Cynthia en azul

Reescribir la vida

Cynthia sabe que vive en un mundo enfermo, en un mundo sin humanidad. Lo que le genera rabia, ira y ese enojo imparable no sólo es lo que ella vivió, sino todo lo que han vivido todas las mujeres a las que ha leído, visto y escuchado.

Cynthia en azul…

Cynthia se conecta y lo primero que veo es un fondo azul, con algunos cuadros colgados en la pared. Para empezar a conocernos me cuenta que estudió biología pero que siempre le ha gustado escribir. Ha volcado sus sentimientos en diarios durante muchos años, y de cierta forma la escritura ha sido su sanación y su compañía. Para ella es importante rescatar la historia familiar y tener proyectos para trabajar en conjunto con más personas. Al principio no escribía para los demás, pero luego sí. Ha escrito micro–ficción y la ha publicado en Chile. Menciona a una maestra a la cual admira mucho y luego revela que la ha ayudado mucho.

Cynthia nació en la Ciudad de México en el 77, durante un verano lluvioso, una mañana, para ser exactos. Siempre ha sido una mujer de mañanas. Le encanta despertarse temprano, aprovechar al máximo el día. A pesar de que sus padres querían que su nacimiento fuera planeado todo fue sumamente rápido y no se pudo controlar. Desde que nació es muy apasionada, no planea, sólo sale. Cynthia tiene una hermana, Iztel. Su padre se llama Luis y su madre María Elena.

El primer momento en que conscientemente supo que su vida estaba en riesgo fue a los cinco o seis años, sus padres eran militantes de un partido y estaban haciendo una pinta cuando los policías llegaron y los empezaron a perseguir. Ésa fue la primera vez que temió por su vida, por la de sus padres y la de su hermana.

El tema que nos reúne el día de hoy es la pérdida de la inocencia. Cynthia va, cual cebolla, quitándose capas. Primero se refiere a la pérdida de inocencia en la parte infantil, cuando era niña. Experimentó una ruptura de vida porque cuando era niña a ella le tocaba ponerle límites a su papá, que era alcohólico y tenía que sobreponerse. Cynthia sentía que debía defender a su madre y a su hermana a capa y espada. Ella era la más grande y se comenzaba a hacer cargo de cosas que no le tocaban. Habla desde la sensación de una niña que es capaz de ubicar los dolores ahí, adentro, a una muy temprana edad. Cynthia no tuvo una figura de protección, por eso ella tomó esa responsabilidad. Hoy sigue siendo igual; en las situaciones en las que siente el riesgo inminente ella es la que cuida, sostiene, soporta. Sabe que cuando se pierde la inocencia uno ya no se puede romper. El primer momento en que conscientemente supo que su vida estaba en riesgo fue a los cinco o seis años, sus padres eran militantes de un partido y estaban haciendo una pinta cuando los policías llegaron y los empezaron a perseguir. Ésa fue la primera vez que temió por su vida, por la de sus padres y la de su hermana. Ésa fue la primera vez que vio a los policías, aquellos que supuestamente debían protegerla a ella y a su familia, como enemigos, como personas que debían ser temidas.

Le pregunto por otras formas de pérdida de inocencia que haya experimentado. Al abrirse menciona que ha perdido la confianza en la gente. Me cuenta que hace varios años, cuando era una chica universitaria, en segundo semestre apenas, una maestra les pidió que fueran a comprar un libro a una librería en el centro. Emprendió el viaje a la librería con sus amigas en un taxi. Cuando llegaron ella fue la que bajó del taxi. Entró a la librería, pero la sorprendieron dos hombres armados, encapuchados. Uno de ellos le puso una pistola en la sien. Había más personas en la librería, su amiga se bajó del coche, ahora ella temía por su vida y la de su amiga.

Cynthia narra la historia de la inocencia perdida al ver que la humanidad está enferma. La escucho atenta y lucho por contener las lágrimas, sé que no estamos solas. Habla de la violencia exacerbada, ésa que se normaliza y se vuelve parte de lo cotidiano. La historia transcurre a plena luz del día. Cynthia apelaba a la humanidad de estos seres grotescos que ahora la violentaban. Encerraron a todos en un cuarto, pero a ella se la llevaron a otro, el compañero del chico que no dejaba de apuntarle con un arma en la sien le decía que se apurara, que debían irse, pero el pedazo de mierda que merece morir hacía caso omiso.

Cynthia se había guardado durante un tiempo para la persona indicada, quería que la primera vez que hiciera el amor fuera algo muy especial, ya hay muchas cosas mediocres en esta vida como para que el amor sea otra de ellas.

Cynthia había despertado esa mañana siendo virgen, era una chica romántica. Para ella su mayor cualidad era su libertad, y durante todo ese día perdió su libertad de múltiples formas. Cynthia se había guardado durante un tiempo para la persona indicada, quería que la primera vez que hiciera el amor fuera algo muy especial, ya hay muchas cosas mediocres en esta vida como para que el amor sea otra de ellas.

El hombre encapuchado que seguía apuntándole con una pistola en la sien le quitó eso, el deseo de hacer el amor con amor. Le quitó la inocencia, la marcó con un trauma de por vida y, al marcharse, el imbécil le dijo al oído: “Acuérdate que yo no vine a hacer mamadas”.

Le tomó muchos años y sesiones en terapia entender que no había sido su culpa, le tomó muchos pensamientos asimilar que la primera vez que había tenido sexo había sido con una pistola. Tiempo después de este suceso su mejor amigo, un hombre al que quería mucho y con quien había compartido muchas cosas, empezó a hacer comentarios sobre su cuerpo sin que ella lo permitiera; se sintió nulificada, nunca le pidió permiso y de pronto la estaba tocando en lugares que la hacían sentir incómoda. Ella intentaba quitárselo de encima, pero hay momentos en los que no puedes hacer nada. ¿Por qué no reaccionaste? ¿Por qué no le dijiste nada? ¿Qué hice para que esto me pasara? Son algunas de las dudas que nublan su cabeza cuando piensa en la traición de su mejor amigo. Con el tiempo comprendió que a ese hombre al que ella llamaba amigo le importaba más saciar sus deseos que cuidar su amistad.

Lo que más le duele es que este tipo de actos vengan de personas con las que ella en algún momento se sintió segura. Por un largo tiempo no pudo salir a la calle, se sentía insegura, todo la asustaba, y con razón. Cynthia sabe que vive en un mundo enfermo, en un mundo sin humanidad. Lo que le genera rabia, ira y ese enojo imparable no sólo es lo que ella vivió, sino todo lo que han vivido todas las mujeres a las que ha leído, visto y escuchado.

A Cynthia le duele que los humanos ya no sean humanos, y que cada vez más se comporten como máquinas que utilizan a las personas como objetos para sus propios fines, para su propia diversión, sin importarles que estas personas son humanas y tienen una historia. Y que esa historia será para siempre contaminada por lo que acaban de hacer. Cynthia no sangra, ella escribe. Hoy me cuenta su historia y una vez más sé que no estoy sola, que sí, vivimos en un mundo enfermo, pero está en nosotras curarlo. Que sí, que tiene solución y que lo estamos haciendo, juntas, de la mano. La historia de Cynthia se suma a la historia de las mujeres que han sobrevivido a miles de abusos, aquellas mujeres que salen cual guerrilleras a la calle todos los días para reclamar lo que es suyo. Y hoy, una vez más, al contarme todo, reescribe su vida. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas

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