Cuando Danto nos habla de la era posthistórica nos dice que cualquier cosa puede ser una obra de arte porque ya no hay reglas, añade que la obra debe encarnar un significado y, para colmo, que precisa la definición de la filosofía.
En realidad, Danto no ha muerto porque nunca había nacido. Danto —y queremos decir con ello la teoría del arte de Danto— fue un producto de los sabios que le encumbraron para defender sus intereses. Danto —su teoría— es un aborto que los sabios afirmaban tenía vida y movían con hilos y hasta le insuflaban aire a presión para hacernos creer que respiraba. Eso lo sabían los sabios perfectamente, pero es necesario decirlo en voz alta para que sean conscientes de ello y de que ya no nos engañan: los soportes que le sustentaban han desaparecido y él cae y muere.
Danto presenta el origen de sus ocurrencias en la teoría de Hegel. Danto, el ateo, recurre ni más ni menos que a Dios como fundamento de su teoría,pues ése es el sentido que pretende dar a sus referencias a Hegel. Danto intenta transmitir la idea de que su ciencia posee un espíritu que emana de las enseñanzas admitidas de su maestro. Otra cosa es que ese maestro haya acertado en todo cuanto dijo.
Hegel habla de un fin del arte a principios del siglo XIX porque aprecia que el arte ya no tiene el sentido que poseía en el pasado, un pasado que afirma es completamente artístico. Danto plantea el fin de la etapa mimética con la aparición de Gauguin y, su comienzo, en el Renacimiento. Por lo tanto, el arte del que habla Hegel y del que habla Danto son cosas distintas que nada tienen que ver la una con la otra. Y para confirmarlo recordemos que Danto establece otra etapa artística en la modernidad que llegaría hasta mediados de los años sesenta del siglo XX, mucho después de la anunciada muerte del arte de Hegel. Danto nos habla de Hegel para poder utilizarlo a su gusto y conveniencia y para dar legitimidad a sus conclusiones.
Danto establece el comienzo de su era del arte en el Renacimiento justificándolo en que, en ese momento, se tiene conciencia de la diferencia entre arte y artesanía. Pero establecer el valor de una cosa a partir del conocimiento de la cosa es como suponer que la circulación de la sangre en los animales se produce en el momento en el que Miguel Servet la descubre o como suponer que los satélites de Júpiter existen a medida que se van descubriendo. La realidad de una cosa es independiente de la consideración que se le tengaen cada tiempo.
En la Antigüedad se llamaba arte al dominio de una técnica y, con esa definición, parece que quedaban emparentadas las artes menores y las mayores y que se había producido, desde el punto de vista actual, una equiparación entre cosas distintas, y lo que se debiera haber concluido, desde ese mismo punto de vista, es que la definición no era perfecta y no era perfecta porque el conocimiento de las cosas es un proceso que precisa de los conceptos adecuados y de la experiencia. En el pasado se llamó arte a todo aquello que se realizaba correctamente porque la creación era el aspecto más evidente de una obra pero no el único.
En el neolítico encontramos cerámica decorada que se tiene por arte, y podríamos plantearnos si esas obras son arte o artesanía, como hoy se las considera. Ese planteamiento nace ahora debido a una interpretación que se hace del pasado con nuestra mentalidad. Pero resulta que en el pasado todo tenía que tener un sentido ya que, desde la más remota antigüedad, se pensaba que todas las cosas tenían un espíritu y ese espíritu no era un ser fantasmagórico, el espíritu era una fuerza sobrenatural que había creado el mundo. Todo cuanto ocurría, ocurría por una razón, y todo cuanto hacía el hombre lo hacía por necesidad, pero esa necesidad no es la necesidad material que entendemos hoy, la necesidad del pasado era la razón última de las cosas de la filosofía. Todo en la vida estaba ligado y la concepción de la existencia era una concepción unitaria, todo tenía un origen último, por lo que espíritu y materia eran una unidad. La razón, que ya existía pues es consustancial a la naturaleza humana, no intervenía en estas cuestiones. El supuestamente necio hombre del pasado vivía en el mundo de las ideas mientras que nuestros admirados hombres sabios viven en el de los conceptos, en el que parece que ahogan el conocimiento.
Los nuevos tiempos juzgan con su mentalidad y ven un sentido en el arte porque no lo ven en la artesanía. En el pasado no se distinguían conceptualmente estas actividades, como hacen hoy nuestros sabios, porque tan sagrado era hacer una tinaja como hacer una escultura. Aquellos hombres no tenían los conceptos actuales ni la necesidad de tenerlos. Por lo tanto, en el pasado, todo era arte puesto que en todo veían y ponían un sentido.
En la prehistoria una cerámica expresaba el sentido de la vida. A medida que evoluciona la humanidad y se cree más inteligente se va distinguiendo ente el origen de las cosas y las cosas, lo que hace que se prescinda del fundamento de su creación. Hasta hace relativamente poco tiempo las iglesias se fundaban en aquellos lugares en los que había ocurrido un milagro o donde se encontraban los restos de algún santo. La reunión de fieles se producía por una causa, había un hecho que lo legitimaba; con el tiempo, la reunión en sí acabó por tener un valor y no precisaba ya de una justificación externa y trascendente, el origen y la forma se separan y queda la forma. Por eso, hoy, que se construyen las iglesias para congregar fieles, su fundación no tiene un sentido digamos mítico, las iglesias se construyen por puro pragmatismo y, aunque se sepan los orígenes de los antiguos santuarios, se olvida la forma de pensar de aquel tiempo porque el hombre actual no comprende; el hombre, hoy, sólo razona y lo cree signo de superioridad intelectual.
La diferenciación racional entre el origen del mundo, que buscaban los tiempos prehistóricos, y el aprovechamiento de la existencia temporal, que perseguimos en el nuestro, rompió la unidad de las cosas. La diferenciación entre arte y artesanía más bien indica la progresiva pérdida del sentido trascendental de la actividad humana, un sentido que parece mantener el arte. Los nuevos tiempos juzgan con su mentalidad y ven un sentido en el arte porque no lo ven en la artesanía. En el pasado no se distinguían conceptualmente estas actividades, como hacen hoy nuestros sabios, porque tan sagrado era hacer una tinaja como hacer una escultura. Aquellos hombres no tenían los conceptos actuales ni la necesidad de tenerlos. Por lo tanto, en el pasado, todo era arte puesto que en todo veían y ponían un sentido. Bajo un mismo término se englobaban, en el pasado, cosas iguales que, hoy, han acabado por ser distintas y esas diferencias actuales, que no existían en el pasado, quieren imponerlas los dictadores titulados con efectos retroactivos porque creen que su concepción de la existencia es verdadera y universal y porque, no comprendiendo la mentalidad de otro tiempo, sólo imaginan una visión del mundo, la suya. Nuestros sabios, que interpretan el pasado con la mentalidad del futuro, llegan a un absurdo y, gracias a su fe en la razón, no se percatan de ello ni quieren percatarse, porque aceptar la verdad conllevaría negar su mundo de fantasía.
Por lo tanto, cuando Danto nos empieza a hablar del arte con esta mentalidad del hombre moderno y disminuido, parece como si un biólogo nos dijera que va a hablarnos de los vertebrados pero, antes, nos aclara que sólo son vertebrados los humanos porque la sociedad tiene conceptualizado al hombre pero no a las bestias. Así que solamente el hombre es un vertebrado; existen, aparte del hombre, animales con vértebras pero no son vertebrados. Es lo que viene a decir Danto cuando afirma que, fuera de la era del arte, no hay arte pero hay obras de arte. Danto no hubiera llegado a ser un buen biólogo pero le han nombrado doctor honoris causa los colegas que comulgan con sus ruedas de molino.
En el mundo civilizado, en donde no se emplea demasiado la violencia —solo “ellos” están legitimados para hacerlo— y las fuerzas sociales recurren a la palabra y la argumentación para convencer a la población y modificar las costumbres, el dantismo resulta ser una astuta forma de crear nuevas verdades. Lo de menos es la teoría que ese sabio ha desarrollado, lo esencial es que se ha acabado por admitir en la sociedad una nueva forma de razonar, que debemos identificar como la teoría cuántica del arte, en el caso del dantismo, o la teoría cuántica de cualquier otra ciencia.
El pensamiento cuántico que nos ha proporcionado este sabio consiste en poder afirmar cualquier cosa que sea contraria a la evidencia, como hace la física cuántica que demuestra que no podemos conocer simultáneamente la velocidad y posición de una partícula y que una partícula puede estar en dos lugares a la vez. Aplicando las leyes de las partículas subatómicas al mundo material se puede alcanzar cualquier conclusión que nos convenga porque ya no hay reglas.
Y esta interpretación de su teoría nos la viene a confirmar el propio Danto. Cuando nos habla de la era posthistórica nos dice que cualquier cosa puede ser una obra de arte porque ya no hay reglas, añade que la obra debe encarnar un significado y, para colmo, que precisa la definición de la filosofía. Si aceptamos la aplicación de este discurso al valor del arte, queda consagrada esta “lógica” como forma de alcanzar una conclusión válida y, entonces, resultará aplicable a cualquier otra cuestión, ya se trate de una cuestión social o de una teórica. Y lo que defiende Danto es que no hay reglas para razonar, que cualquier exposición puede ser una verdad, que una argumentación posee un significado que es necesario aclarar y que esa labor la debe realizar, en el caso del arte, un filósofo y, en los demás casos, la persona adecuada, a saber, un ideólogo.
Esta forma de razonar destruye cualquier verdad y sirve a los sabios para implantar su ideología. El dantismo anula la capacidad de razonar adecuadamente, actúa igual que una lobotomía, destruyendo el cerebro. El dantismo incapacita a sus seguidores para reconocer la verdad y comprender la falsedad. Cuando un sabio, que es un hombre que, con un cargo, un título y un respaldo y respeto sociales, hace semejantes afirmaciones, el hombre corriente cree que, con tantos avales, ese hombre no puede estar equivocado, pero lo que no imagina el hombre corriente es que una persona con tanta responsabilidad pueda estar falsificando la verdad. El hombre de a pie ya no cree en que el director del banco sea su amigo y duda de que un hombre con ese cargo actúe en beneficio del cliente; ahora sabe que el director del banco busca cumplir sus objetivos. Y Danto también. Danto conquista al público y busca cumplir sus objetivos. Pero sus clientes no lo han comprobado, no hay una sentencia condenatoria de su filosofía, y esos clientes aceptan las teorías que les vende porque, encima, cobra por ello y los clientes piensan que si algo es caro es de calidad.
Los sabios actúan como los norteamericanos, allí, donde un gobierno les molesta, se alían con mafiosos, terroristas o fanáticos religiosos para derrocarlo y, a cambio, van dejando la mafia, el terrorismo y el fanatismo esparcidos por todo el mundo. Allí donde ellos intervienen para poner su orden quitan lo que ellos consideran un estorbo y dejan infestada la sociedad de violencia, extorsión y muerte, pero no les importan las consecuencias de sus actos con tal de conseguir sus objetivos inmediatos aunque esas consecuencias sean, generalmente, más perniciosas que el mal que pretendían erradicar. Los norteamericanos no son idealistas —lo eran los confederados y, por eso, sucumbieron al pragmatismo de la Unión—, son materialistas y, por cierto, violentos, virtudes heredadas de sus ancestros europeos.
No hay un término más adecuado para designar la obra de Danto que el de terrorismo intelectual. La finalidad del dantismo es, para los ejecutores, el poder inmediato en el mundo social, para los ideólogos que los dirigen, la desestructuración de la sociedad con el fin de implantar una determinada ideología y establecer su dominio. La teoría de Danto era una teoría política con el disfraz de una teoría artística.
El dantismo es, como todo buen producto de esa mentalidad pragmática made in USA, un elemento de destrucción, y lo que destruye es la verdad. El dantismo es una bomba que explota y destruye todo lo que tiene alrededor. En primer lugar, destruye la lógica: la teoría de Danto acaba por negar el valor de las normas del buen razonamiento; dos y dos no necesariamente serán cuatro, el resultado será lo que convenga en cada caso. Como en el arte, en la argumentación cualquier cosa es posible. Danto consigue la perversión de la razón. Una vez que la sociedad ha quedado descalificada para emplear la razón y llegar al conocimiento personal de las cosas, ese conocimiento debe proporcionárselo el ideólogo, pues el dantismo ha conseguido evitar que la gente pueda pensar por sí misma y que quede obligada a aceptar las conclusiones que “ellos” presenten. Por lo tanto, en segundo lugar, Danto destruye la autonomía personal y supedita al individuo a la jerarquía social para que asuma la nueva verdad. Consecuentemente, y en tercer lugar, el dantismo destruye todas las estructuras del mundo, todo orden es cuestionado y alterado. Si no hay arte, podemos plantearnos qué otras cosas que dábamos por ciertas no existen. Si Danto altera la estructura de la historia del arte porque es imperfecta según su modelo de la historia, puede cuestionar al valor de las estructuras de la sociedad. Por último, al cuestionar el mundo tal y como lo conocemos, establece la incapacidad de los gestores actuales que deben ser sustituidos por hombres capaces, a saber, él y los que piensan como él. No hay un término más adecuado para designar la obra de Danto que el de terrorismo intelectual. La finalidad del dantismo es, para los ejecutores, el poder inmediato en el mundo social, para los ideólogos que los dirigen, la desestructuración de la sociedad con el fin de implantar una determinada ideología y establecer su dominio. La teoría de Danto era una teoría política con el disfraz de una teoría artística; desenmascarada, carece de valor, está muerta. Ríndanla, si les place, honores de Estado, pero ya es hora de enterrarla. ®