Las líneas que se estampan en la cuarta de forros —esa “forma literaria humilde y difícil” que decía Calasso—, quieren convencer al posible lector de que se adentre en el libro que husmea —no dudaría de que haya más lectores de esas “espaldas de los libros”, como las llama Fresán, que de esos objetos encuadernados.
Hay libros como Sombras suele vestir [Atalanta, 2013], de José Bianco, cuya sobriedad intriga desde la cubierta, con esos ojos en gris —los de un editor alemán desconocido, de 1907—, hasta el retrato del autor en la contraportada, que luce una sonrisa tímida que trasluce su bonhomía. Un fragmento del prólogo de Sergio González Rodríguez para Historias del más allá en el México de hoy [El Salario del Miedo, 2012], de Gerardo Lammers, funciona perfectamente para despertar la curiosidad por ese conjunto de “Crónicas esotéricas”, como reza el subtítulo: “¿Qué le da el toque mexicano al periodismo gonzo inventado por el estadounidense Hunter S. Thompson?: el factor Lammers. La diferencia entre el periodismo convencional y la lectura irreverente de la realidad nacional”.
«Mi abuela tiene un momento de lucidez antes de morir. Está al pie de su cama cuando suspira jalando aire como si fuera a encender un motor. La tomo de la mano y le digo al oído: ‘Abuela, ¿me perdonas?’ Voltea la cara y me dice: ‘No. Para una preta kriatura como sos, no ai pedrón’”.
En El canto de la salamandra. Antología de la literatura brevísima mexicana, preparada por Rogelio Guedea para la editorial tapatía Arlequín [2013], el editor empieza el texto postrero con esta definición: “La literatura brevísima es un animal elástico y anfibio que cambia de hábitat a la menor provocación: de ahí su capacidad para rozar otros géneros […] de manera inverosímil (como la salamandra y sus metamorfosis)”. Para la primera y entrañable novela de Myriam Moscona, Tela de sevoya [2013], Lumen decidió destacar este dramático pasaje rematado con una oración en el arcaico judeoespañol: «Mi abuela tiene un momento de lucidez antes de morir. Está al pie de su cama cuando suspira jalando aire como si fuera a encender un motor. La tomo de la mano y le digo al oído: ‘Abuela, ¿me perdonas?’ Voltea la cara y me dice: ‘No. Para una preta kriatura como sos, no ai pedrón’”.
También hay contraportadas que ostentan las apretadas firmas de tres o más escritores que exaltan el genio del colega. En la nueva y sobrecogedora novela de Antonio Ortuño, La fila india [Océano, 2013], el editor, Martín Solares, escogió, además de la pertinente sinopsis, dos frases desconcertantes: “Ortuño ya tiene un mundo muy propio, un estilo inconfundible”… aunque la de David Miklos lo aventaja en enjundia: “Nadie escribe como Ortuño ni tiene una fiel legión de lectores como él”. Lo mismo podría decirse de Borges o de J.J. Benítez. ®