvo entre las manos fue un momento fuerte, digamos, muy emocionante. Es una historia que a los uruguayos nos chocó mucho en aquellos años y que ha sido un poco relegada.
—Me gustaría hablar también de dos libros que son imprescindibles para quien quiera entender algo de la historia reciente de Uruguay: Historias tupamaras y Milicos y Tupas. Me imagino que para la gran mayoría de nuestros lectores la historia de su país es algo casi desconocido. ¿Es posible pedirle contextualizar sus libros con una breve explicación de la historia reciente —a grandes rasgos, por supuesto— para facilitar nuestra conversación?
—Al principio de los años sesenta la Guerra Fría llegó a Uruguay. El triunfo de la revolución cubana alentó a que muchos jóvenes uruguayos quisieran trasladar la revolución también a Uruguay. El país tenía una larga tradición democrática pero en esos años había una crisis económica; los sindicatos pedían mejoras y había una gran tensión social. El principal grupo que intentaba la revolución social en esos años era el de los Tupamaros, que lograron una cierta fama mundial. El presidente de Uruguay, José “Pepe” Mujica, fue tupamaro. La clase política manejó esa revolución quizás no de la mejor manera. Había una corrupción…
Existía en Uruguay el rumor de que había una pelea silenciada, sorda, que no emergía en los medios, entre los sobrevivientes de la tragedia de Los Andes y los familiares de los que habían fallecido; durante, no sé, décadas, existía esta idea…
—Lo que llama la atención es que hay mucho publicado sobre la historia reciente del país y sobre el régimen militar, y cómo el país había llegado a un “entendimiento común” sobre este periodo de trece años (1973 a 1986) y de lo que fue la dictadura, y en medio de esto publicas Historias tupamaras. Nuevos testimonios sobre los mitos del MLN (Movimiento de Liberación Nacional), que es la desmitificación de un grupo revolucionario, izquierdista, y que además —como acabas de mencionar— tiene como presidente del país en este momento a uno de sus ex miembros. Se necesitaba mucho coraje para escribir este libro. Usted toma las creencias centrales de ese grupo: que fue un movimiento progresista; que se levantaba para proteger al país democrático de una dictadura militar, etcétera, y rompe con todos esos mitos.
—La Guerra Fría llegó a Uruguay. Un grupo de izquierda, el Movimiento de Liberación Nacional–Tupamaros, intentó tomar el poder por las armas en un contexto en el que la población en general estaba descreída de la democracia. ¿Por qué? Porque había corrupción política, porque había leyes que beneficiaban al parlamento por sobre la población, porque para conseguir cosas uno tenía que tener un amigo político y la economía no funcionaba bien. Este grupo ponía bombas y trataba de tomar el poder con las armas. Otros grupos de izquierda, como el Partido Comunista, alentaban un golpe militar, de militares progresistas, y los militares también habían perdido la confianza, la fe en la democracia. Así que fueron llamados a combatir a la guerrilla y en ese combate vislumbraron ellos también la posibilidad de tomar el poder. Es una historia en la cual la culpa es de la guerrilla, de los militares, de los políticos y de la población que vio todo con mucha pasividad, y que terminó, en esa pulseada en la cual casi nadie creía en la democracia, con los militares haciéndose del poder e instaurando una dictadura de derecha muy dura que duró trece años. Pero aún hay otra responsabilidad: la de la guerrilla que empezó a desestabilizar el país, la de los políticos que no estaban a la altura de las circunstancias y por lo menos permitieron que la población perdiera la fe en la democracia.
—Después de leer Historias tupamaras tenía la impresión de alguien que escribía desde una perspectiva democrática, desde el centro, pero en la primera página de Milicos y Tupas, su siguiente libro, lo aclara cuando dice que una cosa es ser crítico con los tupamaros y otra muy distinta tener alguna simpatía con la dictadura, no hay lugar para ninguna confusión. ¿Cómo llegó al punto de hablar en este libro de una desmitificación?
—Porque empecé a notar que entre los más jóvenes había “verdades” en relación con los tupamaros que no tenían nada que ver con los hechos históricos; realmente el propósito del libro era aclarar esos puntos. Cosas que para una buena parte de Uruguay son estrictamente ciertas y que carecen de evidencias históricas; una de ellas, que la repiten muchos periodistas y la acaba de repetir el corresponsal Santiago Rodríguez Tarditi, de la revista Monocle, es que los tupamaros lucharon contra la dictadura y que lucharon por la democracia, lo cual es un error garrafal, pero es un error que existe porque ha sido repetido tantas veces, y siempre con el objetivo de favorecer a los tupamaros que han seguido en la actividad política, tanto que hoy el presidente es ex tupamaro, fue líder de los tupamaros. Pero los hechos son clarísimos, los documentos de los tupamaros no admiten ninguna duda: el movimiento tupamaro nació para derrumbar la democracia y establecer un régimen revolucionario socialista. En esa lucha se enfrentó al Ejército de Uruguay y fue derrotado, y el golpe de Estado ocurrió un año después, cuando ya no había tupamaros que pelearan; habían fracasado en su intento de instaurar un gobierno similar al de Cuba. El único éxito que tuvieron fue el de derrumbar la democracia; así, en lugar de tener un gobierno de izquierda revolucionaria tuvimos un dictadura militar de derecha.
Los documentos de los tupamaros no admiten ninguna duda: el movimiento tupamaro nació para derrumbar la democracia y establecer un régimen revolucionario socialista. En esa lucha se enfrentó al Ejército de Uruguay y fue derrotado, y el golpe de Estado ocurrió un año después…
—¿Cómo fue recibido el libro? Ha tenido varias ediciones en pocos años.
—Historias tupamaras tiene seis ediciones en dos años y se han vendido seis mil ejemplares, que en Uruguay es mucho, pero ha sido raro. De parte de los tupamaros o el MLN y los sectores de izquierda afines a ellos ha sido recibido con un silencio absoluto. No se ha discutido con el libro, no se ha polemizado, han preferido ignorarlo. Las críticas que se han publicado han sido buenas. En cambio, Milicos y Tupas, que yo pensé que iba a tener el mismo trato de silencio, causó un enorme polémica en el momento en que salió, y en cierta manera ha hecho que Historias tupamaras haya vuelto a venderse bien.
—Milicos y Tupas es una de esas historias —aunque dolorosa pues trata de temas como la tortura— que son un regalo al periodista. Esos testimonios —entrelazados de una manera que me parece, para utilizar sus palabras sobre el trabajo de Ramón Mérica, “un logro informativo de primer orden”—, un tupamaro, un militar y un civil —un contador— que sorprendentemente había pasado tanto por la escuela militar como por las filas de las tupamaros. Es una historia impresionante, especialmente porque los tres se habían encontrado en la misma base militar donde los últimos dos fueron internados y el primero era el que mandaba. Aunque la historia no se queda allí, porque el milico no era un milico cualquiera, dado que insistió en el trato digno a sus presos, y llega un momento en que tanto los militares de mediano rango hacia abajo y los tupamaros llegan a una tregua y conciden en objetivos similares, como atacar la corrupción del alto mando político del país y efectúan operaciones combinadas para detener industriales y otras personas, los cuales habían sido identificados —para bien o para mal— como responsables por la situación del país. ¿Se sabía de estos aspectos de la historia antes de este trabajo? ¿Usted podría haber imaginado esa situación?
—Sabía que existía una tregua pero no me imaginé nunca hasta qué punto había llegado, y de hecho cuando me lo empezaron a contar en las primeras entrevistas no lo creía. No lo creía. Sorprendentemente, la guerrilla tupamara tuvo su mejor momento en el 71, cuando muchos creyeron que iba a tomar el poder, pero el parlamento pidió entonces que el ejército, las fuerzas armadas, tomara la dirección de la lucha contra los tupamaros en lugar de la policía y, cuando irrumpió el ejército en la escena resultó mucho más poderoso de lo que los tupamaros habían imaginado, y en sólo seis meses los barrió. Todos sus líderes terminaron presos y el aparato militar guerrillero fue desintegrado, y los que pudieron escaparon de Uruguay. Lo sorprendente fue que en los cuarteles donde estaban presos, en los interrogatorios que les hacían los militares a los tupamaros, éstos le decían a los militares: Ustedes se animan con nosotros, nos interrogan, pero no se atreven a hacer acciones contra los corruptos, contra los industriales, contra los banqueros que se llevaron todo el dinero de Uruguay. Y los militares, por una serie de motivos, este discurso les resultaba creíble porque en Uruguay ya casi nadie confiaba en la democracia, todo el mundo creía que esa corrupción era real, y los militares también. Finalmente, dijeron ¡No! Nosotros también estamos contra la corrupción, y ahí fue cuando increíblemente se aliaron para salir a perseguir a esos supuestos industriales y políticos corruptos. Lo cual es significativo porque en el año 72 —aunque muy jaqueadas y muy deterioradas— todavía había instituciones democráticas en Uruguay. Y esta lucha conjunta de tupamaros y militares contra los corruptos ocurría al margen del poder judicial uruguayo.
El valor que tiene la historia es que por un lado los pone en contexto a los milicos y a los tupamaros y explica por qué habían perdido la fe en la democracia, por qué fue posible el golpe de Estado, y ahí aparecen otras responsabilidades, no sólo de militares y tupamaros, también de los políticos…
”El libro cuenta la historia de tres personas —como dijiste—: un militar, un tupamaro típico y un contador, el que, increíblemente, había estado en la escuela militar y luego pasó por los tupamaros. En el plano narrativo lo que intenté fue que se pudiera leer como una novela, a pesar de que es periodismo. Para mí el valor que tiene la historia es que por un lado los pone en contexto a los milicos y a los tupamaros y explica por qué habían perdido la fe en la democracia, por qué fue posible el golpe de Estado, y ahí aparecen otras responsabilidades, no sólo de militares y tupamaros, también de los políticos, también en todo el ámbito económico. Algo muy importante es mostrar que no todo fue en blanco y negro; no fueron todos iguales los militares, no fueron todos iguales los tupamaros, que dentro de cada uno de los bandos hubo distintas actitudes, hubo personas que se fijaron límites, que no cumplían órdenes que eran indignas de ser cumplidas, y creo que para que los uruguayos podamos reconciliarnos con el pasado es importante captar esa gama de grises, no todos fueron héroes y no todos fueron santos. Esos grises son propios de un época de violencia política, que evidentemente no es lo mejor… Creo que el libro muestra eso y eso es lo que me gusta más.
—Acaba de publicar, junto con otro periodista, un libro que tiene que ver con este periodo pero en otro registro muy distinto: Relato oscuro, que es la desmitificación de una persona que ha intentado contar su propia historia durante esa época de una manera falaz. Me llama la atención que el libro no solamente ilumina de nuevo esa época negra de la historia uruguaya sino que también ofrece varias lecturas sobre el periodismo. Ahora estamos hablando en su oficina en la Universidad ORT, donde usted da clases de periodismo; ¿en este sentido el libro tiene un aspecto didáctico?
—Yo creo que sí. Creo que lo que nos motivó tanto a Luciano Álvarez como a mí a hacer este libro es que en el periodismo los hechos siguen existiendo: hay hechos, nosotros contamos los hechos y no se puede decir cualquier cosa. Puede haber interpretaciones, perspectivas distintas, opiniones distintas… hay un camino para la subjetividad, pero los hechos existen y no se puede decir que uno era un opositor a la dictadura si escribía cosas a favor de la dictadura, y ahí están los documentos. No se puede decir que uno nunca tenía trato con los militares si iba todas las semanas a los cuarteles, todos los días a jugar futbol o a comer, y este Víctor Hugo Morales es un periodista muy influyente en Uruguay y en Argentina. Creo que había una obligación de dar un ejemplo a los más jóvenes, de poner los puntos sobre las íes. Hay gente que dice que comparado con mis libros anteriores es como un asunto muy menor, pero yo soy un enamorado del periodismo y de las verdades, no me parece menor reafirmar que los periodistas tenemos un deber con la verdad y con los hechos y que un periodista importante no puede decir cosas que no son ciertas. ®