Además del procaz escritor colombiano madurado en México, Fernando Vallejo, la mesa inaugural de la FIL estuvo colmada con la presencia de Herta Müller y Mario Vargas Llosa, entre otros escritores, funcionarios y diplomáticos —imposible no pensar en la ausencia del entrañable Daniel Sada. Fue certero el discurso del presidente de la Feria, Raúl Padilla, al recordar la importancia fundamental del legado de la cultura alemana al mundo. A lo largo de los últimos siglos, el pensamiento, la música, el arte y la literatura de ese país alcanzaron alturas pocas veces vistas en la historia, sólo comparables a la terrible oscuridad en que se sumió el mundo germánico durante el breve pero intenso y nefasto reinado del III Reich, cuando un puñado de hombres enloquecidos amputó una parte esencial de su propia cultura y arrastró al país a uno de los periodos más horrendos de la humanidad.
La biografía de Herta Müller es un ejemplo de ello. De padres alemanes radicados en Rumania, integrantes de una comunidad que colaboró con los nazis, ella misma sufrió la represión y el hostigamiento de una dictadura comunista, la de Nicolau Ceausescu, ese Drácula contemporáneo que acabó sus días fusilado junto a su esposa, una escalofriante mujer-harpía que se sentía reina de aquel pequeño país en medio de Europa. De ahí el desconcierto de la autora de En tierras bajas y Todo lo que tengo lo llevo conmigo ante posiciones tan veleidosas como la de Gabriel García Márquez y su embeleso ante el dictador cubano: “García Márquez es otro caso que yo no comprendo. Como hombre político no lo comprendo. Esa lealtad a Fidel Castro, pase lo que pase en Cuba. Es una lástima”, le dijo en Berlín a Francico Olaso (Proceso, 20-XI-2011).
No podía haber estado en mejor compañía la Nobel de Literatura 2009: Vargas Llosa y Vallejo, dos de los mayores exponentes del pensamiento libre, cada uno a su manera, y de una literatura plena en ideas y en imágenes. “Un siglo despreciable”, dijo Vallejo del que salimos hace apenas once años, “donde los hombres se han matado como nunca”. Un discurso socarrón y con alusiones directas a la corrupción de los políticos y al PRI —ups, Trino, el hermano de Raúl Padilla, es diputado por ese partido—, “semillero de todos los cárteles de México”, y un reto al cardenal tapatío: “Sandoval no puede probar la existencia de Cristo”. “Jalisco es la tierra de Rulfo, donde los muertos hablan”. Esas fueron las palabras con que se despidió, por ahora, de sus lectores. ®