Si el profeta de la aldea global, Marshall McLuhan, estudió a los media como extensión de los sentidos, Derrick de Kerckhove, su discípulo y sucesor en el Programa de Cultura y Tecnología de la Universidad de Toronto, apunta que éstos son también extensiones de nuestra mente y conciencia (psicotecnología).
Queremos que nuestros automóviles, computadoras o cualquier otro de nuestros bienes tecnológicos personales tengan capacidades de velocidad, precisión, almacenamiento o alguna otra que jamás habremos de requerir o agotar (tecno-fetichismo), pero tampoco demandaremos una tecnología en oferta para la cual no estemos previamente dispuestos o sensibilizados para utilizarla (aturdimiento tecnológico). Éstos son dos ejemplos del campo de estudio de la tecno-psicología, término acuñado por Derrick de Kerckhove para referirse al “estudio de los estados psicológicos de las personas sometidas a la influencia de las innovaciones tecnológicas”.
Si el profeta de la aldea global, Marshall McLuhan, estudió a los media como extensión de los sentidos, Derrick de Kerckhove, su discípulo y sucesor en el Programa de Cultura y Tecnología de la Universidad de Toronto, apunta que éstos son también extensiones de nuestra mente y conciencia (psicotecnología), por lo que La piel de la cultura [Barcelona: Gedisa, 1999] identifica, más que los aspectos culturales de la globalización —tema ya desde hace tiempo estudiado por otros investigadores—, la aparición repentina en el mundo de “un enorme entorno cognitivo para el que nadie ha dictado reglas”.
A diferencia de ensayos apocalípticos plagados de afirmaciones gratuitas, De Kerckhove fundamenta sus hipótesis en estudios realizados en laboratorios especializados en análisis de medios, hallazgos arqueológicos, estudios de neurobiología y ciencias del comportamiento para explicar que nuestras respuestas a la televisión son más corporales que mentales.
A diferencia de ensayos apocalípticos plagados de afirmaciones gratuitas como Homo videns (G. Sartori, 1997), De Kerckhove fundamenta sus hipótesis en estudios realizados en laboratorios especializados en análisis de medios, hallazgos arqueológicos, estudios de neurobiología y ciencias del comportamiento para explicar que nuestras respuestas a la televisión son más corporales que mentales; cuáles son los efectos de este medio en los procesos cognoscitivos y su comunicación con el cuerpo; cómo son los sistemas de escritura en relación con la estructura del cerebro y el sentido de la vista, y de qué manera las psicotecnologías como la realidad virtual y el ciberespacio nos permiten concebir la totalidad del mundo exterior no como un objeto de conocimiento ajeno a nosotros sino como una extensión de nuestra conciencia. De allí el subtítulo: Investigando la nueva realidad electrónica.
Publicado en inglés en 1995 y en español en 1999, La piel de la cultura expresa tendencias comerciales, sociales, psicológicas y empresariales propiciadas por las aplicaciones de las computadoras personales y el internet, incipientes en ese momento y que ahora podemos constatar, que en conjunto hemos venido llamando como cibercultura: “Ya exploramos, industrializamos y comercializamos los reinos infinitamente pequeños de los campos moleculares, atómicos y genéticos. Los yuppies se han marchado, y los ciberpunks están aquí. Los negocios en el ciberespacio se encuentran en su mayor parte en línea… Pero también se produce una segmentación, en tanto que los nuevos ejecutivos deben aprender a tratar con las complejidades de otras sensibilidades culturales”. En el futuro —o en el presente— “la cuestión básica no será controlar un imperio geográfico, sino uno cognitivo”.
¿Por qué el título La piel de la cultura? Las nuevas tecnologías nos permiten ver más, escuchar más y sentir más. Nuestros sentidos pueden, con estas nuevas potencialidades, enseñarnos a ser “personas nuevas”. La telesensibilidad es una nueva palabra para comenzar a describir este fenómeno. Ver más “es percibir el mundo no exclusivamente en una relación frontal, sino como un entorno total”; escuchar más “es saber cómo encontrar el sonido detrás del sonido, y sentir más “es lo más importante”, porque “aprendemos a encerrar dentro de nuestra piel el contenido silencioso de nuestra mentes… nos volvemos temerosos del tacto”. Esta percepción de la piel “es abominable” en la “era electrónica”, en la cual llevamos puesta “toda nuestra humanidad como nuestra piel”, la piel entendida “como un mecanismo de comunicación y no de protección”. Por ejemplo: “Si no soporto ver demasiada violencia en la televisión no es porque tema perder la sensibilidad, como muchos críticos sin imaginación se han apresurado a sugerir, sino porque no puedo soportar tantos golpes en nuestro sistema neuromuscular”.
Como heredero del legado cultural de McLuhan, cabe comentar que De Kerckhove amplia y profundiza algunas de las intuiciones del maestro, y que también desarrolla propias y atrevidas teorías, que en La piel de la cultura se expresan de manera sencilla, sin las pretensiones de emergentes maestros de la sospecha y sin fobias escatológicas sobre la globalización, lo cual es de agradecerse. ®