Para el cumpleaños noventa de Guarapo Primero, el intergaláctico Líder Histórico de la Revolución Cubana, la nación en pleno sigue aguardando por el desenlace del conflicto en Venezuela, el último patrocinador de la improductiva economía cubana, con un entusiasmo ya desinflado por las nuevas y muy poco prometedoras relaciones con los Estados Unidos.
—¿Tienen guarapo? —fue la más feliz de las expresiones frente a un quiosco a la salida del Castillo de los Tres Reyes del Morro, al otro lado de la Bahía de La Habana —¡Chévere, dame tres vasos!
—Son tres CUCs.
—¿En total?
—No, tres CUCs… por cada vaso.
—Ñó.
Pocas bebidas hay en el mundo tan dulces y sanamente energéticas como el guarapo. Así se le llama en Cuba al jugo de la caña, que allá siempre tuvo mejor sabor, color y más despaciosa su inevitable fermentación. Años atrás era el guarapo una bebida popular, tan barata que costaba sólo un peso en moneda nacional (CUP); ahora, en un puesto diseñado para turistas, el vaso del más plebeyo guarapo había subido su precio —según la tasa de cambio actual, unos 25 pesos por CUC, equivalente al euro— de sólo un peso, a 75. Un incremento de 750%. Y como que los trapiches vecinales en CUP, otrora localizables en cualquier punto de la ciudad, ya no se veían por ningún lado, la ingesta del preciado jugo de la caña parecía relegada, a precio de oro, sólo costeable por excursionistas extranjeros a la salida del vetusto castillo colonial.
Pero “Guarapo” también ha sido durante décadas uno de los tantos apodos que la gente le dedicó al Comandante en Jefe Fidel Castro en momentos en los que, por una razón o por otra, no era conveniente mencionar en público su egregio nombre. A estas alturas ya reverenciado, con norcoreana devoción, como “el Líder Histórico de la Revolución Cubana”, Guarapo por aquellos mismos días arribaba a su noventa cumpleaños, luego de casi sesenta dictando, de una manera u otra, los destinos de su finca/país.
La publicidad devocional en torno al líder inundaba los medios masivos desde muchos meses antes. Recuentos, programas especiales, reportajes desde su natal Birán, carteles en avenidas, exposiciones fotográficas como la del Pabellón Cuba, en la céntrica Rampa, con una veintena de imágenes del líder, hasta una con ¡noventa! fotos ampliadas en la sede del Ministerio del Interior… Incluso en la terminación del espectáculo del célebre cabaret Tropicana, una voz enardecida al micrófono felicitaba por su onomástico al Comandante en Jefe en la medianoche y madrugada del sábado 13 de agosto, provocando unos instantes de silencio incómodo entre los comensales —mayoritariamente extranjeros— que apenas segundos antes palmoteaban entusiasmados con la fulgurante conga carnavalesca del cierre.
Unas pocas horas recorriendo el verano habanero bastarían pues, para concluir que este otro Guarapo también mantiene su valor histórico en perpetua inflación, aunque al igual que el guarapo bebible a la salida del Castillo del Morro, su precio en vitrina pareciera más destinado al consumo extranjero que a los siempre mermados bolsillos nacionales.
…lo cierto es que dentro del país a esa hora casi nadie estaba disfrutando de tan fervoroso show. A la gente común le interesaba más ver cómo Michael Phelps conseguía una medalla de oro más que dispararse otro programa en vivo de reverencias y adulación sin límites al senil Supremo Líder.
Con la diversificación de canales de televisión para el entretenimiento local durante la década más reciente, la población interna ha sido dispensada, en buena parte, de la tradicional obligación de los actos y los discursos oficiales encadenados. Ahora el cubano promedio puede escoger entre el evento político y la serie de acción americana, la película o —como por estos días— la transmisión de las Olimpíadas de Río de Janeiro. Y si bien al exterior de la isla resultó muy sonada la presencia del monarca Guarapo Primero en su magno homenaje en el teatro Karl Marx, flanqueado por su hermano regente y un Nicolás Maduro políticamente ya muy mermado, lo cierto es que dentro del país a esa hora casi nadie estaba disfrutando de tan fervoroso show. A la gente común le interesaba más ver cómo Michael Phelps conseguía una medalla de oro más que dispararse otro programa en vivo de reverencias y adulación sin límites al senil Supremo Líder.
Claro que, al menos para el turista llegado del primer mundo, el mercado ideológico sigue inflándose al mismo ritmo que el ahora invaluable jugo de la caña nacional. La Habana de agosto, húmeda a niveles apocalípticos, le tenía siempre reservada al clasemediero foráneo, a buen precio de izquierda internacional, una gama interminable de imágenes, libros, gorras, camisetas, y cuanto suvenir necesitase, a modo de museo viviente gigante, de lo que alguna vez fuese una nación fiel y creyente, devota del evangelio castrista.
Así como el turista que llega a Teotihuacán es colmado de figuras e íconos de la tradición azteca, de imágenes marianas en la Basílica de Guadalupe o de figuritas de Frida en Coyoacán, así recibe La Habana a sus turistas con boinas, numismática y pulóveres con el Che Guevara, pósters, llaveros, cuadernos y libros alusivos a la epopeya fidelista. El casco histórico habanero es, hoy por hoy, un enorme bazar de propaganda rancia, kitsch, de objetos que ya ningún cubano pondría de adorno en su casa, pero que el extranjero adquiere con fruición, convencido de que regresa a su tierra llevando auténticos recuerdos de la más esencial cubanidad. Incluso en las tiendecitas del Aeropuerto Internacional José Martí los clichés de la Revolución acompañan al visitante casi hasta el momento de abordar su vuelo de regreso, y con mucha mayor insistencia y enjundia que los puros Montecristo o el ron Havana Club.
Y es que esa Habana es, cada vez más, dos Habanas diferentes, como sus dos monedas —el devaluado CUP y la falsa divisa CUC—, una Habana en la que sus vecinos sobreviven derrumbes y apagones, resolviendo sus necesidades diarias en el extendido y tolerado mercado negro, mientras el turista internacional disfruta de la utilería desgastada, pagando muy por encima de su valor cualquier servicio mediocre en hoteles, restaurantes y transportación.
De cualquier manera, Cuba sigue siendo un bazar en el que cada quien encuentra lo que anda buscando. Unos consiguen amistades perdurables, otros, alguna prostituta barata, unos se quedan con las ganas de probar una malta —otra bebida típica que desaparece con el mismo misterio con el que llega— mientras algunos se hacen su foto de rigor junto al automóvil clásico o el Guevara de la Plaza. Otros más se sienten hasta orgullosos de haber sido revolucionariamente estafados por los precios oficiales y sus arbitrarias tasas de cambio. No falta hasta quien se sienta ecológicamente desintoxicado de Internet y las redes sociales mientras permanece aislado —o brevemente conectado, también a altísimo costo— de sus contactos virtuales cotidianos.
Para el cumpleaños noventa de Guarapo Primero, el intergaláctico Líder Histórico de la Revolución Cubana, la nación en pleno sigue aguardando —no muy bien informada de los detalles pero de igual modo presintiendo que se avecina otra época de brutal crisis— por el desenlace del conflicto en Venezuela, el último patrocinador de la improductiva economía cubana, con un entusiasmo ya desinflado por las nuevas y muy poco prometedoras relaciones con los Estados Unidos. Al menos en apariencia no queda mucho a lo cual aferrarse en el futuro, como no sea seguir sobreviviendo entre la cuajada resaca del pasado y la discreta simulación del presente. ®