Darle nombre a lo que nos asombra

Una entrevista con Laura Baeza

México es muchos países en uno. Existen más contrastes de los que imaginamos, eso se ve claramente cuando ocurre una tragedia. La desgracia no se percibe igual en el norte, el centro o el sur del territorio.

Laura Baeza. Fotografía revista Magis/Iteso.

La poesía aprehende una realidad externa en un acto de intuición creadora que funde la presencia del mundo con la conciencia del poeta. La narrativa consigue que el alma, en la pasividad del éxtasis, alcance la realidad superior e inefable que la trasciende, realidad que a pesar de ser contemplada por el narrador permanece desconocida a sus facultades. Mientras que el poeta se encamina a la palabra el narrador tiende al lenguaje. Ambas percepciones posee Laura Baeza (Campeche, 1988), quien expresa sus prioridades por medio de la literatura, una transparencia hilada bajo los ciclos artificiales de la mala suerte.

Su primer libro de cuentos, Margaritas en la boca, fue publicado por la editorial Simiente (Cuernavaca, 2012). En 2017 ganó el Premio Nacional de Cuento Breve Julio Torri convocado por Tierra Adentro, con el libro Ensayo de orquesta (Feta, 2017) y el Premio Nacional de Narrativa Gerardo Cornejo con Época de cerezos. En 2018 fue seleccionada por la FIL Guadalajara para el programa “Al ruedo: ocho talentos mexicanos”, como una de las propuestas narrativas para el futuro. Varios de sus textos han sido publicados en revistas y antologías en México y el extranjero. Actualmente se encuentra promocionando el libro Época de cerezos (Editorial Paraíso Perdido, 2019).

Aquí una entrevista con esta enigmática escritora.

—¿Cuáles son los recuerdos de tu niñez en Campeche que más permean en tu poesía?

—Yo no me di cuenta de manera consciente, sino que mi psicóloga y yo llegamos a esa conclusión después de algún tiempo: en lo que he escrito, tanto poesía hace tiempo como narrativa, hablo del abandono y de no sentirse totalmente parte de algo. No significa que me hayan abandonado y sea un trauma de la niñez, pero es un tema recurrente en mi escritura, y como el poemario Al fondo se ve el mar (2014) fue mi primer libro publicado, ahí se nota mucho.

—¿Cómo nace Al fondo se ve el mar (Ediciones UAC, 2014)?

—Vivía en Barcelona y estaba fascinada con el Mediterráneo en enero. El título del libro es parte del epitafio de Huidobro: “Abrid la tumba. Al fondo se ve el mar”. Ese epitafio siempre me ha sacudido, y como tenía todos los sentidos puestos en que quería decir cuanto pudiera, la poesía fue mi manera de expresión. Ahora me desenvuelvo en narrativa, pero pienso que la poesía tiene formas increíbles de darle nombre a lo que nos asombra.

—El artista quiere escribir su mentira y publica su verdad, decía Ramón Gómez de la Serna, ¿cuál es la verdad de Laura Baeza?

—Creo que soy mucho más transparente en cuanto a mi vida y mis preocupaciones con lo que escribo que en la vida pública y social. No significa una contradicción o que en persona no sea auténtica, sino que a través que la escritura expreso mejor mis prioridades.

¿Escribir es un acto de supervivencia? 

—Sí, contar lo es. Hablar de cualquier cosa ya es en sí un acto de supervivencia, (des)apego y memoria.

—¿Son importantes los premios, las becas y las distinciones para un escritor?

—Ayudan en algunas cosas, como tener un ingreso económico y visibilidad al momento de buscar publicaciones o llenar un currículum, pero no son indispensables. Hay escritores verdaderamente buenos que no se ganan todos los premios pero tienen una obra envidiable.

—¿Todos los lectores somos niños de diez años, como me lo dijo alguna vez Ave Barrera? 

—Pienso que sí, si nos referimos a la curiosidad de cada lector al iniciar un nuevo libro. Como escritores, deberíamos exigirnos impresionar a ese niño a través de la calidad de lo que hacemos.

—¿Llega un momento en que aspiramos a escribir algo peor?

—Llega el momento en que las piezas se acomodan de tal manera de que eso es lo que se escribe, por intuición o no.  

—¿De qué manera la literatura —como arte útil— ayuda a las personas?

—Supongo que uno también hace catarsis a través del arte. Si no existiera, la humanidad difícilmente había podido salir de momentos devastadores. En lo personal, es un acto de supervivencia.

—¿Si es que hay un hilo conductor entre todos sus libros, cuál sería?

—La mala suerte, quiero pensar.  

—¿Qué ocurre cuando llega algo a tu vida que no puedes expresar desde la narrativa, la poesía o la música?

—Uno se ha de quedar contemplando, estático. Expresar es moverse en cualquier dirección.

—¿Es Laura Baeza una escritora espiritual?

—Ahora lo intento. No soy creyente, pero deseo mantener una relación con algo que me motive.

—“Odio la idea de las drogas buenas y las drogas malas. No hay drogas buenas y malas. Hay un químico que no es bueno ni malo, sólo existe, existe porque lo creamos por medio de la naturaleza”, es una cita de la serie The Midnight Gospel (2020) de Joe Wong. ¿Cuál es tu posición frente a las drogas?

Hay una frontera más importante que otra, nos desenvolvemos en ciudades devastadas, al menos esa es mi percepción del mundo a través de lo que escribimos.

—Ése tema lo resumo en una batalla de poder, de eso se trata ahora. No puedo negarme a la idea de la legalización, pienso que es lo mejor, porque drogas legales hay en todas partes y las consumimos siempre, pero como no tengo una adicción a las ilegales mi opinión es la básica: consumirlas sin exceso, pero es una utopía, difícilmente nos moderamos ante la euforia.

—¿Cómo fue tu experiencia en Barcelona al estudiar narratología y literatura comparada?

—Maravillosa. Fue un tiempo privilegiado en el que definí qué quería hacer con mi vida. Desde ahí salió la idea inicial de mi primera novela.

—¿Qué aprendes al enseñar literatura y lectura y redacción?

—Me gusta mucho enseñar. Ya no lo hago con tanta frecuencia, salvo en talleres de escritura, pero lo veo como un acto de redescubrimiento de la palabra y eso es fantástico para cualquier escritor.

—¿Qué representó para Laura Baeza ser publicada en la antología Lados B – Mujeres 2017, de la editorial Nitro/Press, dirigida por Mauricio Bares?

—Me sentí muy honrada. Conozco el trabajo de Nitro/Press y su manera de visibilizar la literatura sin etiquetas. Compartir páginas con mujeres muy talentosas ha sido increíble.

—¿Cómo nace ese fabuloso cuento, “Piromaniaca”, su lenguaje, la atmósfera y ese personaje tan abrasador?

—Siento que es el cuento que se aleja más de mi estilo, al menos hasta ahora. Quería hablar del tema del abuso hacia las mujeres, la hostilidad en entornos controlados por la violencia, el abuso de poder y mucho de lo que significa ser mujer aquí y ahora. Honestamente, no sabía si publicarlo porque me costaba trabajo explorar el tema, el lenguaje y la barbarie, pero después de que Mauricio lo publicó en la antología y cuando lo incluí en mi libro de cuentos me sentí feliz con la decisión.

—Háblame de Época de Cerezos, el Chernobyl ficticio del México rural fronterizo.

—Para mí México es muchos países en uno. Existen más contrastes de los que imaginamos, eso se ve claramente cuando ocurre una tragedia. La desgracia no se percibe igual en el norte, el centro o el sur del territorio. Hay una frontera más importante que otra, nos desenvolvemos en ciudades devastadas, al menos esa es mi percepción del mundo a través de lo que escribimos. Podría pensar que todo esto de lo que hablo es un estado de ánimo, una condición emocional que persiste en la sociedad y por ello era tan importante para mí escribir al respecto. Siento este libro como algo muy mío. ®

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