Poco más de medio siglo tiene de vida este café emblemático de Guadalajara, visitado por propios y extraños que buscan el lugar donde se sentaba Juan Rulfo o a vivir un poco de la nostalgia de una ciudad que se transforma vertiginosamente.
Al centro de Guadalajara las añoranzas parecen estorbarle, y los recuerdos algún día dejarán de existir. Antiguas y aristócratas casonas del siglo XVIII se han convertido en restaurantes de comida china, zapaterías, bodegas, cibercafés, papelerías, estacionamientos, cines para adultos, tiendas de ropa y a veces, si corren con suerte, se preservan en la forma de oficinas burocráticas. Aunque, para los memoriosos, no todo está perdido.
Instalado desde 1959 en el edificio de la calle Enrique González Martínez, número 78, el café Madoka, con su tradicional letrero “Servicio de cafetería”, abre sus puertas de cristal de las siete de la mañana hasta las nueve de la noche. “Si tú vienes al Madoka, no es tanto por la comida, es por las meseras, el trato. Te hacen sentir importante”, dice don Gabriel, un cliente que se fue hace unos años a la bancarrota pero no dejó de ir al Madoka todos los días, “porque es parte de mí”, dice.
El Madoka es el hogar, la cueva, el estacionamiento, el sofá, la silla, las pláticas, los besos, el cigarro y el lugar preferido de muchos a los que los aires de modernidad que vive la Perla Tapatía parecen afectarles.
Este ensayo fotográfico muestra algo de lo que se vive en uno de los últimos cafés tradicionales de Guadalajara, que tuvo entre sus parroquianos a personajes como Juan Rulfo o a el Ciencias, un hombre del que se decía que era brillante en el dominó y con las mujeres, como con la famosa Comanche, reina de la vida nocturna tapatía en la década de los setenta —y proxeneta—; a esta lista se añade la de empleados como Bibi, que entró a trabajar a los dieciséis años, un año después de la inauguración del café, y que ahora es la encargada de las cuentas del turno matutino. ®
