Crónicas del absurdo

Tantas mentiras. Doce actas de viaje y una novela, de Paco Inclán

Inclán tiene un buen manejo de la prosa y de los tiempos narrativos. Las anécdotas que cuenta, propias de un mundo en el que hoy te despiertas aquí y mañana en otro continente, son refrescantes y muestran el gusto por el absurdo del autor.

Las crónicas de Paco.

Las crónicas de Paco.

El género de la crónica existe, entre otras cosas, para demostrar que la mayoría de las veces la realidad supera la ficción. A estas alturas decir que el mundo está o vive de manera globalizada ya suena trasnochado. Hay mucha gente que casi vive en aviones y aeropuertos. En un año se puede recorrer varias veces el mundo y dormir en cincuenta capitales.

El valenciano Paco Inclán, escritor, periodista, investigador y falso misionero pertenece a ese sector generacional que se dio a finales del siglo pasado en España que alcanzó cotas de escolarización y titulación universitaria sin precedentes en la historia. Aunque la paradoja residió en que esto coincidió con una época de crisis perpetua en la que el mercado laboral ha estrechado sus puertas y requiere únicamente determinados especialistas. El resto de titulados languidece buscando empleo con un exceso de cualificación para trabajos que no la requieren. Es el tipo de trabajo que ahora suelen hacer los inmigrantes y los españoles sin formación.

La otra posibilidad en la que no se gana mucho dinero pero se viaja, se aprende y a veces se ayuda a los demás es afiliándose a una ONG y metiendo proyectos a diestra y siniestra a ver cuál es el que pega, para además de ganar un dinero, ir haciendo currículum. (Tengo una amiga en Barcelona que durante años vivió en Kosovo trabajando para una ONG dependiente de la ONU que se dedicaba a reconstruir escuelas y cobraba 4 mil euros mensuales por aquello del estrés posbélico).

La otra es hacerse periodista free–lance y lanzarse al mundo armado con una lap top a ver qué sucede. Y si no sucede nada, inventárselo.

Tantas mentiras (Zaragoza: Jekyll y Jill, 2015), un libro de doce amenas crónicas, responde a la rocambolesca vida laboral de una mezcla de uno de estos becarios y periodista con estrambóticas coberturas. Los proyectos que aborda Inclán parecería que en principio no le interesan a nadie. Decididamente no a la institución que lo financia y ni siquiera al autor mismo, quien cumple sus informes con pulcritud funcionarial. Sus misiones están condenadas a no tener éxito y recopila datos en los que nos hace partícipe de la investigación, que suele derivar en cuestiones que nada tienen que ver con el objetivo inicial de la misión.

Por ejemplo, en el “Aleph de la pelota” Inclán centra la obsesiva atmósfera de una rara investigación en la que no pasa nada excepto el monólogo de quizás el único estudioso en el mundo de la presencia de los catalanes en el juego de la pelota vasca. Que haya una institución que destine recursos a esa actividad es de por sí un síntoma de lo mal que funciona la democracia y una de esas pruebas de que la realidad siempre supera la ficción.

En otro viaje, Inclán entabla contacto con unos abuelitos de la Ciudad de México miembros de un fantasmal Partido Comunista que celebran ritualmente sus pachangas en la embajada de Corea del Norte en la capital mexicana, y también acaba enredado en una historia de espionaje en la que nunca queda muy claro quién espía a quién y en todo caso cuál sería el motivo de tal seguimiento.

Argote, el investigador del juego de la pelota vasca que prepara una enciclopedia total y definitiva de medio millón de entradas obtenidas del rastreo de pelotaris vascos de todas las épocas por los más recónditos rincones del mundo, vive inmerso entre pilas de libros y papeles, absorto de la vida matrimonial, social y de cualquier cosa que lo distraiga de su gran cometido.

¿Qué hace Paco Inclán ahí? ¿Comisionado para buscar información sobre la influencia, si la hubo, de los catalanes en el juego de la pelota vasca? Es difícil de entender, pero ante ese absurdo irresoluble lo que Inclán propone es el recuento de una realidad paralela que describe un submundo que a nuestros ojos pasaría inadvertido, los entresijos de un mundo y una vida de corte kafkiano.

Así pasa también en su crónica en la que es objeto de una beca para practicar la deriva y demás proyecciones psicogeográficas en un municipio de Lugo, en la profunda Galicia. En esa soporífera localidad no pasa absolutamente nada excepto que acaba enredado con tres excarpinteros en una historia sin sentido, en la que por aburrimiento acaban espiándose todos entre sí en una trama de novela negra de segunda regional.

Paco Inclán, en alguna parte del mundo.

Paco Inclán, en alguna parte del mundo.

Luego, en otro capítulo, en otro viaje, Inclán entabla contacto con unos abuelitos de la Ciudad de México miembros de un fantasmal Partido Comunista que celebran ritualmente sus pachangas en la embajada de Corea del Norte en la capital mexicana, y también acaba enredado en una historia de espionaje en la que nunca queda muy claro quién espía a quién y en todo caso cuál sería el motivo de tal seguimiento, si no fuera el objeto de dar sentido a una crónica.

Inclán escribe sobre las bambalinas de la realidad que nos presentan los medios. En “Sin noticias de Bardem”, relato que transcurre en un campamento del Frente Polisario en algún lugar del Sáhara donde se celebra un festival de cine, Inclán es uno más de las decenas de periodistas acreditados. La estrella del festival es el actor español Javier Bardem, quien acababa de recibir un Óscar.

La estrella no apareció nunca en público, para desesperación del escritor, las decenas de los otros periodistas que también buscaban una primicia, el periódico que envió a Inclán y, ya por ósmosis, del lector, que ve cómo se consumen los días en el desierto como a quien se le escapa la arena entre los dedos para quedarse con las manos vacías.

Simpática resulta la reseña de una presentación del subcomandante Marcos en el Zócalo de la Ciudad de México, donde el otrora revolucionario recibe el tratamiento de una estrella pop en decadencia y es ovacionado únicamente por adolescentes que no habían nacido cuando el alzamiento de Chiapas en el 94 y sólo se dedican a repetir consignas deslavadas.

La novela adjunta que acompaña y cierra las doce crónicas de viaje es en realidad un juego posmoderno de desconstrucción de la escritura. Por fortuna, una novela de más de 300 páginas quedó brillantemente desescrita en un par de frases.

Inclán tiene un buen manejo de la prosa y de los tiempos narrativos. Las anécdotas que cuenta, propias de un mundo en el que hoy te despiertas aquí y mañana en otro continente, son refrescantes y muestran el gusto por el absurdo del autor. O por lo menos, su talento para detectarlo. ®

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Publicado en: Libros y autores

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