“El que entre lobos anda, a aullar se enseña” dice el refrán, así que la que vive con perros, perra se vuelve. La bravura le vino por añadidura, o ¿ya la traía en la sangre?, a lo mejor por eso Fernanda Salas era hemofóbica.
Cuando habitas una casota invadida por gorilas sicarios no puedes huir del narco-reggaetón y hip hop con sus versos misóginos, tratas de llevar una vida de universitaria, tu hombre se va a trabajar, regresa días después con tres coches nuevos, kilos de ropa que sabes te tocará quemar en grandes tambos durante horas y planeas tu próxima ida de shopping a McAllen para regresar con Versaces, Dolces y Louis Vuitons para repartir, debes sospechar que algo no muy normal es de tu vida. Por otro lado, debes estar segura de que no eres ordinaria y de que tienes el lugar que mereces. Te gusta vivir al filo de cualquier peligro y dejar claro quién eres, sin alardear, claro porque lo que eres se evidencia.
En un Monterrey que no nos es ajeno ni poco familiar, Julio es Gran Perro y Fernanda, su mujer; Babo el ídolo y el Cártel de Santa pone el soundtrack a la novela. En Perra brava (Planeta, 2010) Orfa Alarcón dejó que su pluma fuera guiada por ese acaso alter ego regio que la habitaba y quiso contar una, por ahora, sólo una de las historias que son el pan de cada día para muchos mexicanos.
Con una narrativa que no pierde ni tiempo ni detalle, una redacción por demás original —no apta para puristas— y sangre, mucha sangre, para la reinita que hace lo imposible por no verla, cosa normal, el odio y el miedo, cosa normal, la mentira y la infidelidad, cosa normal el apego, la dependencia y el servilismo, las jerarquías y las perversiones, lo que se va y lo que viene, las impresiones y eso en que una se convierte cuando se vuelve ama de su amo. ®