Un escritor cubano acaba de ser condenado a cinco años de prisión por un delito que jamás cometió. Acaba de ser mandado nuevamente a galeras por aquella mala manía que tienen algunos de desear que cien, cincuenta, diez, cinco o uno, tengan el mismo derecho a pensar y elegir que los otros millones de cubanos.
Hace diez años ya de aquella presentación de Ángel Santiesteban en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, a donde fue llevado por las autoridades culturales cubanas tras haber ganado el premio Alejo Carpentier por su recopilación de cuentos Los hijos que nadie quiso. Hace diez años Ángel Santiesteban se atrevió a ser la voz disonante de una delegación que, a la pregunta constante de los universitarios sobre la situación de los derechos humanos en Cuba, sólo podían repetir las cantilenas fidelistas que, durante medio siglo, han acusado a cualquier persona de ideas propias como “mercenario al servicio del imperialismo”, y sin poder aguantarse, aquel brillante narrador nacido en 1968 dijo públicamente que “cien, cincuenta, diez, cinco o uno, tenían los mismos derechos a pensar y elegir que los otros millones de cubanos”, recibiendo el aplauso de la joven audiencia, un aplauso que mucho molestó a los representantes del régimen en la FIL y que repercutió en que, el resto del evento, lo apartaran a propósito y sin disimulo de las actividades que tenía programadas.Ángel Santiesteban había recibido el premio Carpentier luego de notorias escaramuzas con la Casa de las Américas, que ganó finalmente luego de dos intentos en los que el jurado recibió presiones de las autoridades para hacerlo a un lado a como diera lugar —en esas dos ocasiones (1992 y 1994) los ganadores fueron, según Amir Valle, “dos de los libros más flojos premiados en la historia de ese concurso en el género cuento”—, y aunque para 1995 ya pudo alzarse con el premio de la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba) y el Carpentier para el 2001, sólo hasta el 2006 fue reconocido por Casa de las Américas, en una dudosa retribución, no exenta de coacciones oficiales al jurado, y que apenas le permitió disfrutar de controladas ediciones a Dichosos los que lloran. Sin embargo, sus libros, por lo general editados con diseño mediocre, se agotaban de inmediato en las Ferias del Libro de La Habana. Se escapaban en las manos ávidas de los mismos lectores que dejaban mosqueados en las estanterías a los volúmenes más favorecidos por la oficialidad.
Ángel Santiesteban ya había sufrido prisión. Aunque absuelto después de que un tribunal reconociera que no había delito alguno en despedir en la costa a su hermana —quien abandonaba la isla ilegalmente— de igual manera tuvo que sufrir catorce meses en los calabozos del régimen antes de ser reconocida su inocencia en el supuesto delito de “encubrimiento”. De aquella experiencia emergió literatura, emergió la traducción al verbo escrito de la hambruna y el trato inhumano de las cárceles cubanas.
Pero el régimen neoestalinista no podía permitir lo que vino después. Ángel, ya delimitada su línea ética con respecto al oficialismo, optó por escribir sus opiniones y publicarlas en la naciente blogosfera cubana independiente. Un viejo amigo, el poeta Camilo Venegas, lo instruyó en los avatares de la internet y el blogspot. Como buen cubano semianalfabeto de la 2.0, machacó la red y sacó a la luz el blog Los hijos que nadie quiso, domesticando las limitaciones de conectividad isleñas y posteando cada vez que podía sus escritos críticos, sus verdades y su riesgo explícito.
Ángel Santiesteban, dado que los medios y la poca red virtual de Cuba permanecen bajo estricto control de sus captores, necesita del apoyo internacional, necesita de la solidaridad de sus colegas y de cuanta gente decente quiera sumarse al reclamo de las redes sociales por su libertad.
Para fines de 2011 ya tenía Ángel un proceso legal construido a propósito, un mecanismo kafkiano que intentó pedirle condena de hasta cincuenta años por supuestos delitos de violación, robo, intento de homicidio, amenaza, asedio, lesiones y atropellar a un menor en la vía pública. Todo en un libreto muy mal escrito en el que su exesposa se aliaba a un oficial de la policía política para causarle el mayor daño posible.
Las pruebas falsas fueron cayéndose poco a poco y sólo ya casi terminando el 2012 —y después de que el escritor y otros activistas pacíficos fuesen brutalmente reprimidos frente a una sede de la Seguridad del Estado en La Habana, golpeados y encerrados por varios días— el infame proceso se retoma y Ángel Santiesteban, otra vez sin pruebas y con suficientes testigos a su favor, es llevado ante los “tribunales revolucionarios” y condenado a cinco años de prisión por los descaradamente fabricados delitos de “violación de domicilio y lesiones”.
No es, ni con mucho, el primer cubano reducido por cargos amañados, fabricados torpemente por la dictadura castrista. Muchos otros han sido sistemáticamente desacreditados por la publicidad oficial, enviados a la cárcel bajo cargos inmorales, pero hasta hace poco tiempo la disidencia se movía casi compulsivamente en terrenos de la protesta física, con poco manejo de la filosofía o el análisis sociológico. Ángel, en su carácter de narrador prestigioso, se incorporó a las mesas de debate que otro intelectual, Antonio G. Rodiles, había abierto en su propia casa. Estado de Sats se dio en llamar a aquel espacio de inclusión, de conceptualización, de proyección cívica que tanto necesitaban las nuevas generaciones para compartir sus diferencias de pensamiento.
El gobierno no ha podido endilgarle relación, siquiera superficial, con la CIA o con la Oficina de Intereses de los Estados Unidos en Cuba. No encontró manera viable de encauzarlo por “mercenario al servicio del imperialismo”, así que se imponía un escarmiento por vías extraoficiales. La acusación falsa de cargos exacerbados podía ser la respuesta, pues entre tantos supuestos delitos alguno podría funcionar. Y funcionó.
Un escritor cubano acaba de ser condenado a cinco años de prisión por un delito que jamás cometió. Acaba de ser mandado nuevamente a galeras por aquella mala manía que tienen algunos de desear que cien, cincuenta, diez, cinco o uno, tengan el mismo derecho a pensar y elegir que los otros millones de cubanos.
Jóvenes universitarios aplaudieron hace diez años a Ángel Santiesteban Prats durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Hoy el escritor necesita de ellos, y de los intelectuales mexicanos que ya distinguen entre la utopía revolucionaria y la decadente tozudez de un régimen totalitario que nos embaucó a todos por igual. Ángel Santiesteban, dado que los medios y la poca red virtual de Cuba permanecen bajo estricto control de sus captores, necesita del apoyo internacional, necesita de la solidaridad de sus colegas y de cuanta gente decente quiera sumarse al reclamo de las redes sociales por su libertad. ®