Unas familias muy normales

De Ana Karenina a La Familia Burrón

Junto a la religión y al Estado la familia es una de las instituciones que logra poner cierto orden al caos. Ésta puede actuar como una extensión del orden social instaurado, hacer una negociación en la que elegirá qué normas tendrán o no continuidad, o hacer una ruptura con el status quo.

Los Locos Addams.

León Tolstói escribe al inicio de Ana Karenina (1877): “Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”, como si la desdicha fuera una emoción digna de ser narrada, mientras que la felicidad un lugar común que no merece mayor atención. Inscrita en el realismo, la novela retrata la vida de la aristocracia rusa de la época. Los diversos personajes tienen en común la búsqueda de la felicidad. La trama se centra en Ana Karenina, quien aparenta tenerlo todo: posición social, lujos, hijo y marido que cuidar. Al experimentar el amor pasional con Vronsky, un joven aristócrata y militar, Ana comienza a sentirse desdichada. Entre más quiere a su amante, más detesta la vida junto al esposo y el hijo. Al quedar embarazada de Vronsky tiene que decidir entre mantener su matrimonio, la felicidad de su hijo, su reputación y estatus social, o fugarse con él. Entre la desdicha que implica mantener el status quo o pagar las consecuencias de ser libre, Ana decide dejar todo por Vronsky. Al final, él no puede volver a amarla. La impotencia para cambiar sus circunstancias termina en tragedia.

Desde otras coordenadas, Octavio Paz trastoca la noción de familia como lugar ideal. En el poema autobiográfico “Pasado en claro” (1975) el poeta deja asomar la herida de su propio entorno y nos deja una cita perturbadora: “Familias, criaderos de alacranes: como a los perros dan con la pitanza vidrio molido, nos alimentan con sus odios y la ambición dudosa de ser alguien”. Tanto en el poema de Paz como en la novela de Tostói la familia se apropia de las reglas sociales para oprimir a sus propios miembros. Ambos sujetos literarios se sienten incomprendidos, sometidos a las exigencias de las convenciones sociales, y sufren muchísimo por ello.

Hay autores que, a diferencia de Tolstói o de Paz, relatan una experiencia distinta donde la familia, con todas sus imperfecciones, puede llegar a ser el lugar de la libertad. En Léxico familiar (1963) Natalia Ginzburg narra la historia de los Levy durante el ascenso del fascismo en Italia. A través de palabras mordaces, inteligentes, irónicas y absurdas, la familia construye un universo afectivo y un sentido de pertenencia. Una discusión sobre el enamorado de Natalia deja asomarnos a esta única e irrepetible familia: “Ginzburg es un hombre —dijo mi madre— cultísimo y muy inteligente, y hace unas bellísimas traducciones del ruso. Pero es muy feo —dijo mi padre—. Ya se sabe, los judíos son todos feos. ¿Y tú? —le preguntó mi madre—. ¿Tú no eres judío?… De hecho yo también soy feo, respondió mi padre”. La familia como colectivo, junto a las palabras que se dicen se convierten en el conducto para resistir el fascismo, y también en una de las formas de la felicidad.

“Ginzburg es un hombre —dijo mi madre— cultísimo y muy inteligente, y hace unas bellísimas traducciones del ruso. Pero es muy feo —dijo mi padre—. Ya se sabe, los judíos son todos feos. ¿Y tú? —le preguntó mi madre—. ¿Tú no eres judío?… De hecho yo también soy feo, respondió mi padre”.

En la misma frecuencia se encuentra el cuento “Simulacro” de “Ocupaciones raras”, la segunda parte de Historias de Cronopios y de Famas (1962) de Julio Cortázar. La narración trata de una familia que se define a sí misma de este modo: “Somos una familia rara. En este país donde las cosas se hacen por obligación o por fanfarronería, nos gustan las ocupaciones libres, las tareas porque sí, los simulacros que no sirven para nada. Tenemos un defecto: nos falta originalidad”.Se trata de un posicionamiento de la familia contra los protocolos sociales, sus normas y nociones de éxito y productividad. Cualquier lector puede identificarse con las peculiaridades de este clan que cuida de una tía con un miedo irracional a caer de espaldas.

En un ambiente más conservador la alteridad puede convertirse en un conflicto catastrófico, como en El quinto hijo (1988) de Doris Lessing. La novela trata del matrimonio Lovatt, una pareja tradicionalista que construye una familia idílica conformada por cuatro hijos, y un espacio de cordialidad y de amor que se extiende a tíos y abuelos. Con la llegada de Ben, el quinto hijo, cuya apariencia física y comportamiento son perturbadores –según la percepción de los padres– la maternidad se convierte en una especie de monstruosidad. Ben, en extremo fuerte y sin capacidad de empatía, lastima a sus hermanos y mata a las mascotas familiares, razón por la cual los padres deciden internarlo. Al visitar el espacio que resguarda y maltrata a una serie de freaks, entre ellos a Ben, la madre decide regresarlo a casa. Ella quiere que Ben se integre a la familia, considera que, para ello, él deberá de cambiar. El pediatra le hace notar su incapacidad de aceptarlo: “No es nada anormal coger aversión a un hijo… Por desgracia es algo que veo todos los días”. Ben no logra amoldarse, pero encuentra aceptación fuera de la familia, en grupos de adolescentes marginales. El resto de los hijos no resiste la complejidad que representa el quinto hijo y uno a uno se va yendo de casa hasta que la familia queda totalmente desintengrada.

La alteridad puede provocar un conflicto al interior de una familia o de una sociedad, aunque hay narrativas que proponen lo contrario desde el humor negro y la normalización de la excentricidad, como la famosa serie de televisión La Familia Addams (1964). Recordemos que esta familia “muy normal” vive en una mansión junto al cementerio. El patriarca, Homero, está loco por su refinada y sádica esposa, Morticia, quien se describe a sí misma de la siguiente manera: “Soy como cualquier mujer moderna que intenta tenerlo todo. Esposo amoroso, una familia. Sólo que desearía tener más tiempo para buscar las fuerzas oscuras y unirme a su cruzada infernal”. La hija, Merlina, juega con una muñeca decapitada y hace travesuras con su macabro hermano, Pericles. Los personajes anexos también son peculiares: el tío Lucas suele encender un foco con la boca; la abuela prepara pócimas y hechizos; Largo, el mayordomo, con su parecido a Frankenstein espanta a los vendedores de puerta a puerta, y Dedos, una mano sin cuerpo que habita dentro de una caja de madera, aviva el fuego con el que Homero prende sus puros. Sobra decir que los Addams se rigen por un código cultural que choca con el de sus vecinos y el resto del mundo.

Escrita en clave costumbrista y con una buena dosis de picardía, el cómic muestra el cambio de una sociedad rural a una urbana, registra las expresiones populares, los roles de género y las aspiraciones de clase. La matriarca de los Burrón, Borola Tacuche, se describe como “devota de san Crispín y del ‘descuajiringue’; aficionada al tequila y a los cigarros”.

En otras expresiones, como el cómic, la familia funciona como prisma desde el cual observar a la sociedad con sus cualidades y defectos. La historieta de Gabriel Vargas, La familia Burrón (1948), cuenta las aventuras de una típica familia de clase baja que vive en una vecindad de la Ciudad de México. Escrita en clave costumbrista y con una buena dosis de picardía, el cómic muestra el cambio de una sociedad rural a una urbana, registra las expresiones populares, los roles de género y las aspiraciones de clase. La matriarca de los Burrón, Borola Tacuche, se describe como “devota de san Crispín y del ‘descuajiringue’; aficionada al tequila y a los cigarros”. Borola emprende diversos negocitos para ayudar a su marido, don Regino Burrón —quien gana poco en El Rizo de Oro— y sacar adelante a sus hijos Macuca y Regino. Vive en el Callejón del Cuajo y sus únicos sueños son ser rica y convertirse en una famosa cabaretera.

Desde la animación aparecen dos series sobre familias de los suburbios estadounidenses. Los Picapiedra y Los Supersónicos reflejan a la clase media promedio con sus parrilladas en el jardín, torneos de boliche, coches, electrodomésticos y conflictos laborales. Ambas creadas en los años sesenta por la productora Hanna–Barbera, se parecen en la estructura familiar, el tipo de humor y las tramas. La diferencia es que una se desarrolla durante la Edad de Piedra y la otra en un futuro optimista que se desenvuelve en el 2064. La más popular de las dos, Los Picapiedra, comenzaba con el icónico momento de felicidad en que sonaba la chicharra —o más bien el pajarraco prehistórico de la mina de cantera— y Pedro Picapiedra dejaba el puesto en la grúa/dinosaurio para checar tarjeta y correr a casa donde la familia lo esperaba con devoción.

El entusiasmo incansable de Pedro Picapiedra y el famoso ¡Yabba–dabba–doooo! con el que festejaba el final de su jornada laboral contrastan con la apatía de Homero Simpson, patriarca de la popular serie creada por Matt Groening a finales de los años ochenta. Los Simpson son una familia disfuncional de clase media que vive en el pueblo de Springfield. El flojo Homero Simpson, al contrario de Pedro Picapiedra, carece de aspiraciones y del deseo de participar en el rat race. Homero suele aconsejar a sus hijos: “Niños: lo intentaron y fracasaron miserablemente. La moraleja es: nunca se esfuercen”. A diferencia de las series predecesoras, Los Simpson, más que celebrar a la familia promedio, hace una sátira de la sociedad estadounidense. A través del sarcasmo, la exageración y los arquetipos el programa critica diferentes sistemas sociales como la educación, el arte, la televisión, la política y la religión. La serie revela las incongruencias y el absurdo de la época en que vivimos. Su inmediatez ha provocado predicciones involuntarias como la aparición de los smart watches, la legalización de la mariguana, los juegos de realidad virtual, la protesta y censura del “David”, los peces mutantes de tres ojos expuestos a la contaminación de residuos nucleares y el triunfo de Trump como presidente.

Las historias sobre las familias siguen cambiando. En streaming las series más recientes buscan representar la diversidad. Un ejemplo de este esfuerzo es Modern Family (2009), en la que aparece una familia homoparental con una hija vietnamita adoptada y una familia conformada por un hombre mayor, casado con una mujer latina y joven que tiene un hijo de otro matrimonio. Otra familia atípica son los Pearsons de This is Us (2016), conformada por un hermano —actor famoso de televisión— y su obesa hermana, convertida en maestra de canto al tener un hijo invidente. Los gemelos Pearson tienen un hermano adoptado afroamericano con un IQ superior al de ellos. Éste tiene a su vez una hija lesbiana y una hija adoptiva proveniente de un estrato social muy bajo. El objetivo de este tipo de series es mostrar que con o sin lazos sanguíneos de por medio, los integrantes de una familia, más allá de sus diferencias, están unidas por el amor que se tienen. Quizás estas manifestaciones demuestran que la tolerancia dentro de la familia es el valor universal que la sociedad quiere para sí misma. ®

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Publicado en: Ensayo

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