Un niño de diez años escucha en vivo a Queen en la provinciana ciudad de Monterrey. Es el viernes 9 de octubre de 1981, John Lennon había sido asesinado un año antes, y otra historia comenzaba en el estadio universitario.
1. Preámbulo
Abrieron las puertas a las 7 de la noche. Subimos corriendo despavoridos las escaleras y entramos amontonados por los túneles del Estadio Universitario. El concierto no empezaba hasta las nueve, no supe por qué la prisa pero ya en las gradas unos segundos después entendí que un ansia general se había concentrado y contagiado desde semanas atrás. Estábamos adentro ya, intuimos lo que se avecinaba.
El escenario era desproporcionado con respecto a las anteriores experiencias. Alice Cooper un domingo de verano dos años atrás, concierto a las 3 de la tarde cuando los asistentes mejor se dedicaron a compartir unas coca–colas y unos sándwiches de huevo con chorizo en pan de caja que les había puesto de lonche su mamá, muy regiomontano. A nadie le sorprendió aquel pobre templete con algunas bocinas, menos la música, reventón forzado, sin cerveza, sin oscuridad y el show desvalido de un brujildo al que el maquillaje se le hacía también torta por los 40 grados centígrados.
No sabemos quién tuvo el buen tino de hacerlo en Monterrey, después de todo, en 1981 ésta era definitivamente una ciudad de provincia con algunas pocas buenas intenciones de dejar de serlo.
Queen, en cambio, viajaba con catorce tráilers para hacer sus shows, estaban en la gira más ambiciosa y más delirante que jamás habían intentado. Recorrerían el continente según las crónicas previas de la revista Conecte, Buenos Aires, Río y ¿Monterrey? Parecía mentira, pero tocaron aquí, porque después de Avándaro el rock en México lo había prohibido el PRI y era imposible hacer un concierto en el entonces D.F. No sabemos quién tuvo el buen tino de hacerlo en Monterrey, después de todo, en 1981 ésta era definitivamente una ciudad de provincia con algunas pocas buenas intenciones de dejar de serlo.
Los roadies comenzaron a descargar y a instalar casi una semana antes todo el equipo de audio e iluminación. Los alumnos de la Universidad Autónoma de Nuevo León se asomaban tímidos por el túnel general, ése desde donde solíamos ver salir a los Tigres de Carlos Miloc que en la temporada 77–78 le habían ganado la final del campeonato a los Pumas de la UNAM y que ese año del 81 le habían ganado también la final en penales al Atlante cuando todavía portereaba Lavolpe y aún jugaba con los blaugrana mexas el campeón del mundo con Argentina, el Ratón Ayala.
El concierto fue un viernes y la chaviza se paseaba desde el martes en los alrededores del estadio, haciéndose la occisa para ver si la cosa iba en serio —pues se había corrido la voz de que los Queen que venían eran unos imitadores y no la banda original—. Los testigos de esa semana previa aseguraron en los pasillos de la Uni, a todos los interesados, que las cajas de las que sacaban el equipo venían selladas e identificadas con la insignia de Queen. Ingenuidad juvenil y credulidad rockera como debe ser, si no cuándo.
Pero sí fueron los auténticos: Freddie, Brian, Roger y John finalmente salieron detrás de esa batería humeante en punto de las 9 de la noche del 9 de octubre de aquel año y nos asestaron la fuerza musical de su historia completa y concisa. Los bafles en las torres descargaron un nivel en decibeles que la mayoría jamás había pensado escuchar, aunque algunos que ahí estaban ya los habían visto en conciertos texanos a finales de los setenta —algunas decenas de asistentes—, los demás estábamos idos desde el primer chingadazo del “We Will Rock You” guitarrero con el que solían abrir sus conciertos justo desde 1978, igual que en el disco Live Killers.
El toque preciso y precioso lo había puesto Lacho Pedraza, locutor de la radio rocanrolera de Monterrey unos minutos antes del concierto, porque sí que sí, hubo maestro de ceremonias esa noche: Lacho toma el micrófono y expresa una frase que tengo adherida en la cabeza y recuerdo año tras año: “Si Lennon viviera, cumpliría hoy 41 años”, y no es que eso de pronto uniera las almas: desde las 7 p.m. que entramos la sensación que compartimos en masa era de felicidad alcanzada, avanzada… Cuando Lacho dijo eso simplemente nos hizo conscientes del hecho y nos volvimos locos.
Canté, canté y canté. A mis diez años fue mi primera experiencia de libertad absoluta. No fumé nada ni tomé nada ni me metí ninguna sustancia, lo mío era Queen: yo tenía todos los discos, desde el debut homónimo de 1973 hasta The Game de 1980.
La gente de las gradas comenzó a invadir la cancha mientras la seguridad de la Universidad los perseguía hasta que paraba, porque los colados se perdían entre la multitud. Los que no se atrevían o estaban muy en lo alto del estadio coreaban el atrevimiento y celebraban la hazaña. Los boletos de cancha costaban 300 pesos, los de gradas 250 y los de general 100 pesos. Yo tenía uno de los baratos, y al recorrer los pasillos del estadio, que conocía bien por ir a los partidos de futbol, después de las primeras rolas pasé a la zona de enmedio, pero para los últimos 30 minutos ya estaba yo en la cancha.
Canté, canté y canté. A mis diez años fue mi primera experiencia de libertad absoluta. No fumé nada ni tomé nada ni me metí ninguna sustancia, lo mío era Queen: yo tenía todos los discos, desde el debut homónimo de 1973 hasta The Game de 1980, que sigo considerando una maravilla.
En vivo esa noche me gustaron especialmente las canciones de ese disco: “Save Me”, “Play the Game” y “Crazy Little Thing Called Love”, la que mi madre, que la había oído meses atrás, aseguraba que era original de Elvis y yo nomás gesticulaba en desaprobación. No recuerdo, y eso sí que es extraño, si tocaron “Another One Bites the Dust”… creo que no.
Válgame esta introducción para compartirles los dos textos siguientes que escribí ya en este siglo, y que junto a otros más que he venido desarrollando desde aquel octubre del 81 representan varias aproximaciones sobre un momento definitorio en mi vida. El primero tiene que ver con una hipótesis que elaboré en 2018 acerca de la importancia de ese concierto para la escena musical y artística de Monterrey. Es un fragmento de un texto más amplio que escribí para un libro que trata sobre las artes en Monterrey en los noventa que, al parecer, jamás será publicado —agradezco que los editores me hayan permitido usar esta parte.
El otro texto lo escribí en 2016 para un blog que publicaba la plataforma digital del periódico Excélsior y tiene que ver con una historia que cuenta cómo nueve años después de lo que pasó en 1967, cuando al parecer en algunas sesiones coinciden en los estudios Abbey Road los Beatles, que grababan el Sargento Pimienta, y Pink Floyd, que hacían lo mismo con su disco debut The Piper at the Gates of Down.
Una coincidencia semejante se repetiría cuando en los mismos estudios Queen grabaría en 1977 News of The World, el disco en el que aparecen las multipremiadas y multicantadas “We Will Rock You” y “We are the Champions”, al mismo tiempo que los Sex Pistols grababan su primer disco Never Mind the Bollocks. Ahí se produjo un encontronazo entre Sid Vicious y Freddie, confirmado y narrado por Roger Taylor en el documental Days of Our Lives.
Pero, antes, una pequeña muestra de lo que fue ese concierto, esta edición de fragmentos que grabó el antiguo Centro Audiovisual de la Universidad Autónoma de Nuevo León, al parecer con autorización a medias por parte de la banda; aparecieron primero en YouTube, dispersos, y luego el Canal 53 de la propia UANL los transmitió y los volvieron a subir ya integrados. Son pedacitos en video de los primeros temas que tocaron esa noche y una parte más amplia de “Bohemian Rhapsody”, que me hace recordar una crónica muy torpe que se publicó alguna vez en la revista regiomontana La Rocka, creo que en el año 2001, que el editor reseñó, en la que resaltaba que en ese tema Queen había puesto una grabación. Claro, se refería a lo que siempre hicieron en la parte operística desde que comenzaron a tocar en vivo esa rola, es decir, en 1974: aquello de “Galileo, Galileo” era en realidad el descanso de la banda a mitad del show y que, como todos sabemos, precede al subidón after cocaine del final del tema que reza: “So you think you can stop me and spit in my eye”…
2. Otras Músicas: multiplicidad sónica en Monterrey 1977–2017 (fragmento)
[…] el fenómeno de la música no es nada sin los públicos y, en ese sentido, digamos que la escena del rock en Monterrey comenzó a madurar el día que tocó Queen en el Estadio Universitario de la UANL. Viernes 9 de octubre de 1981, en ese recinto se reconoce cara a cara el grueso de los rockers locales, músicos, asiduos a conciertos y público de todas las edades (y quizás de todos los gustos) de esta ciudad y los estados vecinos. El estadio sirvió para aglutinar las diversidades simbólicas que las preferencias musicales comenzaban a trazar en la ciudad.
Queen pudo ser representativo de las tres o cuatro generaciones de roqueros regiomontanos que asistían esa noche al concierto: era una banda que partía del rocanroltradicional, que hacía también rock duro y había sido proto–heavy metal y semi–rock progresivo en sus inicios, y que para ese momento era esencialmente una banda de pop rock promoviendo su disco más famoso, The Game.
Lo que sucedería en los años siguientes fue producto consciente o inconsciente de lo que pasó en esa ocasión. Hubo algo esa noche que fue como un mensaje secreto para el futuro de la música en Monterrey. En aquel concierto estuvo representado también el ámbito de la cultura marginal local que se había ido forjando como un gusto especializado por el art–rock, si podemos llamarlo de esa forma.
Antes de que comenzara el concierto de Queen se escuchaban en el sistema de audio diferentes temas de bandas de rock. De pronto comenzó a sonar el disco The Dark Side of the Moon, de Pink Floyd. Esta banda, como otras del llamado rock progresivo, era escuchada en ese tiempo sólo por una minoría en ciudades como Monterrey. Los discos “progresivos” eran considerados conocimientos guardados con cierto recelo: se hablaba de “rock culto” o de “rock para entendidos”. Pero resulta que al sonar el disco por los parlantes de Queen la gente espontáneamente empezó a cantar las canciones. Después de todo, para 1981 Pink Floyd ya era una banda mundialmente comercial y habían grabado en el 79 The Wall, su disco más conocido.
Pink Floyd fue la banda telonera de forma grabada y unificó un Monterrey a través de un disco en medio del concierto de otra banda: un ámbito cultural y una integración social a través de la música que no se había hecho autoconsciente.
Los ingenieros de sonido de Queen dejaron correr el disco completo y la gente celebraba su propio canto. Vaya, Pink Floyd fue la banda telonera de forma grabada y unificó un Monterrey a través de un disco en medio del concierto de otra banda: un ámbito cultural y una integración social a través de la música que no se había hecho autoconsciente, incluso ni patente antes, pero sostengo que de ahí emergió una ciudad diferente.
Esa noche del 9 de octubre del 81 ciertas comunidades culturales que habían permanecido de puertas para adentro, casi secretas en los setenta, después de cierta generalización del intercambio y la información sobre el rockse expanden en la ciudad, y en Monterrey aparecen dos preferencias que van a marcar la aproximación a la música y supondrán una primera querella desde la música que definirá posturas en públicos y creadores.
Por un lado, los allegados al hard rock y al heavy; por otro, los que toman el rock progresivo como bandera. Estos opuestos “ideo–sónicos” dan lugar entonces, también en Monterrey, a la primera contraposición cultural de identidades urbanas definidas a partir del gusto musical. Después de haber atestiguado a los diez años el concierto de Queen, decidí pasarme los siguientes cuatro buscando reconocer a esas primeras tribus gestadas a partir del “eres lo que oyes”, lo que iba a servir de escenario para mi aventura personal configuradora de un underground musical en Monterrey, planteándome desde la infancia la cuestión de si existía allí una escena de “rock de vanguardia” y, si no era así, cómo podríamos comenzar a conformarla. Lo primero que sucedió a partir de ese momento fue que dejé de interesarme en Queen.
3. Queen en clave “situacionista”
En 1977, en los estudios de la EMI en Londres, al mismo tiempo que los Sex Pistols grababan su disco debut Never Mind the Bollocks, Queen estaba trabajando en lo que sería su sexto álbum: News of the World. Los de Freddie Mercury luchaban a contracorriente para mantener su carrera en medio del surgimiento del nuevo paradigma dentro del rock, el mundo punk había hecho irrupción un año antes y parecía que en el mundo de la música ya no había lugar para La Reina.
El single de los Pistols “God Save the Queen”, aunque hablaba literalmente de Elizabeth, podría aplicarse sin duda a los autores de “Bohemian Rhapsody”. Se pensaba que para ese entonces había pasado su tiempo. Pero Queen era una banda aún popular, hecha por el gusto de la gente, a pesar de que la prensa siempre los trató mal; potente y precisa, sus directos no dejaban de ser experiencias consumadas de rocanrol salvaje y amanerado a la vez, aunque nunca pertenecieron a ninguna de las etiquetas predefinidas: ¿glam, heavy, prog?
Qué mejor caldo de cultivo para el punk el desprecio que Rotten y Vicious tenían por ese rock andrógino: la calle, el desparpajo hooligan, la actitud retadora, aunque tendríamos que matizar. ¿No era el punk desde el principio también punk de boutique? ¿No había surgido de los diseños de ropa de Vivienne Westwood y de la simbología situacionista de un creador de mercancías culturales como Malcolm McLaren?
Cuenta Roger Taylor, baterista de la banda, quizás el más punk de los cuatro, que Sid Vicious, borracho, entró al estudio de Queen en ese momento en que grababan unos al lado de los otros y había intercambiado frases más bien amistosas con Freddie. Éste batallaba para componer las canciones del álbum, así que al parecer comenzaron a jugar con la idea del punk. ¿Cuál era su sonido?… Pum–pum–clap, pum–pum–clap, pum–pum–clap… así nació “We Will Rock You” —aunque para mí en ese disco los dos temas que narran mejor el espíritu de la época siempre serán “Spread Your Wings”, del bajista John Deacon, y, sobre todo, “Fight from the Inside”, del baterista.
Si en 1977 el mundo se preparaba para el retruécano del pop gracias a la inmersión del rock en las ideas situacionistas, cuando Johnny Rotten cantaba sobre ser el Anticristo, sobre el desempleo, sobre la anarquía en el Reino Unido, al mismo tiempo creaba una nueva caricatura del libertarismo en el rock, y es ahí en donde una vieja banda como Queen de pronto surtía un efecto mayor.
Poco tiempo después el punk se sumergía en la heroína, en los pelos parados y de colores de luna postal enviada por turistas desde Londres, y el mismo Lydon escapaba para fundar Public Image Limited, reproduciendo el giro irónico que, por cierto, padeció también el mítico 68 francés: la revuelta convertida en mercancía.
El 77 será siempre para el mundo musical más importante por Queen que por los Pistols. El disco News of the World, titulado así en referencia al periódico británico surgido en el siglo XIX, origen de la prensa amarillista en Inglaterra, no sólo reanimó la carrera de la banda sino que sus dos temas iniciales perviven como los más citados, cantados, escuchados y reproducidos en la historia del rock hasta ahora —incluso Trump usó “We Are the Champions” y partió al mundo en dos.
4. Epílogo
Kurt Cobain contó alguna vez que jamás escuchó demasiado a los Sex Pistols; en otro momento contó que de niño pasaba las mañanas ayudando a su padre en un aserradero y escapaba de sus labores para escuchar en una camioneta su cassette de News Of The World y poner atención a esa canción, la penúltima del disco, su preferida, de donde justamente habría surgido en los noventa Nirvana y su aportación al renacimiento del espíritu punk. ®