La iniciativa del gobierno luce más cercana a la ponderación de la cultura popular en tiempos del socialismo soviético, donde era patriótica y orgullosamente nacionalista, celebratoria del partido/gobierno, fomentaba la productividad laboral, ferozmente antiburguesa y anticapitalista.
Democracia es pluralidad cultural, polisemia interpretativa. Una política que cierra la relación de sentido entre artistas y público es empíricamente irrealizable y conceptualmente dogmática.
—Néstor García Canclini.
A pesar de que durante su campaña propuso una “renovación cultural” y afirmó que la cultura ocuparía un “lugar estratégico”, en el proyecto de presupuesto de egresos de la federación 2019 el presidente Andrés Manuel López Obrador solicitó una disminución de mil millones de pesos al sector. Al final, el titular del ejecutivo logró recortar “solamente” 500 millones de pesos, luego de airadas protestas y voces críticas, como la del actor Daniel Giménez Cacho, quien afirmó que “para AMLO la cultura no es una actividad de su vida, ni la entiende…, no es una prioridad y nunca lo fue”.
Más allá del gran recorte, lo que me interesa destacar de la propuesta en materia de cultura es la línea oficial, que otorga prioridad a las “culturas populares y comunitarias”. En una entrevista que el diario La Jornada publicó el 21 de junio de 2018, Alejandra Frausto, quien a la postre sería designada titular de la Secretaria de Cultura, resaltó que otorgaría “estímulo a las tradiciones y prácticas culturales locales: lenguas indígenas, música, danzas tradicionales, rituales… para conocer y preservar los conocimientos y el universo, como la cocina y la medicina tradicional”. Ya como presidente en funciones, López Obrador fortaleció esta postura al participar en algunas ceremonias presididas por chamanes, destacando un “ritual de purificación” el mismo día en el que rindió protesta, y posteriormente el rito para “pedir permiso a la madre tierra”, antes de comenzar con el ecocidio que propiciará el tren maya en la península yucateca.
Como estudioso de la cultura popular, estoy seguro de que la propuesta de fomentar las artes tradicionales es buena, pues siempre he propugnado por un equilibrio entre la promoción de nuestra tradición occidental y el apoyo a las culturas originarias. Sin embargo, tal promoción de las culturas comunitarias aparentemente no surge por un interés intrínseco en ellas o en sus practicantes, sino que tiene otras implicaciones: en primer lugar, se trata de una politización de las tradiciones regionales y étnicas, ya que históricamente el populismo ha buscado apoyarse en la firme base de las clases marginadas. En España, en tiempos de la dictadura de Primo de Rivera, se dio un especial interés por todo lo relativo a la educación y la cultura de los obreros en general, pero con la finalidad de convertir a la cultura en una verdadera religión, que los moralizaba y convertiría en “nuevos individuos”. En el discurso no faltó una ética militante puritana, salpicada de escatología cristiana, tal como el actual caso mexicano y su “cartilla moral” distribuida por sectas evangélicas, la cual es reflejo de un sistema político anclado en ideas obsoletas, al menos de unos ochenta años.
Con todo, la iniciativa del gobierno federal mexicano luce más cercana a la ponderación de la cultura popular en tiempos del socialismo soviético, donde era ante todo patriótica y orgullosamente nacionalista, fraterna, celebratoria del partido/gobierno, fomentaba la productividad laboral, ferozmente antiburguesa (aquí sería antielitista o antififí) y anticapitalista. Así, la cultura popular ha sido una herramienta, utilizada en muchas ocasiones como propaganda ideológica, pero a diferencia de Rusia, nuestro gobierno pretende usarla como el paradigma de la cultura original del “pueblo bueno” y sus tradiciones, que no han sido “contaminadas” por culturas extranjeras, como una justificación para que México se cierre al mundo, a la manera de un “brexit” cultural. Algunos ejemplos de esta nueva cerrazón política internacional los hemos visto desde las primeras semanas que ha despachado López Obrador en palacio nacional: su negativa a participar en el Foro Económico Mundial de Suiza y en la reunión del G20 en Osaka, su tímida respuesta ante las bravuconas declaraciones de Donand Trump, o el rechazo a firmar la condena del Grupo de Lima al régimen antidemocrático de Nicolás Maduro.
La cultura popular ha sido una herramienta, utilizada en muchas ocasiones como propaganda ideológica, pero a diferencia de Rusia, nuestro gobierno pretende usarla como el paradigma de la cultura original del “pueblo bueno” y sus tradiciones, que no han sido “contaminadas” por culturas extranjeras, como una justificación para que México se cierre al mundo, a la manera de un “brexit” cultural.
Para nadie es un secreto que, en su anterior empleo como candidato presidencial profesional, AMLO desaprobó todo lo que tuviera que ver con las élites. En este contexto antielitista y antiacadémico, con el recorte a cultura y la prioridad a las culturas populares, se vislumbra un panorama obscuro para las artes consideradas ahora “esnobs”: literatura, pintura, teatro, danza, música de concierto. Algunos grupos musicales (como la Orquesta Sinfónica de Chimalhuacán) y diversos festivales culturales (como el de cine de Morelia o el de guitarra de Paracho) ya han sido seriamente afectados por los recortes y las medidas de austeridad, que nos hacen suponer que ahora México se encuentra en una situación económica muy similar a la de Sudán, por ejemplo. De no haber acuerdo entre los artistas, y gracias al cuento del “combate a la corrupción” (con el que ahora se justifica cualquier arbitrariedad), en el mediano plazo seremos testigos de una disminución y eventualmente del fin de los apoyos gubernamentales: no más becas para creadores, orquestas de cámara y sinfónicas, teatro del siglo de oro, museos que cuelgan cuadros con garabatos modernos… bienvenido el subsidio a los artesanos, grupos musicales guapachosos, representaciones teatrales étnicas de la semana santa y museos con obras de pueblos originarios. Y no sugiero que un arte sea más valioso que otro: ambos deben tener la misma difusión, pero el gobierno quiere inclinar ahora la balanza hacia un nacionalismo populachero–chovinista, en un giro más de la costumbre tan mexicana de odiar alternativamente nuestras raíces indígenas o europeas.
Si al lector le parece exagerada la afirmación anterior permítame analizar brevemente una fuente de información muy accesible para todo público: la página que mantiene la Secretaría de Cultura (SC) en Facebook. Sólo en el último mes del gobierno de Enrique Peña Nieto los encargados de la promoción cultural informaron sobre la entrega del premio de literatura Carlos Fuentes, la presentación de la ópera Aura de Mario Lavista, la exposición de Tutankamón, hicieron una invitación para apreciar obra gráfica contemporánea o para visitar ciudades coloniales.
En contraste, en los pocos meses del nuevo gobierno, se ha comenzado a promover las artesanías de barro, se publican citas de escritoras feministas, y hay notas de medicina tradicional y la “forma en la que los abuelos sanaban los resfriados”. Pero lo preocupante es la abierta politización de la cultura y la reducida visión que se tiene del arte universal: el 1 de diciembre de 2018 la primera acción de la nueva administración fue colgar varias veces en la página de Facebook el nuevo logo de la dependencia, con los colores del “nuevo” partido–gobierno. Después subieron una imagen institucional en la que aparece una maqueta, que entre otras cosas tiene una cámara cinematográfica liliputiense, un David de Miguel Ángel de juguete y una paleta y pinceles diminutos: ¿dan a entender que los artistas que transmiten la gran cultura occidental son como niños anodinos?
Todavía no nos recuperábamos de las novedades cuando ya estaban lanzando otras crónicas: se defendía el presupuesto afirmando que “hay recursos suficientes” y que “se hará más con menos” (¿?), y se celebraba la apertura del nuevo centro cultural Los Pinos, que parece estar cumpliendo su propósito de generar resentimiento contra los presidentes que vivieron allí, ya que varios conocidos que lo han visitado expresaron su rabia por los “los lujos y excesos”.
El colmo fue que los noveles encargados de la cultura respaldan todas las campañas de la presidencia, como aquella contra el huachicoleo: por medio de infografías, y con el hashtag #RecuperemosLoNuestro, la SC anunciaba con bombo y platillos que “El robo de combustible ha disminuido un 96%”. Por supuesto que la SC no debería ser parte de la propaganda oficial y, por si fuera poco, con esta campaña de inmediato nos golpea la inoportuna lógica: si los ductos de todo el país fueron cerrados, ¿cómo es posible que no disminuya el robo? Y, claro, la molestia de los seguidores de la página no se hizo esperar. Un artista preguntó: ¿Van a cambiar al nombre por Secretaría de Propaganda? Por otro lado, la SC debe ser, en primer lugar, difusora del trabajo de académicos, creadores e intérpretes. No obstante, comprobé que no lo es, cuando se negaron a publicar en su página un póster de la presentación de mi libro más reciente.
Para el caso de la música, percibimos que de ninguna manera es un entusiasta de las tradiciones sonoras mexicanas, ni populares ni “cultas”, más bien predomina en él un cierto malinchismo, pues se siente orgulloso de tener amistad personal con el cantautor cubano Silvio Rodríguez, quien incluso fue invitado de honor en su toma de protesta.
Pero la SC sólo hace eco del escaso interés que siempre ha manifestado el presidente, quien, cuando se le pregunta sobre el tema, no duda en citar historietas de Kalimán. Sus acciones nos recuerdan al “promotor de la modernidad” que sentía cada vez más atracción por el pasado, del que habló García Canclini. Para el caso de la música, percibimos que de ninguna manera es un entusiasta de las tradiciones sonoras mexicanas, ni populares ni “cultas”, más bien predomina en él un cierto malinchismo, pues se siente orgulloso de tener amistad personal con el cantautor cubano Silvio Rodríguez, quien incluso fue invitado de honor en su toma de protesta.
Para concluir, debemos evitar a toda costa que la oleada de despidos en dependencias federales afecte a los institutos y secretarías de cultura de los estados. Como artista, he tenido la oportunidad de ofrecer conciertos en casi todos los estados de la nación, lo que me ha permitido conocer a una gran cantidad de promotores culturales, y puedo afirmar que son personas con un enorme compromiso y vocación, que en un determinado momento no vacilan en gastar dinero de su propio bolsillo para lograr el mayor lucimiento de las actividades académicas y artísticas que organizan. La corrupción puede ser un problema en diversas áreas de la administración gubernamental, pero estoy seguro de que pierden su tiempo los que quieren encontrar irregularidades en el campo cultural, mejor vayan a buscar a otra parte.
Por desgracia, será un sexenio en el que los creadores y los intérpretes lucharán ante un Estado que no los reconoce, que los considera “hiperprivilegiados”, que les retira su respaldo y que incluso pretende quitarles a las asociaciones civiles que promueven la cultura. Todo ello en favor de esta puesta teatral de “lo popular”, de esta falacia que favorece una supuesta “democratización cultural”, y que a fin de cuentas sólo es la apoteosis del clientelismo político. En un momento dado, este antiintelectualismo y antielitismo artístico pueden llegar a convertirse en un brexit cultural que nos aísle del resto del mundo, a menos que los creadores de diversas disciplinas estrechemos lazos, para evitar la eliminación de apoyos que históricamente ha otorgado el gobierno mexicano. A diferencia de lo que pretende hacer Paco Ignacio Taibo II en el Fondo de Cultura Económica, la cultura no debe emplearse como herramienta de ideologización, toda vez que la escuela de Frankfurt detectó hace tiempo que “la superación de la autonomía del arte para cumplir funciones políticas podía ser nociva, tal como sucedió en la crítica fascista al arte moderno y su reorganización al servicio de una estética de masas represora”. La cultura tampoco es un mero accesorio u adorno: produce identidad y, con su apoyo, es posible organizar la acción comunitaria de una manera positiva hacia la paz y lograr la urgente restauración del tejido social. ®