Para desaparecer a sus enemigos los narcotraficantes mexicanos encontraron formas para diluir a sus contrarios en ácido o en toneles de aceite para auto hirviendo. Pero también el sistema digestivo humano sirve para eso.
Tacos de ojo y de lengua
Hay relatos serranos y urbanos en el norte de México que hablan de la venta de cuerpos para hacer tacos o tamales. O para preparar en la cocina, porque carnicerías también venden carne de ejecutados. No hay delito mientras no se sepa, pero no siempre se puede enterrar los sucesos en el silencio.
Tamazula es un municipio en la sierra de Durango y hace frontera con Sinaloa. Ahí nació el primer presidente de México, Guadalupe Victoria. Para llegar es más fácil subir por Culiacán. El puro Triángulo Dorado.
Durante años don Julián preparaba tacos que vendía a un peso: de ojo y lengua, como en cualquier puesto de barbacoa. Por ser los más baratos y los únicos en el poblado la clientela era recurrente.
El barbacoyero era tío de un sicario, que sin pena ni gloria pasó por los rumores de la sierra hasta que un día le aplicaron el torniquete y su cabeza rodó por el piso, como las que arrancó durante años.
Unos días más, el Ejército mexicano entró por la fuerza a la vivienda donde guardaba los insumos para el negocio de comida. Catearon los soldados la casa, y al fondo de la habitación más grande un frigorífico viejo era lo que estaban buscando. Dentro: bisutería humana. Cráneos con las cuencas vacías, piernas y torsos de algunos que fueron seres humanos.
En la sierra el viento es el mensajero más eficaz, el “pitazo” del arribo de los militares le dio la oportunidad a don Julián de escapar. Nadie sabe dónde está, y no quieren saberlo todos los tamazulences que narraron la historia y durante años comieron restos humanos.
Cincuenta tamales
La Laguna es un respiradero del infierno. Está llena esta zona metropolitana de ejidos y de colonias populares. Torreón, Matamoros y San Pedro de las Colonias, Gómez Palacio, Lerdo son los municipios que comparten cárteles y sus brazos armados. Los ladrones se mimetizan con narcos o al revés.
Catearon los soldados la casa, y al fondo de la habitación más grande un frigorífico viejo era lo que estaban buscando. Dentro: bisutería humana. Cráneos con las cuencas vacías, piernas y torsos de algunos que fueron seres humanos.
En el ejido La Unión, al seguir la calle principal, una tamalera se gana la vida con una olla enorme arriba de un brasero que alimenta con leña de mezquite. Antonia se llama.
A pesar de que pasa gran parte del día mirando lo que sucede no sabe mucho de su hijo, es un vago más y desaparecía con frecuencia semanas enteras, aunque sospechaba que andaba en malos pasos, era conocido de todos en ese lugar y sostenía buenas relaciones con los vecinos.
El sol hace brillar el pavimento mal colocado y el reflejo se extiende hasta una curva. Dos hombres caminaban a contraluz, y según Antonia, desgarbados y con facha de “malandros”. Le pidieron que les hiciera cincuenta tamales, pero que ellos les traerían los insumos: la carne y la masa.
Antonia dijo no entender por qué los tipos llegaron a su negocio si nunca se habían visto antes en el ejido. Hace años que en la Comarca Lagunera hay muertos con frecuencia, temporadas de matanzas y de balaceras todos los días y a todas horas, y todo es probable.
Pasaron dos semanas y los dos presuntos delincuentes llegaron arrastrando una hielera rojo con blanco con ruedas. ¿Cuánto va a ser?, preguntó el más avezado de los nuevos clientes. Antonia pensó que un buen precio le garantizaba una venta posterior. Bueno, y entonces ¿dónde dejamos el cargamento? Ella les dijo que en la cocina, sobre la plancha de cemento donde embarra las hojas de maíz de masa y carne. Se fueron.
Tuvo que hervir y deshebrar la carne de su hijo. La cabeza y el torso apenas estaban separados por una bolsa de plástico que guardaba manteca de puerco y masa. Y una nota en la que se estaba escrito el horario en el que debía entregar los tamales.
Pasó la noche entera con las manos llenas de sus entrañas. Amasó la tumba de su hijo. Y lo embarró con un tenedor y lo envolvió y lo fue acomodando en la olla plateada. El fuego estaba listo y quiso creer que era un crematorio, que de otra forma no podría pagar. Por la mañana entregó la mercancía. ®