Dios salve a los Sex Pistols

Cuando los punks llegaron a México

Dios salve a los Sex Pistols es un rompecabezas periodístico que pretende contar la historia de un grupo musical desde distintas perspectivas literarias y con distintos testimonios de quienes vivieron tan agitados tiempos.

Sex Pistols.

Escribo este texto desde mi experiencia personal con los Sex Pistols, así como a través del contenido del libro Dios salve a los Sex Pistols (Barcelona: Contraediciones, 2021) de Fred y Judy Vermorel, publicado por primera vez en 1978, es decir, cuando el movimiento de lo que fue la música punk se encontraba, si no en su apogeo, sí despierto, hambriento. Pero acá, en México, durante la década de los noventa —que fue cuando yo di con los Sex Pistols—, nos llegaban las copias de su disco más emblemático, el Never Mind the Bollocks y el problema no era hacerte de una copia, pues en el Tianguis del Chopo de la Ciudad de México había varios puestos que la ofrecían, sino de una copia que se escuchara más o menos bien o que la cinta no se enrollara por la mala calidad del casete. Tras varios intentos fallidos, en los que incluso alguien me dio un casete de la banda Bostik por uno de los Sex Pistols y ya no quiso regresarme mi dinero, intenté hacerme del casete en la única tienda que entonces importaba discos. Imposible. El precio estaba fuera de mis posibilidades económicas. Pero si no me alcanzaba para comprar el Never Mind… original al menos sí me alcanzaba para comprar una playera con la imagen totalmente punk del más destructivo de todos los Sex Pistols: Sid Vicious.

Y la pregunta que me hago desde ahora, mientras escribo este texto en la comodidad de un Starbucks, es ¿qué le veíamos a Sid Vicious? ¿Qué representaba no sólo para las juventudes rebeldes de una Inglaterra convulsa donde la mayor parte de los jóvenes desertaban de la escuela para engrosar las filas macabras de los obreros? ¿Era el pulso destructivo que mostraba en cada uno de los conciertos? ¿Eran esos golpes que se propinaba con el mismo bajo hasta sangrar por la boca, o eran esas leyendas absurdas marcadas con una navaja en el pecho? ¿O era su famosa versión de “My Way”? En el libro se nos advierte que

al principio no iba a ser “My Way”. Iba a ser “Je ne regrette rien”. Y ahí hubo un momento muy difícil entre Sid y Malcom. Sid… Es triste, la verdad, porque Sid insistió en que solo rodaría (el video) si Malcom firmaba un papel diciendo que dejaría de ser su mánager. Umm. Y llegado ese punto, Sid ya no soportaba a Malcom. Y nos tiramos dos semanas en París para conseguir que Sid hiciera la canción y la película.

Pero existíamos con nuestras propias herramientas y posteriormente comenzaron a surgir casetes de conciertos de los Sex Pistols cuyo sonido era horroroso, y lo más que escuchabas eran los gritos y los aplausos del público.

Estoy casi seguro de que, por esa época —para nosotros, los noventa—, las playeras con la imagen de Vicious fueron de las más vendidas —y de hecho no recuerdo otra en que sólo venga un integrante de los Sex Pistols—. Y te las encontrabas de distintos precios, porque no era lo mismo traer a un Vicious mexicano marca Zaga que una playera cuyo vendedor —todos punks en ese entonces en el Chopo— te aseguraba que provenía desde las mismísimas tierras de Sid.

Y Dios salve a los Sex Pistols se trata de un recuento preciso de cómo surgió la banda, de sus mejores momentos y de su posterior declive, cuando ya a Sid le había ganado la guerra la heroína y cuando fue acusado de asesinar a su novia, Nancy, con un arpón para cazar ballena en la habitación de un hotel.

Ahora bien, en el libro uno encuentra que de entre los tantos testimonios que reúne hay muchos que se contraponen, que dicen lo contrario de lo que ya dijo aquel, y me parece que éste es uno de los puntos más valiosos: a fin de cuentas no quieres que te cuenten la historia de los Sex Pistols, quieres tener tu propia historia de ellos, así como al fin te hacías de tu playera, te la ponías y no faltaba quien te preguntase por el de la enorme fotografía al frente: pues es Sid Vicious. ¿Y ese qué? Y, realmente, ¿quién era Sid Vicious? ¿Quién era ese personaje provocador que incluso llegó a aparecer con una playera con la esvástica al frente?

Una de las delicias del libro son los narradores en primera persona y las entrevistas que hizo el autor, bien llevadas y mejor resueltas. Leer a Vicious, por ejemplo, como si lo tuviésemos enfrente y nos estuviese contando la historia de por qué decidió unirse a los Sex Pistols es un detalle que ni la imaginación más ávida se lo podría permitir.

Pero, un momento: me he referido a Sid Vicious como si el libro fuese su biografía —y hay tantas en YouTube— que quizás me he olvidado de los demás integrantes y de cómo se juntaron para armar a los Sex Pistols en una época en la que surgía una infinidad de grupos musicales a la semana, y en la que eran pocos los espacios donde se les permitía tocar, pues si algo alimentó no solamente los Sex Pistols y a otros grupos de la época fue la furia de una juventud que se sentía abandonada, que se sentía en la calle, que se sentía sin futuro; porque era cierto: no había futuro para los chicos ingleses.

Con los testimonios del libro uno se puede percatar de que hubo quienes se comprometieron más que otros y que, tras de las bambalinas de los Sex Pistols, con todo el glamour que se quiera, con toda la mala fama que se quiera, había una operación artística muy bien orquestada por quien quizás fue el genio tras los guitarrazos y los gritos de los Pistols: Malcom McLaren, aunque en algún momento se le pregunta al vocalista Johnny Rotten qué opina de que Malcom “es totalmente responsable de cómo se ha desarrollado el grupo”. Rotten contesta: “Eso es mentira. Es completamente falso. El grupo se desarrolló porque éramos como éramos. Y no hay más. No tengo nada que decir”. Pero, si realmente somos honestos, muchas de las declaraciones de Rotten son incoherentes, sin sentido; cambia de un tema a otro en fracción de segundos y en realidad no parece tan interesado en lo que le están preguntando. Además, hay otra descripción de Malcolm, algo que nos apunta a dónde pretendía guiar a la banda: “En parte, su forma de llevar a los Sex Pistols se basaba en eso: primero te creas un enemigo y luego te aseguras de desacreditarlo todo lo que puedas”.

Distinta, en cambio, es la perspectiva que tiene el mismo Fred Vermorel en la primera edición del libro, la de 1977:

Malcolm tiene una mentalidad esencialmente visual: piensa en términos de color y forma, y tiende a ver las cosas como un “todo”. También tiende a pensar en términos mitológicos. Es decir, lo contrario del tipo de inteligencia dominante hoy, que es analítica, crítica y literaria; en vez de examinar las cosas o las estructuras, Malcolm imagina y une estructuras, confundiéndolas.

Y fue Malcolm quien visualizó buena parte de lo que serían los Pistols y haría un buen negocio con sus conciertos, con las primeras giras, algunas de ellas desastrosas, como aquella en la que el grupo se dedica a destruir todo lo que encuentran: “Los cuatro miembros del grupo de punk rock destrozaron el vestíbulo de un hotel de lujo arrancando las plantas de las macetas, arrastrándolas por el suelo y ensuciando de tierra las alfombras”, lo que ocurrió durante la Anarchy Tour, cuando los Pistols se embarcaron con The Clash y otros grupos punks; pero no todo iba tan bien en ese momento, ya que “algunas salas empiezan a cancelar fechas, sobre todo a causa del escandalo de Grundy”, personaje televisivo que acaso marca un antes y un después de los Sex Pistols, pues luego de una entrevista en su famoso programa de televisión “Today” Steve Jones lanza insultos a las preguntas de Grundy y provoca que la mayoría del público televisivo critique la postura irreverente de los Sex Pistols. Para muestra unas cuantas líneas de la nota del periódico que apareció al día siguiente:

Un grupo pop [¡los Pistols pop!] escandalizó a millones de espectadores anoche al emplear el lenguaje más grosero jamás escuchado en la televisión británica. Los Sex Pistols, líderes del nuevo culto conocido como ‘punk rock’, profirieron una serie de obscenidades al entrevistador Bill Grundy en el programa familiar de la tarde, “Today”, de Thames TV.

Luego se añaden algunos datos de la protesta que pasan por la exageración: “Un hombre se enfadó tanto que se puso a dar golpes a su televisor en color de 380 libras”, uno más: “James Holmes, de 47 años, camionero, se indignó por el hecho de que su hijo de ocho años, Lee, tuviera que oír ese lenguaje… y dio una patada a la pantalla de su televisor.

“La tele estalló y salí despedido hacia atrás”, dijo. “Pero estaba tan enfadado y disgustado con esa basura que todavía le di una patada más”. “Espectadores enojados exigieron anoche el despido del presentador de TV, Bill Grundy, debido al uso de lenguaje malsonante en su programa “Today”. Grundy fue acusado de incitar al grupo a usar “algunas de las palabras más sucias jamás escuchadas en la televisión”.

También se menciona la estafa a la disquera EMI tras firmar el contrato el 8 de octubre de 1976, de donde saldría la canción: un casi furioso Johnny Rotten grita que, si bien EMI rompió el contrato con ellos, al menos sacaron 40 mil libras. Y surgen las risas. Eran casi niños jugando a ser punks o los más malos del pueblo.

Hay otros testimonios un tanto opacos, que no aportan mucho a lo que ya se dijo —¿entrevistar a la mamá de Rotten?— o que repiten lo mismo. Lo importante es que se sigue la estructura temporal desde las primeras andanzas de los músicos, hasta que la fama se les acaba y terminan echando a perder su propio destino —o quizás es que nunca tuvieron uno—; también destaca el testimonio de un parlamentarista porque, de no ser por la época, quizás provocaría risa. Y cartas de sus admiradores, otro punto extra.

Dios salve a los Sex Pistols es un rompecabezas periodístico que pretende contar la historia de un grupo musical desde distintas perspectivas literarias y con distintos testimonios de quienes vivieron tan agitados tiempos. Se trata de un libro cuya historia musical se agradece: pocas veces podemos acceder, en español, a libros como éste, forjado entre las llamas del punk, ahí donde uno vuelve a darle play a “No Feelings”. ®

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Publicado en: Música

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