Paradojas del terrorismo en España

La reserva terrorista y Europa

“No haría falta escribirlo, pero en estos tiempos extraños parece que hay que hacerlo: condeno la violencia, abomino del terrorismo. También del terrorismo de Estado y mucho más del de los sistemas democráticos pervertidos por sus dirigentes, por estos gobernantes del blanco o negro, del conmigo o contra mí.”

Terrorismo en la infancia
niños muertos, niños muertos
y terroristas nuevos
pequeñas sábanas blancas
que envuelven los pequeños
cuerpos
niños muertos, niños muertos
aplastados por bombas
de pañuelo
despedazados por
la metralla llorosa y misiles
con buenos sentimientos
niños muertos, niños muertos
y terroristas nuevos
y otros que se quedaron
sin manos sin madre
ciegos
de homicidio humanitario
muerto, muerto, niño, niño
reventado por caricias
del dinero
torturado por justicia
en este juego
de bellos seres humanos
niños muertos, niños muertos
y terroristas nuevos
e amontonan en la córnea en la desidia
y suben
hasta el desagüe del cielo
—Héctor Arnau, en El hambre y los ciegos

España pasó de ser la “reserva espiritual de Occidente”, según el franquismo —tenebrosa coalición entre un ejército golpista y la Iglesia católica, que aún no pidió perdón—, a ser en la actualidad la única reserva terrorista de Europa. Luego del fin de la lucha armada del IRA en 2005, en España, 52 años después de su creación, aún existe ETA. Euskadi Ta Askatasuna —en euskera Patria Vasca y Libertad— es un grupo que se supone se escindió del Partido Nacionalista Vasco y cuyos objetivos iniciales eran luchar contra la dictadura franquista y conseguir la independencia de Euskadi (País Vasco). Una independencia que podría llevarse a cabo en 1936, junto a otras comunidades históricas del país, como Cataluña y Galicia, pues las tres habían presentado sus respectivos estatutos de autonomía. El paréntesis de la Guerra Civil española y la dictadura que le siguió todavía mantiene desestructurada a la sociedad española.

Condena de la violencia para unos mientras otros hacen apología del franquismo

Los años de lucha armada de ETA durante el franquismo fueron celebrados por los tibios opositores al régimen —unos en la clandestinidad y otros en el exilio, ni unos ni otros consiguieron que el dictador fuese depuesto: Franco murió en su cama y tuvo funerales de Estado. En especial se celebró la voladura y el consiguiente magnicidio del presidente de Gobierno del final de la dictadura, Carrero Blanco, en 1973. Llegó la “democracia”, con la muerte del dictador en 1975 y la nueva Constitución en 1978 (con un rey nombrado por Franco), pero ETA sintió la necesidad de continuar con su lucha armada —calificada como terrorista por el régimen franquista y también por los nuevos ocupantes del poder. Los etarras con los que tuve ocasión de hablar en prisión siempre dicen lo mismo: murió Franco pero en España ocuparon el poder sus sucesores, logrando establecer una partitocracia bipartidista que continúa con el viejo mito del franquismo: “España, Una, Grande y Libre”. Sin embargo, muchos vascos no se sienten españoles. Y bastantes catalanes. Algunos gallegos. España es un Estado artificial constituido por pueblos bien diferenciados, con distintas lenguas y culturas, simplemente unificado por el “pegamento” de la violencia desde los Reyes Católicos. De hecho, el proyecto inicial del Partido Socialista español era conseguir un Estado federal, un objetivo que se ha torcido por el nuevo estado de autonomías donde, de forma absurda, se ha instaurado una especie de virreinatos o subestados con delimitaciones territoriales basadas en antiguos privilegios históricos en unos casos y en simple aprovechamiento de la división hecha por la Iglesia —parroquias— o el Antiguo Régimen —provincias— en otros.

Pero centrémonos en ETA, la organización terrorista: desde que yo era pequeño he oído que se iba a terminar. Que ya la estaban consiguiendo aniquilar. Que se iba a deshacer. Cada ministro del Interior tenía un discurso preparado para su disolución. Y así llevamos más de cuarenta años. Porque ETA no son los 700 presos vascos —terroristas según los españoles de buena voluntad, héroes y soldados libertadores según los vascos independentistas— que hay encerrados con sentencias a cadena perpetua encubierta en muchos casos. Detrás de esos presos y de los activistas armados hay un enorme grupo social que les apoya: se calcula que lo forman entre 200 mil y medio millón de vascos, y ya no contamos los simpatizantes en otros lugares de España. Si la población de Euskadi apenas supera los dos millones, es un grupo social enorme, al que ahora mismo no dejan expresarse políticamente porque apoya a ETA. Precisamente estos días de marzo se decide si este grupo —denominado genéricamente como la izquierda abertzale, palabra que significa patriota en euskera— se puede presentar a las elecciones municipales. El nombre con el que se presentan esta vez (antes fueron Batasuna, HB, EH y otros) es Sortu (crear según unos, renacer según otros). El Tribunal Supremo español, pese a que en sus estatutos Sortu condena la violencia —un requisito imprescindible que se legisló ad hoc para el País Vasco en la controvertida Ley de Partidos— seguramente no dejará que se presente, o sea, ilegalizará de nuevo este partido. No dejará que este grupo social vasco se exprese políticamente porque prejuzga que apoya a ETA, la cual se niega a disolverse y entregar las armas.

Centrémonos en ETA, la organización terrorista: desde que yo era pequeño he oído que se iba a terminar. Que ya la estaban consiguiendo aniquilar. Que se iba a deshacer. Cada ministro del Interior tenía un discurso preparado para su disolución. Y así llevamos más de cuarenta años.

Mientras esto sucede en Euskadi, en España se permite que se presenten a las elecciones partidos como Falange Española, que tomaron parte en sus inicios en el derrocamiento de la República y posterior advenimiento del franquismo. Se tolera que el Partido Popular, que aúna en teoría a toda la derecha, no condene el franquismo ni los crímenes de entonces. Destacados dirigentes del PP, que vociferan contra cualquier atisbo de ETA en las elecciones en el País Vasco, como Mayor Oreja, se han hecho famosos por sentencias como “El franquismo fue una etapa de extraordinaria placidez que muchas familias vivieron con naturalidad y tranquilidad” y se niegan a acatar la Ley de Memoria Histórica, por la cual —treinta años después de muerto el dictador— hay que retirar los símbolos y honores del franquismo y sus aliados que todavía perduran en las calles y edificios oficiales de España. La violencia terrorista de ETA es ilegal. La violencia de la dictadura no. Tanto es así que existe la Fundación Francisco Franco, que obtiene fondos públicos para “difundir el conocimiento de la figura de Francisco Franco en sus dimensiones humana, política y militar, así como de los logros y realizaciones llevadas a cabo por su Régimen”. ¿Se imaginan ustedes una Fundación Hitler en Alemania? Pues así estamos en España, en una situación paradójica y demencial.

Los terroristas siempre son los otros

La lucha contra ETA en España ha utilizado todo tipo de medios —y se ha comido enormes presupuestos del Estado, entre ellos opacos fondos reservados, dinero que nuestros gobernantes no tienen que justificar en qué se gasta pero que se supone que es por el bien de los ciudadanos. Los legales —que no han dado resultado cuarenta años después— y los ilegales —que tampoco, y han servido para comprobar que el terrorismo de Estado, el terrorismo de las cloacas oficiales, sale gratis en casi todos los países que lo practican.

Una de las tácticas para luchar contra el enemigo —seas soldado, seas guerrillero— es deshumanizarlo para poder eliminarlo. A cualquier director de prisión de España donde haya terroristas de ETA le va a escuchar la misma cantinela: “Los peores presos son los terroristas, no tienen corazón”. O sea, no son humanos. Aunque yo he visto cómo sus familiares —los terroristas tienen familia, no han nacido de una seta— hacen miles de kilómetros cada fin de semana para visitarlos. En España a los etarras los tienen dispersados, a cientos de kilómetros de su domicilio habitual, en una manera retorcida de interpretación de las leyes, y que tampoco les ha valido para doblegarlos. Los etarras sin corazón, condenados a veces a miles de años de prisión, lo que significa que tendrán que cumplir ahora mismo como mínimo cuarenta (¿no es eso una cadena perpetua encubierta y no revisable?) ayudan a muchos presos —los que ellos llaman sociales, ellos se consideran presos políticos— con dinero e incluso dándoles clase o ayudándoles en los estudios.

Una de las tácticas para luchar contra el enemigo —seas soldado, seas guerrillero— es deshumanizarlo para poder eliminarlo. A cualquier director de prisión de España donde haya terroristas de ETA le va a escuchar la misma cantinela: “Los peores presos son los terroristas, no tienen corazón”. O sea, no son humanos.

Cuando estuve en la cárcel de Soto del Real, en Madrid, conocí a cachorros de ETA condenados a dieciocho años por quemar un cajero automático. Los trabajadores de astilleros asturianos queman coches particulares y mobiliario urbano en sus protestas y ni siquiera hay detenidos. Se hace la vista gorda por la opción de la violencia para defender el puesto de trabajo pero se es intolerante con la violencia para conquistar la independencia. En España se producen situaciones paradójicas casi en cada capítulo del Código Penal: se castiga con cárcel a quien maltrate o mate a su mascota pero se permiten —en el democrático siglo XXI— los toros aludiendo a la tradición y al “arte”. El mismo juez que es ensalzado por ilegalizar partidos abertzales y cerrar periódicos vascos sin razón (Baltasar Garzón) es condenado y juzgado por intentar meter mano a los crímenes franquistas. Garzón puede perseguir a dictadores de otras latitudes (Pinochet y Videla) pero si intenta meterse con los herederos del dictador español muerto es puesto en la picota. ¿Es o no es una esquizofrenia todo esto?

Como observaba en su día James Petras, los expertos en terrorismo —da igual que sean españoles o estadounidenses— “sólo ven la violencia de otros, no la de los Estados que alimentan”. El surgimiento de ETA —y que nadie me venga con que defiendo ningún tipo de violencia, ni la etarra ni la del Estado— se produjo porque Franco aplastó la libertad de todos los vascos y quería borrar su cultura, entre otras cosas prohibiendo su lengua. Franco, que era gallego, también prohibió el gallego y el catalán: España, Una, Grande, Libre, recuerden. El trastornado pensamiento franquista, que pretendía recuperar el esplendor imperial, se basaba en baluartes históricos que aún hoy son puestos como ejemplo por la derecha más reaccionaria (Aznar, el del trío de las Azores), como Viriato —terror romanorum— o el pueblo español que se levantó contra los franceses, cuya fecha —dos de mayo de 1808— aún hoy se considera fiesta nacional en la Corte del Antiguo Régimen, Madrid. Viriato es ensalzado hoy como un caudillo libertador, mientras para los romanos de su tiempo era un terrorista guerrillero. Los españoles que se alzaron contra los ejércitos de Napoleón en 1808 también usaban tácticas terroristas: hoy son héroes. Si ETA consiguiera sus objetivos por la violencia, los etarras muertos y los encarcelados serían los nuevos héroes de la patria. Y el mundo seguiría girando, con un país independiente más.

Inevitable terrorismo

En este mundo de etiquetas en el que vivimos si no condenas eres cómplice, sea del terrorismo, de las torturas o de cualquier otro crimen. Para hacer frente a esta ola de atentados —el terrorismo como tal ha existido siempre, aunque antes tenía otros nombres—, que en muchos casos son guerras abiertas en un mundo cínico donde ya no se declaran oficialmente, me vienen al pelo unas palabras de David de Ugarte, autor del libro electrónico 11M. Redes para ganar una guerra.

Estamos ante una logística terrorista nueva que acompaña a una nueva táctica y a una nueva estrategia. Todo esto se traduce en una nueva forma de organización, un nuevo tipo de terrrorismo de cabeza a pies. Parasitarios en su logística, basado en info pública para su táctica y reticular en su estrategia y forma organizativa. Y esto es crucial: su forma de imbricarse en el mundo es distinta. Al ser reticulares y no territoriales de nada sirve aplicar estrategias basadas en la contrainsurgencia que son las clásicas de la lucha antiterrorista (acoso político, restricción de derechos civiles, policía por todos lados).

Estamos ante una logística terrorista nueva que acompaña a una nueva táctica y a una nueva estrategia. Todo esto se traduce en una nueva forma de organización, un nuevo tipo de terrrorismo de cabeza a pies. Parasitarios en su logística, basado en info pública para su táctica y reticular en su estrategia y forma organizativa.

Debería ser éste otro argumento para abolir los ejércitos o reconvertirlos en otra cosa. Poniendo un policía a cada ciudadano no vamos a acabar con el terrorismo. Muchos Estados europeos se han convertido en Estados policiacos y con ello la población civil no obtiene más seguridad, sino un mayor recorte de libertades. ¿No habría que ir ya a las causas del terrorismo? ¿Cuándo piensan dialogar con los países que más están siendo azotados? ¿A precio de qué podremos los occidentales mantener nuestro nivel de vida, cuando casi detrás de cada conflicto se ve asomar la lucha por la energía, el agua o la posición geopolítica?

No haría falta escribirlo, pero en estos tiempos extraños parece que hay que hacerlo: condeno la violencia, abomino del terrorismo. También del terrorismo de Estado y mucho más del de los sistemas democráticos pervertidos por sus dirigentes, por estos gobernantes del blanco o negro, del conmigo o contra mí.

Los buenos matan números, los malos, personas.
Los buenos son alcanzados por las bombas lanzadas por los malos, los malos se ponen debajo de las de los buenos.
Los buenos siempre se defienden, aunque disparen primero. Los malos siempre atacan, aunque no disparen.
Los asesinos buenos son brillantes soldados condecorados, los asesinos malos, terroristas depravados.
Los buenos hablan el idioma normal, los malos, el raro.
Los buenos visten normal. Los malos, raro.
Los buenos definen lo que es normal y lo que es raro…
—Paco Inclan, “Buenos, malos», en El País Vasco no existe ®

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Publicado en: Destacados, marzo 2011, Terrorismo

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