“Esta semana no tenemos leche y las niñas están creciendo”. A la madre se le cae la cara de cansancio. Es un cansancio emocional, más que físico. “Las quiero muchísimo, las he visto crecer y me agobian sus penas, sus soledades”. Necesitamos quién las apadrine. Sólo dos niñas tienen un padrino. Aunque sean cien pesos al mes, pero fijos, para zapatos, un perfume”.
La carencia se siente en los detalles. Esta semana no hay leche. María pide un poco más de postre y la madre Zavala, responsable del albergue, con una sonrisita de complicidad, le da un pedacito más de Carlota, medio a escondidas, porque las otras diecisiete niñas y jóvenes ciegas que viven en el albergue no van a alcanzar doble ración pero ni de risa.
María es chiquita, tiene once pero parece de seis. Es porque de bebé la rescataron de una choza, desnutrida y ya con una ceguera irreversible. El DIF la acomodó en la Casa Hogar Rosa de la Torre, albergue perteneciente a las religiosas dominicas de Santo Tomás de Aquino.
El albergue mantiene a dieciocho niñas y jóvenes con ceguera. Sus familias las abandonaron o sólo las visitan los fines de semana, ocasionalmente, sin que ningún padre de familia se haga responsable de los gastos de manutención.
La madre María de los Ángeles Zavala, junto con otras dos religiosas, es la responsable de la casa hogar. La casa se mantiene de donaciones. Se nota en los muebles: una sala de terciopelo rojo sangre convive con tres mesas de madera diferentes y un piano viejo; vajillas de plástico se mezclan con refractarios de cristal y una estufa industrial muy austera en el patio de atrás. El inmueble mismo fue una donación.
“Los donativos cada vez son menos; para ayudarnos vendemos la ropa que nos regalan, hacemos empanadas, tamales, mermelada, cocinamos chiles chipotle, salimos a vender café, pero tenemos muchos gastos. Sólo tres mamás aportan algo de dinero, pero algo simbólico”, dice la madre Zavala.
“Los donativos cada vez son menos; para ayudarnos vendemos la ropa que nos regalan, hacemos empanadas, tamales, mermelada, cocinamos chiles chipotle, salimos a vender café, pero tenemos muchos gastos. Sólo tres mamás aportan algo de dinero, pero algo simbólico”.
Los gastos mensuales del albergue ascienden en temporada escolar a más de 30 mil pesos. Tan sólo una regleta para ciegos, indispensable para la escuela primaria, cuesta 800 pesos, y un bastón, 220. Uniformes, materiales, hojas de braille, chofer, gas, luz, agua, teléfono, colegiaturas, medicinas, comida, ayudante de limpieza, la lista de gastos es interminable.
En el albergue, además, las niñas reciben clases de computación, danza, inglés, flauta, arte manual y ballet.
De tanto estrés, la madre Zavala padece parálisis facial y sufrió una embolia el año pasado. Avanza con pasos cansados para servir agua a las niñas a la hora de la comida, deteniéndose de la gran mesa. Después seca los cubiertos y los guarda. Tiene sesenta años. Enseguida dobla la ropa o se sienta al teléfono. De una vieja agenda llama de uno por uno a los teléfonos de personas que puedan donar leche. Sus movimientos son pausados, medidos, como si llevara en los hombros un gran peso. Y lo lleva. Lleva la vida, la educación y el futuro de otras dieciocho personas que no pueden salir adelante sin ayuda.
“Esta semana no tenemos leche y las niñas están creciendo”. A la madre se le cae la cara de cansancio. Es un cansancio emocional, más que físico. “Las quiero muchísimo, las he visto crecer y me agobian sus penas, sus soledades”. Necesitamos quién las apadrine. Sólo dos niñas tienen un padrino. Aunque sean cien pesos al mes, pero fijos, para zapatos, un perfume”.
De una vieja agenda llama de uno por uno a los teléfonos de personas que puedan donar leche. Sus movimientos son pausados, medidos, como si llevara en los hombros un gran peso. Y lo lleva. Lleva la vida, la educación y el futuro de otras dieciocho personas que no pueden salir adelante sin ayuda.
Las niñas que van a la primaria asisten al Instituto Nacional para Ciegos y Débiles Visuales, a la secundaria y la prepa van a escuelas públicas y a la universidad siempre ha sido alguna institución privada como el UNITEC o el UNIDEP. Desde que la madre Zavala dirige el albergue, hace catorce años, ha podido mandar a seis niñas a la universidad.
Cada niña tiene una historia lúgubre detrás, pero la Casa Hogar les da la oportunidad de ver hacia adelante.
Éste es el caso de Blanca Flor Menera Peña, quien a sus veinte años está estudiando Comunicaciones en la UNITEC de Iztapalapa. Vive en el albergue desde los seis años. Procedente de Nueva Italia, Michoacán, es hija de recolectores de limón. Tiene ocho hermanos y hermanas. Todos viven allá. A los cinco años enfermó de glaucoma y quedó ciega. Es una mujer muy sociable, alegre e inteligente y cuando termine la carrera quiere ser locutora de radio o conductora de televisión.
El problema es que la Casa Hogar no pudo pagar la colegiatura de tres meses durante el segundo cuatrimestre de 2012, contrayendo una deuda de 11 mil pesos, más los intereses acumulados, por lo que perdió el tercer cuatrimestre de ese año, aun cuando tiene una beca del 35%, y no pudo inscribirse en enero de 2013.
Estudiar la universidad para Blanca es posible gracias a las computadoras. En el albergue tienen cinco con un programa que “habla” y describe el contenido de la pantalla; también tienen programas que escanean libros y los leen en voz alta.
“Mi plan es conseguir un muy buen trabajo cuando me gradúe y ser independiente, valerme por mí misma y amadrinar a alguna de mis hermanitas del albergue”, dice Blanca. “No hay que detenerse ante nada para salir adelante”.
“Mi plan es conseguir un muy buen trabajo cuando me gradúe y ser independiente, valerme por mí misma y amadrinar a alguna de mis hermanitas del albergue”, dice Blanca. “No hay que detenerse ante nada para salir adelante”.
La madre Zavala dice: “Todo sirve aquí, cualquier donación”. Pero se necesitan más que intenciones esporádicas o una caja de ropa usada para darle una oportunidad real de ser independientes a estas niñas y mujeres con discapacidad visual, por medio de una carrera universitaria. “A todas les conviene ir a la universidad, estudiar algo para el futuro, ser independientes”, dice la madre, “pero se necesita ayuda constante, padrinos de cien o doscientos pesos al mes”.
La madre Zavala vuelve a su vieja agenda telefónica. Aún tiene que conseguir leche. ®
Para donativos:
Cuenta Scotiabank 001-09-62-99-63 a nombre de María de los Ángeles Zavala Luna.
La Casa Hogar Rosa de la Torre está en Avenida Coyoacán 751, Col. Del Valle, Del. Benito Juárez, Distrito Federal, C.P. 03100. Tel. 5575 0617.