Cuando todavía vivía Leonora sus hijos Pablo y Gabriel le prometieron que harían un museo para exhibir su obra. Tras la muerte de la pintora se acercaron a varios estados e instituciones y fue San Luis Potosí el que levantó la mano.
Los potosinos presumen la Calzada de Guadalupe como el andador más grande de América Latina. Es una vía amplia y arbolada. Ideal para caminar desde el centro histórico de la ciudad hasta el Centro de las Artes donde, en lo que fuera la penitenciaría más grande de San Luis Potosí a lo largo del siglo XX, hoy es un magnífico centro cultural en el que se creó el Museo Leonora Carrington, el primero en México dedicado a una mujer.
“Fue un reto hacer un museo en un espacio no adecuado”, dice el museógrafo Aldo Arellano. “Tratar de conjugar algo cálido como la obra de Leonora, con un espacio tan frío, como una cárcel… La obra tridimensional requiere espacios, aire, y nosotros tuvimos la limitante de las celdas. Es un proyecto que se adaptó al lugar”, dice.
Cuando todavía vivía Leonora, sus hijos Pablo y Gabriel le prometieron que harían un museo para exhibir su obra. Tras la muerte de la pintora inglesa se acercaron a varios estados e instituciones y fue San Luis Potosí el que levantó la mano. Y no sólo con uno, sino que son dos museos: el de la capital potosina, y el segundo en Xilitla, junto al castillo de Edward James, por lo que ya se comienza a promocionar a San Luis como la futura capital del surrealismo.
Esculturas dentro de cuatro paredes
Antonio García y Aldo Arellano son los hombres detrás de la creación de este recinto y que diariamente recibe a decenas de personas. Antonio estaba por terminar una maestría en Curaduría en Inglaterra cuando recibió la invitación para asumir la dirección de un museo que sólo existía en los planes en un escritorio gubernamental, en tanto que Aldo Arellano, un tapatío con más de diez años de trabajar en San Luis Potosí, fue invitado para hacer la museografía. “Fue un reto cómo mostrar la información del personaje y su obra, además de la obra misma, que es una colección escultórica, de dibujos y joyería”, dice Antonio García.
La penitenciaría fue construida a finales del siglo XIX como un panóptico, en el que un grupo de edificios es vigilado desde una torre central. En la sección que ocupa el museo Carrington correspondía a la zona de procesados: son cuatro pequeños edificios en cuyo centro está la escultura monumental “La barca de las cigüeñas”. El museógrafo Aldo Arellano dice: “No tratamos de generar un recorrido sistemático, que tenga que iniciar por este lado o por la derecha; que fuera cronológico o retrospectivo. Tratamos de ser muy libres, este museo invita a que la persona genere su propio discurso museográfico”.
Dentro del museo, lo más visible son las esculturas. Hay varias de gran formato: “El desconocido”, “El abrazo”, “El gallo” y “El gato” fueron colocadas en los patios de paredes altas donde los reos salían a ver el cielo, seguramente, mientras que la de pequeño formato se aprecia dentro de un edificio, donde también hay joyería diseñada por la artista. Son alrededor de cincuenta esculturas y catorce las piezas de joyería en exhibición. En una de las paredes hay una cronología básica: desde sus primeros trabajos en el sur de Francia a finales de los años treinta, con Max Ernst, hasta su muerte en la Ciudad de México, en el año 2011.
“La iluminación cumple un papel importante con las esculturas. Se mandó a hacer para resaltar el volumen de la obra. Manejamos iluminación cálida, con diferentes filtros y diferentes ángulos”, dice Arellano. Además, de entre todos los libros que escribió o de las entrevistas que concedió a lo largo de su vida, se seleccionaron citas que se encuentran a lo largo de las paredes. “Hubo una decisión de dejar que Leonora hablara en su propia voz. Hicimos una selección de citas que entraran en diálogo con las obras, dejamos que la gente vea la escultura y que Leonora le susurre al oído”.
La cereza de la artista
Un ala del museo atrae por lo diverso e interesante de su contenido. Ahí se puede hacer un recorrido virtual por el edificio, que es como entrar y salir de las celdas tal cual como quedaron cuando se llevaron a los reos y cerraron la cárcel. Niños y adolescentes hacen fila para vivir la experiencia. A un costado, en otra celda, el artista local Iván Sánchez expone una pieza sonora que tuvo como punto de partida el libro de cuentos de Carrington, Leche de sueño, y se exhibe una obra de Francisco Pedralio, el primer artista residente del Museo Leonora Carrington. “La idea es tener artistas nacionales o internacionales que trabajen de uno a tres meses con un producto final, que puede ser una exposición, un performance, una publicación o un evento, dependiendo de la naturaleza de su trabajo”, dice el director del Museo. En esa misma ala se recrea el taller de Leonora Carrington: su caballete, un cuadro inacabado, pigmentos, pinceles, propiedad de la artista.
Y ahí mismo se encuentra la cereza de este lugar: treinta dibujos inéditos elaborados entre los años sesenta y setenta. “Yo creo que son bocetos de su mejor época. Los dibujos son una esencia de Leonora, y vienen directamente desde su mano. Estaban en su libreta de bocetos que estuvo guardada en la casa familiar. ¡Jamás habían sido exhibidos!”, dice Arellano. Sin título, sólo con fecha y con las anotaciones que hizo la misma autora, se exhibe un dibujo en cada celda.
Antonio García dice que “para el museo es interesante que la gente dedicada vea qué dibujo derivó en una obra, en una pintura, una escultura o en un tapiz (porque en unos bocetos vienen anotaciones de qué color va, la cantidad de nudos). Todo eso, con el tiempo, podremos irlo explorando. Es uno de los proyectos del Seminario Permanente: catalogar la obra y empezar a generar un documento donde se vaya investigando cada una de las piezas, tanto su procedencia, en qué exposición estuvo, de qué va, de qué trata. Si tiene relación con otras piezas. Esa será una labor interesantísima y que va a ser continua”.
Hay treinta dibujos en exhibición y tienen setenta más en la bodega, que alberga además el llamado Libro negro, que es un archivo de testigos fotográficos y de testimonios donde Leonora está trabajando directamente las esculturas que ahora se muestran en el museo de San Luis Potosí. Son las fotografías donde Carrington está interviniendo las piezas directamente. “Vamos a estar renovando los contenidos del museo para que lo puedas visitar varias veces, sin que veas lo mismo”, dice Antonio García. En la bodega hay más esculturas, objetos personales —como las medallas y los reconocimientos— y se están restaurando las placas donde hizo sus grabados. “No queremos que sea un museo estático. Que una vez que lo visitas para qué vuelves. Vamos a renovarlo constantemente, cambiar perspectivas museográficas para hacer nuevas propuestas”, dice Arellano.
Hay treinta dibujos en exhibición y tienen setenta más en la bodega, que alberga además el llamado Libro negro, que es un archivo de testigos fotográficos y de testimonios donde Leonora está trabajando directamente las esculturas que ahora se muestran en el museo de San Luis Potosí.
El museo cuenta con dos salas temporales y un Centro de Investigación, además del Seminario Permanente, cuyo objetivo es la investigación en torno a la obra de la artista. En unos meses desean convocar a un congreso con el propósito de tener a los especialistas del surrealismo de México y del mundo. En la entrevista nos acompaña Emily, una inglesa que llegó para hacer una investigación sobre identidad de género y salud mental en la obra de Carrington. Es la primera investigadora que está analizando los documentos que alberga el recinto cultural.
“Es un museo de primer nivel, y buscamos que la expectativa que ha generado, se mantenga. Habrá mucho más por ver y por hacer”, dice el director Antonio García. Además de renovar los contenidos, le apuestan a las residencias artísticas y a la colaboración con la Universidad de San Luis Potosí, que recién abrió la Licenciatura en Arte Contemporáneo. “Queremos participar en este movimiento en San Luis. Que se dé un circuito, una conversación constante. Que seamos un incentivo a la producción local”.
Y sobre todo en su esencia. “Creemos que va a ser un parteaguas en la cuestión surrealista, un detonante, y además son pocos los museos dedicados a las mujeres artistas”, dice Aldo Arellano.
El abstract de su vida
Retomo la Calzada de Guadalupe, ahora en sentido inverso. Mientras disfruto el “andador más grande del mundo” echo de menos la obra pictórica, la parte más conocida en la obra de la artista que se opuso al futuro que le había trazado su familia: educada como mujer de buenos modales para ejercer de ama de casa de un hombre de buena familia; aristócrata, de preferencia. Nacida en Lancashire, Inglaterra, en 1919, el abstract de su vida dice que se enamoró de Max Ernst en 1937 y se fugó con él para iniciar una vida plena en el arte, de la mano del grupo de los surrealistas. Con el inicio de la Segunda Guerra Mundial y luego de pasar una temporada en un hospital psiquiátrico, viajó a Nueva York y luego a México, en 1942, en donde produjo la mayor parte de su obra hasta morir en 2011 (con unos años de residencia en Nueva York y Chicago, luego de los conflictos que acarreó por manifestarse a favor de los estudiantes en el movimiento del 68).
Su obra pictórica, pues, no está ahí en San Luis Potosí porque casi la totalidad se encuentra en colecciones privadas, como lo apunta Joanna Moorhead en su libro Leonora Carrington. Una vida surrealista. Aquí puede leerse la biografía de Leonora Carrington. ®