Por una cadena de eventos fortuitos que no viene al caso mencionar, el pasado día martes 24 de abril me encontré ante de las escalinatas del H. Congreso del Estado de Campeche (la “H” abreviada significa honorable, aunque usted no lo crea), alias La Sandwichera Más Grande del Mundo, sobrenombre que el amable lector comprenderá sólo si se digna a visitar la histórica ciudad amurallada.
Media hora después de tomar asiento en el recinto empecé a comprender (mas no justificar) por qué a los diputados les cuesta tanto trabajo arrastrar su humanidad hasta su lugar de trabajo. Las sesiones no son más que lecturas y más lecturas de textos aburridísimos, insufribles, escritos por personas perversas cuya misión es encadenar palabras que al ser escuchadas todas juntas y de corrido dan la impresión de no tener sentido o coherencia alguna, como si se trataran de oraciones proferidas en otro idioma, robadas de una lengua sin chispa, sin alma.A las dos horas descubrí que todos estos años los noticieros de la televisión me habían engañado. Asistí a la sesión de trabajo de los diputados con la esperanza de ver en vivo y a todo color las imágenes que todas las noches pasan en pantalla: hombres encorbatados mentándose la madre y vituperándose unos a otros. Nada más lejano a la realidad. Ni un solo grito. Ni un solo aspaviento. Incluso cuando hubo que votar por alguna propuesta las decisiones eran unánimes. Me sentí en Suiza. Hasta que descubrí que los diputados estaban derogando los artículos 275 y 276 del Código Penal del Estado.
Por increíble que parezca, hasta el martes pasado, 24 de abril del 2012, en Campeche (y según entiendo, también en otros nueve Estados de la República: Baja California, Baja California Sur, Chiapas, Jalisco, Michoacán, Quintana Roo, San Luis Potosí, Yucatán y Zacatecas), si uno descubría que tenía en la mollera unos largos y puntiagudos cuernos, simplemente era libre de llegar a casa y darle una golpiza a su mujer, o, si uno es más drástico, meterle dos plomazos en el pecho. Asunto resuelto. Lavado el honor. Las leyes daban anuencia (o atenuantes) a este comportamiento medieval, cavernario, gracias a los susodichos artículos 275 y 276, mejor conocidos como “delitos contra el honor”.
Me alegra que las reformas de leyes en este país avancen tan rápido. No cabe duda que vamos camino al Primer Mundo. ®
jorge moch
Qué bien que traigan la pluma de Solís a este espacio. Agudo, cáustico y salpicado de un humor corrosivo pero inteligente. Bravo.