De feminismo y otras falacias

La mujer liberada de sí misma

En marzo de 2011 se cumple el centenario de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora. En estos cien años las mujeres han logrado conquistar derechos civiles y laborales que les garantizan igualdad, seguridad y protección ante la ley. Una vez más la Libertad ha triunfado y las hijas de Occidente podemos regocijarnos y celebrar nuestro derecho al voto, a la incapacidad por maternidad y a la Educación Superior. ¿De verdad?

En el siglo XXI el feminismo progresista de mediados de mil novecientos se ha convertido en una ideología rancia y muchas veces masticada que sorpresivamente sigue teniendo miles de adeptas (¡y adeptos!). Lo único que eso ha ocasionado es que generaciones enteras, como la mía, hayamos crecido en medio de un discurso ambiguo, tan victimizante como oportunista. Las mujeres en la actualidad exigimos igualdad en los espacios de trabajo y nos escandalizamos frente al acoso sexual, aunque no nos parece mal e incluso muchas veces nos jactamos de utilizar un escote pronunciado para obtener un puesto en una entrevista laboral o de llorar para evitar un regaño de nuestro jefe. Vamos a la universidad y nos enfurece que se ponga en duda nuestras capacidades intelectuales, pero un buen día nos damos cuenta de que gran parte de la población femenina ve las instituciones educativas como el lugar ideal para encontrar marido…

De igual modo, proclamamos nuestro derecho a ejercer libremente la sexualidad hasta que empezamos a sentirnos “usadas” o “no tomadas en serio” o, peor aún, hasta que otra hace lo mismo y se convierte automáticamente en una zorra. En la Ciudad de México hemos ganado el derecho a decidir si queremos o no continuar un embarazo pero nada nos obliga a realizar prácticas sexuales responsables. Nos quejamos constantemente de ser vistas por los hombres como simples objetos pero nos sometemos a estrictas dietas, nos llenamos el pelo y la cara de pintura e incluso arriesgamos la vida en cirugías absurdas con tal de aplazar el día en que dejen de desearnos.

Dentro de la familia se ha combatido la violencia y el machismo por todos los medios posibles, desde programas de televisión dedicados exclusivamente a adoctrinar amas de casa en pro de sus derechos, grupos y líneas de ayuda las 24 horas, hasta nuevas legislaciones que amenazan a los maridos golpeadores hasta con seis años de cárcel. Es verdad que muchas mujeres siguen siendo sometidas con agresiones y que se trata de un problema social que a todos debe de ocuparnos. Pero también es verdad que nada se ha hecho en contra de la manipulación y el chantaje emocional tan propios de las abnegadas madres mexicanas, que igualmente violentan a la pareja y minan el sano desarrollo de los hijos, instaurando un ambiente de opresión y terror psicológico contra el que no hay denuncia, campaña ni leyes que valgan.

En el siglo XXI el feminismo progresista de mediados de mil novecientos se ha convertido en una ideología rancia y muchas veces masticada que sorpresivamente sigue teniendo miles de adeptas (¡y adeptos!).

Las feministas y los grupos de activistas señalan como parte del abuso y la opresión masculina la larguísima lista de feminicidios que en ciudades como Juárez permanecen impunes. Olvidan estos grupos que también son mujeres las juezas que absuelven a los criminales. Ni la corrupción ni la justicia son asuntos de género y si de verdad nos interesa la equidad deberíamos comenzar por dejar a un lado el papel de víctimas históricas que automáticamente nos coloca en conveniente desventaja.

Sin embargo, el 8 de marzo llega la comparación con el pasado y sobre todo con la situación de millones de mujeres orientales que viven completamente sometidas a sus maridos. Y entonces festejamos todo lo que hemos logrado y nos horrorizamos de las atrocidades que aún se cometen en ciertas partes del mundo en contra de las mujeres. Culturas bárbaras que no entendemos, ni queremos entender, regidas por un fundamentalismo religioso completamente anacrónico, donde habitan mujeres que a causa de su fe no pueden ni siquiera descubrirse el rostro. En cambio nosotras podemos gastar miles de pesos en bikinis Gucci y ser la envidia de todas las amigas porque somos tan pero tan libres.

Hace cien años que la mujer occidental emprendió la lucha por conquistar su libertad, y hoy, en 2011, parece que al fin lo ha logrado. Ahora nada más le falta lo más difícil y también lo más importante, aprender a liberarse de ella misma. ®

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Publicado en: (Paréntesis), marzo 2011

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