Cuentos de feroz locura cotidiana

Las palabras revoloteaban como las moscas alrededor de la mierda: el zumbido de sus alas era el de la rutina, de Alejandro Aguirre Riveros

Las palabras revoloteaban… es un hallazgo extraordinario que merece ser incluido en las listas de los mejores libros de los últimos años.

Como moscas…

No parece haber muchos libros con títulos largos y extravagantes, sin importar la cantidad de páginas con que éstos cuenten. Algunos de los que recuerdo son, por ejemplo, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, de García Márquez, El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco, de Bukowski, Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, de Foster Wallace, e Izas, rabizas, y colipoterras. Drama con acompañamiento de cachondeo y dolor de corazón, de Camilo José Cela.

El que comento aquí posiblemente es el más largo que he visto, aunque su inquietante contenido no llega a las cien páginas. Así es, en apretadas 96 páginas Aguirre Riveros, autor de esta cautivadora sorpresa encuadernada, consigue idear un universo compacto donde la fantasía trastoca la vida cotidiana para entregarnos una realidad alterada, como la de los episodios de la Dimensión desconocida o, si se quiere, como la de los relatos del Boris Vian de La espuma de los días o del Copi de El baile de las locas. Lo hace además con buen dominio del idioma —algo inusual entre escritores noveles y de los otros—, salpicado de humor y agudo sarcasmo. Aguirre Riveros encontró en esta obra primeriza acaso la mejor manera de trasladar al papel una imaginación febril que alcanza vuelos inusitados, y lo hace además con una concisión cortante y a veces dolorosa, desde las breves viñetas iniciales a los desoladores cuentos de personajes que viven en angustia y decadencia permanentes; cuadros de la insalvable vida cotidiana de un país que se retuerce entre la violencia y la muerte pero que van más allá de la fotografía o la denuncia para instalarse en los dominios de una literatura fértil y seductora.

En este breve volumen —Premio Estatal de Cuento Ciudad de La Paz 2015— uno quisiera advertir la impronta de los ya mencionados Vian o Copi, aunque nuestro autor menciona la influencia de autores como Pedro Juan Gutiérrez, Etgar Keret, Rubem Fonseca, Raymond Carver y Jorge Ibargüengoitia. A mí me gustaría añadir la del joven narrador torreonense Nazul Aramayo, autor de Eros díler (2012) y de La Monalilia y sus estrellas colombianas (2017), pues en ellos dos veo una proximidad estilística y temática: parejas de jóvenes que se aman en entornos hostiles, atenazadas por las drogas, la desesperanza —cuando no el desamor— y la violencia, lo que conduce a desenlaces inesperados y que uno, vanamente, quisiera evitar o torcer.

Las tres secciones de este libro son Zumbido, Mierda y Moscas. La primera se compone de microficciones de una perfección casi borgiana; Mierda acoge relatos realistas, en tanto que la última reúne los cuentos en los que la realidad se subvierte con tal gracia y naturalidad que pareciera que lo extraño y prodigioso es la norma.

“Cacería” es uno de los relatos de la primera sección:

Cuando éramos niños solíamos cazar ángeles: nos escondíamos en el techo detrás del tinaco, con el dedo en el gatillo y la mira apuntando al cielo. Los hombres alados caían pesados, manchando el pavimento de sangre. Al bajar a rematarlos sus alas aún agonizaban, pero ellos no se quejaban. Se limitaban a mirarnos con esos ojos bovinos tan llenos de calma mientras les apuntábamos a la cara para darles el tiro de gracia.

Los cuentos de la vida cotidiana están cargados de violencia, como las noticias de los diarios —la diferencia es que en las páginas de este libro uno es cómplice y testigo de escenas que se transforman inevitablemente en tragedias, o que simplemente terminan con un sabor agridulce, como el del beso entre dos amigas que comparten un carrujo, o el gesto que se adivina en el rostro de la joven que hace el amor con su marido, quien prefiere eyacular fuera para no fecundarla —ella desea un bebé con fervor. En otra historia nos hace ver cómo otra joven pareja, atada a esa infernal droga llamada foco, acaba por vender a su bebé.

Otra mujer, desnuda, juega con la idea de lanzarse por la ventana, y una más piensa en arrancarle la verga fláccida a su escuálido marido. Hay también un hombre al que secuestran y que caga dinero, literalmente, y un empleado que llega tarde a su trabajo por culpa de una manada de triceratops y dinosaurios que se pelean en plena calle. Un viejo pájaro parlanchín, en tanto, se decide a abandonar la jaula y otra pareja —una más— entierra al feto recién abortado, el cual se convierte en un pececillo plateado que pide ayuda en sueños.

Una pareja que mira al horizonte.

Como dije, son apenas 96 páginas bien cargadas de impresiones y sobresaltos. Ahí están, para cerrar, el viaje nocturno a la macabra Payasolandia y las interminables noches de farra de cada año de un grupo de amigos para recordar al compañero muerto, o el hombre al que nadie conocía que creció tanto que se convirtió en un satélite de la tierra. ¿Y qué me dicen del entrenador que se alimentaba de carne humana?

Las palabras revoloteaban… es un hallazgo extraordinario que merece ser incluido en las listas de los mejores libros de los últimos años —el espíritu de Sergio González Rodríguez no me dejará mentir. Fue publicado por el Instituto Sudcaliforniano de Cultura, 2016. ®

Lee la entrevista que le hizo Edgar Velasco a Alejandro Aguirre Riveros en la revista Magis.

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Publicado en: Libros y autores

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